LA EPIGÉNESIS (1ª Parte)
(Lección mensual del estudiante de enero de 1.971)
Hay muchos temas en las Enseñanzas Rosacruces de especial interés para el
estudiante de ocultismo. Pero, uno de los más importantes, es la Epigénesis. Tiene un
significado simple: Iniciativa, Creatividad. Pero, las implicaciones son tan amplias que
debemos prestar al tema mucha atención.
Es significativo que la Epigénesis se exponga sólo en las Enseñanzas de la
Sabiduría Occidental. Se nos ha enseñado que hay un tercer factor, además de la
Involución y la Evolución: la facultad del espíritu que le permite escoger un camino que
sea completamente nuevo e independiente, entrar en una nueva línea cada vez que lo
desee. Cuando un individuo muestra el fruto de esta iniciativa se le llama genio. Pero
ese estado requiere completa absorción en el esfuerzo de llevar hasta el final los planes
concebidos.
Partamos de una premisa, de una afirmación hecha por Max Heindel: la de que
todo desarrollo depende de la Epigénesis.
Las primeras preguntas a contestar son: ¿dónde está la línea divisoria entre la
evolución y la Epigénesis? ¿cuál es la diferencia entre ambas? La evolución es un
desarrollo, como el crecimiento de una planta a partir de una semilla. De ahí la
necesidad de la semilla preexistente. Los estudiantes de la Fraternidad aprenden que las
semillas de nuestros cuerpos físico, de deseos y mental son plantadas por grandes seres
espirituales para que podamos, en el curso natural de los acontecimientos, desarrollar
nuestras posibilidades latentes.
La Epigénesis es un deseo de traer a la existencia algo que no existía antes. No
es, simplemente, una elección entre varios posibles cursos de acción; es la libre
voluntad de inaugurar algo nuevo. La verdadera esencia del progreso.
Como para cualquiera es imposible producir algo de la nada, hay que
preguntarse de dónde viene esa libre voluntad de desarrollo. El secreto está en la
máxima oculta de que “el Caos es el semillero del Cosmos”. El Caos contiene dentro de
sí todos los gérmenes de todo lo que existe durante la manifestación física, pero no de
todo. La Epigénesis es el esfuerzo consciente, el impulso de extraer algo de ese
semillero del espíritu, y producir alguna clase de fruto. El resultado es la creación.
Los dolores de parto de los esfuerzos originales son penosos, porque el resultado
de la Epigénesis no viene ya dado, como el don de un Ser Benigno. A una nueva idea
debe permitírsele que crezca naturalmente; debe ser atendida con cuidado, porque
cualquier intento de forzar el prematuro florecimiento de un esfuerzo original, sólo trae
deformación. La recapitulación es el dispositivo de seguridad usado por la Jerarquía a
cargo de nuestra evolución, y nosotros podemos usar la misma idea y repetir los
cómputos” para asegurar la perfección.
Todos conocemos a personas que consideran la vida como un tiempo para pagar
deudas generadas en una vida anterior, y para aprender unas lecciones determinadas. La
creencia en la necesidad de actuar erróneamente y sufrir las consecuencias en alguna
vida futura, o en la procedencia de conducirse como si la felicidad fuera la meta final,
produce, necesariamente, una vida verdaderamente monótona. La Epigénesis es un
impulso espiritual, en realidad, una respuesta a la esencia creadora del espíritu, que
vivifica la vida. Los ocultistas creen que el propósito de la evolución es el desarrollo del
hombre, desde un dios estático hasta un dios dinámico, un creador. Y eso puede
realizarse más rápidamente mediante el uso, por nuestra parte de ese tercer privilegio
mágico.
Cuando, constantemente subrayamos la Ley de Causa y Efecto y
persistentemente ignoramos la Ley de la Epigénesis, nos colocamos fuera de su línea de
acción, y nuestras oportunidades de ejercer la iniciativa se pierden, con el resultado de
que nos hacemos cada vez más espiritualmente estériles, a medida que pasan los años.
Durante nuestro estadio involutivo, cuando nuestra conciencia estaba enteramente
dirigida hacia dentro, y cuando todavía carecíamos de mente, se nos nutría y entrenaba
con gran cuidado, pero éramos autómatas.
Si el desarrollo que estamos adquiriendo ha de consistir sólo en nuestra
educación y, si, durante nuestro actual progreso, estamos simplemente desarrollando
actividades latentes, entonces, ¿cuándo aprenderemos a crear? Si nuestro desarrollo
consiste solamente en aprender a construir mejores formas, de acuerdo con los modelos
ya existentes en la mente de nuestro Creador, podemos ser, cuando más, buenos
imitadores, pero nunca creadores.
Las características de la antigua forma que siguen siendo útiles para el progreso,
son retenidas. Pero, en cada renacimiento, la vida evolucionante añade mejoras que son
necesarias para su expresión ulterior.
Por ejemplo, en un período de nuestra evolución, respirábamos mediante un
aparato semejante a una branquia. Pero se cambió la forma para responder a las nuevas
necesidades. Teníamos que estar equipados con pulmones para recibir el aliento o soplo
de Jehová, de modo que pudiera darse otro paso en nuestro desarrollo. Esto era
evolución, no Epigénesis, ya que el cambio se hizo bajo la supervisión de grandes
Jerarquías.
Hemos llegado a un punto de nuestra evolución, en que empleamos la sustancia
física suministrada por nuestros padres, pero imprimimos en ella nuestro propio sello;
podemos aparecer físicamente como una combinación de ambos progenitores pero,
espiritualmente, podemos ser completamente diferentes. Probablemente todos
conocemos algún caso de padres que tienen un hijo extraordinario, con un talento
especial, sin relación con el entrenamiento y la educación que estás recibiendo. La gente
se maravilla de ello y la gloria la atribuye a los padres, como si éstos hubieran tenido
algo que ver en la formación del alma. El nacimiento en tal familia indica un vínculo o
una oportunidad para un trabajo especial, pero el Ego es, esencialmente, “su propio
hombre”.
Es evidente que, aquellos de nosotros que respondemos al instinto
gregario, usamos menos la Epigénesis. Las muchedumbres no piensan por sí mismas
sino que son manejadas emocionalmente por caracteres dominantes, para sus propios
fines. Un Ego que desarrolle conscientemente su divina originalidad no puede ser
influido, porque su cuerpo de deseos está disciplinado.
La clave de la Epigénesis es la mente. No hay creación sin actividad mental. El
deseo de cambio viene primero pero, hasta que se haga efectivo por medio de la mente,
que se esfuerza por corregir los errores que impiden la perfección, la personalidad está
sujeta a las presiones de elevados Seres Espirituales que están guiando nuestra
evolución.
Cuando se examinan los problemas de la vida, es buena idea buscar el principio
de la Epigénesis y vigilar su operación: así aumentamos nuestra comprensión de las
Leyes y aprendemos a operar dentro de la Ley de nuestro Creador. Toda cosa conectada
con nuestra Tierra, con nuestro sistema solar, está gobernada por la Ley, que no puede
ser violada sin desastre. Incluso nuestros esfuerzos creadores deben someterse a estas
Leyes, por lo que su descubrimiento y correcto uso garantizan el éxito.
La primera vez que decidimos iniciar el desarrollo de un nuevo talento, estamos
ejercitando la Epigénesis. Con el objeto de llegar a ser creadores originales, es necesario
que nuestro entrenamiento incluya suficiente amplitud del ejercicio de la originalidad
individual, que distingue la creación de la imitación. Y, por el bendito derecho de
nuestra divina naturaleza, podemos hacerlo. Aprendemos intentando, cometiendo
errores y rectificando.
¿Cómo estamos entrenándonos para ese inmenso futuro? ¿Es posible que
aceptando la vida tal cual viene, usando simplemente facultades desarrolladas bajo guía
ajena desde que surgimos como Espíritus Virginales, podamos estar contentos y
sigamos pasivos, dejando que las Grandes Jerarquías sigan trabajando por nosotros? Eso
no es aceptable.
Cuando la Epigénesis es inactiva en el individuo, en la familia, en la nación o en
la raza, la evolución cesa y comienza la degeneración. Se espera de nosotros que
desarrollemos, no sólo la perfección física, la estabilidad emocional y la profundidad y
control mental, sino también que hagamos crecer “dos hojas de hierba donde había
una”, enfrentándonos a la demanda de nuestro derecho de nacimiento, y espiritualizando
nuestros vehículos preparándolos para su uso consciente por parte del Ego.
La Epigénesis es la facultad que nos hace diferentes de todos los demás. Todos
somos células del cuerpo de Dios, somos partes de Él y siempre lo seremos, pero
podemos expresar esa unidad en diferentes formas.
Hay suficientes diferencias individuales entre nosotros para que los científicos
sepan que no hay dos personas iguales. No podemos hacer de estas diferencias nuestra
meta pero, cuanto más “diferente o individuales” nos hagamos, más ricas serán nuestra
futuras creaciones.
Boletín Nº 35 AÑO 2.000 - SEGUNDO TRIMESTRE
(Abril-Junio) FRATERNIDAD ROSACRUZ MAX HEINDEL (MADRID)
* * *
EPIGÉNESIS (2ª Parte)
(Lección mensual del estudiante de febrero de 1.971)
Es interesante el hecho de que uno de los resultados de una importante actividad
en el Segundo Cielo (la incorporación de la quintaesencia o alma, de los tres vehículos
inferiores, al triple espíritu) constituya una oportunidad para ejercitar la Epigénesis.
El hombre ordinario aprende cómo construir un cuerpo que resulte un mejor
medio de expresión pero, prácticamente, todo eso se hace bajo la supervisión de seres
que trabajan con la humanidad.
Una vez que ha pasado el período de construcción inconsciente, el hombre tiene
la oportunidad de ejercitar su poder creador - que apenas comienza a existir - y dar
comienzo al verdadero proceso creador.
La epigénesis es la palanca (palabra de Max Heindel) por medio de la que el
cuerpo alma se emplea por el Espíritu Interno. Esta información es mucho más
importante de lo que a primera vista parece, porque, una persona que no hace ningún
esfuerzo por desarrollar sus cualidades anímicas, no tiene posibilidades de emplear la
Epigénesis. Se puede preguntar: “¿Cuántos artistas o constructores de catedrales viven
vidas en las que sus cualidades anímicas aumenten?” Un verdadero artista trata de
expresar un impulso interno: está perdido en su mundo de imaginación y de ejecución.
Esto, en sí mismo, desarrolla ciertas cualidades del alma.
Todos los hombres trabajan, inconscientemente, en la construcción de sus
cuerpos, durante la vida prenatal, hasta que se ha incorporado la quintaesencia de los
cuerpos anteriores. Es como obtener todos los materiales para un producto, antes de
planear el siguiente movimiento. Pero este movimiento depende del trabajo previo, o
sea, de la quintaesencia. De modo que es evidente que, cuanto más avance un hombre
espiritualmente, más poder tiene a su disposición.
No estamos obligados a actuar de una manera específica por el hecho de que
hayamos sido colocados por los Señores del Destino en un determinado ambiente y
porque todo nuestro pasado nos haya dotado de determinadas tendencias. Si eso fuera
así, nadie se sobrepondría a las circunstancias que rodean los primeros años de la vida, y
que duran, a menudo, hasta el decimocuarto año. Cuando el impulso del cuerpo de
deseos rechaza las limitaciones de la autoridad, sus ojos se dirigen hacia metas que
parecen imposibles, pero la voluntad inferior busca una “nueva avenida”, libre para
hacer lo que desea. El Ego, anhelante, se las arregla para obtener una idea de los
resultados de ese esfuerzo a través de la conciencia pero, usualmente, la voluntad
inferior resiste, y ve únicamente los beneficios obtenidos por la personalidad. Ése es, sin
embargo, el principio. Cuando la persona ve la inutilidad de las posesiones, del poder,
de la complacencia de sí mismo, comienza a buscar algo mejor, más satisfactorio. Se
hace consciente de su propio impulso creador y anhela una forma constructiva para expresarlo.
Si bien es cierto que lleva su propio carácter consigo, dondequiera que vaya, las
nuevas experiencias acentúan las características que no permiten relaciones felices con
su familia y compañeros de trabajo. En un día futuro, sus esfuerzos por alcanzar su ideal
se verán satisfechos, y conocerá las dulzuras de su propia creación. Los ideales más
pequeños son los más fácilmente alcanzados pero, no por eso deben ser despreciados.
Lleva varias vidas cosechar los frutos de la Epigénesis espiritual.
Pero, ¿cómo podemos espiritualizar los tres vehículos inferiores sin ejercitarlos
primero en las varias disciplinas? Mencionaremos un ejemplo material: Imaginemos
que hace cincuenta años, un muchacho aprendió, con un maestro, una particular arte u
oficio. Comenzó familiarizándose con sus nuevas condiciones y requerimientos; se le
indicó cómo hacer partes poco importantes del trabajo, hasta que se convirtió en un
experto. La importancia de su trabajo aumentaba cuanto más aprendía de las técnicas de
su maestro, hasta que se convirtió en un obrero. Él sabía cómo realizar una parte del
trabajo, de acuerdo con la forma en que había sido entrenado. Pero ¿era un creador?
¿Inventó nuevas maneras de trabajar, de modo más eficiente, o hizo algún producto que
sirviese para un mejor propósito? Si lo hizo, se convirtió en un maestro de su profesión,
porque estaba usando su don divino: la Epigénesis. Tales hombres construyen hermosos
edificios, imaginan maravillosos cuadros y escriben música inspirada.
Una vez que el Espíritu haya penetrado en la consciencia orientada por la
personalidad y haya hecho conocer su urgente anhelo de ser alimentado por el triple
Espíritu, se inicia una búsqueda que conduce a las oraciones y devoción del místico, o al
estudio y la adoración del ocultista. Esto conduce a una interesante pregunta: ¿Usa un
místico, cuya vida es, tal vez, menos activa, conscientemente su potencial creador? Sus
exploraciones llegan hasta la unión con Cristo, sirviendo a los demás como una
expresión de la voluntad de su Maestro.
El ocultista juega un papel más activo: Desea conocer el por qué, desea probar
una hipótesis, intentar algo nuevo antes de crear. Su fe es el resultado de su experiencia,
de modo que su necesidad de ver el resultado de una nueva idea es grande en su interior:
su inquietud necesita expresión. Finalmente, debe alcanzarse un equilibrio entre el
místico y el ocultista, aunque la Iniciación es, probablemente, necesaria, antes de que el
conocimiento se agregue a la devoción y la fe complemente la constante investigación
del ocultista. Los ideales nacidos de esta hambre anímica buscan modos de expresión, y
el Ego estimula al intelecto de nuevas maneras. La disciplina y la Epigénesis,
finalmente, nos hacen más útiles para los líderes de la humanidad y se ensancha nuestro
campo de servicio.
Una de las maravillas derivadas de la comprensión de la Epigénesis la constituye
el hecho de que sostenemos en nuestras manos nuestro destino. Las lamentaciones
acerca de la crueldad de nuestro destino nos entrampan más profundamente en el
cenagal de la desesperación y no es sino hasta que nos sacudimos esa fláccida
autocompasión, cuando nos hacemos conscientes de que podemos controlar nuestra
respuesta al destino.
Durante los últimos años de la vida de un aspirante, puede darse mucha
epigénesis. Se ha enfrentado una gran cantidad de destino del Ego y hay tiempo y
tranquilidad para descubrir, dentro de los propios vehículos, nuevas formas de acercarse
a la meta divina. Ya no hay soledad, ni pesar, sólo el constante esfuerzo por llegar al
hogar de nuestro Padre Celestial. Puede hacerse más rápido y con mucha más eficacia si
ejercemos la cualidad espiritual de la Epigénesis.
El Ego, el triple Espíritu, está todavía en su primitivo desarrollo, hablando
comparativamente. Todavía no gobierna sus vehículos pero, a su tiempo, vamos a
dirigir la evolución de los seres que crearemos, y nos convertiremos en SOLES,
continuando nuestra evolución creadora mucho más allá de lo que ahora nos
imaginamos.
¿Cuál es el objeto de que los creadores trabajen desde ahora para expandir esa
parte espiritual del Yo Divino? Merecer el bendito privilegio de trabajar con los guías
de nuestra evolución, para ayudar a aquéllos que todavía no se han convertido en
creadores. Recordemos que Cristo dijo: “Porque siempre tendréis a los pobres con
vosotros”.
Lo precioso y alegre de nuestra herencia espiritual es que podemos tomar la
decisión de planear nuestras propias vidas y sus fines en el marco del Plan Divino. El
propósito final de la vida lo constituyen la reunión con nuestro Creador y nuestra propia
expresión creadora. El más grande ideal hacia el cual podemos dirigir nuestras
facultades creadoras ahora, es el de la unión con nuestro Padre Celestial.
Yo también, con mi alma y cuerpo;
nosotros, un trío curioso, buscando nuestro camino
a través de estas costas, en medio de las
sombras, con las apariciones presionando.
¡Precursores! ¡Oh, precursores!
¡Mirad el rodante y veloz orbe!
Mirad los orbes hermanos alrededor,
todos los soles y planetas agrupados,
todos los luminosos días, todas las místicas noches con ensueños,
¡Precursores! ¿Oh, precursores!
Éstos son de los nuestros, están con nosotros.
Todos necesitaron trabajar primero,
mientras que los seguidores
aguardan atrás, en embrión.
Nosotros encabezamos la procesión de hoy,
despejando la ruta para el viaje.
¡Precursores! ¡Oh, precursores!
Boletín Nº 36 AÑO 2.000 - TERCER TRIMESTRE
(Julio-Setiembre) FRATERNIDAD ROSACRUZ MAX HEINDEL (MADRID)
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