martes, 31 de marzo de 2015

Reminiscencia de una probacionista


Reminiscencia de una probacionista
(Centro de Corrientes. Argentina. Publicado en el nº 1 de “Amistad”, en enero de  
1969)
 
            Corría  el  año  1952.  Mi  salud  decaía  notablemente.  Conocía  las  Enseñanzas Rosacruces  desde hacía un par  de años y había solicitado  curación, después de haber probado los métodos alópatas en varias ciudades.
            Diversos trastornos me aquejaban. No podía retener ni digerir nada. La vida se me escapaba, lenta pero segura.
            Convencida de que encontraría la salud en Mount Ecclesia, partí para la ciudad soñada. Era como una sonámbula que dejaba tras sí todo, hijos pequeños, como si mi alma necesitara lavarse en la fuente de la purificación…
            Así  como  dice  el  ritual:  “desnudo  y  con  lágrimas  de  contrición”,  mas  con profunda  fe  y  firme  convicción,  me  dirigí  al  lugar  que  inmensamente  amo:  Monte
Ecclesia.
            Era la víspera de Navidad. Estrellas simbólicas  de cinco puntas adornaban  las calles de las ciudades cercanas que atravesaba: Los Ángeles, San Diego, otras vecinas a Oceanside.
            Esto  produjo  en  mi  alma  un  fuerte  despertar;  era  como  si  me  diesen  la bienvenida fuerzas venidas de los mundos en que moran los bienaventurados.
            Tal  como  lo  había  planeado  en  mi  interior,  recibía  el  bautismo  de  la  oleada Crística más poderosa del año, al poner los pies en ese santo lugar pocos minutos antes de las 12 P.M.  ¡Nochebuena!  Himnos de  júbilo  cantaban los ángeles,  al igual que mi 
corazón, al ser recibida por tan tiernos y amorosos brazos de los amigos reunidos en la cafetería, conmemorando tan magna fecha. Imposible narrar la experiencia en tan poco espacio.  Pero  una  de  las  más  importantes  está  relacionada  con  la  recuperación  de  mi salud, y es la que me llevó al tema escribirlo.
            Sentí en ese bendito lugar inspiraciones inenarrables. Mi alma percibía algo más de  la  materia  física.  Me  dedicaba  a  escuchar  música  selecta  antes  de  entregarme  al sueño. La música de violín era mi preferida. Así, en toda esa vibrante armonía, ocurrió la maravillosa curación.
            Recuerdo nítidamente haberme entregado al sueño para estar consciente, durante la noche, de la presencia de los médicos espirituales. Aún me parece ver los gestos de Max Heindel, delante de todos y al costado de mi cama, dando instrucciones; luego, oí cómo me pedía que me diera la vuelta (así lo hice), mientras él pasaba al otro costado, seguido de varios personajes de guardapolvo blanco. Luego, perdí la conciencia.
            A la mañana, me levanté en la forma acostumbrada mas, cuál sería mi asombro cuando,  el  entonces  secretario  de  español,  después  de  saludarme  afablemente,  me pregunta suavemente. “¿Recuerdas lo que te hicieron anoche?” Abrí los ojos asombrada y callé, mientras él me narraba detalladamente la operación que me habían efectuado en los cuerpos sutiles. Así fue como, de una mujer desahuciada, de 51 kilogramos de peso y 1.70 cm. de estatura, me convertí en una mujer rozagante, que amaba la vida, con 70 kilogramos  de  peso.  Volví  a  mi  país  pero,  una  noche  antes  de  partir,  me  veía  a  mí misma  descender  desde  una  alta  montaña  en  cuya  cumbre  lucía  inmaculado  nuestro bellísimo Templo. Numerosos escalones me acercaban al mundo. Llevaba en mi brazo derecho  el  Libro  del  Probacionista,  pues  había  hecho  mi  juramento  en  ese  Templo sagrado  pocos  meses  atrás.  Internamente,  escuchaba  una  voz  que  me  decía:  “Id  y sembrad en el mundo. He ahí tu misión.”
            No sé si he estado o estoy a la altura de los que han confiado en mí; sólo sé que siempre fui sincera en mi esfuerzo y conservo una eterna gratitud hacia nuestro amado guía  y  su  fiel  compañera,  como  también  hacia  todos  aquellos  que  me  ayudaron  con tanto desinterés, seres invisibles y visibles (no puedo dejar de nombrar a estos últimos), algunos  vivirán  con  su  recuerdo  permanente  en  mi  corazón,  pues  contribuyeron  a  mi recuperación física y a la adquisición de las experiencias de estos últimos años, lo que, en otra forma, no hubiese sido posible.
            Monte Ecclesia es un lugar sagrado. Se respira allí otra atmósfera. Es un pedazo de tierra obtenido para el cielo. Se percibe música celeste en ciertos lugares. Todo es…
El alma se ensancha, mientras el pecho humano se expande. Debo mi vida presente a seis  meses  de  júbilo  pasados  en  ese  bello  lugar  del  mundo  y  que  marcaron  un trascendental cambio en mi vida.
            ¡Quiera  el  Señor  derramar  Sus  dones  sobre  Monte  Ecclesia  y  sus  fieles servidores!

FRATERNIDAD  ROSACRUZ   MAX HEINDEL  (MADRID)
BOLETÍN INTERNO Nº 40 AÑO 2.001 - TERCER TRIMESTRE 
(Julio - Septiembre)

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