miércoles, 19 de julio de 2017

El renacimiento y la bebida letal


CAPITULO XIII

EL RENACIMIENTO Y LA BEBIDA LETAL

El nacer no a sido un sueño y un olvido
El alma que sale con nosotros, la estrella de nuestra vida
Se ha puesto en alguna otra parte
Y viene de muy lejos.
WORDSWORTH

Cuando Siegfried abandona la roca de la Valkiria y llega a la corte mundana de Gunther, se le da una bebida calculada para hacerle olvidar todos los detalles de su vida pasada hasta aquel momento, y también a Brunhilde, el espíritu de la verdad, que él había conquistado por sus méritos.
Generalmente se supone que la doctrina del renacimiento es enseñada solamente en las antiguas religiones del Oriente, pero un estudio de la mitología escandinava desvanecerá muy pronto esta suposición errónea. Los escandinavos creyeron, en efecto, en el renacimiento y también en la ley de causa y efecto tal como se aplica a la conducta moral,
hasta que el Cristianismo veló estas doctrinas por las razones explicadas en el Concepto Rosacruz del Cosmos. Resulta curioso observar la confusión que se originó cuando la antigua religión de Wotan fue reemplazada por el Cristianismo. Los hombres entonces creían en la reencarnación en el fondo de sus corazones, pero la repudiaban exteriormente,
como demostrará la siguiente historia que se cuenta del Santo Olaf, rey de Noruega, uno de los primeros y más ardientes convertidos al Cristianismo. Cuando Asta, la esposa del rey Harold, estaba de parto, pero no podía dar a luz, un hombre vino a la corte con algunas
alhajas; respecto de las cuales dijo lo siguiente: el rey Olaf Peirstad que había reinado en Noruega hacía muchos años y era el antepasado directo de Harold, se le había aparecido en sueños instigándole a que abriese el gran montón dé tierra donde estaba sepultado, y
después de haber separado la cabeza del resto del cadáver con una espada, que cogiese
ciertas joyas que estaban en el ataúd, para llevarlas a la reina, cuyos dolores de parto cesarían entonces en seguida. Las joyas fueron llevadas a la estancia de la reina, la cual dió a luz poco después a un niño, que fue llamado Olaf. Era creencia general que el espíritu de Olaf Geirstad había pasado al cuerpo del niño, que qué llamado como él.
Muchos años después, cuando Olaf era ya rey de Noruega y se había convertido al Cristianismo, pasó a caballo un día, como de costumbre, por el montón de tierra donde estaba sepultado su antecesor y un cortesano que le acompañaba le preguntó: “Es verdad,
Señor, que vos estuvisteis algún tiempo sepultado en este túmulo?” “Jamás, replicó el rey, ha vivido mí espíritu en dos cuerpos.” “Sin embargo, se afirma que se os ha oído decir, pasando por este túmulo: “Aquí estuve yo; aquí he vivido.” “Nunca he dicho semejante cosa”, replicó el rey, “y nunca la diré”. El se quedó muy desconcertado, alejándose rápidamente de aquel lugar, probablemente para evitar la discusión sobre una creencia interna que todos los dogmas de la nueva fe no podían desarraigar.
En efecto, todos los pueblos antiguos, tanto los del Este como los del Oeste, sabían acerca del nacimiento y de la muerte muchas cosas que se han olvidado en los tiempos modernos, porque la segunda vista prevalecía entonces más que ahora. Pero aun hoy en día muchos aldeanos de Noruega afirman que pueden ver al espíritu saliendo del cuerpo en el momento de la muerte, en forma de una nube blanca y estrecha, lo cual es, naturalmente, el cuerpo vital, y la enseñanza Rosacruz — de que los muertos revolotean alrededor de su
morada terrestre durante algún tiempo después de la muerte, que están revestidos de un
cuerpo luminoso y de que están profundamente afligidos por el pesar de sus familiares —
era conocimiento general entre los antiguos escandinavos.
Cuando el difunto rey Helge de Dinamarca se materializó para aliviar la pena de su viuda, y ella exclamó en su angustia: “El rocío de la muerte bañado a su cuerpo guerrero”, él contestó:
“Tú, Sigrona, eres la única causa por la cual Helge está bañado con rocío de pesadumbre. Tú no quieres cesar en tus lamentos ni secar tus lágrimas amargas. Cada lágrima sangrienta cae en mi pecho como un pedazo de hielo. ¡No me dejarán descansar en paz!”.
Cuando los estudiantes se dan cuenta del hecho de la reencarnación, generalmente se extrañan de que se les haya borrado la memoria de sus vidas pasadas y muchos están poseídos de un deseo abrumador de conocer el pasado. No pueden comprender la ventaja
derivada de la bebida letal del olvido y miran con envidia a las personas que afirman que conocen sus pasadas vidas, cuando aseguran que han sido reyes, reinas, filósofos, sacerdotes, etcétera. Hay, sin embargo, una intención muy benévola en este olvido, porque
ninguna experiencia tiene valor en la vida si no es por la impresión que deja por medio de la experiencia “post-mortem” en el purgatorio o en el cielo. Esta impresión actúa entonces de tal modo que al mismo tiempo dirige, evita o provoca cierta línea de acción, y esta provocación o impulsión, aunque disociada de la experiencia, o mas bien por estar disociada de la experiencia de la cual fue extractada, actúa con una rapidez mayor que la del pensamiento.
Para aclarar bien este detalle, podríamos comparar su mecanismo al de un fonógrafo, el cual, puesto en marcha, tendrá como efecto el de que una batería de diapasones colocada cerca de aquél, vibre a medida que suenan las distintas notas. Desde el punto de vista exterior, parece que no existe razón alguna de que cierta cortadura dentada en el mecanismo de un fonógrafo corresponda a otra cortadura en el diapasón y cuando la aguja cae en esta cortadura dentada, que se produzca un sonido definido que haga vibrar al diapasón. Pero que lo comprendamos o no, queda demostrado que existe una unión de tono entre aquella pequeña cortadura dentada y el diapasón. Y esto no depende de la comprensión de cómo la señal se imprimió en el mecanismo, ni de lo que produjo el efecto
que el diapasón respondiese a aquella vibración. El hecho existe, aunque no conozcamos
todos los detalles que se refieren a él.
De modo semejante, cuando hemos tenido cierta experiencia en la vida, sea agradable o al contrario, se condensa en la experiencia después de la muerte, dejando una impresión en el alma, para prevenir, si es del purgatorio, y para estimular, si es del cielo. En una vida posterior, cuando se presente una experiencia semejante a la que provocó la impresión, la vibración es notada por el alma. Despierta entonces el tono de pena o alegría, según, el caso, en el recuerdo de la vida pasada, mucho más rápidamente y exactamente que sí la misma experiencia fuese reproducida ante nuestra vista mental. Porque, aun en la época, actual, es posible que no viésemos la experiencia en su verdadero aspecto, por estar impedido por el velo de la carne, pero el fruto de la experiencia, recogido en el cielo o en el
infierno, nos indica inequívocamente si debemos imitar el pasado o huir de él.
Además, vamos a suponer que realmente conocemos nuestras vidas pasadas; que hemos adquirido este conocimiento por medio de nuestros esfuerzos actuales de vivir bien y dignamente. Vamos a suponer que habíamos vivido vidas de libertinaje, crueldad, crímenes y egoísmo. Si ahora la gente nos despreciase en concordancia con esos actos vituperables, diríamos seguramente que no se nos deberla juzgar por lo pasado, y que la gente no tenía razón para condenarnos al ostracismo. Sostendríamos que nuestra vida actual de dignos esfuerzos debería ser la base del juicio con la exclusión de los actos anteriores, y en esto tendríamos muchísima razón. Pero entonces, y basándonos en esta misma razón, ¿porqué exigir honores, adulación o admiración, en esta vida, aduciendo el pretexto de haber sido reyes y reinas en el pasado? Aunque fuera verdad que hubiéramos ocupado semejantes puestos, ¿por qué exponernos a la risa de los escépticos, contando semejantes historias? De modo que, teniendo memoria de nuestras pasadas vidas o sin tenerla, es mejor concentrar nuestros esfuerzos hacia las más elevadas posibilidades que hoy se nos ofrecen.
No hay duda de que uno que es capaz de estudiar en la Memoria de la naturaleza y que lo hace con el objeto de la investigación, en relación con el progreso y la evolución del hombre, llegará, más tarde o más temprano, a ponerse en contacto con vislumbres de su
pasado. Pero el verdadero servidor que se siente realmente como un trabajador de la viña de Cristo, nunca se permitirá a sí mismo apartarse del camino del servicio y seguir la huella de la curiosidad. El discípulo que recibe instrucciones de los Hermanos Mayores, es prevenido en la primera iniciación de no emplear nunca sus poderes para satisfacer la curiosidad y en todas las visitas posteriores al Templo se le inculca constantemente esta idea.
Las fronteras entre el uso legítimo e ilegítimo de los poderes espirituales son tan finas y sutiles, que, a medida que uno progresa, las restricciones que se le imponen se multiplican de tal modo que, si esto se contase a personas profanas, el noventa por ciento de ellas diría: “.!Pero para qué sirve entonces el tener la vista espiritual o el poder salir del cuerpo? Cuando usted se halla tan cohibido, parece que la posibilidad de quebrantar la ley se multiplica de tal forma que escasamente vale la pena de poseer tales facultades.’ Sin embargo, éstas son de gran valor, y la responsabilidad no es más que el resultado natural de un mayor progreso.
Un animal toma libremente todo lo que desea: no comete ningún pecado y no se le hace responsable por su acto, porque no sabe obrar mejor. Pero tan pronto como la idea de “mío” y “tuyo” ha quedado impresa en nuestra conciencia, entonces viene también la responsabilidad. Esta última aumenta a medida que crece nuestro conocimiento y cuanto más finas las cualidades del alma, tanto más sutiles las separaciones entre la verdad y la
mentira. En nuestra vida diaria observamos que las normas de lo permitido, y de lo no permitido varían según la índole de cada individuo.
Cuando aspiramos a obtener aquel poder que nos permita conocer lo pasado, veremos que no estamos justificados para emplearlo para nuestra propia exaltación ni para obtener riquezas o poderes de este mundo. Así, pues, resulta que la vida o las vidas que hemos vivido están ocultas a nuestra vista intencionadamente, hasta que sepamos el modo de abrir la puerta, y cuando tengamos la llave es probable que no queramos usarla.
Por esta razón, se da a Siegfried la bebida letal en el momento de entrar en la corte de Gunther, y en el acto olvida toda su vida pasada con Mime, el enano, quien le reclama como a su hijo. Olvida cómo forjó la espada mágica, “el coraje de la desesperación”, que le
ayudó tanto en el combate contra Fafner, el espíritu de la pasión y del deseo. Olvida que de
este modo había ganado el Anillo de los Nibelungos, el emblema del egoísmo, por el cual obtuvo el conocimiento de su verdadera identidad espiritual y mató a Mime, la personalidad, que injustamente afirmaba ser su progenitor. Olvida que, como espíritu libre, intrépido sin miedo, rompió la lanza de Wotan, el guardián del credo, y siguió al pájaro de la intuición a la morada del durmiente espíritu de la verdad. Olvida su matrimonio con Brunhilde y el voto de altruismo pronunciado cuando la daba el anillo.
Pero todos estos importantes acontecimientos han dejado su impresión en su alma, y ahora se ha de llevar la prueba a cabo para saber si esta impresión ha sido profunda o superficial. La tentación llega a nosotros, vida tras vida, hasta que el tesoro acumulado en el cielo haya sido probado por la tentación en la tierra, para ver si resiste o no al ataque de la corrupción. Después del bautismo, cuando el Espíritu de Cristo hubo bajado al cuerpo carnal de Jesús, fue llevado al desierto de la tentación para probar su debilidad o su fuerza.
Y similarmente, después de cada experiencia celeste debemos esperar el ser llevados otra
vez a la Tierra, para demostrar en ella si soportamos o no el tormento de la aflicción.

del libro "El Misterio de las Grandes Óperas", de Max Heindel


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