CAPÍTULO 2: CÓMO LA VERDAD HABLA DENTRO DEL ALMA SIN
SONIDO DE PALABRAS.
El Alma:
1. Habla, Señor, porque tu siervo escucha. Yo soy tu siervo, dame entendimiento, para que sepa tus verdades.
Inclina mi corazón a las palabras de tu boca: descienda tu habla así como rocío.
Decían en otro tiempo los hijos de Israel a Moisés: Háblanos tú y oiremos: no nos hable el Señor, porque quizá moriremos.
No así, Señor, no así te ruego: sino más bien como el Profeta Samuel, con humildad y deseo te suplico: Habla, Señor, pues tu siervo oye.
No me hable Moisés, ni alguno de los Profetas; sino bien háblame Tú, Señor Dios, inspirador y alumbrador de todos los Profetas: pues Tú solo sin ellos me puedes enseñar perfectamente; pero ellos sin Ti ninguna cosa aprovecharán.
2. Es verdad que pueden pronunciar palabras; mas no dan espíritu.
Elegantemente hablan; mas callando Tú no encienden el corazón.
Dicen la letra; mas Tú abres el sentido.
Predican misterios; mas Tú ayudas a cumplirlos.
Muestran el camino; pero Tú das esfuerzo para andarlo.
Ellos obran por de fuera solamente; pero Tú instruyes y alumbras los corazones.
Ellos riegan la superficie; mas Tú das la fertilidad.
Ellos dan voces; pero Tú haces que el oído las perciba.
3. No me hable, pues, Moisés, sino Tú, Señor Dios mío, eterna verdad, para que por desgracia no muera y quede sin fruto, si solamente fuere enseñado de fuera y no encendido por adentro.
No me sea para condenación la palabra oída y no obrada, conocida y no amada, creída y no guardada.
Habla, pues, Tú, Señor; pues tu siervo oye, ya que tienes palabras de vida eterna.
Háblame para dar algún consuelo a mi alma, para la enmienda de toda mi vida, y para eterna alabanza, honra y gloria tuya.
del libro "Imitación de Cristo", de Tomás de Kempis
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