EVOLUCIÓN DESDE EL PUNTO
DE VISTA ROSACRUZ
Capítulo I
PERÍODOS PREHISTÓRICOS
Cuando miramos a la cúpula estrellada de los cielos, podemos ver un cuadro sublime, de maravillosa inspiración, y cuanto más la miramos, mayor es el número de las estrellas que se presentan a nuestra vista. Entre ellas hay dos muy brillantes llamadas por los astrónomos las lámparas de la noche. Siempre están girando en torno del Polo Norte o de la Estrella Polar, la guía del marinero. Estas dos estrellas son las más destacadas de las que forman el grupo de la Osa Mayor, y siempre están apuntando a la dirección de la Estrella Polar, la cual es casi estacionaria y por tal razón tan confiable como un buen amigo para señalar la dirección que el marinero debe seguir en el mar.
Nosotros admiramos el esplendor de estas brillantes estrellas y nuestros ojos inmediatamente sorprenden la figura de la Osa Mayor, de la cual, como hemos dicho, forman parte.
Si mirásemos por uno de esos grandes telescopios a las estrellas que estamos contemplando, nos perderíamos en un sistema de estrellas y mundos; mundos de los que el hombre puede escasamente soñar y que son muchas veces mayores que nuestra diminuta Tierra. A medida que se construyen mayores instrumentos y las lentes nos traen a nuestra vista mayores extensiones y profundidades del espacio, el panorama se hace más maravilloso. Si un instrumento construido por la mano del hombre tiene el poder de penetrar mucho más allá que su limitada vista física, imaginémonos cuánto más grandioso será el cuadro del universo de Dios para el hombre que puede navegar y recorrer a través de esas grandes distancias. Para el adepto no hay distancia física. El propio pensamiento le transportará en alas espirituales para visitar este planeta o el otro mundo y su penetración está limitada únicamente por su desarrollo. A medida que aumenta en conciencia espiritual, también aumentará su poder para penetrar en el espacio y los cuadros se hacen más sublimes y grandiosos.
El hombre de mente materialista es muy propenso a creer que todo aquello que ve con sus ojos, las bellezas de la naturaleza que le rodean en el mundo material, las montañas, los árboles, las flores, la luz solar y las nubes, constituye todo su mundo. Él no puede concebir nada más de aquello que puede ver, sentir, oír u oler. Aun la vida que se le presenta a su vista por medio del telescopio la acepta como una parte de este diminuto universo. Él es incapaz de reconocer la grandeza del mundo de Dios, él no puede comprender ni abarcar su inmensidad porque le falta la reverencia por cosas que están más allá de aquellas que contribuyen a su comodidad y placer.
El astrónomo con sus maravillosos instrumentos no es capaz de contar todos los mundos, o determinar definitivamente si están habitados o no. Supone o cree que Marte lo está, pero todos los intentos hechos por él para comunicarse con ese planeta han fracasado.
¿Pero por qué estamos nosotros tan interesados en la gran galería de cuadros de Dios? Nosotros hemos tocado y admirado los cuadros de la naturaleza como el hombre los ve con su simple vista y con la ayuda de telescopios, pero las más maravillosas escenas se contemplan mediante el empleo de una visión mucho más confiable que todo cuanto pueda el hombre esperar alcanzar con sus instrumentos materiales; una vista que está latente en él y que puede otra vez volver a desarrollar. Esta vista es la que él hombre poseyó en los primeros períodos de su existencia, antes de que su visión se nublase por los densos velos de la materia. Esta vista espiritual es la que el ego poseyó cuando fue separado de Dios como espíritu virginal.
El hombre posee conocimientos para vivir rectamente y facilidades para estudiar los siete mundos y los métodos de su desarrollo evolucionario. Si el hombre se percata de estas verdades, no teórica sino prácticamente, y las convierte en una parte de sí mismo por vivirlas, entonces el ser humano apartará lentamente los velos que en su descenso en la materia ha colocado a su derredor. De este modo el hombre gradualmente volverá a alcanzar su estado espiritual, lo cual le permitirá ver los cuadros de la gran galería de Dios, la cual llamamos nosotros la Memoria de la Naturaleza. Esta verdadera galería pictórica de Dios se halla en la más elevada subdivisión de la Región del Pensamiento Concreto. Para poder ver este gran lienzo cinematográfico del mundo y la luz en tal región es necesario que el hombre pase por varias Iniciaciones. Su desarrollo le permitirá ver entonces ese panorama de la creación en movimiento, pues los cuadros de la Naturaleza están en constante moción. El rollo de la película moderna es una imitación preciosa de aquello que el hombre altamente desarrollado ve en los archivos del universo.
Nuestros amados Hermanos Mayores han podido indicarnos las grandes verdades contenidas en nuestro libro “Concepto Rosacruz del Cosmos” por este método de lectura de la Memoria de la Naturaleza, Max Heindel, por haber hecho los sacrificios necesarios y por vivir una vida de pureza y derrochar sus amorosos servicios, fue capaz de descorrer los velos que oscurecían su vista espiritual y con la ayuda de ellos, los Hermanos Mayores, le fue permitido ver estas escenas o cuadros e impartir a sus lectores más conocimientos durante escasos diez años que muchos otros místicos y ocultistas avanzados han hecho durante toda la vida.
Ya se trate de la formación de la piedra, de la planta, del animal o del hombre, todo está grabado en esa gran película cinematográfica. Cualquier evento de su historia pasada desde su propio principio están pintados allí. Nada hay tan pequeño o insignificante que no tenga su sitio y esté impreso sobre aquel lienzo.
Serenémonos y sentándonos quietamente, cerremos los ojos e imaginémonos cuáles sensaciones nos proporcionarían si pasaran tales cuadros ante nuestra mirada interna, mostrándonos el principio de la Tierra, la potencia creadora de la Gran Causa Primera, la nebulosa ígnea, seguido por la incrustación de la Tierra. Imaginémonos cómo serían las escenas de este panorama al pasar ante nuestro ojo mental los cuadros correspondientes al tenebroso Período de Saturno y su caluroso estado comparable al mineral.
Imaginémonos la vida de Dios en su trabajo para este progreso y desarrollo según recorre los siete globos, cada globo un poco más desarrollado que el precedente, y después el período de descanso y de reposo o caos que necesariamente debe venir entre el momento de manifestación de cada globo o Período y el Próximo. Cuando alcancemos el segundo período llamado Período Solar, imaginémonos una nebulosa de fuego, luminosa, cegadora, en cambio constante, siempre en un estado mejorado bajo la dirección y guía de los Señores de la Llama. En este período los Señores de la Sabiduría irradiaron de su propio cuerpo el germen del cuerpo vital del hombre, que debía interpenetrar el cuerpo denso físico que había empezado su manifestación en el Período de Saturno. ¿Podremos imaginarnos cómo sería nuestro cuerpo entonces, el cual se había extraído y desenvuelto de un estado semejante al del mineral, y que tomaba un estado comparable al de la planta?
Después de que la oleada de vida de este período hubo efectuado su actuación cumpliendo las siete revoluciones alrededor de los siete globos, entró de nuevo en un período de reposo o de sueño. Notemos cuán maravilloso es que toda vida, desde su más elevada y excelsa expresión hasta la más baja e ínfima, pasa por estos estados de vida y de manifestación para sumergirse en la contraparte de caos o inercia, es decir, su día y su noche.
Ahora sigamos adelante con nuestro panorama cinematográfico y pasemos ligeramente por los cuadros que corresponden a la formación del mundo durante el tercero o Período Lunar. También aquí volvemos a hallarnos con el místico número siete (Véase el diagrama número 8, página 204, del “Concepto Rosacruz del Cosmos”).
Esto nos dará una idea del gran plan de Dios, en cuanto a la formación de los mundos en ciclos de siete: Siete globos en cada período y siete períodos.
Como la Luna es de naturaleza acuosa, por lo tanto, naturalmente, el agua fue el elemento que se añadió en el Período Lunar al calor del Período de Saturno y al fuego del Período Solar. Nosotros nos podemos formar una idea de este período tomando una pelota de hierro caliente hasta el rojo, haciéndola girar a una velocidad grande y echando agua sobre ella. Una neblina templada deberá elevarse en la atmósfera. Esto describe de algún modo las condiciones atmosféricas que se encuentran en el Período Lunar. Los Señores de la Sabiduría cooperaron con los Señores de la Individualidad que en tal momento se hicieron cargo de la oleada de vida evolucionante. El hombre en formación había llegado al punto en el que se hallaban desarrollándose los embrionarios órganos de los sentidos y las glándulas. En la tercera revolución del Período Lunar, los Señores de la Individualidad irradiaron de ellos mismos la sustancia de la cual el hombre, con la ayuda de tales grandes seres, construyó su cuerpo de deseos.
Previamente a esto los espíritus virginales que comenzaron su evolución en el Período de Saturno estaban conscientes de los cuadros de la Memoria de la Naturaleza que se movían a su alrededor, pero a medida que se añadió velo tras velo las imágenes se esfumaron del radio de su visión. Por ejemplo, en el Período Solar la adición del cuerpo vital empezó a oscurecer hasta cierto punto su vista espiritual. Fue como si se corriera un velo entre el hombre y el Sol: la luz se oscureció ligeramente. En el Período Lunar se añadió el germen del cuerpo de deseos, lo cual dio al hombre el deseo para la acción. Al cuerpo evolucionante del espíritu virginal se le dio la fuerza para moverse, pero por la añadidura del cuerpo de deseos se sumó otro velo, y la luz del espíritu se oscureció en un grado aún mayor. Entonces quedó emparedado en un triple cuerpo.
Esta pérdida de la vista espiritual hizo que el espíritu girase en torno hacia su interior para buscar allí la luz que había perdido. Entonces la conciencia pictórica mencionada anteriormente tornó hacia adentro y empezó la individualización. Los seres del Período Lunar eran unas criaturas extrañas, semejantes al animal. Max Heindel les describe diciendo que tenían un cuerpo abolsado muy similar a la placenta en su desarrollo entre la cuarta y la quinta semanas. Tenían la apariencia de estar suspendidos por cuerdas en la atmósfera, precisamente como el embrión cuelga en la placenta del cordón umbilical.
El reino vegetal, como podemos observar en nuestro cuadro, crecía hasta una altura enorme, pues la atmósfera cargada de vapor favorecía y conducía a tan rápido crecimiento y desarrollo.
del libro Temas Rosacruces UNO
publicado por Estudiantes de la Fraternidad Rosacruz de Max Heindel
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