FAUSTO
CAPITULO PRIMERO
LA DISCORDIA DIVINA
Al mencionar el nombre de Fausto la mayoría de la gente educada piensa en seguida en la adaptación escénica de esta ópera, hecha por Gounod. Algunos admiran la música, pero el argumento no parece impresionar a nadie de una manera particular. Tal como se nos presenta en esta ópera parece ser la historia, desgraciadamente demasiado común, de un
hombre sensual que traiciona a una ingenua doncella, abandonándola después para que expíe su locura y sufra por su exceso de confianza. El aspecto de magia y brujería de algunas escenas de la obra, es considerado por la mayoría de la gente como fantasías de un autor que las ha introducido para dar más vigor e interés a las acciones sórdidas de la vida.
Cuando Fausto es llevado por Mefistófeles a los infiernos y Margarita sube al cielo en alas angelicales al final de la obra, la gente, en general, se imagina que ésta es precisamente la moraleja que conviene dar para concluir dignamente la obra.
Una pequeña minoría sabe que la ópera de Gounod está basada en el drama de Goethe; y los que han estudiado las dos partes de este drama se forman de él una idea muy distinta de la que les sugiere el argumento de la ópera. Solamente los contados místicos iluminados, ven en la obra de Goethe la mano inequívoca de un compañero Iniciado e iluminado, y se dan perfecta cuenta de la gran significación cósmica que hay en la obra.
Es preciso comprender bien claramente que la historia de Fausto es un mito tan antiguo como la humanidad. Goethe lo ha presentado en una forma mística apropiada, esclareciendo uno de los más grandes problemas del día, la relación y la lucha entre la Masonería y el Catolicismo, que hemos considerado bajo otro punto de vista en un libro anteriormente publicado.
Muchas veces hemos dicho en nuestra literatura que un mito es un símbolo velado conteniendo una gran verdad cósmica: concepto que difiere radicalmente del que es aceptado generalmente. Lo mismo que nosotros damos libros ilustrados a nuestros hijos para enseñarles cosas que sobrepasan su joven inteligencia, así los grandes Instructores dieron a la humanidad primitiva estos símbolos pictóricos, facilitando de esta manera a los hombres, si bien inconscientemente, un modo de grabar en sus vehículos superiores una justa apreciación de los ideales que comprenden.
Como la semilla germina invisiblemente en la tierra antes de que pueda florecer por encima de la superficie visible del suelo, así estas imágenes impresas por los mitos en nuestros cuerpos más finos e invisibles, nos han puesto en un estado de receptividad por el que podemos fácilmente aspirar a ideales superiores y elevarnos sobre las condiciones sórdidas del mundo material. Estos ideales hubieran quedado ocultos por la naturaleza inferior, si no hubieran sido exteriorizados durante muchas edades por medio de mitos, precisamente como los de Fausto, Parsifal y otros semejantes.
Igual que la historia de Job, el asunto del mito de Fausto se inicia en el cielo con una convocación de los hijos de Seth, Lucifer entre ellos. El final, tal como lo escribió Goethe, también está situado en el cielo. Como todo es muy distinto de como generalmente se representa en el teatro, nos vemos frente a frente de un gran problema. En efecto: el mito de Fausto describe la evolución de la humanidad durante la época presente. También nos enseña cómo los hijos de Seth y los hijos de Caín desempeñan cada uno su trabajo en la obra del mundo.
Siempre ha sido costumbre del autor del presente libro, atenerse lo más estrictamente posible a su asunto, de modo que cualquiera fase de la filosofía tratada pueda recibir toda la fuerza de una concentrada iluminación hasta donde es posible alcanzar. Pero algunas veces las circunstancias justifican un apartamento del punto principal del argumento, y según nuestra manera de considerar el mito de Fausto es una de ellas. Si tuviéramos que tratar este asunto solamente respecto a su relación con el problema de la Masonería y del Catolicismo, tendríamos que volver a nuestra materia más tarde, con el fin de ilustrar otros puntos de interés vital en el desarrollo del alma como tarea de la raza humana. Confiamos, por consiguiente, en que el lector no criticará las digresiones, ni las tomará a mal.
En la primera escena, tres de los Hijos de Dios, Espíritus Planetarios, están representados inclinándose ante el Gran Arquitecto del Universo, y cantando los himnos de las esferas en adoración del Ser Inefable que es la fuente de la vida, el autor de todo lo manifestado. Goethe representa a uno de estos sublimes espíritus de las estrellas diciendo:
“Une su antiguo ritmo a la armonía
de la celeste esfera el sol sereno,
y exacto sigue la prescrita vía
con los potentes ímpetus del trueno.”
Se han inventado instrumentos científicos modernos, gracias a los cuales se ha logrado transformar ondas de luz en sonido, demostrando así en el mundo físico, la máxima mística de la identidad de estas manifestaciones. Lo que antes era manifiesto solamente al místico, quien era capaz de elevar su conciencia a la Región del Pensamiento Concreto, es ahora también percibido por el hombre científico, La música de las esferas, mencionada públicamente por primera vez por Pitágoras, no se debe por consiguiente considerar como
una vaguedad originada en la imaginación calenturienta de los poetas o como la alucinación de un cerebro desequilibrado.
Goethe quería decir exactamente lo que expresaban sus palabras. Las estrellas tienen cada una su nota-clave y viajan alrededor del sol a velocidades diferentes, de tal modo, que
su posición actual no se reproducirá sino después de que hayan pasado veintisiete mil años.
Por consiguiente, la armonía de las regiones celestes cambia a cada momento de la vida, y
así como esta armonía cambia, así también el mundo modifica sus ideas e ideales. La danza que en su marcha ejecutan los astros al compás de la sinfonía celeste creada por ellos, marca el progreso del hombre en el camino que llamamos evolución.
Pero es una idea equivocada el pensar que la armonía constante es agradable. La música emitida de este modo se nos antojaría monótona y nos cansaríamos de esta armonía continua. En efecto, la música perdería su encanto si no hubiese en ella disonancias producidas con frecuentes intervalos. Cuanto más, un compositor, pueda acercarse a la discordancia sin marcarla directamente en la partitura, tanto más placentera será su composición cuando sea interpretada en los instrumentos. Lo mismo pasa con la armonía de las esferas; nunca podríamos llegar a la individualidad y al ser propio, hacia lo cual se
esfuerza toda la evolución, sin la discordia divina.
Por esta razón el Libro de Job designa a Satán como a uno de los Hijos de Dios. Y el mito de Fausto habla de Lucifer como también presente en la asamblea que tiene lugar en la primera parte del drama. De él sale la nota salvadora de disonancia que forma contraste con la armonía celeste; y como la luz más brillante proyecta también la sombra más oscura,
la voz de Lucifer encarece la belleza del himno de los cielos.
Mientras los otros Espíritus Planetarios se inclinan en adoración al contemplar la obra del Maestro Arquitecto tal como la revela al Universo , Lucifer hace oír la voz de crítica, de censura, en las siguientes palabras dirigidas contra la obra maestra de Dios, el rey de las criaturas, el hombre:
“Nada digo del sol, astros ni satélites,
Yo en el orbe sólo veo
al mortal y sus reveses.
Ese dios diminutivo
del pobre globo terrestre,
guarda siempre el tipo augusto
de su ridícula especie,
y aún hoy, como. el primer día,
me maravilla y divierte.
Tan desdichado no fuera
si en su envanecida mente
no hubieras puesto el reflejo
de tu resplandor celeste.
Razón le llama, y le sirve
para ser el más imbécil
de los que orgullosos nombra
los irracionales seres”.
Desde el punto de vista de las generaciones pasadas puede sonar esto como un sacrilegio, pero a la luz más clara de los tiempos modernos podemos comprender que basta en un ser tan exaltado como aquel llamado Dios, debe de haber desarrollo. Nos podemos figurar el anhelo de obtener mayores habilidades; la contemplación de universos futuros ofreciendo mayores facilidades para las evoluciones de otros espíritus virginales, que son un resultado de imperfecciones apercibidas en el esquema de manifestación por su exaltado Autor. Además como “en El vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser así la nota discordante lanzada por los espíritus de Lucifer debería también resonar en El. No sería ningún impulso exterior que llamó Su atención hacia los errores o a impulsarle a la obra, sino Su propio divino reconocimiento de una imperfección para ser transformada en un bien mayor.
En la Biblia leemos que Job era un hombre perfecto, y en el mito de Fausto el que desempeña el papel principal es llamado servidor de Dios, porque naturalmente, el problema del desarrollo, de un mayor crecimiento, debe ser solucionado por los más adelantados. Individuos ordinarios o aquellos que están en un nivel inferior de evolución, tienen aún que pasar por aquel trozo del camino ya atravesado por hombres como Fausto y
Job, que son la vanguardia de la raza y que son considerados por el resto de la humanidad
del mismo modo como Lucifer les describe, es decir, como locos y extravagantes:
“Manjares no hay en la tierra
que sus labios no desdeñen
y al espacio imaginario
le arrastra su extraña fiebre.
De su insensata locura
a medias conciencia tiene,
al cielo le pide el astro
que más puro resplandece.
y al mundo la más intensa
sensación de sus placeres.
Y ni el cielo ni la tierra
juntando todos sus bienes,
llenar podrán el vado
de su corazón estéril.”
Para tales gentes se debe abrir un camino nuevo y más elevado para ofrecerles mayores oportunidades para su desarrollo y crecimiento: por esta razón, Dios le contesta:
“Aún hoy, perdida la ruta,
me sirve. A sus ojos fieles
brillará la luz mañana.
Bien el hortelano entiende
cuando el botón rompe el árbol,
qué fruto ha de prometerse.”
del libro "El Misterio de las Grandes Óperas", de Max Heindel