Capítulo II
LA HERENCIA Y LOS PROBLEMAS
DE LA INFANCIA
Se oye con muchísima frecuencia la siguiente pregunta: “¿Cómo explica usted el hecho de que un niño nazca con las malas características de sus padres?” Y por nuestra parte lo explicamos diciendo sencillamente que no es un hecho. Desgraciadamente la humanidad tiene una tendencia muy marcada a achacar su mal carácter a la herencia, censurando a los padres por las faltas que no obedecen más que a nosotros mismos, pero en cambio, pidiendo para sí todo el reconocimiento del mérito por nuestras buenas cualidades. Y este mismo hecho de que nosotros diferenciemos entre lo que heredamos y lo efectuado por nosotros mismos, nos demuestra que hay dos aspectos en la naturaleza del hombre: el de la “forma” y el de la “vida”.
Respecto al lado de la forma, como ya hemos dicho anteriormente, en el feto y en la parte inferior de la garganta, precisamente sobre el esternón, existe una glándula llamada “thymus”, la cual adquiere su máxima extensión durante la época de la estación y que gradualmente se atrofia conforme crece el niño, desapareciendo completamente al llegar, o un poco antes de los catorce años, poco después de que los huesos han quedado formados debidamente.
La ciencia ha estado muy intrigada respecto a la función de esta glándula y ha emitido varias teorías para explicar su objeto y función. Entre tales teorías una es que esta glándula suministra el material para la manufactura de los corpúsculos rojos de la sangre hasta que los huesos han sido formados en el niño, o sea hasta que éste puede fabricarse los corpúsculos para su sangre. Esta teoría es verdadera.
Como dijimos previamente en el capítulo anterior, durante los primeros años el Ego propietario del cuerpo del niño no se halla en posesión completa de él, y nosotros mismos reconocemos que el niño no es responsable de sus hechos, por lo menos hasta que llega a los siete años y finalmente hasta que cumple los catorce años. Durante este período no alcanza el niño ninguna culpabilidad legal por sus acciones y esto es como debe ser, puesto que el Ego como está en la sangre no puede funcionar adecuadamente más que en sangre propia exclusivamente, y por consiguiente, como quiera que en el cuerpo del niño la sangre que circula es proveída por los padres por medio de la glándula “thymus”, de aquí que el niño aún no es dueño por completo de sí.
Debido a esta razón, el niño no habla de sí mismo como un Yo en los primeros años, sino que se identifica con la familia y así le oímos decir ingenuamente: “Yo soy el niño de papá o de mamá.” El niño dirá: “Mamá quiere esto”" o “Juan quiere aquello”; pero tan pronto como alcanza la edad de la pubertad, o sea, cuando ha empezado a fabricarse su propia sangre, entonces le oiremos decir: “Yo” quiero hacer esto, o “Yo” quiero hacer lo de más allá.
Desde este momento el ser empieza a ejercer su prerrogativa individual y a desprenderse de las trabas y ligazón de la familia. Vemos, pues, que la sangre así como el cuerpo, durante los años de la infancia es de los padres por la razón de la herencia, así como las tendencias a la enfermedad se arrastran también, pero debe tenerse en cuenta que únicamente las “tendencias” pero no la propia enfermedad. Después de los catorce, esto depende en gran medida del Ego mismo, ya se manifiesten o no estas “tendencias” como realidades.
En cuanto al lado de la “vida” debemos concebir que el hombre, el pensador, viene aquí equipado con una naturaleza mental y moral, las cuales le pertenecen exclusivamente, tomando solamente de sus padres el material necesario para la formación de su cuerpo físico, como hemos dicho previamente. Nosotros somos inclinados o atraídos hacia determinada familia y hacia determinado ambiente por la ley de Causa y Efecto y por la ley de Asociación. La misma ley que hace que los músicos busquen la compañía de otros de su mismo gusto en salas de música o conciertos, hace que se congreguen en hipódromos o en garitos a los jugadores, y a los hombres en temperamento estudioso en librerías, bibliotecas, etc., también es causa de que la gente de tendencias similares, características y gustos nazcan en la misma familia. Así que cuando oímos a una persona que dice: “Sí, yo sé que soy derrochador, pero es porque mi familia nunca ha trabajado; nosotros hemos tenido siempre criados”, nos demuestra con elocuencia que únicamente una semejanza de gustos puede haberlo producido.
Asimismo cuando otra persona exclama, diciendo: “Oh, sí, ya sé que soy extravagante; pero no puedo remediarlo, me viene de familia”, aquí también vemos manifestarse la ley de Asociación, y cuanto antes reconozcamos esto, en vez de excusarnos con la ley de Herencia de nuestros hábitos malos, tanto más pronto los dominaremos y empezaremos a cultivar virtudes y tanto mejor será para nosotros. No admitiremos que el borracho se excuse de su mal vicio diciéndonos: “No, es inútil; no puedo dejar de beber, todos mis familiares beben.” Con estos conocimientos le diremos que ejerza su propia voluntad tan pronto como le sea posible y que abandone las ocasiones de beber que se le presenten, si no le es posible abandonar a sus asociados, aconsejándoles que cesen de escudarse en sus antepasados como una excusa por sus malos hábitos.
del libro Temas Rosacruces UNO
publicado por Estudiantes de la Fraternidad Rosacruz de Max Heindel
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