martes, 10 de marzo de 2015

El pasado y el futuro.



EL  PASADO  Y  EL  FUTURO
(Luis A. Blanco Andrés.- La Cabrera.- Madrid)
 
            Habituados  a  lo  cotidiano,  damos  por  normales  las  circunstancias  más asombrosas.  Un  sol  amanece  a  diario  y  nosotros,  que  lo  damos  como  seguro,  nos preocupamos  sin  más  de  los  asuntos  ordinarios.  Las  marcadas  diferencias  de  género, tanto  físicas  como  psicológicas,  no  nos  hacen  reflexionar  que  hombres  y  mujeres presentamos  una  disparidad  mayor  que  la  existente  entre  las  diversas  razas  humanas. Desde niños asistimos a ese viaje sin retorno que es como nuestra cultura presenta  la muerte e incluso puede que de mayores aceptemos que la vida termina ahí.

            Nada  de  esto  fue  siempre  así.  Hubo  otros  momentos  en  esta  Tierra  bien diferentes  y  aquel  pasado  nos  ilumina  un  presente  lleno  de  apariencia  e  ilusión.  La evolución sigue un sendero en espiral, todo parece regresar aunque nunca exactamente 
igual porque cuando  Dios  se  manifiesta  no gusta  de  estancamientos.  Con  paciencia  y voluntad inagotables atrae todas sus criaturas hacia Sí hasta que las oleadas de espíritus engendrados alcanzan plena consciencia de su origen y desarrollan sus capacidades. 
            Un momento de esa espiral vio cómo la Tierra  aún se encontraba dentro del sol. Siguiendo la terminología rosacruz, en la actual cuarta revolución del Periodo Terrestre. Amanecía la Época Polar. Aquella Humanidad (nosotros) era guiada por  jerarquías de seres  creadores  con  el  propósito  de  construir  sus  vehículos  y  adquirir  experiencia propia. Sólo disponía en realidad de uno, un tosco cuerpo físico poco organizado y con un único órgano sensorial que luego derivó en la glándula pineal. La conciencia era muy limitada, similar a la de un trance. Las tremendas vibraciones de aquel primer Sol físico, entonces como ahora fuente de toda vida, eran el campo de evolución. Los átomos no tenían la misma composición que en la relativamente fría tierra que ahora pisamos. Allí la  materia  se  encontraba  en  un estado  de  fusión  que  la  ciencia  ha  identificado  con  el nombre  de  plasma  en  el  Sol.  Imaginemos  qué  paz  debía  disfrutar  el  Ego  apenas  desprendido  de  su  hacedor  y  cómo  regresaremos  en  un  futuro  a  esa  paz,  mejorada  y acrecentada por el autoconocimiento. 
            La  siguiente  Época  recibe  el  nombre  de  Hiperbórea.  En  ella  las  jerarquías añadieron  un  cuerpo  vital  al  físico,  la  conciencia  del  Ego  avanzó  un  grado  y  se asemejaba a un sueño profundo. La vida corría por aquellos cuerpos sin las restricciones 
actuales  tales  como  gravedad,  enfermedad  y  desgaste  producido  por  los  deseos  y pensamientos.  Los  cuerpos  crecieron  y  se  animaron.  En  aquel  momento  la  Tierra  se 
separó del sol porque la línea de desarrollo de nuestra oleada de vida había cristalizado una porción del globo que fue arrojada al espacio y comenzó una existencia separada del  Sol  central,  avanzando  un  paso  más  en  la  diferenciación  y  en  la  involución  del espíritu  en  la  materia.  En  lo  substancial  esta  explicación  coincide  con  las  teorías científicas  sobre  el  origen  del  planeta  tierra.  Algo  similar  ocurrió  después  con  los elevados seres que habitan los planetas Venus y Mercurio.

            A  la  Época  Hiperbórea  siguió  la  Época  Lemúrica  y  las  sabias  entidades  que guiaban  al  Ego  en  la  construcción  de  los  vehículos  necesarios  para  la  experiencia  le ayudaron a formar el cuerpo de deseos. Hasta aquí el trabajo fue recapitulación y mejora de lo ya  practicado en otras Revoluciones y Periodos anteriores. La adquisición de la mente fue el trabajo propio y original de la cuarta Revolución del Periodo Terrestre  y permitió  la  individualización  de  los  seres  humanos  así  como  la  dirección  del  espíritu desde  dentro  de  sus  vehículos  y  no  desde  fuera  como  hasta  entonces.  Todo  ello  se manifestó claramente en la  siguiente Época Atlante. 
            La mencionada Época Lemúrica conoció un cambio en la llegada de la fuerza vivificante solar. Parte de ella fue canalizada por la Luna que entonces se separó de la 
Tierra y permitió la cristalización en cuerpos físicos, pues el plan divino empujaba sin cesar a la Humanidad hacia una mayor inmersión en la materia.  La Luna es el hogar de los espíritus demasiado rezagados como para seguir el camino evolutivo de la mayoría en las vibraciones propias de nuestro planeta. Un nuevo equilibrio creador se estableció y marcó nuestra constitución y desarrollo  según dice el axioma: “como arriba es abajo”. 
            Llegamos ahora al punto central de esta conferencia. La vida de los lemures es sumamente  interesante  porque,  cuando  avancemos  en  la  espiral  de  la  evolución, reviviremos parte de sus condiciones, con la inmensa ventaja de ser  conscientes de lo interior y de lo exterior, conocedores del bien y del mal y con la fibra moral necesaria para  obrar  el  bien.  El  lemur  carecía  de  la  conciencia  de  vigilia  y  del  yo,  que  se desarrolló  en  la  siguiente  Época  Atlante.  Por  el  contrario,  era  un  ser  eminentemente
espiritual  por  no  haberse  sumergido  aún  en  la  materia  hasta  el  grado  actual.  Apenas
percibía  las  formas  físicas  pero  sentía  con  nitidez  el  lado  interno  de  todo,  a  sus semejantes y a los seres evolucionados que los guiaban. Su consciencia era más bien un
sueño vívido y coherente que nuestro actual estado de vigilia. No precisaba religiones, creencias  o  explicaciones  sobre  los  mundos  superiores  porque  se  le  hacía  evidente  la 
verdad de todo ello en su experiencia inmediata. Convivía con los dioses, puede decirse que era parte de ellos por su falta de diferenciación individual, y no había un ápice de malicia en él (si bien tampoco era virtuoso, semejante a un niño pequeño ignorante del bien y del mal). Ajeno a la enfermedad y la muerte, con una percepción confusa de lo físico, lo más que podía percibir era el desecho de un cuerpo gastado para adquirir otro sin sufrimiento, aislamiento o sentido de pérdida. Así, uno de los dolores mayores de la  época presente ni se  planteaba para aquellos seres.

            Parte  él  mismo  de  las  fuerzas  de  la  naturaleza,  creador  e  inconsciente  a  un tiempo,  los  sonidos  emitidos  por  el  lemur  modificaban  su  cuerpo  y  su  entorno  y  el 
lenguaje era algo santo y nunca desperdiciado. 
            En relación con la polaridad Sol/Luna, que podríamos traducir como Voluntad e Imaginación, también los cuerpos se polarizaron en aquella época. La construcción del cerebro y la laringe para que los futuros atlantes recibieran la mente exigía la mitad de la  fuerza  creadora.  Así la  generación  de cuerpos  nuevos  precisaba  la  combinación  de dos seres con polaridad complementaria. Criatura dócil por falta de voluntad propia y sintonizada  con  las  jerarquías  que  cuidaban  su  evolución,  los  lemures  respondían  a corrientes planetarias que los llevaban a generar cuerpos, guiados por los Ángeles y en el momento más adecuado, sin mayor dolor  por su parte.

            Sin  divisiones,  razas  o  grupos,  el  lemur  vivía  de  hecho  en  una  Fraternidad Universal en la que era inimaginable el enfrentamiento y separación que luego vendrían. 
            Una  vez  aprendamos  las  lecciones  presentes  recuperaremos  algunas  de  las maravillosas  condiciones  de  vida  de  la  Época  lemúrica  no  como  repetición  de  un
círculo  sin  fin  sino  como  perfeccionamiento  de  una  Humanidad  enriquecida  por  la conciencia del Yo, con una mente espiritualizada y con la inapreciable virtud que ha de sustituir a la primitiva inocencia. 


Boletín Nº 36 AÑO 2.000 - TERCER TRIMESTRE 
(Julio-Setiembre) FRATERNIDAD ROSACRUZ  MAX HEINDEL (MADRID) 


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