martes, 27 de enero de 2015

Muerte y Purgatorio


MUERTE Y PURGATORIO

En esa forma construye y siembra el hombre hasta el momento en que la muerte llega. Entonces, la hora de la siembra y los períodos de crecimiento y madurez han pasado. Cuando viene el espectro esquelético de la Muerte ha llegado el tiempo de la recolección. La forma de la Muerte con su guadaña y su reloj de arena es un buen símbolo. El esqueleto simboliza la parte relativamente permanente del cuerpo. La guadaña representa el hecho de que esa parte permanente que está a punto de ser recolectada por el espíritu es el fruto de la vida que ahora termina. El reloj de arena en su mano indica que la hora no sonará hasta que todo el curso haya pasado en armonía con leyes invariables. Cuando llega ese momento, los vehículos se separan. Como su vida en el Mundo Físico ha terminado por ahora, ya no es necesario para el hombre el retener su cuerpo denso. El cuerpo vital, que como ya explicamos, pertenece al Mundo Físico, se retira por la cabeza, dejando al cuerpo denso inanimado.



Los vehículos superiores -- vital, de deseos y mental -- pueden verse abandonando al cuerpo denso con un movimiento de espiral, llevando consigo el alma de un átomo denso. No el átomo en sí mismo, sino las fuerzas que obraban a través de él. El resultado de las experiencias pasadas en el cuerpo denso durante la vida que acaba de terminar se ha impreso sobre ese átomo especial. Mientras que todos los demás átomos del cuerpo denso se han ido renovando de vez en cuando, este átomo permanente ha subsistido. Y a permanecido estable, no solamente a través de una sola vida, sino que ha formado parte de todos los cuerpos densos empleados por un Ego particular. A la muerte, dicho átomo es retirado únicamente para despertar de nuevo en la aurora de otra vida física, sirviendo así como núcleo en torno del cual se construirá el nuevo cuerpo denso para ser empleado por el mismo Ego. Por lo tanto, se le llama, el "átomo simiente". Durante la vida, "el átomo simiente" está situado en el ventrículo izquierdo del corazón, cerca del ápice. Al ocurrir la muerte, dicho átomo simiente sube al cerebro por medio del nervio pneumogástrico abandonando el cuerpo denso, junto con los vehículos superiores, por medio de la comisura de los huesos parietal y occipital. 



Cuando los vehículos superiores han dejado el cuerpo denso, permanecen todavía conectados con él por medio de una serie de cordón o hilo, vibrante, plateado, muy parecido a dos números 6 unidos y puestos al revés, el uno en posición vertical y el otro horizontal, conectado ambos por las extremidades de sus horquillas. (Véase el diagrama 5A.) Un extremo está unido al corazón por medio del átomo- simiente y la rotura de aquél produce la paralización del corazón. El cordón no se rompe hasta que el panorama de la pasada vida, contenido en el cuerpo vital, ha sido contemplado.




Diagrama 5A: El Cordon Plateado

Debe tenerse mucho cuidado, sin embargo, de no quemar o embalsamar el cuerpo hasta que hayan pasado tres días, por lo menos, después de la muerte; porque mientras el cuerpo vital está con los vehículos superiores, y éstos permanezcan unidos aún al cuerpo denso por medio del cordón plateado, cualquier examen post-mortem o herida que se haga al cuerpo denso será sentida, en cierto grado, por el hombre.

La cremación debe ser abolida especialmente en los tres primeros días después de la muerte, porque tiende a desintegrar el cuerpo vital, cuerpo que debe permanecer intacto hasta que el panorama de la vida que acaba de terminar se haya impreso en el cuerpo de deseos.

El cordón plateado se rompe en el punto donde los 6 se unen, permaneciendo la mitad con el cuerpo denso y la otra mitad con los vehículos superiores. En cuanto se rompe ese cordón, el cuerpo denso está completamente muerto.

A principios de 1906 el doctor Mac Dougall hizo una serie de experimentos en el Hospital General de Massachusetts, para determinar si era posible, si algo invisible de ordinario dejaba el cuerpo al morir. Con este propósito construyó una balanza capaz de registrar hasta un décimo de onza.

La persona agonizante, metida en su lecho, fue colocada en uno de los platillos de la balanza, la que fue equilibrada colocando pesas en el platillo opuesto. En todos los casos se notó que en el preciso momento en que la persona agonizante exhalaba su último aliento, el platillo que contenía las pesas descendía súbitamente, elevándose, por consiguiente, el lecho con el cuerpo situado en el otro platillo, mostrando así que algo invisible, pero ponderable y pesado, había dejado el cuerpo. En seguida los diarios anunciaron a todo viento que el doctor Mac Dougall había "pesado el alma".

El ocultismo acoge alegremente los descubrimientos de la ciencia moderna, porque invariablemente corrobora lo que aquel había ya promulgado mucho tiempo antes. Los experimentos del doctor Mac Dougall mostraron concluyentemente que invisible a la vista ordinaria abandonaba el cuerpo al morir, como lo ven los clarividentes desarrollados y como se ha indicado en conferencias y obras literarias muchos años antes del descubrimiento del doctor Mac Dougall.


Pero ese "algo" invisible no es el alma. Hay una gran diferencia. Los reporteros hicieron conclusiones prematuras cuando aseguraron que los científicos habían "pesado el alma". El alma pertenece a reinos superiores y no puede pesarse en balanzas físicas aunque estas pudieran registrar la millonésima parte de un gramo en vez de un décimo de onza. 



Lo que los científicos pesaron fue el cuerpo vital. Está formado por los cuatro éteres y pertenece al Mundo Físico. 



Como hemos visto, cierta cantidad de ese éter está "superpuesto" sobre el éter que envuelve cada partícula del cuerpo humano y permanece confinado allí durante la vida del cuerpo físico, aumentando ligeramente el peso del cuerpo denso de las plantas, de los animales y del hombre. A la muerte se escapa; y de ahí la disminución de peso notada por el doctor citado, cuando morían las personas con quienes experimentaba. 



El doctor Mac Dougall también utilizó sus balanzas para pesar animales agonizantes. No se notó disminución alguna aunque uno de aquellos animales era un perro de San Bernardo. entonces se afirmó que los animales no tenían alma. Un poco más tarde, sin embargo, el profesor La V. Twining, jefe del Departamento Científico de la Escuela Politécnica de Los Angeles, hizo experimentos con ratones y gatitos, que encerró en frascos de cristal herméticamente cerrados. Sus balanzas fueron las más sensibles que se pudieron conseguir, y el todo fue metido dentro de una gran caja de cristal de la que se había sacado toda la humedad. Se vio que todos los animales perdían peso al morir. Una ratita que pesaba 12 gramos 886, perdió súbitamente 3,1 miligramos al morir. 



Un gatito empleado en otro experimento perdió cien miligramos al agonizar, y al lanzar el último aliento perdió sesenta miligramos más. Después de eso siguió perdiendo peso muy lentamente debido a la evaporación. 



Así que las enseñanzas de la ciencia oculta respecto a la posesión de cuerpos vitales por los animales fueron también vindicadas, cuando se emplearon balanzas suficientemente sensibles, y en el caso mencionado en primer término, en el que las balanzas no-sensibles no indicaron disminución alguna al morir el perro de San Bernardo, muestra que el cuerpo vital de los animales es proporcionalmente más ligero que el del hombre. 



Cuando el cordón plateado se rompe en el corazón, y el hombre se ha liberado de su cuerpo denso, llega el momento de la mayor importancia para el Ego, y nunca se repetirá suficientemente a las personas de la familia de un agonizante que es un crimen contra el alma del que se va el entregarse a manifestaciones y lamentaciones de dolor, porque precisamente entonces aquella alma está enfrente a un asunto de suprema importancia, y la mayor parte del valor de su vida pasada depende de la atención que pueda prestar en ese acto. Esto se aclarará más cuando describamos la vida del hombre en el Mundo del Deseo. 



Es también un crimen contra el agonizante el administrarle estimulantes que tienen el efecto de forzar a los vehículos superiores a entrar nuevamente en el cuerpo denso como un alud produciendo un choque enorme en el hombre.. No es tortura ni dolor alguno el pasar al más allá; la tortura es obligar al alma a entrar de nuevo en el cuerpo para seguir sufriendo. Algunos de los que fallecieron han dicho a los investigadores, "que en ese modo los habían tenido sufriendo varias horas y que rogaban a sus familiares que cesaran en su mal entendido cariño y los dejaran morir". 



Cuando el hombre está libre del cuerpo denso que fue el más pesado obstáculo para su poder espiritual (parecido a los guantes gruesos en la mano del músico de nuestro ejemplo anterior), su poder espiritual vuelve a él de nuevo, en cierto grado, y puede leer las imágenes en el polo negativo del éter reflector de su cuerpo vital, que es el asiento de la memoria subconsciente. 



Su vida pasa toda ante su vista como un panorama, presentándose los sucesos en orden inverso. Los incidentes de los días que precedieron a la muerte se presentan primero y así hacia atrás a través de la virilidad, juventud, niñez e infancia. Todo se registra. 



El hombre permanece como espectador ante ese panorama de su vida pasada. Ve las cosas conforme pasan y se van imprimiendo en sus vehículos superiores, pero no le afectan, se siente impasible ante ellas en aquellos momentos. Eso está reservado para cuando llegue la hora de entrar en el Mundo del Deseo, que es el mundo del sentimiento y de la emoción. Durante el proceso mencionado se encuentra en la Región Etérica del Mundo Físico. 



Este panorama dura desde unas cuantas horas, hasta varios días, dependiendo del tiempo que una persona pueda mantenerse despierta, cuando es necesario. Algunos pueden mantenerse despiertos únicamente doce horas, o menos aún; otros pueden hacerlo así, según la ocasión, por cierto número de días, pero tanto tiempo como el hombre pueda permanecer despierto, permanece también el panorama. 



Este hecho de la vida que sigue a la muerte es parecido al que tiene lugar cuando uno se ahoga o se cae de una altura. En tales casos el cuerpo vital abandona también el cuerpo denso y el hombre ve su vida en un relámpago, porque pierde la conciencia en seguida. Por su puesto, el "cordón plateado" no se rompe, pues de lo contrario no habría resurrección posible. 



Cuando la resistencia del cuerpo vital ha llegado a su límite, se paraliza en la forma descripta cuando consideramos el fenómeno del sueño. Durante la vida física, cuando el Ego gobierna sus vehículos, esta paralización termina las horas de vigilia; después de la muerte esa paralización del cuerpo vital termina el panorama y fuerza al hombre a entrar en el Mundo del Deseo. El cordón plateado se corta en el sitio donde los dos "6" se unen (Véase el diagrama 5A), y la misma división se efectúa durante el sueño, pero con esta diferencia importante: que aunque el cuerpo vital vuelve hacia el cuerpo denso, ya no lo interpenetra más, sino que simplemente flota sobre él, permanece flotando sobre el cadáver, disgregándose sincrónicamente con el vehículo denso. De aquí que para el clarividente desarrollado, un cementerio sea un espectáculo nauseabundo y bastaría conque algunas personas más pudieran verlo, para que no se necesitara mayor argumentación para inducirnos a cambia el malsano antihigiénico método de enterrar a los muertos, por el más racional de la cremación, que devuelve los elementos a su condición primordial, sin que ocurra ninguna cosa objetable y los desagradables incidentes del proceso de disgregamiento lento. 



Al dejar el cuerpo vital el proceso es muy parecido al que se verifica al dejar el cuerpo denso. Las fuerzas de vida de un átomo se llevan para ser empleadas como núcleo del cuerpo vital en la futura encarnación. En esta forma, al entrar el hombre en el Mundo del Deseo lleva consigo los átomos- simiente de los cuerpos vital y denso, además del cuerpo de deseos y la mente. 



Si el difunto pudiera dejar tras sí todos sus deseos, se desprendería bien pronto del cuerpo de deseos, quedando así libre para entrar en el Mundo Celeste; pero no sucede así generalmente. La mayoría de los hombres, especialmente si mueren en la primavera de su vida, tienen muchos lazos y mucho interés por la vida de la tierra. Al perder su cuerpo físico, no por eso han alterado sus deseos. Y, en realidad, muy a menudo sus deseos son aumentados por un anhelo intensísimo de volver. Y esto obra sujetándolos más al Mundo del Deseo en una forma poco agradable, aunque desgraciadamente no lo comprendan así. Por otra parte, las personas viejas y decrépitas, y todos los que han sido debilitados por una larga enfermedad y están cansados en la vida, pasan por el rápidamente.



Esto se comprenderá mejor por la siguiente ilustración: una semilla se separa fácilmente del fruto maduro, pues la pulpa no se adhiere a ella, mientras que en una fruta verde la semilla se aferra con tenacidad a la carne. Compréndese entonces que es muy duro para las personas el verse privadas de su cuerpo por un accidente, mientras se encuentran en la plenitud de sus fuerzas y salud físicas, embarcadas bajo muchos aspectos en las actividades de la vida física, ligadas por los lazos matrimoniales, de familia, de relaciones, de amigos y parientes y en la realización de negocios y placeres. 



El suicida, que trató de huir de la vida, únicamente encuentra que está más vivo que nunca, y en el más lastimoso estado. Puede observar a aquellos a quienes ha perjudicado quizás por su acto y lo que es peor de todo, es que tiene un inexpresable sentimiento de "vacuidad", de estar "ahuecado" o "vacío". La parte del aura ovoide en la que generalmente está el cuerpo denso, está vacía, y aunque el cuerpo de deseos ha tomado la forma del cuerpo denso perdido, se siente como si fuera una cáscara vacía, porque el arquetipo creador del cuerpo en la Región del Pensamiento Concreto persiste como molde vacío, por decirlo así, durante tanto tiempo como debió vivir el cuerpo denso. Cuando una persona muere de muerte natural, aunque sea en los albores de su vida, la actividad del arquetipo cesa y el cuerpo de deseos se ajusta por sí mismo como para ocupar la forma por completo; pero en el caso del suicida, el espantoso sentimiento de "vacío" permanece hasta que llega el tiempo en el que, por el curso natural de los acontecimientos, debió ocurrir su muerte. 



Mientras el hombre mantenga deseos relacionados con la vida terrestre, debe permanecer en su cuerpo de deseos; y como el progreso del individuo requiere que éste pase por las Regiones Superiores, la existencia en el Mundo del Deseo debe ser forzosamente purgadora, tendiendo a purificarlo de las cadenas de sus deseos. El como se efectúa, será bien comprendido tomando algunos ejemplos definidos. 



El avaro que ama su oro en la vida terrestre lo sigue amando igual después de la muerte; pero en primer lugar, no puede adquirir más, porque no tiene cuerpo denso a su disposición para adquirirlo y, lo que es peor de todo, ya no puede guardar lo que acumuló durante su vida. Probablemente irá y rondará su caja de caudales y observará sus queridos tesoros y sus sacos de dinero, pero sus herederos aparecerán quizás y con expansiones de alegría hablarán del "loco avaro" (a quien no ven, pero que son vistos y oídos por este último), abrirán su caja, y aun cuando aquel se arroje sobre aquella para protegerla, ellos echarán mano al dinero, sin imaginarse siquiera que el avaro anda por allí, y lo gastarán a pesar de los sufrimientos y la imponente rabia del que lo atesoró. 



Sufrirá intensamente, sus sufrimientos serán tanto más terribles porque no son completamente mentales, pues el cuerpo denso obstaculiza el sufrimiento hasta cierto punto. En el Mundo del Deseo este sufrimiento tiene amplia expansión y el mísero sufrirá hasta que aprenda que el oro puede ser una calamidad o un azote. En esta forma se va contentando gradualmente con su suerte y se liberta, por último, de su cuerpo de deseos y puede seguir adelante. 



Tomemos el caso de un bebedor Tiene tanto gusto por los licores después de su muerte como antes de ella. No es el cuerpo denso el que le pide la bebida. Se ha enfermado por el alcohol y no puede pasar sin él. Vanamente protestará de maneras diversas, pero el cuerpo de deseos del bebedor exigirá la bebida y obligará al cuerpo denso a tomarla, apara que así resulte una sensación de placer, pues aquel producto aumenta la vibración. Este cuerpo de deseos subsiste después de la muerte del cuerpo denso; pero el bebedor que se encuentra en su cuerpo de deseos no tiene ni boca ni estómago capaces de contener licores físicos. Puede, y así lo hace, ir a los bares o cafés donde interpola su cuerpo dentro del de los bebedores para aprovecharse así un tanto de sus vibraciones por inducción; pero esto es demasiado débil como para darle satisfacción. Puede meterse en un tonel de aguardiente; pero esto tampoco le da resultado porque en un barril no se producen vapores que sólo se generan en los órganos digestivos del bebedor. No tienen el menor efecto sobre él y se encuentra en parecidas circunstancias a las que se encuentra el hombre que en un barquichuelo estuviera en medio del océano: "agua, agua por doquier, pero ni una sola gota para beber", y, en consecuencia, sufre intensamente. Con el tiempo, aprende, sin embargo, la inutilidad de desear bebidas que no puede saborear. De la misma manera como sucede con muchos de nuestros deseos en la vida terrestre, todos los deseos en el Mundo del Deseo mueren por falta de oportunidad para satisfacerlos. Cuando el bebedor ha sido así purgado, está pronto, en lo que concierne a esa costumbre, para dejar el estado de "purgatorio" y ascender al mundo celeste. 



Vemos pues que no hay tal Deidad vengativa que ha hecho el purgatorio o el infierno para nosotros, sino que los creadores de estos han sido nuestros propios actos y malos hábitos. De acuerdo con la intensidad de nuestros deseos será el tiempo que tengamos que sufrir para su purificación. En los casos mencionados no hubiera habido el menor sufrimiento para el bebedor por haber perdido sus posesiones materiales. Si hubiera tenido algunas, no se hubiera cuidado de ellas. Ni tampoco le habría causado el menor sufrimiento al avaro al encontrarse privado de alcoholes embriagantes. Podríase afirmar que nada le hubiera importado que no existiera ni una sola gota de licor en el mundo. Pero sí se preocupó por su oro y el borracho por su bebida, así la inconmovible ley da a cada uno lo que necesita para purificarse de sus intensos deseos y malos hábitos. 



Esta es la ley que está señalada por la guadaña de la gran segadora, la Muerte; la ley dice: " aquello que el hombre siembre, eso mismo recogerá". Esta es la ley de la Causa y Efecto que regula todas las cosas, restableciendo el equilibrio, aún donde el menor acto haya producido una perturbación, desequilibrio que todos los actos producen. El resultado puede manifestarse inmediatamente o puede ser demorado durante años o vidas enteras; pero algún día en alguna parte se hará la justa y equivalente retribución. El estudiante debe notar muy especialmente que el trabajo de la ley es completamente impersonal. En el universo no existe ni recompensa ni castigo. Todo es el resultado de la ley invariable. La acción de esta ley se dilucidará completamente en el próximo capítulo, donde la veremos asociada a otra Gran Ley del Cosmos, que también opera en la evolución del hombre. La ley que estamos considerando ahora es la ley de Consecuencia. 



En el Mundo del Deseo obra purificando o purgando al hombre de sus deseos inferiores, corrigiendo las debilidades y vicios que obstaculizan su progreso, haciéndolo sufrir de la manera más adaptada a ese propósito. Si ha hecho sufrir a otros o se ha portado injustamente con ellos, tendrá que sufrir de idéntica manera. Pero debe notarse, sin embargo, que si una persona ha estado sujetada por sus vicios o ha hecho mal a otros, pero a conseguido al fin dominar aquéllos o se ha arrepentido y en lo posible remediado el mal causado, tal arrepentimiento, reforma y restitución, lo ha purificado de esos vicios y malas acciones. 



El equilibrio se ha restablecido, y la lección se ha aprendido durante esa encarnación y, por lo tanto, no causará sufrimiento después de la muerte. 



En el Mundo del Deseo se vive tres veces más rápidamente que en el Mundo Físico. Un hombre que haya vivido cincuenta años en el Mundo Físico viviría los mismos sucesos en el Mundo del Deseo en unos dieciséis años. Esto es, por supuesto, generalmente hablando. Hay personas que permanecen en el Mundo del Deseo mucho más tiempo del que pasaron en su vida física. Otras, por el contrario, que han abandonado la vida con muy pocos deseos groseros, pasan por ese Mundo en un período de mucho más corto, pero el tiempo indicado es el usual en lo que se refiere al hombre corriente del día. 



Debe recordarse que conforme el hombre deja el cuerpo denso al morir, su vida pasada se despliega ante él en imágenes, pero que entonces no siente nada por ellas. 



Mas, durante su vida en el Mundo del Deseo estas imágenes de Vida se despliegan hacia atrás, como antes; pero ahora tiene el hombre todos los sentimientos que le es posible tener conforme las escenas van pasando una por una ante él. Cada incidente de su pasada vida vuelve a ser vivido de nuevo. Cuando ha llegado al punto en que se ha injuriado a alguien, el mismo sufre el dolor que sufrió la persona injuriada. Vive toda la aflicción y el sufrimiento que causó a los demás y aprende cuan dura de soportar fue la herida o aflicción que el causó. Además, existe el hecho ya mencionado de que el sufrimiento es mucho más intenso, porque ya no hay cuerpo denso que lo mitigue un tanto. Quizá por eso está disminuida la duración de la vida a un tercio allí. El sufrimiento pierde en duración lo que gana en intensidad. Las medidas de la Naturaleza son maravillosamente justas y ciertas. 



Hay otra característica peculiar a esa fase de la existencia post-mortem que está íntimamente relacionada con el hecho ya mencionado de que la distancia está casi suprimida en el Mundo del Deseo. Cuando un hombre muere , le parece que surge en su cuerpo vital; que crece inmensamente hasta adquirir proporciones colosales. Este sentimiento es debido, no a que el cuerpo crezca realmente, sino a que las facultades perceptivas reciben tantas impresiones de tantas fuentes que parece que todas están a mano. Y lo mismo sucede con el cuerpo de deseos. Al hombre le parece que está presente ante todos aquellos con los cuales sus relaciones en la tierra fueron de manera tal que necesitan corrección. Si ha injuriado a un hombre en San Francisco y a otro en Nueva York, sentirá como si una parte de su ser estuviera en cada una de esas ciudades. Esto le produce un sentimiento inexplicable de estar hecho pedazos. 



El estudiante comprenderá ahora la importancia del panorama de la vida pasada durante la existencia purgatorial, en la que este programa se realiza en sentimientos definidos. Si se le dejara tranquilo, sin perturbarlo, al morir, la impresión de aquel se realizará en toda su plenitud, clara y profundamente, en el cuerpo de deseos, lo que haría la vida en el Mundo del Deseo mucho más vívida y consciente, y la purificación sería más perfecta que sí, debido a los lamentos por parte de de los que rodean su lecho de muerte durante el período de tres días mencionado, el hombre solo pudiera tener una impresión vaga de su vida pasada. El espíritu que ha grabado en su cuerpo de deseos un recuerdo claro y profundo comprenderá los errores de su vida pasada mucho más clara y definidamente que si las imágenes fuesen borrosas, debido a que la atención individual ha sido distraída por los lamentos y sufrimientos de los que lo rodeaban. Sus sentimientos concernientes a las cosas que causan su sufrimiento actual en el Mundo del Deseo serán mucho más definidos si se graban profundamente por medio de una impresión panorámica clara y distinta que si la duración de aquel proceso fuera corta. 



Este sentimiento agudo, preciso, es de un valor inmenso en las vidas futuras. Estampa sobre el átomo-simiente del cuerpo de deseos una impresión imborrable. Las experiencias se olvidarán en las vidas futuras, pero el sentimiento subsistirá. Cuando se presenten nuevas oportunidades para repetir los errores de nuestras vidas pasadas, este sentimiento nos hablará con toda claridad y de manera inequívoca. Es "esa voz perenne y constante" que nos quema aunque no sepamos por qué; pero cuanto más claro y definido haya sido el panorama de nuestras vidas pasadas, tanto más a menudo, fuerte y clara oiremos esa voz. Vemos pues, cuan importante es que permitamos al espíritu agonizante morir con toda calma y quietud. Haciéndolo así ayudarémosle a recoger el más grande beneficio de la vida que acabó, a suprimir en el futuro los mismos errores; en tanto que nuestras lamentaciones egoístas e histéricas pueden privarlo de gran parte del valor de la vida que acaba de concluir. 



El objeto del purgatorio es el borrar los malos hábitos haciendo imposible su gratificación. El individuo sufre exactamente lo que ha hecho sufrir a otros con su deshonestidad, crueldad, intolerancia o lo que fuere. Por este sufrimiento aprende a obrar cariñosa, honesta y benévolamente y con toda paciencia para los demás en el futuro. como consecuencia de este beneficioso estado, el hombre aprende el valor de la virtud y de la acción justa y recta. Cuando renace está libre de malos hábitos , o, por lo menos, las malas acciones que cometa son producto de su voluntad libre. 



La tendencia a repetir el mal de sus vidas pasadas subsiste, porque debemos aprender a obrar con rectitud, conscientemente y por propia voluntad. Ocasionalmente estas tendencias nos tientan, proporcionándonos así oportunidades de dominarnos a nosotros mismos e inclinarnos hacia la virtud y la compasión, y oponernos a la crueldad y al vicio. Pero para indicarnos la rectitud en el obrar y ayudarnos a resistir los sofismas e impulsos de la atención tenemos el sentimiento que resulta de la purificación de los malos hábitos y la expiación de los malos actos de nuestras vidas pasadas. Si escuchamos esa voz y nos abstenemos del mal que nos tentaba, la tentación cesa. Nos liberamos de ella para siempre. Si caemos de nuevo, experimentaremos un sufrimiento aún mucho más agudo que antes, hasta que aprendamos a vivir la Regla de Oro, porque el destino de los transgresores es muy duro. Y aún así no hemos llegado todavía al fin. Hacer el bien a los demás porque deseamos que ellos nos lo hagan a nosotros es esencialmente egoísta. A su debido tiempo deberemos aprender a hacer el bien sin mirar cómo nos tratan los demás; como Cristo dijo, debemos amar a nuestros enemigos. 



Hay un beneficio inestimable en conocer el método y objeto de esta purificación, porque así nos es posible adelantarnos a ella viviendo nuestro purgatorio aquí y ahora, día a día, avanzando mucho más a prisa que lo que sería posible de otra manera. Se aconseja u ejercicio1 e la última parte de esta obra, cuyo objeto es la purificación como ayuda para el desarrollo de la visión espiritual. Consiste en meditar sobre los acontecimientos del día al retirarse por la noche. Contémplese cada incidente del día en orden inverso, fijándose especialmente en su aspecto moral, considerando dónde y cuándo se obró con rectitud o erróneamente en cada caso particular, en pensamiento, palabra y obra. Juzgándonos así cada día, tratando de corregir los errores y las malas obras, acortaremos materialmente y quizás hasta suprimiremos la necesidad del purgatorio y podremos pasar directamente al primer cielo después de la muerte. Si de esta manera nos sobreponemos a nuestras debilidades, también hacemos un adelanto material en la escuela de la evolución. Aunque fracasemos en corregir nuestras acciones derivaremos, sin embargo, un enorme beneficio en juzgarnos, generando aspiraciones hacia el bien, las que a su debido tiempo se traducirán en rectitud de obrar. 



Al examinar los sucesos del día y lamentarnos de lo mal hecho, no debemos olvidar el aprobar impersonalmente el bien que hayamos hecho y determinarnos a obrar aún mejor. De esta manera fortificamos el bien por la aprobación, así como debilitamos el mal por la reprobación. 



El arrepentimiento y la reforma son también factores poderosos para acortar la existencia en el purgatorio, porque la Naturaleza nunca gasta esfuerzos en procesos inútiles. Cuando comprendemos el error de ciertos hábitos o actos de nuestra vida pasada y nos determinamos a borrarlos o a deshacer el mal hecho, expurgamos las imágenes de ellos de nuestra memoria subconsciente y ya no estarán allí para juzgarnos después de la muerte. Aun cuando no podamos restituir o recompensar el mal hecho, la sinceridad de nuestro dolor bastará. La Naturaleza no tiene por fin el desquite. Puede recompensarse a nuestra víctima en otra forma. 



Muchos progresos ordinariamente reservados para las vidas futuras serán hechos por el hombre que se tome el trabajo de examinar y juzgarse a sí mismo, desalojando los vicios y reformando su carácter. Esta práctica es muy recomendable. Es quizás la enseñanza más importante de esta obra.


del libro Concepto Rosacruz del Cosmos de Max Heindel




http://homenajealconceptorosacruzdelcosmos.blogspot.com.ar/2012/01/muerte-y-purgatorio.html

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