CAPITULO XVII
EL PECADO IMPERDONABLE
Durante el certamen, los sublimes y celestiales ideales de la buena camaradería de alma con alma, son celebrados por la mayoría de los trovadores, y después de cada canción, sale Tannhauser con una réplica aguda y apasionada defendiendo la fase sensual del amor.
Finalmente, rabioso, a causa de la aparente insipidez de los demás, que él considera como
una necedad sentimental, grita furioso: “Id a ver a Venus, ella os enseñará el amor”.
Con este desahogo ha revelado su secreto culpable. Todos interpretan su declaración en el sentido de que él ha cometido el pecado imperdonable en su peor aspecto, es decir, en el comercio con una entidad etérea, y convencidos de que se ha depravado sin redención posible, se le echan encima con sus espadas desenvainadas, y seguramente le hubiesen
matado sin la intervención de Elisabeth que les pidió perdonaran la vida al pecador, para darle una posibilidad de arrepentimiento. En este momento se oye un coro de peregrinos a
lo lejos y los trovadores acuerdan que si Tannhauser conviene en ir a Roma para implorar el perdón de la Santa Sede, ellos le respetarán la vida.
Cuando Elisabeth revela el dolor de su corazón por su demanda a favor de Tannhauser, éste comprende por fin lo enorme de su pecado y se siente dominado por una sensación aplastante de su depravación. Por este motivo se acoge ansiosamente a la solución que se le da, y se Une al grupo de peregrinos que van a Roma. Siendo como es un alma fuerte, no hace nada a medias. Su contrición es tan sincera, como su pecado era agudo. Todo su ser está anhelando limpiarse de sus impurezas para poder aspirar al amor más elevado y noble despertado en su pecho por Elisabeth.
Los otros peregrinos van cantando salmos de alabanzas, pero él apenas se atrevía a mirar hacia Roma en la distancia, diciendo solamente:“Sed misericordioso, Dios mío, conmigo, pobre pecador”. Mientras ellos se refrescaban y dormían en hospicios a lo largo del camino, él dormía en la nieve. Cuando ellos caminaban por las rutas llanas, él marchaba por las espinas y cuando llegó a Italia, para que ni siquiera las bellezas naturales del país le procurasen placer vendó sus ojos, y así caminó hacia la Ciudad Eterna.
Por fin llegó la mañana en la que debía ver Padre Santo y la esperanza nació en su corazón. Durante todo el día estuvo allí de pie, esperando pacientemente que pasasen otros mil, que con el éxtasis celeste en sus semblantes, recibían el perdón anhelado marchando contentos y alegres, y dispuestos a comenzar de nuevo su lucha por la vida.
Por fin le llegó su turno. El estuvo en aquella augusta presencia y aguardó tranquilamente la bendición del Santo Padre, esperando oír de sus labios una bondadosa palabra para volverse regocijado. Pero en lugar de esto tuvo que escuchar estas palabras fulminantes como un trueno: “Sí tú te has asociado con demonios, no hay perdón para ti, ni en los cielos ni en la tierra. Más fácil sería que floreciese este palo seco que tengo en la mano, que a ti se te perdonasen tus pecados.”
Al oír esta funesta noticia se apagó la última chispa de esperanza en el corazón de Tannhauser y la lujuria, una cosa sangrienta, le hace levantar la cabeza. Su amor se convirtió en odio y temblando de rabia maldijo todo lo del cielo y de la tierra, jurando que si no podía gozar del verdadero amor, volvería otra vez a la cueva en busca de Venus y diciendo a los otros peregrinos que no le siguieran se separó de ellos y volvió a su país completamente solo.
Entre tanto, Elisabeth, la virgen pura y casta, para quien el amor de Tannhauser había huido, estaba incesantemente orando e implorando perdón para el pecador. Llena de esperanza aguarda la vuelta de los peregrinos, pero cuando finalmente éstos llegaron y Tannhauser no estaba entre ellos, Elisabetlh, fue víctima de la desesperación y creyendo
que no había otro medio, abandonó esta fase de la vida para presentar su demanda personalmente ante el Trono de Gracias de nuestro Padre en el Cielo. La procesión funeral
sale al paso de Tannhauser cuando vuelve por fin y éste siente una pesadumbre indescriptible a su vista.
Entonces llega otro grupo de peregrinos que cuentan que en Roma ha sucedido un gran milagro: el báculo del Papa había florecido, lo que significaba que un pecador a quien se había negado el perdón en la tierra, lo había obtenido en el cielo.
Aunque la leyenda esté envuelta en la fraseologia medieval y católica y aunque podamos descontar la idea de que cualquier persona tenga poder de perdonar pecados o de
negar la absolución, ella contiene verdades espirituales que se hacen cada año que pasa más evidentes. Trata del pecado imperdonable: el único pecado que no puede ser remitido sino que tiene que ser expiado. Como ya sabemos, Jehová es el más alto Iniciado del Período de la Luna, el gobernador dé los ángeles, quien durante el presente día de manifestación, trabaja con nuestra humanidad a través de la Luna. El es el autor de la generación y el factor principal en la gestación; el que da la prole al hombre y a los animales, usando el rayo de la Luna como vehículo de trabajo en los momentos que son propicios para la generación. Jehová es un dios celoso de su prerrogativa y por esta razón, cuando el hombre comió del árbol del conocimiento y tomó el asunto de la generación en sus propias manos, él le expulsó del paraíso para que anduviese errante a través del desierto de este mundo. No había perdón. El hombre debía expiar su falta con trabajos y penas, cosechando el fruto de su transgresión.
Antes de la Caída, la humanidad no había conocido ni el bien ni el mal. Ellos hacían lo que se les mandaba y nada más. Pero al tomar las cosas en sus propias manos y por medio de las penas y pesares que siguieron a su transgresión, aprendieron poco a poco la diferencia entre el bien y el mal, capacitándose para saber escoger. Adquirieron prerrogativas. Este es el gran privilegio que hace más que compensar del sufrimiento y los pesares que el hombre ha soportado como expiación de aquella ofensa contra la ley de la vida, que consiste en el hecho de acometer el acto creador cuando los rayos de los astros no son propicios, causando así un parto doloroso y multitud de sufrimientos a los cuales la humanidad está actualmente sometida.
Conviene recordar en relación con esto, que la Luna gobierna al signo del Cáncer, y que la enfermedad del cáncer, en su forma maligna, no admite cura, no importa cuantos remedios la ciencia pueda presentar según pasan los años. Una investigación de las vidas de personas que sufren de esta enfermedad, ha probado en todos los casos examinados que
estas personas habían sido extremadamente sensuales en vidas anteriores, aunque yo no
pueda asegurar que esto sea una ley, puesto que no se han hecho investigaciones bastante numerosas para poder establecer este principio. Sin embargo, resulta significativo el que Jehová, el Espíritu Santo, gobierne las funciones generativas por medio de la Luna, que la Luna a su vez gobierna a Cáncer, y que aquellos que abusan de la función sexual de un modo marcadamente bestial, estén más tarde afligidos de la enfermedad llamada cáncer: que ésta sea incurable y pruebe así lo dicho en la Biblia de que todas las cosas pueden perdonarse menos el pecado contra el Espíritu Santo.
Hay una relación mística entre el Ángel de la espada flamígera a la entrada del Jardín del Edén y el Ángel con la flor, abierta en la puerta del Templo de Salomón; entre la lanza y el cáliz del Grial; entre la vara de Aarón que brotó y el báculo del Papa que floreció; así como en la muerte de la casta y pura Elisabeth, por cuya intercesión la mancha quedó borrada del alma del vagabundo Tannhauser.
Nadie, que no haya conocido alguna vez el terrible tormento de la tentación, puede darse cuenta de la situación de uno que ha caído. Cristo mismo, sintió en el cuerpo de Jesús toda la pasión y todas las tentaciones a las cuales estamos todos sujetos: afirmándose que fue así para que El pudiera ser misericordioso con nosotros en su calidad de Gran Sacerdote. El hecho de que El fue tentado prueba el que la tentación de por sí no es pecado.
El ceder a ellas es lo que constituye pecado; por esta razón, El estaba libre de pecado.
Cualquiera que sea tentado y resista a la tentación, está naturalmente en un grado muy alto
de evolución; pero debemos recordar que de la presente humanidad nadie todavía ha llegado a tal grado de perfección y además el que somos hombres y mujeres por haber pecado y sufrido en consecuencia hasta que hayamos despenado al conocimiento del hecho importante de que el camino del transgresor es doloroso, y de que hayamos llegado al sendero de la virtud, en el cual sólo se encuentra la paz interna. Semejantes hombres y mujeres están en un nivel de desarrollo espiritual mucho más alto que aquellos que han vivido vidas de pureza, porque se hallaban en situaciones privilegiadas. Esto lo subrayó Cristo cuando dijo que habrá más alegría por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve que no necesitan arrepentimiento.
Hay una distinción muy importante que hacer entre inocencia y virtud y lo que es más importante aún, es que deberíamos damos cuenta de la falacia de la doble norma de conducta que concede libertades o, mejor dicho, las condena al hombre mientras que por otro lado insiste en que un solo paso en falso arruine a una mujer para toda la vida. Si yo tuviera que escoger esposa actualmente, y supiese luego que su vida estuvo nublada por una falta la cual la había hecho sufrir, yo sabría que tal mujer había aprendido a conocer los
pesares, los cuales engendran compasión e indulgencia, adquiriendo de este modo cualidades que harán de ella una compañera mejor y más simpática que otra que pudo ser
“inocente” en el umbral de la vida, pero que estaría de este modo expuesta a caer en la primera tentación que se la presentase.
del libro "El Misterio de las Grandes Óperas", de Max Heindel
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