jueves, 1 de enero de 2015

La responsabilidad del conocimiento




CAPITULO XXV

LA RESPONSABILIDAD DEL CONOCIMIENTO

En los tiempos primitivos cuando empezábamos nuestras vidas como seres humanos
teníamos poquísima experiencia y por consiguiente nuestra responsabilidad era mínima
también. La responsabilidad depende de lo que uno sabe. Los animales no son responsables según la ley de Consecuencia desde el punto de vista moral, aunque, naturalmente, si un animal salta por una ventana, caerá bajo la ley de Consecuencia física, así como cuando cae en un barranco o en un accidente del terreno, puede romperse un miembro o sufrir alguna otra herida. Pero si un hombre hiciese lo mismo, caería bajo la ley de la responsabilidad moral y además bajo la ley de causa y efecto. El hombre tiene esta doble responsabilidad porque sabe lo que debe hacer y no tiene derecho a causar perjuicio al instrumento que se le ha dado. Así, pues, vemos que somos moralmente responsables según nuestros conocimientos.

Como hemos tenido ya la experiencia de muchas vidas, nos hemos apropiado cada vez más facultades, y nacemos siempre con los talentos acumulados que son los resultados de la experiencia de todas las vidas anteriores. Somos, por consiguiente, responsables del modo como los usemos. Es necesario que pongamos estos talentos en práctica porque de otro modo se atrofiarían lo mismo como ocurriría con una mano que no la empleáramos para nada. Igual que aquella mano, también nuestras facultades espirituales se atrofiarían si no sacamos provecho de ellas y aumentamos nuestro caudal. No puede haber paradas ni descansos en este sendero de la evolución por el cual caminamos; tenemos que ir hacia adelante o de otro modo degeneraremos.

Hay evidentemente mucha responsabilidad para el que sabe, y cuanto más sabemos tanto mayor es nuestra responsabilidad; esto está muy claro. Pero mirándolo desde el punto de vista aun más profundo de la ciencia oculta, hay una responsabilidad para el que sabe, que la humanidad en general no apercibe, y es esta fase especial de responsabilidad de la que deseamos tratar aquí.

Mabel Collins asegura que la historia relatada en su libro "La flor y la fruta, o la historia de
Fleta, un Mago Negro", es una historia auténtica. Ella dice que el asunto de su historia llegó a sus manos desde un país muy remoto y de una manera muy extraña; y desde el punto de vista de aquel que sabe, hay en ella algunas de las más profundas verdades respecto a la manera de obtener conocimiento y su empleo. Se describe en tal historia cómo Fleta, al principio de sus encarnaciones y todavía en estado salvaje, asesinó a su novio, y que, por la crueldad demostrada en este acto, obtuvo cierto poder. Este poder, naturalmente, en consonancia con el delito, era característico de la magia negra. Por esta razón, en la vida de la cual trata esta historia, ella poseía el poder de un mago negro, y para aumentarlo más aún, obligó a su novio a matar a una entidad. De este modo infernal ella empleaba su conocimiento.

Hay en esto una profunda verdad: Todo Saber no saturado de vida es vacío, sin finalidad e
inútil. La vida que da poder al que sabe, puede ser obtenida de distintas maneras, y puede ser aprovechada también de varios modos. Una vez obtenida, puede ser encerrada en un talismán, y entonces ser usada por otros para buenos o malos fines, según el carácter del que lo usa. Si se encierra dentro de la persona que desarrolla el poder ella misma, entonces será usada según el carácter de esta persona. Según este mismo principio podemos acumular electricidad en una batería, para que pueda ser sacada de la estación eléctrica y empleada para muchos fines por otros ajenos a aquel que la acumuló. Así mismo, el poder dinámico obtenido por el sacrificio de la vida para el fin de ganar poderes ocultos, puede ser usado de un modo o de otro si se encuentra acumulado en un talismán.

Esta particularidad la vemos muy bien ilustrada en la leyenda de Parsifal. Allí, la sangre
purificadora del Salvador, ofrecida en noble sacrificio de si mismo -no tomada de otro- fue recibida en un recipiente, que por esto se convirtió en un talismán, y que estaba dotado de un poder espiritual y capacitado para comunicarlo a todos los que le miraban, a condición de ser puros, castos e inofensivos. También tenemos el símbolo de la lanza, que había causado la herida de la cual manó la sangre. Ella estaba manchada por la sangre purificadora, y se convirtió así en un talismán que podía emplearse de distintos modos. Durante el reinado de Titurel el misterio del Grial era poderoso; pero cuando el Grial fue entregado a su hijo Amfortas, éste salió armado con la santa lanza para matar a Klingsor. Entonces cesó de ser inofensivo, porque quiso pervertir a este gran poder espiritual usándolo para matar a un enemigo. A pesar de tratarse de un enemigo del bien, no era justo emplear este poder para tal fin, y por esta razón el poder se volvió contra él. Él había cesado de ser casto, puro e inofensivo, y entonces el poder le infirió la herida que nunca podía curarse. Así mismo sucede en otros casos.

Leemos de David, el sangriento guerrero, a quien el Señor le prohibió construir el Templo.

Aunque aquel Señor fuese un dios de la guerra, habiendo tenido que castigar a varias
naciones para hacerlas entrar de nuevo en el recto camino, Él no podía usar el instrumento manchado de la sangre de Sus guerras para construir un templo. Esto tuvo que dejarse para el hijo de David, Salomón, el hombre de paz. Se nos dice que Salomón deseó sabiduría, mucho conocimiento, no para vencer a sus enemigos, no para ensanchar su territorio y hacer de sus súbditos una gran nación, sino para reinar mejor sobre el pueblo que había sido confiado a sus cuidados; y recibió la sabiduría en abundancia.


Vemos también que Parsifal, la antítesis de Amfortas, era hijo de un guerrero, un hombre
sangriento, ya muerto. Por su madre Herzleide, que significa "corazón afligido'', el niño
póstumo Parsifal, vino al mundo. En los primeros años él usó el arco, pero en cierto momento lo rompió, se hizo casto, puro e inofensivo, y por el poder de estas cualidades estuvo firme el día de la tentación y arrebató la lanza de Klingsor que la retenía desde el día en que Amfortas la hubo perdido.

En sus correrías, desde el día en que recibió la lanza hasta el momento de su regreso al
Castillo del Grial, Parsifal tuvo que afrontar muchas tentaciones, dolores, vicisitudes y
tribulaciones. Muchas veces, estando en peligro, se dio cuenta de que podía ponerse en salvo empleando la sagrada lanza, si la hubiera empuñado contra sus enemigos. Pero él sabía que la lanza se debía usar no para herir sino para curar; él comprendió lo sagrado del poder que la sangre del sacrificio había conferido al talismán, y que éste debe emplearse solamente para los fines más elevados.

Así, pues, vemos siempre que los que entran en posesión de un poder espiritual no lo
emplean nunca para fines egoístas. Suceda lo que suceda, ellos están firmes en este punto.

Por duro que sea el ataque que sufran, nunca, ni por un momento, se sienten inclinados a
prostituir su poder por ganancias personales. Aunque alguien que tenga este poder, pueda, si quiere, dar de comer a cinco mil que tengan hambre estando alejados de todo medio de alimentación, no tomará siquiera una pequeña piedra para transformarla en pan para aliviar su propia hambre. Aunque esté delante de sus enemigos y les cure, como Cristo curó la oreja del soldado romano, él se negará a usar su poder espiritual para restañar la sangre que fluye de su propio costado. Siempre se ha dicho de semejantes seres que "han salvado a otros, pero que no se han salvado a sí mismos". Hubieran, por cierto, podido hacerlo, porque el poder es grande. Pero de usar de este modo su poder lo habrían perdido, porque no tenían derecho a prostituirlo.

Después hay otra clase de misterio muy distinta de la del Grial. Por ejemplo, la cabeza de San Juan Bautista fue colocada en una bandeja después de su ejecución, y algunos atrajeron cierto poder por la contemplación de este espectáculo. El mito griego nos habla de Argos que tenía tantos ojos que veía por todos los lados a la vez -era un clarividente-. Pero empleó este poder para un propósito ilícito; y Mercurio, el dios de la sabiduría, le cortó la cabeza, privándole de su poder. Siempre que alguien trata de usar la sabiduría y él poder espiritual ilícitamente, los perderá infaliblemente, porque no pueden permanecer en su posesión.

Hasta considerando el saber desde un punto de vista científico, nos tenemos que dar cuenta de que significa un desgaste de la vida, porque la formación de cada pensamiento destruye tejidos en nuestro cerebro, el cual está compuesto de pequeñas células.

Cada célula tiene su vida propia individual, y esta vida es destrozada por la actividad del
pensamiento, o mejor dicho, la forma es destruida, de modo que la vida no puede seguir
manifestándose en ella. Siempre existe destrucción de la vida en cualquiera dirección que
seguimos en busca del conocimiento. Algunos hay que destruyen la vida en experimentos
científicos por pura curiosidad. Otros lo hacen hasta con crueldad como en la vivisección, y en este caso, cuando la búsqueda del conocimiento se persigue solamente por motivos de curiosidad, existe una deuda terrible para algún día futuro, porque el equilibrio debe
restablecerse sin duda ni remisión alguna.

Así vemos que ocurre en el caso de Fleta, en el que el sacrificio de una vida en cierto
momento en el mundo físico fue seguido de otro sacrificio en otro mundo; pero por su
mediación ella ganó un poder que la llevó hasta la misma puerta del templo, donde ella llamó en demanda de la Iniciación. Sus motivos, sin embargo, como los de Klingsor, no eran puros.

Ella no era casta, no estaba preparada para tener el poder espiritual de un modo completo, ni para ser considerada como un auxiliar de la humanidad; por esta razón fue rechazada de la puerta del templo y sufrió la muerte del mago negro. Hay un velo delante de su muerte y no

se nos dice lo que hay detrás de él. Quizá conviene más que estas cosas no se publiquen. Pero esto no disminuye el valor de la lección de que no podemos destruir vidas ni acumular saber de una manera ilícita sin incurrir por ello en una terrible responsabilidad. La única razón que es satisfactoria y propia de la búsqueda del saber, es que de tal modo podremos servir a la raza humana de un modo más eficaz.

Actualmente el sacrificio de la vida para obtener conocimientos es inevitable, no podemos remediarlo. Pero deberíamos buscar estos conocimientos por los mejores y más puros móviles, porque son infinitas las vidas que destruimos por esta razón. El oculista que ve la vida a punto de nacer, la vida elemental que está buscando un cuerpo para manifestarse, y que se ve despojada de sus formas por el proceso de obtener conocimientos, se extraña algunas veces de la enorme pérdida de vida sacrificada por esta razón y no con buenos propósitos. Por lo tanto, repetimos que nadie tiene derecho a buscar conocimientos si no es por los más puros móviles.

Si, por otro lado, cumplimos con nuestros deberes, si tratamos de hacer todas las cosas que llegan a nuestras manos, bien y complemente, y si tenemos aspiraciones espirituales sin forzar nuestro crecimiento espiritual, entonces estaremos bastante bien preparados para obtener poderes más elevados. Es una de las características más notables de los ejercicios rosacruces el de que ellos no solamente nos dan crecimiento espiritual, sino que también nos preparan para poseer ese conocimiento. Tenemos que aprender a andar por el sendero del deber, a vivir la buena vida. No debemos pensar en una vida larga. Hay muchos, como dice Tomás Kempis, que tienen anhelos de una larga vida, pero nosotros no debemos preocuparnos por esto. Es mejor que tratemos de hacer cada día nuestro deber; entonces estaremos seguramente preparados para obtener mayor saber y más elevados poderes.

En cualquier esfera que nos movamos, siempre hay un sitio donde podremos sacar provecho de nuestro saber, no en forma de pronunciar sermones, ni tampoco hablando a las gentes todo el día de la mañana a la noche de las cosas que sabemos para que ellos admiren nuestros conocimientos, sino para vivir entre ellos la vida espiritual y para ser para ellos ejemplos vivientes de nuestras enseñanzas. Todos tenemos esta oportunidad y no es preciso buscarle lejos, esta en derredor nuestro; a nuestro alcance.

Tomás Kempis ha expresado esto de un modo como sólo un místico puede hacerlo; ha
envuelto la idea en aquellas hermosas palabras que ganaremos mucho con leerlas en su
"Imitación de Cristo". Dice así: "Todo hombre tiene el deseo natural de saber, pero, ¿qué valen conocimientos sin el temor de Dios? Seguramente un humilde labrador que Sirve a Dios es mejor que un orgulloso filósofo que estudia el movimiento celeste y no se ocupa de sí mismo... Cuanto más sepas, tanto más severo será tu juicio, a menos que tu vida sea también lo más santa. Por esta razón no seas engreído, sino más bien ten temor del saber que has recibido. Si estimas que sabes mucho, acuérdate que hay muchas cosas que ignoras. No sabes cuánto tiempo podrás prosperar haciendo el bien!"

Por este motivo conviene recordar que no debemos buscar conocimientos sencillamente para tenerlos, sino solamente como un medio para vivir una vida más pura, porque esto es lo único que lo justifica.

del libro "Enseñanzas de un Iniciado", de Max Heindel


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