CAPITULO 20: DE LA CONFESIÓN DE LA PROPIA FLAQUEZA Y DE LAS
MISERIAS DE ESTA VIDA.
El Alma:
1. Confesaré, Señor, contra mí mismo mi iniquidad; te confesaré mi flaqueza.
Muchas veces es una cosa bien pequeña la que me abate y entristece. Propongo pelear varonilmente; mas en viniendo una pequeña tentación me lleno de angustia. Algunas veces de la cosa más despreciable me viene una grave tentación. Y cuando me creo algún tanto seguro, cuando no lo advierto, me hallo a veces casi vencido y derribado de un ligero soplo.
2. Mira, pues, Señor, mi bajeza y fragilidad, que te es bien conocida. Compadécete, y sácame del lodo, porque no sea atollado, y quede desamparado del todo. Esto es lo que continuamente me acobarda y confunde delante de Ti; ver que tan deleznable y flaco soy para resistir a las pasiones. Y aunque no me induzcan enteramente al consentimiento, sin embargo me es molesto y pesado el domarlas, y muy tedioso el vivir así siempre en combate. En esto conozco yo mi flaqueza, en que las abominaciones imaginaciones más fácilmente vienen sobre mí que se van.
3. ¡Ojalá, fortísimo Dios de Israel, celador de las almas fieles, mires el trabajo y dolor de tu siervo, y le asistas en todo lo que emprendiere! Fortifícame con fortaleza especial, de modo que ni el hombre viejo, ni la carne miserable, aún no bien sujeta al espíritu, pueda señorearme: contra la cual conviene pelear en tanto que vivimos en este miserabilísimo mundo. ¡Ay! ¡Cuál es esta vida, donde no faltan tribulaciones y miserias, donde todas las cosas están llenas de lazos y enemigos! Porque en faltando una tribulación o tentación viene otra; y aun antes que se acabe el combate de la primera, sobrevienen otras muchas no esperadas.
4. Y ¿cómo se puede amar una vida llena de tantas amarguras, sujeta a tantas calamidades y miserias? Y ¿cómo se puede llamar vida la que engendra tantas muertes y pestes? Con todo esto se ama, y muchos la quieren para deleitarse en ella.
Muchas veces nos quejamos de que el mundo es engañoso y vano; mas no por eso le dejamos fácilmente; porque los apetitos sensuales nos señorean demasiado. Unas cosas nos incitan a amar al mundo, y otras a despreciarlo. Nos incitan a amarlo la sensualidad, la codicia y la soberbia de la vida; pero las penas y miserias que les siguen, causan tedio y aversión al mundo.
5. Pero ¡oh dolor! que vence el deleite al alma que está entregada al mundo, y tiene por gusto estar envuelta en espinas; porque ni vio ni gustó la suavidad de Dios, ni el interior gozo de la virtud. Mas los que perfectamente desprecian al mundo y trabajan en vivir para Dios en santa vigilancia, saben que está prometida la divina dulzura a quien de veras se renunciare a sí mismo, y ven más claro cuan gravemente yerra el mundo, y de muchas maneras se engaña.
del libro "Imitación de Cristo", de Tomás de Kempis
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