EL PASADO Y EL FUTURO
(Luis A. Blanco Andrés.- La Cabrera.- Madrid)
Habituados a lo cotidiano, damos por normales las circunstancias más asombrosas. Un sol amanece a diario y nosotros, que lo damos como seguro, nos preocupamos sin más de los asuntos ordinarios. Las marcadas diferencias de género, tanto físicas como psicológicas, no nos hacen reflexionar que hombres y mujeres presentamos una disparidad mayor que la existente entre las diversas razas humanas. Desde niños asistimos a ese viaje sin retorno que es como nuestra cultura presenta la muerte e incluso puede que de mayores aceptemos que la vida termina ahí.
Nada de esto fue siempre así. Hubo otros momentos en esta Tierra bien diferentes y aquel pasado nos ilumina un presente lleno de apariencia e ilusión. La evolución sigue un sendero en espiral, todo parece regresar aunque nunca exactamente
igual porque cuando Dios se manifiesta no gusta de estancamientos. Con paciencia y voluntad inagotables atrae todas sus criaturas hacia Sí hasta que las oleadas de espíritus engendrados alcanzan plena consciencia de su origen y desarrollan sus capacidades.
Un momento de esa espiral vio cómo la Tierra aún se encontraba dentro del sol. Siguiendo la terminología rosacruz, en la actual cuarta revolución del Periodo Terrestre. Amanecía la Época Polar. Aquella Humanidad (nosotros) era guiada por jerarquías de seres creadores con el propósito de construir sus vehículos y adquirir experiencia propia. Sólo disponía en realidad de uno, un tosco cuerpo físico poco organizado y con un único órgano sensorial que luego derivó en la glándula pineal. La conciencia era muy limitada, similar a la de un trance. Las tremendas vibraciones de aquel primer Sol físico, entonces como ahora fuente de toda vida, eran el campo de evolución. Los átomos no tenían la misma composición que en la relativamente fría tierra que ahora pisamos. Allí la materia se encontraba en un estado de fusión que la ciencia ha identificado con el nombre de plasma en el Sol. Imaginemos qué paz debía disfrutar el Ego apenas desprendido de su hacedor y cómo regresaremos en un futuro a esa paz, mejorada y acrecentada por el autoconocimiento.
La siguiente Época recibe el nombre de Hiperbórea. En ella las jerarquías añadieron un cuerpo vital al físico, la conciencia del Ego avanzó un grado y se asemejaba a un sueño profundo. La vida corría por aquellos cuerpos sin las restricciones
actuales tales como gravedad, enfermedad y desgaste producido por los deseos y pensamientos. Los cuerpos crecieron y se animaron. En aquel momento la Tierra se
separó del sol porque la línea de desarrollo de nuestra oleada de vida había cristalizado una porción del globo que fue arrojada al espacio y comenzó una existencia separada del Sol central, avanzando un paso más en la diferenciación y en la involución del espíritu en la materia. En lo substancial esta explicación coincide con las teorías científicas sobre el origen del planeta tierra. Algo similar ocurrió después con los elevados seres que habitan los planetas Venus y Mercurio.
A la Época Hiperbórea siguió la Época Lemúrica y las sabias entidades que guiaban al Ego en la construcción de los vehículos necesarios para la experiencia le ayudaron a formar el cuerpo de deseos. Hasta aquí el trabajo fue recapitulación y mejora de lo ya practicado en otras Revoluciones y Periodos anteriores. La adquisición de la mente fue el trabajo propio y original de la cuarta Revolución del Periodo Terrestre y permitió la individualización de los seres humanos así como la dirección del espíritu desde dentro de sus vehículos y no desde fuera como hasta entonces. Todo ello se manifestó claramente en la siguiente Época Atlante.
La mencionada Época Lemúrica conoció un cambio en la llegada de la fuerza vivificante solar. Parte de ella fue canalizada por la Luna que entonces se separó de la
Tierra y permitió la cristalización en cuerpos físicos, pues el plan divino empujaba sin cesar a la Humanidad hacia una mayor inmersión en la materia. La Luna es el hogar de los espíritus demasiado rezagados como para seguir el camino evolutivo de la mayoría en las vibraciones propias de nuestro planeta. Un nuevo equilibrio creador se estableció y marcó nuestra constitución y desarrollo según dice el axioma: “como arriba es abajo”.
Llegamos ahora al punto central de esta conferencia. La vida de los lemures es sumamente interesante porque, cuando avancemos en la espiral de la evolución, reviviremos parte de sus condiciones, con la inmensa ventaja de ser conscientes de lo interior y de lo exterior, conocedores del bien y del mal y con la fibra moral necesaria para obrar el bien. El lemur carecía de la conciencia de vigilia y del yo, que se desarrolló en la siguiente Época Atlante. Por el contrario, era un ser eminentemente
espiritual por no haberse sumergido aún en la materia hasta el grado actual. Apenas
percibía las formas físicas pero sentía con nitidez el lado interno de todo, a sus semejantes y a los seres evolucionados que los guiaban. Su consciencia era más bien un
sueño vívido y coherente que nuestro actual estado de vigilia. No precisaba religiones, creencias o explicaciones sobre los mundos superiores porque se le hacía evidente la
verdad de todo ello en su experiencia inmediata. Convivía con los dioses, puede decirse que era parte de ellos por su falta de diferenciación individual, y no había un ápice de malicia en él (si bien tampoco era virtuoso, semejante a un niño pequeño ignorante del bien y del mal). Ajeno a la enfermedad y la muerte, con una percepción confusa de lo físico, lo más que podía percibir era el desecho de un cuerpo gastado para adquirir otro sin sufrimiento, aislamiento o sentido de pérdida. Así, uno de los dolores mayores de la época presente ni se planteaba para aquellos seres.
Parte él mismo de las fuerzas de la naturaleza, creador e inconsciente a un tiempo, los sonidos emitidos por el lemur modificaban su cuerpo y su entorno y el
lenguaje era algo santo y nunca desperdiciado.
En relación con la polaridad Sol/Luna, que podríamos traducir como Voluntad e Imaginación, también los cuerpos se polarizaron en aquella época. La construcción del cerebro y la laringe para que los futuros atlantes recibieran la mente exigía la mitad de la fuerza creadora. Así la generación de cuerpos nuevos precisaba la combinación de dos seres con polaridad complementaria. Criatura dócil por falta de voluntad propia y sintonizada con las jerarquías que cuidaban su evolución, los lemures respondían a corrientes planetarias que los llevaban a generar cuerpos, guiados por los Ángeles y en el momento más adecuado, sin mayor dolor por su parte.
Sin divisiones, razas o grupos, el lemur vivía de hecho en una Fraternidad Universal en la que era inimaginable el enfrentamiento y separación que luego vendrían.
Una vez aprendamos las lecciones presentes recuperaremos algunas de las maravillosas condiciones de vida de la Época lemúrica no como repetición de un
círculo sin fin sino como perfeccionamiento de una Humanidad enriquecida por la conciencia del Yo, con una mente espiritualizada y con la inapreciable virtud que ha de sustituir a la primitiva inocencia.
Boletín Nº 36 AÑO 2.000 - TERCER TRIMESTRE
(Julio-Setiembre) FRATERNIDAD ROSACRUZ MAX HEINDEL (MADRID)
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