EL ANILLO DE LOS NIBELUNGOS
CAPITULO VIII
LAS DONCELLAS DEL RHIN
La repetición es la nota clave del cuerpo vital y el extracto de este cuerpo es el alma intelectual, el cual es el pábulo del espíritu de vida, el verdadero principio de Cristo en el hombre. Como quiera que la tarea particular del mundo occidental es el desenvolver este principio de Cristo, el formar al Cristo interno para que pueda trillar a través de la obscuridad material del tiempo actual, la reiteración de ideas es absolutamente esencial. El mundo entero obedece a esta ley inconscientemente.
Cuando los periódicos quieren inculcar cierta ideas en la mente del público, no esperan lograrlo por medio de un solo artículo editorial, sino creando gradualmente el sentimiento deseado en la mente de sus lectores por una insistencia en forma de artículos diarios. La Biblia ha estado enseñándonos el principio del amor durante dos mil años, domingo tras domingo, día tras día, desde centenares de miles de púlpitos. Las guerras no han sido abolidas aún, pero el anhelo general de una paz universal aumenta según pasa el tiempo. Estos sermones no han tenido más que un efecto muy ligero en cuanto se refiere al mundo en general; no importa cuán poderosamente se haya podido ver emocionado un determinado auditorio en tal momento, puesto que es el cuerpo de deseos que forma esa parte del hombre compuesto, la cual recibe en semejantes ocasiones una profunda impresión y es agitado por ella como consecuencia.
El cuerpo de deseos es una adquisición posterior a la del cuerpo vital y, por ende, no está tan cristalizado, pero es más impresionable. Por ser de una textura más fina que el cuerpo vital, es menos retentivo y las emociones tan fácilmente generadas se disipan con igual facilidad. Cuando ideas e ideales se filtran en el cuerpo vital a través del aura envolvente, éste sufre sólo un ligero impacto, pero los efectos producidos por el estudio, sermones, conferencias o lecturas son de una naturaleza más duradera, y muchos impactos en la misma dirección crean impresiones que son poderosas para el bien o para el mal según sea su naturaleza.
Con el fin de sacar provecho de esta ley de impactos acumulados, vamos a estudiar otro de los grandes mitos del alma, que esclarece el misterio de la vida y del ser desde un punto de vista distinto, para que podamos aprender a dónde vamos, de un modo más completo que hasta ahora.
Como ya dijimos antes, todos los mitos son vehículos de verdades espirituales, velados por alegorías, símbolos e imágenes, y por lo tanto capaces de ser comprendidos sin razonar. Lo mismo como los cuentos de hadas son un medio de instrucción para los niños, así estos grandes mitos fueron empleados para transmitir las verdades espirituales a la humanidad en su niñez.
El espíritu-grupo actúa sobre los animales por medio de sus cuerpos de deseos, creando imágenes que dan al animal la sensación y la sugestión de lo que debe hacer.
Igualmente las imágenes alegóricas contenidas en los mitos, establecieron los fundamentos en el hombre para su desarrollo actual y futuro. De un modo subconsciente estos mitos actuaron sobre él llevándole al nivel donde está hoy día. Sin esta preparación, el hombre hubiera sido incapaz de efectuar el trabajo que actualmente está haciendo.
En la actualidad, estos mitos están aún actuando para prepararnos para el futuro, pero algunas personas se rinden a su hechizo más que otras. El sendero de la civilización ha
seguido la carrera del Sol de Este a Oeste, y en la etérea atmósfera de la costa del Océano Pacífico estas imágenes místicas han palidecido tanto que casi no existen, y el hombre está en contacto con las realidades espirituales de una manera más directa. Más al Este, especialmente en Europa, hallamos aún la atmósfera de misticismo meciéndose sobre la tierra. Allí la gente tiene cariño por los antiguos mitos, que le hablan de un modo incomprensible al hombre occidental. La vida del alma de los habitantes de las costas de Noruega, de las llanuras de Escocia, de los valles profundos de la Selva Negra de Alemania y de los montes altos de Suiza, es tan profunda y mística actualmente como hace mil años.
Ellos están en contacto más directo con los espíritus de la naturaleza y con otras realidades fantásticas por medio de sus sensaciones intimas, que nosotros que marchamos a la cabeza en el sendero de las aspiraciones por medio del saber directo. Si hacernos volver a nosotros estas sensaciones íntimas y las combinamos con nuestro saber, obtendremos una ventaja enorme. Vamos por consiguiente a tratar de asimilarnos una de las narraciones místicas más profundas del pasado: el Anillo de los Nibelungos, el gran poema épico del norte de Europa. Es la historia del hombre desde los tiempos en que vivía en la Atlántida, hasta que este mundo termine con una gran conflagración y se establezca el Reino de los Cielos, tal como lo anuncia la Biblia.
La Biblia nos habla del Jardín del Edén donde nuestros primeros padres vivían en íntimo contacto con Dios, puros e inocentes como niños. Nos cuenta cómo aquel estado de vida terminó y cómo la tristeza, el pecado y la muerte, empezaran a dominar en el mundo.
En los mitos antiguos, como el Anillo de los Nibelungos, se nos enseña también que la humanidad vivía entonces bajo condiciones semejantes de inocencia infantil.
La primera escena de este drama de Wágner nos representa la vida debajo de las aguas del Rhin, donde sus doncellas están nadando con un movimiento rítmico y con un cántico en sus labios imitando la danza armoniosa de las olas. Las aguas están iluminadas por un gran bloque de oro reluciente, y a su alrededor giran las hijas del Rhin como los planetas se mueven alrededor del Sol central, porque en esto tenemos la réplica del macrocosmos donde los cuerpos celestes se mueven alrededor del foco de Luz Central, en una danza circular majestuosa.
Las doncellas del Rhin representan a la humanidad primitiva durante el tiempo en que vivíamos en el fondo del Océano, en la densa y nebulosa atmósfera de los Atlantes. El oro que alumbra la escena al igual que el Sol alumbra el universo solar, es una representación del Espíritu Universal que entonces se extendía como una nube sobre la humanidad. Entonces nosotros no veíamos todas las cosas tan claras y definidas como hoy en día percibimos los objetos, pero en cambio, nuestra percepción interna de las cualidades del alma de los otros era mucho más intensa que actualmente.
El espíritu individual se siente como un ego y se califica a si mismo como un “yo”, en absoluto contraste con todos los demás, pero este principio separatista no estaba aún en la mente de los hombres-niños de la primitiva Atlántida. No teníamos ninguna conciencia de lo “mío” y lo “tuyo”. Nos sentíamos como una gran familia, como hijos del Padre divino. No estábamos tampoco inquietos respecto a lo que comeríamos o beberíamos, igual que los niños de nuestros días no tienen qué ocuparse de las necesidades materiales de la vida. El tiempo era para nosotros todo juego y jarana.
Pero este estado de cosa no podía continuar porque así no hubiera existido evolución. Lo mismo que el niño crece para hacerse hombre o mujer y tomar parte en la lucha de la vida, así también la humanidad primitiva estaba destinada a tener que abandonar sus hogares en los países bajos y ascender a través de las aguas de la atlantes, cuando éstas se condensaron e inundaron las cavidades de la tierra. La humanidad, en su evolución, entró entonces en las condiciones aéreas en las cuales vivimos ahora, tal como se contó de los antiguos israelitas que atravesaron el Mar Rojo, para entrar en la Tierra Prometida y de Noé, cuando abandonó su tierra natal así que las aguas de la inundación bajaron.
El mito del Norte nos cuenta esto mismo de otro modo, pero aunque el aspecto exterior sea distinto, los puntos esenciales de la narración explican las mismas ideas esenciales. En el Jardín del Edén, nuestros padres primitivos no pensaban por cuenta propia, sino que obedecían sin replicar todas las órdenes que recibían de sus instructores divinos, como un niño en los primeros años de su vida hace lo que desean sus padres, pues no tienen conciencia de su persona. Le falta la individualidad. Ésta, según el cuento bíblico, fue obtenida cuando Lucifer les infundió la idea de que podrían muy bien convertirse en seres como los dioses y conocer el bien y el mal.
En el mito teutónico se cuenta que Alberico, uno de estos hijos de la niebla (niebel es niebla, ung (o) es hijo), — así fueron llamados porque vivían en la atmósfera nebulosa de los atlantes —, codiciaba el oro que lucía con tanto brillo en el Rhin. Le habían dicho que el que se apoderase del oro y le diera la forma de un anillo, adquiriría el poder de conquistar al mundo y de dominar a todos los demás que no poseían este tesoro. Por consiguiente, él se fue a nado hasta la gran roca donde estaba el oro, lo cogió y subió rápidamente a la superficie, perseguido por las doncellas del Rhin que estaban desconsoladas por la pérdida de su tesoro.
Cuando Alberico, el ladrón, hubo llegado a la superficie del agua, oyó una voz que le decía que nadie podría dar al oro la forma de anillo como requisito para dominar al mundo, salvo por un perjuro al amor, lo cual hizo él en seguida y desde aquel instante empezó a privar a la Tierra de su tesoro y a satisfacer su deseo de riquezas y poder.
Como queda dicho, el oro, tal como estaba depositado en su estado informe encima de la roca del Rhin, representa al espíritu universal que no es de la propiedad exclusiva de nadie y Alberíco simboliza al más avanzado tipo de la humanidad, que se veía empujado por el deseo de conquistar mundos nuevos. Estos individuos eran los primeros que fueron provistos de almas por el espíritu interno y emigraron a la parte montañosa: pero hallándose ya en la atmósfera clara del mundo ario, tal como lo conocemos hoy, se reconocieron clara y distintamente como entidades separadas. Cada uno se daba cuenta de que sus intereses eran distintos de los de los demás y de que para tener éxito en este mundo tenía cada uno
que conquistarlo para sí mismo con su propio esfuerzo; tendrían que cuidar de sus intereses sin tener en cuenta los de los demás. De este modo el espíritu trazó un anillo alrededor de sí mismo y todo lo que estaba dentro de él era “yo” y “mio”, es decir, un concepto que le hacia antagónico a los otros. Por consiguiente, a fin de formar este anillo y guardar un centro separado, se vio forzado a ser perjuro al amor. Así solamente, y de ningún otro modo, podía desatender los intereses de los demás, para prosperar él mismo y dominar al mundo.
Sin embargo, Alberico no está solo en su deseo de trazar un anillo alrededor de sí mismo, para obtener poderes. “Como arriba, es abajo” y viceversa, dice el axioma hermético. Los dioses están también evolucionando. Ellos tienen aspiraciones para obtener más poder — un deseo de trazar un anillo alrededor de ellos — porque la guerra existe lo mismo en los cielos que en la tierra. Distintos cultos tratan de dominar las almas de los hombres, y sus limitaciones están igualmente simbolizadas por anillos.
del libro "El Misterio de las Grandes Óperas", de Max Heindel
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