miércoles, 5 de julio de 2017

La astronomía canta una nueva canción



El Sonido y los Éteres

CAPÍTULO  V

LA ASTRONOMÍA CANTA UNA NUEVA CANCIÓN

No es necesario discutir aquí en gran detalle las teorías de los antiguos maestros de las Escuelas de Misterios Griegas; Pitágoras, Platón y sus sucesores; pero es interesante observar que los antiguos videntes y astrónomos reconocieron que existía un centro espiritual ígneo alrededor del cual el sistema Solar parecía dar vueltas; una "Fuerza Central" o "Fuego Central" que no era el Sol; y la revolución alrededor de este Fuego Central era la causa según ellos pensaban, de la Precesión Equinoccial.

El Gran Año Platónico no estaba lejano del Gran Año Sideral de la moderna astronomía y es evidente que el Fuego Central de Platón debe estar relacionado con el círculo imaginario descripto en el cielo, en el Polo Norte, por el giro del eje de la Tierra, porque todas las estrellas, así como el Sol, la Luna y los planetas, giran en círculos alrededor del Polo. (Pero existe otra posibilidad, como veremos). Pitágoras en algunos lugares llamó a esto una Contra-Tierra, más que Contra-Sol, evidentemente a causa de su asociación con las condiciones terráqueas. Existe un número específico de estrellas alrededor del Polo Norte Celeste, hacia el cual el Polo Terrestre apunta en el curso del Gran Año Sideral; existen también tiempos, en el curso de este Gran Año, en los que el Polo no apunta a una estrella, sino a un espacio entre las estrellas. Cuando el Polo apunta hacia una estrella específica, es comprensible que esa estrella pareciera ser una Contra-Estrella; pero cuando el Polo "apuntaba" hacia el espacio, los antiguos naturalmente sentaron la hipótesis de una "Tierra invisible", o Contra-Tierra, alrededor de la cual el Polo giraba durante el Gran Año.

Los romanos adoptaron la astronomía y la filosofía griega, así como el arte y la literatura; y entre los sabios romanos así desarrollados estuvo Escipión el Joven, de quien Cicerón cuenta una historia interesante. Escipión sueña que asciende a la Vía Láctea, donde oye majestuosas armonías fluyendo a través del espacio y pregunta a su abuelo Escipión el Viejo, "¿quien mora allí como este grande y agradable sonido que llena mis oídos?". El abuelo replica que lo que oye es la armonía de los acordes que representan los intervalos de los tonos emitidos por los planetas y que estos son producidos por los movimientos de las esferas en sus órbitas.

La esfera más exterior, Saturno, emite la nota más alta debido a que se mueve más rápido en su larga senda; la Luna emite la más baja. (Pero otros antiguos escritores invierten esto, diciendo que la Luna emite la más alta nota y Saturno la nota más baja de la escala Solar; y Milton se adhiere a este último punto de vista).

Según el sistema de Ptolomeo -que se refería a Aristóteles principalmente- cada planeta era llevado alrededor de los cielos de una esfera invisible y el Arcángel o Poder Celestial del planeta residía en la esfera invisible. Una esfera se anidaba dentro de otra, la de Saturno siendo la más externa y la esfera de las estrellas fijas más allá de la de Saturno. El Arcángel, o Dios, de la esfera llevaba al planeta alrededor de los cielos como una lámpara. Había algunos hombres, sin embargo, aún en los tiempos antiguos que sostenían que los planetas se movían alrededor del Sol y que cada cuerpo planetario individual, tal como se contemplaba en el espacio, era la indicación externa de un Espíritu o Dios Arcangélico. Este punto de vista, por supuesto, llegó a prevalecer ya que el sistema de esferas de Ptolomeo fue gradualmente abandonado junto con su concepto geocéntrico (con la tierra como centro); lo que sucede aquí es que los filósofos construyeron una filosofía sobre la astronomía de Ptolomeo y ésta a su vez fue convertida en la base de la religión. Aún hoy la religión moderna está haciéndose conformar con la nueva astronomía de nuestro propio tiempo y con toda propiedad, por el filósofo y el místico; porque es cierto hoy, como lo ha sido siempre, que el hombre, en cierto sentido, crea sus propio dioses a su propia imagen. De aquí que los griegos dijesen que el hombre es la medida del Universo.

Por lo tanto, cuando la astronomía Ptolomeica -geocéntrica- estaba en boga, se creía que la "Música de las esferas" venía de la gran esfera invisible o de cristal que llegaba a cada planeta y en el cual verdaderamente residía el Espíritu Arcangélico. Los místicos decían que la música era el canto del Espíritu y no el sonido producido por el planeta revolucionante. Con la astronomía heliocéntrica (con el Sol por centro) llegó a ser dominante la idea de que el planeta mismo emitía sonidos y que el planeta era el cuerpo de un Dios o Arcángel. Estas ideas teosóficas eran interpretaciones de los fenómenos científicos ofrecidas por los místicos, los videntes y los filósofos.

Ahora estamos en posición de ver porqué Max Heindel dijo que desde el punto de vista del Mundo del Deseo, el sistema Ptolomeico todavía conservaba puntos que eran de valor. El hombre es todavía, en su conciencia, grandemente geocéntrico.

Desde el punto de vista el Mundo del Alma, que ve el Universo en su aspecto espiritual interno, aquel es un complejo de seres vivientes y el canto de estos seres colectivamente hablando, constituye la Palabra de Dios, el Verbo, que cantando produjo la creación a partir del caos primordial y que la sostiene en el proceso de la evolución. La evolución es un cántico continuo de Dios. Esta canción cósmica modela o arregla la Substancia Raíz Cósmica en formas y figuras de manera parecida a como las vibraciones musicales forman figuras en la arena de los experimentos de Gladny.

En la meditación sobre el sonido cósmico o el Verbo, tal como está incorporado en estos Arcángeles cantantes, la "esfera" de la que piensa que se extiende por el espacio entero encerrado dentro de la órbita de la revolución del planeta, se convierte en el "aura" del Espíritu Planetario y es simbólica de un estado de Conciencia Cósmica. Cada una de las esferas encierra e interpenetra a la siguiente esfera más pequeña y todas las esferas se anidan dentro de la esfera de las estrellas fijas, que a su vez se anida en la Esfera del Espacio, Mente Primordial, que es la inteligencia ordenadora y gobernadora de todas las esferas que estaban dentro de Sí Mismas; si bien más allá de la Mente misma estaba el Uno que es incomprensible y que lo abarca todo.

Las nueve esferas cósmicas del sistema Ptolomeico daban vueltas alrededor de la Tierra, "la piedra hogar del Universo". El orden de los Planetas era contado hacia arriba a partir de la Tierra, así: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno, seguido, como hemos dicho, por la esfera de las estrellas fijas, encerrada en el Primum Móbile o Mente Primordial y culminando con la Inefable Unidad.

Estas esferas están anidadas una dentro de la otra, con la Tierra en el centro y cada una es gobernada por un Dios, o Arcángel, que hace dar vueltas a la esfera, llevando al planeta alrededor de sí mismo en su órbita. Cada invisible esfera es el "aura" de influencia del Arcángel, del cual el planeta visible es un representante ante los sentidos de la Humanidad, una especie de señal, por así decirlo, puesta por el Espíritu Planetario. El planeta es así, un símbolo del Arcángel. Este es el concepto que los antiguos místicos usaron como base de las meditaciones astronómicas, por medio de las cuales alcanzar una visión cósmica.

La meditación sobre y en estas esferas en muchos casos abrió la mente a una revelación del Espíritu Arcangélico del planeta, quien está, por supuesto presente en todas partes del espacio mental; Miguel para el Sol, Rafael para Mercurio; Anael para Venus; Gabriel para la Luna; Khanel o Samael para Marte; Zacariel para Júpiter; Casiel para Saturno. Hay otros nombres también para el Arcángel que incluía en su conciencia una gran Jerarquía de Ángeles. Es bueno recordar que estos nombres de Arcángeles, que nos parecen hebreos, eran familiares a todo el Imperio Persa al oeste del Eufrates, en donde el arameo (la lengua que habló Jesús) era el idioma oficial del comercio.

En el sistema heliocéntrico (con el Sol por centro) cada planeta es físicamente un Arcángel encarnado volando alrededor de los cielos, en el espacio exterior, mientras que su aura se extiende alrededor de cada planeta separadamente en el espacio interno. Los ocultistas dicen que el aura astral de los planetas Venus y Marte se entremezcla con el aura de la Tierra, a causa de que estos dos planeta son nuestros vecinos más cercanos, uno a cada lado más cercanos, con excepción de la Luna que es nuestro satélite y parte de nosotros mismos. La entremezcla de las auras de Venus, la Tierra y Marte, indica un lazo evolucionario muy cercano entre los tres planetas. En el sistema Ptolomeico las dos más cercanas esferas, después de la Luna, eran Mercurio y Venus. Podemos expresar la relación de la Tierra con Venus y Marte en otra forma diciendo que el cuerpo de deseos de estos planetas se mezcla con el del otro; exactamente como cuando tres seres humanos están separados uno de otro por pocos pies, sus auras se mezclan y los tres tienden a reaccionar al estado emocional de cualquiera de ellos. Podemos notar también que en el espacio mental todas las esferas planetarias se entremezclan con respecto a sus cuerpos mentales o auras mentales; lo que sugiere que el contacto telepático puede ser establecido con otros planetas mucho tiempo antes de que sea posible viajar a ellos ya sea en nuestros cuerpos del alma o en nuestros cuerpos físicos.

Shakespeare expresa la teosofía del sistema heliocéntrico cuando dice:

No existe la más pequeña orbe que tú contemples
que en su movimiento como un ángel no cante,
imitando aún a los Querubines de jóvenes ojos;
pero mientras esta lodosa vestidura de podredumbre
la encierre, no podremos oír la canción.

Y así también, en palabras que Shakespeare debe haber leído, Escipión el Viejo explicó a su nieto que "los oídos de los mortales están llenos de este sonido, pero son incapaces de oírlos". Y Macrobius ha escrito: "No captamos el sonido de la música que surge del constante remolino de las esferas debido a que es demasiado grande para ser introducido en el estrecho espacio de nuestros oídos".

del libro "Temas Rosacruces" Segundo Tomo, 
de la Fraternidad Rosacruz de Max Heindel


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