jueves, 20 de julio de 2017

El combate de la verdad y del error


CAPITULO XII

EL COMBATE DE LA VERDAD Y DEL ERROR

No existen palabras adecuadas para dar una idea de lo que el alma siente cuando se halla frente a frente con la verdad, muy por encima de este mundo (donde el velo de la carne oculta las realidades vivas bajo una máscara) aún más allá del Mundo de del Deseo y de la ilusión, donde formas fantásticas e ilusorias nos hacen creer que distinto de lo que son en realidad. Solamente la región del Pensamiento Concreto, donde los arquetipos de todas las cosas están unidos al gran coro celestial que Pitágoras llamo “armonía de las esferas”, encontramos a la verdad revelada toda su belleza.
Pero el espíritu no puede estar allí por siempre. Esta verdad y realidad — tan ardientemente deseada por todos los que se han sentido impelidos en su busca por una llamada interna más fuerte que los lazos de amistad, parentesco o cualquier otra consideración — no es más que un medio para lograr una finalidad.
La verdad ha de descender a esta región de las formas físicas para que pueda ser de un valor real en la práctica de la vida.
Así resulta que Siegfried, el buscador de la verdad, tiene necesariamente que abandonar la roca de Brunhilde, pasar otra vez por el fuego de la ilusión y entrar de nuevo en el mundo material para ser tentado y puesto a prueba, para comprobar si será fiel a los votos de amor que ha hecho a la Valkiria despertada por él.
Es una batalla muy ardua la que tiene que ganar. El mundo no está preparado para la verdad, y aunque parece desear el conocerla, en realidad conspira por todos los medios a su alcance en el sentido de aniquilar a cualquiera que intente acercársela a sus puertas, pues existen muy pocas instituciones que puedan soportar el deslumbrante brillo de su luz.
Ni siquiera los dioses pueden soportarlo como Brunhilde lo sabe con gran pesar, ¿por qué no fue expulsada por Wotan de Valhal, por haberse negado a usar de su poder en favor de las convenciones? Todos los que se aferran a los convencionalismos, con ánimo de sostener la verdad en sus fueros, tendrán al mundo entero contra ellos y se quedarán solos.
Wotan era su padre y la profesaba sincero cariño. Si, en efecto, el la quería a su modo, pero quería más al poder simbolizado por Valhal. El Anillo del Credo, por el cual él dominaba a la humanidad, era a sus ojos más deseable que Brunhilde, el espíritu de la verdad, y por esta razón la hizo dormir rodeada por el círculo flamígero de la ilusión.
Si de tal modo obran los dioses, ¿qué es lo que se puede esperar de los hombres que no profesan ideales tan elevados y nobles como los que se suponía que ellos, los guardianes de la religión, les inculcaban? Todo esto y más de lo que se puede expresar por palabras (pero sobre lo cual el estudiante hará bien en meditar), pasó como un relámpago por la mente de Brunhilde en el momento que ella se separa de Síegfried y con el fin de ofrecerle
por lo menos alguna probabilidad de ganar la batalla de la vida, le magnetizó de cierto modo todo su cuerpo para hacerle invulnerable. De este modo todos los sitios quedaron protegidos, menos un punto en la espalda, entre los hombros. Aquí tenemos un caso análogo al de Aquiles, cuyo cuerpo había sido hecho invulnerable en todas partes menos en uno de sus talones.
Hay una profunda significación en este hecho, porque mientras el soldado de la verdad lleve su coraza, de la cual habla San Pablo, en la batalla de la vida, y desafíe valientemente a sus enemigos, es seguro que a pesar de los más duros ataques tendrá muchas probabilidades de vencer. Porque haciendo frente al mundo y exponiendo su pecho a las flechas de los antagonismos, calumnias y denigraciones, demuestra que tiene el valor de sus convicciones, y que un poder superior a él, el poder que siempre actúa para el bien, le protege, cualquiera que sea la batalla en la que tenga que combatir. Pero ¡ay! de él sí en algún momento vuelve la espalda. Entonces, cuando no vigile el menosprecio de los enemigos de la verdad, éstos encontrarán en su cuerpo el sitio vulnerable, sea en el tajón,
sea entre los hombros.
Por consiguiente, nos conviene a nosotros y a todos los que aman a la verdad, aceptar esta maravillosa simbología como una lección, y darnos cuenta de nuestra responsabilidad, en el sentido de amar siempre a la verdad por encima de todas las cosas.
La amistad, el parentesco y todas las demás consideraciones mundanales no deberían tener ningún peso para nosotros, comparado con este gran trabajo a favor de la verdad y para la verdad. Cristo, que era la encarnación misma de la verdad, decía a sus discípulos: “Me han odiado a mí, y odiarán a vosotros.”
Así, pues, no nos engañemos: El sendero de principios es un camino áspero y la labor de subirle es ardua. Andando por él perderemos probablemente el trato social con todos nuestros amigos y relaciones. Aunque el mundo proclame hoy en día la libertad religiosa, las persecuciones siguen en pie. Los credos y dogmas están dominando aún, siempre dispuestos a perseguir a todos los que no se adapten a las convenciones. Pero mientras los miremos de frente y sigamos nuestro camino, desdeñando la crítica, la verdad saldrá siempre triunfante de la batalla. Sólo cuando nos comportamos como cobardes, estas fuerzas enemigas nos pueden herir de muerte en nuestro punto vulnerable.
He aquí otro punto: Cuando Siegfried se marcha a la roca de la Valkiria para volver otra vez al mundo material, da a Brunhilde el Anillo del Nibelungo. Este anillo, como queda dicho, fue formado con el oro del Rhin que representa el Espíritu universal, por Alberico el Nibelungo. También recordará el lector que Alberico no pudo modelar esta pepita de oro hasta que no fue perjuro al amor; porque la amistad y el amor cesaron de existir cuando el Espíritu Universal fue rodeado por el anillo del egoísmo. Desde entonces la batalla de la vida se libra con todo su salvajismo: el hombre levanta su mano contra su hermano a impulsos del egoísmo y cada uno va detrás de lo suyo sin tener en cuenta el bienestar de los demás.
Pero cuando el espíritu ha encontrado la verdad y se ha puesto en contacto con las realidades divinas; cuando ha entrado en la Región del Pensamiento Concreto, que es el cielo y ha visto aquella gran verdad de que todas las cosas son una sola, y que, aunque aparentemente aparezcan aquí separadas, hay un hilo invisible uniéndolas todas; cuando el
espíritu ha vuelto así a la universalidad y al amor, entonces ya no podrá separarse nunca más de allí.
De este modo, cuando deja el reino de la verdad, deja también detrás de sí la sensación de separatividad (simbolizada por el anillo) y de este modo se hace universal en su naturaleza. No conoce familia ni país, y piensa como el tan mal interpretado Tomás Payne, que decía: “El mundo es mi patria, y hacer el bien mi religión.” Este estado mental está alegóricamente representado por Siegfried cuando entrega a Brunhilde el Anillo del Nibelungo.
Como el lector debe recordar, las Valkirias eran hijas de Wotan, el dios principal de la mitología del Norte. Ellas pasaban por el aire a caballo y a gran velocidad, para acudir a cualquier sitio donde hubiese un combate mortal, ya fuese entre dos, o entre un gran número de guerreros. En cuanto uno de los combatientes caía muerto, ellas le levantaban dulcemente basta sus cabalgaduras y le llevaban a Valhal, la morada de los dioses, donde
era resucitado y vivía en la gloria por siempre jamás. También conviene recordar que la palabra Valkiria es interpretada como elegido por aclamación. Aquellos que sostenían la batalla de la vida hasta el final, eran elegidos por aclamación para ser los compañeros de los dioses.
Brunhilde era el jefe de estas hijas de Wotan y su caballo Grane era el más rápido de los corceles. Este animal que había llevado siempre tan lealmente en sus lomos al espíritu de la verdad, ella lo dio a su marido; porque la verdad puede siempre ser considerada como la novia de quien la ha encontrado. Por esta razón, el caballo es el símbolo de la rapidez y decisión, con las cuales uno que se ha casado con la verdad es capaz de escoger acertadamente y de distinguir entre la verdad y el error, pero sólo en el caso de que permanezca fiel.
Así, con el amor de la verdad en su corazón y montado sobre el caballo del discernimiento Siegfríed sale para librar la batalla de la verdad y traer el mundo cautivo a los píes de Brunhilde. El cielo y la tierra están en la balanza, porque puede revolucionar el mundo sí sigue siendo fiel y valiente; pero si olvida su misión y se deja enmarañar en la esfera de la ilusión, la última esperanza de redimir al mundo habrá desaparecido. El crepúsculo de los dioses estará muy cerca cuando desaparezca el actual orden de las cosas, cuando los cielos se fundan en ardiente calor, para que del trabajo de la naturaleza nazca un cielo nuevo y una nueva tierra, donde la equidad, cual un manto, cobijará a todos los seres.
Volvamos ahora la vista del cielo, de Siegfried y Brunhilde, a la tierra donde la humanidad, a la cual la verdad ha de liberar, está esperando al héroe anunciado. El mito del Norte nos introduce en la corte de Gunther, un rey honrado y bueno según el criterio del mundo. Gunther, su hermana, es la señora más distinguida del país y su hermano no está casado. Entre los cortesanos hay un tal Hagen, palabra que quiere decir gancho y significa egoísmo inherente. Es descendiente de los Nibelungos, emparentado con Alberico, quien modeló el anillo fatal. Siempre, desde que el anillo salió de sus manos, los Nibelungos han vigilado cuidadosamente a sus poseedores: primero Wotan, que engañó a Alberico y le roban el anillo, después Fafner y Fasolt, los gigantes que habían edificado Valhal para Wotan. y que le obligaron a darles el anillo como parte del pago para rescatar a Freya, la diosa del amor y de la juventud, a la cual Wotan había prostituido y vendido para obtener más poder: después, cuando Fafner mató a Fasolt, los Nibelungos vigilaban estrechamente la cueva donde Fafner yacía oculto, cubriendo con su cuerpo inmenso de dragón el tesoro de los Nibelungos, y Mime, padre adoptivo de Siegfried, pagó con su vida el anhelo de poseer el tesoro codiciado. Ni Síegfried tampoco estaba libre de su cuidadosa vigilancia, salvo en los momentos en que estuvo en la roca de la Valkiria, porque ningún nibelungo ni ningún hombre cobarde o vil puede jamás penetrar al otro lado de las llamas circulares de la ilusión y dentro del recinto de la verdad. Por esta razón los nibelungos, no sabían lo que había pasado con el anillo cuando Siegfried volvió nuevamente al mundo, aunque, naturalmente, ellos suponen que ha quedado con Brunhilde, y al instante empiezan a conspirar para entrar otra vez en su posesión.
La corte de Gunther está en el mismo camino de Siegfried, y Alberico corre a avisar a Hagen que el actual dueño del anillo está cerca. Los dos tratan de averiguar algo sobre el sitio donde pueda estar el anillo, pero cada uno en su corazón corrompido se esfuerza para
engañar al otro y obtener el tesoro para sí solo, porque no hay honor en la batalla del yo separado, cada uno está contra todos los demás sin considerar quiénes sean. Aunque en el
mundo hallemos cooperación para propósito, comunes, la cuestión que predomina en la mente de cada uno de los participantes es: ¿Qué puedo yo sacar de esto? Sólo cuando la
tarea es fácil o se tiene a la vista una recompensa personal, la gran mayoría de la humanidad está dispuesta a trabajar. El apóstol nos dice de “no interesarnos solamente por
los asunto personales, sino de acordarnos  también de los demás”. En los países cristianos hemos asentido a este postulado, pero, ¡ay! qué pocos están dispuestos a vivir según el ideal del servicio altruista.

del libro "El Misterio de las Grandes Óperas", de Max Heindel


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