MIRADA RETROSPECTIVA A LA HISTORIA
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Ya no necesitamos que se nos recuerde que estamos viviendo en tiempos fecundos en innovaciones. En cada departamento de nuestra civilización ha surgido el invasor espíritu intrépido de la indagación, del análisis y de la investigación. Ni tampoco podemos dejar de observar que estamos viviendo en una era en que el intelecto está alcanzando su más práctica o intensa expresión; que se está arrasando con real y auto-suficiente confianza el derecho a desafiar cualquier código de ética, cualquier religión o teoría de la vida, cualesquiera linderos de civilización, y cualquier hipótesis científica, y a exigir pruebas de su derecho a existir. Nada en el universo es demasiado, colosal para su investigación, ni demasiado infinito y vanal para su análisis. La sociedad ha cesado de temblar ante los revolucionarios ataques de los descubrimientos científicos que durante muchos años han hecho retroceder a la ignorancia, al prejuicio y al dogmatismo con fuerza irresistible. Estos han tenido su día, y ahora son impotentes para retardar el progreso; la humanidad está avanzando, quiérase o no.
En ningún departamento de la vida está más íntimamente manifestado el espíritu de escudriñamiento, de examinación y de investigación, que en la religión. El implacable espíritu de investigación ha entrado en este dominio del misterio y de la tradición, en las profundidades de su origen, al reino de su autoridad, y no se ha detenido ni se ha acobardado, ni ha retrocedido, aunque todos los sacros baluartes de los credos amenacen desmoronarse ante su intrusión. El intelecto está exigiendo un derecho a interpretar la verdad de la religión, más grande que el del sacerdote, afirmando confiadamente que si no puede descubrir la verdad o penetrar más allá de las fronteras de lo invisible a un conocimiento de Dios, ninguna otra facultad existe que pueda conocer la Deidad.
Si miramos retrospectivamente los siglos de historia, notamos que la presente era intelectual y material es el fruto de un largo y significativo pasado; la cresta de una ola de progreso que ha seguido a un impulso enviado desde el principio mismo de la raza. Vago e incierto como puede ser nuestro vistazo a las civilizaciones de la India, Egipto, Persia, o Grecia, podemos notar, sin embargo, que desde el nacimiento de la raza Aria la dirección del progreso ha sido hacia la invitadora magnificencia del sol poniente.
Cuando la India alcanzó el pináculo de su grandeza, la religión hindú enseñó un concepto de Dios y de Su omnipotencia que en toda la historia no ha sido sobrepujado por su elevada espiritualidad. A partir de la cresta de la ola de progreso, se ha ido apagando a través de los siglos la luz de la maravillosa verdad de la unidad de la vida y de una divina presencia en el universo. Entonces con profunda calma la ola se alejó para reaparecer en Persia, agregando una nueva luz para estimular el progreso humano.
No es usual que asociemos la idea del desarrollo material con el Oriente, y sin embargo allí nació. Así como la nota-clave de la religión hindú es unidad, enseñándonos que la Deidad está en todas Ias partes del universo, así la nota-clave de la religión Persio Zoroastriana es la pureza; pureza de conducta y en todos los asuntos de la vida. Zoroastro vino para elevar a su pueblo y sacarlo de la pereza y de la indolencia en las cuales había caído, para despertarles del estado de apatía de contemplación inactiva de la vida interior, todo lo cual es demasiado común entre los hindúes, a la consideración de una verdad espiritual adaptada a la época en que vivían. Como todas las grandes religiones, ponía más de relieve el lado practico que el lado metafísico de la vida, y su divisa de “pensamientos puros, palabras puras y obras puras " revela cuán antigua es lo doctrina del recto pensamiento y de la vida recta, Siglos más tarde vino el Buda para renunciar las antiguas verdades que yacen escondidas bajo las ruinas del egoísmo y de la casta, y sintiendo el sufrimiento y el pecado del mundo enraizados en el deseo incumplido, su compasivo corazón trató de aliviar el dolor a través de la doctrina de subyugar todo deseo y alcanzar así la paz, doctrina que cayó como una bendición sobre las acongojadas vidas de sus contemporáneos y la cual vive todavía en los corazones de sus seguidores. Con la muerte del gran maestro oriental la gloria del Oriente comenzó a disminuir.
De nuevo la ola espiritual se alejó para aparecer entre los griegos. Desde los griegos no, se ha alcanzado un más alto tipo de intelecto puro que el de ellos. su arte, su filosofía. Hablan siempre en el lenguaje del reposo, de la dignidad, del dominio de sí mismo. Para ellos la Verdad y la Belleza eran las perlas de gran precio. Ellos inscribieron sobre sus templos las palabras "conócete a tí mismo", porque conocerse uno mismo es conocer la verdad. Ya fuera que se manifestase a través del poder consciente de su dios Apolo, surgiendo de su templo para defender en persona el sagrado santuario que se reflejase en las espléndidas proezas de Pericles o en la elevada filosofía de Pitágoras, Sócrates o Platón, siempre nos ponemos en 'contacto con los griegos con la presencia del poder intelectual en búsqueda de la verdad.
Pero cuando se embriagaron con el orgullo intelectual y la autosuficiencia, Grecia cayó ante el militarismo organizado de Roma.
Desde su cumbre de supremacía militar, Roma con templaba complacida el mundo que había conquistado. Nunca pensó que caería derribada ante la mera fuerza espiritual, dejando una herencia de ley, orden y justicia a una generación posterior.
Echar una ojeada a la miseria y a la degradación del mundo a los pies de Roma, esclavizado por el vicio, la apatía y la superstición, es comprender, aunque sea vagamente, cuán lejos se habla desviado la humanidad do los sublimes preceptos de los antiguos Maestros. Muy débilmente, entre la charla del prejuicio racial y la separación de las razas, sonaban las antiguas notas tónicas de la unidad y de la pureza. Egipto estaba envuelto en la oscuridad de un sacerdocio degenerado; la India estaba encadenada por la casta; Persia yacía dormida bajo sus enjoyados doseles; la gloria de Grecia estaba empañada; Roma sofocada con los humos del vicio y de la disipación, insultaba los cielos con las hogueras de sus campamentos; y casi parecía que Dios hubiese olvidado a Su mundo. Pero, "desde la sombra vigilaba sobre los suyos". Otra vez había llegado el tiempo para una de esas manifestaciones divinas que tienen lugar de tiempo en tiempo para ayudar a la humanidad. Tal manifestación viene invariablemente cuando la opresión de las tinieblas parece ser demasiado pesada de soportar y se necesitaba un nuevo impulso para avivar el crecimiento espiritual.
A este fango de un imperio decadente, a este fastidio de un mundo desesperado, en medio de un pueblo perdido y despreciado, descendió el Espíritu del Sol, Cristo, haciendo patente "la más grande de las medidas divinas tomadas hasta el momento para elevar a la humanidad". Cristo no vino solamente a rescatar la verdad del olvido, a devolvernos las antiguas enseñanzas, o a restablecer la ley, sino a agregarles el más grande de todos los principios: el Amor; a revelar a la humanidad la doctrina del corazón; y cómo podemos alcanzar una sabiduría más sublime por el sendero del amor que por el de la razón. Vino para reemplazar las religiones de raza, que fueron instituidas por y bajo la regencia de Jehová, con una Religión Cósmica, promotora de la Amistad Universal así como de la Fraternidad Universal; una religión en la cual el reinado de la ley debía ser reemplazado por el reinado del
Amor; y en la que el espíritu de antagonismo y separatividad que está en la raíz de todas las religiones de raza, será transmutado en servicio inegoísta, uno para todos y todos para uno, de modo que las naciones puedan trocar sus espadas en rejas de arado y el Reinado de la Amistad y de la Paz comience.
En todas las religiones anteriores hubo enseñanzas más profundas que las que fueron dadas a las masas. Los sacerdotes eran custodios de este conocimiento interno, y la Iniciación estuvo abierta únicamente a unos pocos. La humanidad, como un todo, no estaba suficientemente avanzada como para recibirlo. Aquellos que fueron iniciados en los antiguos Misterios necesitaron la mediación de los sacerdotes, y sólo el Sumo Sacerdote podía entrar en el Templo de Dios más recóndito. Cuando Cristo, engendrado del Padre, vino, trajo directamente a la humanidad la luz y el poder del Sol espiritual. Hizo descender sobre la vida humana el Rayo Cósmico de Sí Mismo. El es el mediador entre Dios y el hombre, el Camino,
la Verdad y la Vida, llenando en Sí Mismo el oficio de Sumo Sacerdote según la orden de Melquisedec, siendo El Mismo el Iniciador; y ahora' "el que 'quiera, tome del agua de la vida de balde ".
Parece paradójico considerar el crecimiento material y la supremacía de la civilización moderna como resultado real de un impulso enviado por el dulce Nazareno sin embargo el nacimiento de la Religión Cristiana dio un estímulo directo y especial a la acción individual, porque rompió las barreras de casta y de raza y reveló el hecho de que todos los hombres son iguales ante Dios. Que todos somos hermanos es un hecho de la naturaleza, pero bajo el régimen de Jehová algunos fueron preferidos a otros; por consiguiente Cristo vino a nivelar las diferencias.
Galilea misma era un suelo nativo más adecuado para un nuevo orden de cosas que lo que a primera vista parezca. Obscura como es hoy, hace dos mil años Galilea era la Meca de los viajeros que allí se congregaban desde todas las partes conocidas del mundo. Tan cosmopolita fue como Roma misma, una especie de "crisol" que proporcionaba las condiciones congeníales para el nacimiento de un cuerpo y cerebro diferentes del tipo ordinario, y un ambiente donde la adaptabilidad a los nuevos impulsos pudiese encontrar más espacio y desde donde nuevos conceptos pudiesen ser enviados al mundo.
En la religión Cristiana las antiguas ideas de esclavo y señor, judío y gentil, sacerdote y pueblo, brahmín y paria, fueron substituidas por los ideales de igualdad, independencia y libertad individual. Aún los más humildes comenzaron a levantar sus cabezas como hombres libres y a conseguir la acción individual y el desarrollo individual; y con este nuevo sentido de libertad en sus corazones no es de maravillarse que comenzasen a apagar su antigua sed de autoexpresión en las, aguas de la prosperidad material que nunca antes habían fluido tan abundantemente a sus pies. Nuestra civilización moderna es un resultado de este ímpetu dado al desarrollo individual tanto en pensamiento como en acción.
Las adquisiciones intelectual y material de la civilización moderna han hecho desenvolverse naturalmente el espíritu crítico y analítico que siempre acompaña el desarrollo individual. Esto fue acentuado por el nacimiento de la ciencia moderna.
Hoy día el intelecto está entronizado sobre el conocimiento que ha adquirido, y rehusa aceptar nada como verdad, que no pueda ser visto, medido o analizado.
Pero aunque la ciencia física pueda mofarse de la Religión Cristiana de amor y de auto-sacrificio por anticientífica y contraria a las leyes del instinto de conservación y la supervivencia del más apto, las enseñanzas del manso Nazareno han imbuido silenciosa y casi imperceptiblemente el Mundo Occidental con el espíritu de altruismo, que ha ido ganando terreno en los corazones de la humanidad desde el sacrificio del Gólgota, impeliendo a ésta a llevar las cargas de otro y a hacer de la causa del bienestar individual la causa ,de todos; porque sólo así puede el hombre entrar en sus completos derechos de nacimiento de su libertad y ejemplificar la enseñanza cristiana.
del libro Cristo o Buda
por ANNET C. RICH
Prologo por MAX HEINDEL
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pueden acceder al vídeo, desde aquí
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