sábado, 11 de mayo de 2013

LOS DÍAS DE NOÉ Y DE CRISTO


CAPÍTULO I


LOS DÍAS DE NOÉ Y DE CRISTO

Cuando Nicodemus vino a Cristo y le oyó hablar de, la necesidad del renacimiento, preguntó:
"¿Cómo pueden ser estas cosas?" También nosotros, con nuestro afán de investigación,
anhelamos muchas veces más luz sobre las distintas enseñanzas que se refieren a nuestro
porvenir. Es una ayuda para nosotros cuando sentimos que estas enseñanzas se adaptan a
hechos físicos conocidos por nosotros. Entonces nos parece que tenemos un fundamento más
sólido para nuestra creencia en cosas que aun no hemos comprobado.
La tarea del autor de este libro ha sido la de investigar hechos espirituales y relacionarlos con
los físicos, de tal modo que satisfagan la razón y preparen de este modo el camino de la fe.
De esta forma ha tenido el privilegio de iluminar para las almas aspirantes muchos misterios
de la vida.
Recientemente se hizo otro descubrimiento, el cual, aunque parezca estar tan lejos de
contacto con la venida de Cristo, como el Oriente dista del Occidente, proyecta mucha luz
sobre este acontecimiento y ante todo sobre la manera de nuestro encuentro con el Señor "en
un abrir y cerrar de ojos", como dice la Biblia. Nuestros estudiantes saben perfectamente que
al autor no le agrada nada contar sus experiencias propias, pero alguna vez, tal en el caso
presente, parece necesario hacerlo así, y pedimos al lector que nos perdone si empleamos el
pronombre personal "yo" en el relato de este incidente.
Una noche, hace algún tiempo, mientras me hallaba en camino hacia un país lejano donde
tenía que cumplir una misión, oí de repente un grito. Aunque la voz humana puede ser oída
solamente en el aire, hay tonos superiores que se oyen en las regiones espirituales, a
distancias que exceden a las atravesadas por la telegrafía sin hilos. Este grito, sin embargo,
venia de cerca, y yo estuve en el lugar del suceso en un instante, pero no lo bastante pronto
como para prestar la ayuda necesaria. Hallé a un hombre resbalando por un terreno abrupto,
sin vegetación, de unos doce pies de ancho, y como luego pude comprobar, casi liso, sin la
menor grieta donde se pudieran asir los dedos. Para haberle podido salvar hubiera tenido
necesidad de materializar los brazos y hombros, pero no había tiempo. En un momento hubo
resbalado por el borde del precipicio y cayó al fondo, probablemente hasta varios miles de
pies de profundidad, aunque no estoy muy seguro, pues tengo poca facilidad para esta clase
de apreciaciones.
Empujado por un sentimiento natural de fraternidad humana, yo fui detrás de él, y en la
bajada observé el fenómeno que es la base de este artículo, es decir, que cuando el cuerpo
hubo alcanzado una velocidad considerable, los éteres que componen el cuerpo vital
empezaron a esparcirse hacia fuera, y cuando el cuerpo chocó abajo contra la roca, quedando
como una masa desfigurada, ya quedaba poquísimo éter en él si había algo.
Pero gradualmente los éteres se reunieron entonces, tomando forma, y flotaban con los
vehículos más finos por encima del cuerpo aplastado; pero el hombre estaba completamente
atontado e incapaz de darse cuenta del hecho de su modificado estado.
En cuanto vi que toda ayuda era inútil por el momento, me marche; pero meditando sobre el
asunto me pareció que algo fuera de lo común había sucedido y que me incumbía el deber de
averiguar si los éteres salían de este modo de todo cuerpo que cae, y en el caso afirmativo,
por qué razones. En tiempos pasados esto hubiera sido difícil de investigar, pero hoy en día
los aviones ocasionan muchas victimas, especialmente en estos desgraciados tiempos de la
guerra. Fue por consiguiente fácil de poner en claro el hecho de que, cuando un cuerpo que
cae ha alcanzado cierta velocidad, los éteres superiores salen del cuerpo denso, y el hombre
que cae se hace insensible. Cuando el cuerpo llega al suelo queda destrozado, pero el pobre
hombre puede recuperar el conocimiento cuando el éter se haya reorganizado de nuevo.
Entonces empezará a dolerse de las consecuencias físicas de la caída. Si la caída continúa
después de la salida de los éteres superiores, la velocidad aumentada disloca a los éteres
inferiores y el cordón plateado es todo lo que queda unido al cuerpo. Este se rompe en el
momento del choque contra el suelo, y el átomo-simiente pasa al punto de rotura, donde
queda detenido en la forma usual.
De estos hechos llegamos a la conclusión de que es la presión normal del aire la que retiene
al cuerpo vital dentro del físico. Cuando nos movemos con una velocidad anormal, la presión
es alterada en algunas partes del cuerpo donde se forma un vacío parcial, con el resultado
posterior de que los éteres salen del cuerpo y fluyen dentro de este vacío. Los dos éteres
superiores, que están muy ligeramente unidos, son los primeros en desaparecer y dejan al
hombre sin sentido después de haber producido el panorama de la vida con la rapidez de un
relámpago. Después, si la caída sigue aumentando la presión del aire delante del cuerpo y el
vacío detrás, los éteres inferiores, más sólidamente atados, salen también empujados por la
fuerza, y el cuerpo muere antes de llegar al suelo.
Examinando a cierto número de personas de salud normal, se ha visto que cada uno de los
átomos prismáticos que componen los éteres inferiores, está irradiando líneas de fuerza que
inducen a los átomos físicos, en los cuales está insertado, a hacer un trabajo de tejido,
dotando de vida al cuerpo entero. La dirección única de todas estas unidades de fuerza es
hacia la periferia del cuerpo, donde constituyen lo que se llama el “fluido ódico” consignado
también por otros muchos. Cuando la presión del aire desde fuera es disminuida por la
residencia en grandes altitudes, se manifiesta una tendencia a la nerviosidad, porque la fuerza
etérea de dentro sale fuera con fuerza incontenible; y si el hombre no fuese capaz de impedir
parcialmente esta emanación de energía solar por un esfuerzo de la voluntad, para vencer esta
dificultad, nadie podría vivir en semejantes sitios.
Hemos oído hablar del "estallido de las granadas" y hemos visto que muchas personas que no
presentaban la menor herida se habían, sin embargo, encontrado muertas en el campo de
batalla. En efecto, hemos visto y hablado con personas que habían perecido de esta manera,
pero que no se podían explicar el por qué de su muerte. Todas negaban sentir miedo y
estaban unánimes en asegurar que de repente se habían encontrado sin conocimiento y un
momento más tarde se habían visto en su condición presente. Al contrario de sus
compañeros, estas personas no tenían ni el menor rasguño en sus cuerpos. Nuestra idea
preconcebida de que debía haber un miedo momentáneo en el caso de una llamada
excepcionalmente cercana que, aunque inconsciente, había causado su defunción, nos
impidió una investigación completa; pero los resultados indicados de las consecuencias de la
caída nos indujo a creer que algo por el estilo podía suceder en este caso también, y esta
suposición se confirmó luego exactamente.
Cuando un proyectil voluminoso pasa por el aire, forma un vacío detrás de él por la enorme
velocidad que lleva, y si alguna persona está en esta zona del vacío del paso del proyectil,
sufre en una medida que está determinada por su propia naturaleza y su proximidad al centro
de succión. Su situación es, en efecto; un caso opuesto al del hombre que cae, porque está
quieto, mientras un cuerpo en movimiento desplaza la presión de aire y permite que los éteres
se escapen. Si la cantidad de éter desplazada es relativamente pequeña y compuesta
solamente de los éteres tercero y cuarto, que dirigen la percepción sensorial y la memoria,
probablemente sufrirá tan sólo una pérdida momentánea de la memoria y una incapacidad de
moverse o de servirse de sus sentidos. Esta incapacidad desaparecerá cuando los éteres
extraídos se hayan otra vez fijado en el cuerpo denso; una situación mucho más difícil de
conseguir que cuando el cuerpo físico sucumbe y la reorganización tiene lugar sin referirse a
este vehículo.
Si las personas que sufren un accidente de esta naturaleza hubiesen conocido el modo de
practicar los ejercicios que separan los éteres superiores de los inferiores, habrían podido
hallarse fuera del cuerpo en plena conciencia, y quizá preparadas para su primer vuelo del
alma, si hubieran tenido el valor de emprenderlo. En todo caso se puede afirmar con
seguridad que a su regreso al cuerpo denso no hubieran sentido casi ninguna incomodidad, y
en el caso de haber sido el vacío bastante fuerte para extraer los cuatro éteres y causar la
muerte, probablemente no habría habido pérdida alguna de la conciencia, tal como domina a
las personas en general, porque se ha descubierto que las personas que decían que habían
perdido la conciencia sólo durante momento, se equivocaban. Se necesitó el transcurso de
uno hasta varios días, en los casos investigados por nosotros, para que el cuerpo vital
estuviese reorganizado y la conciencia restablecida.
Vamos a ver ahora lo que tienen que ver estos hechos recientemente descubiertos con la
venida de Cristo y nuestro encuentro con El. Mientras vivíamos en la antigua Atlántida, en
las cuencas de su suelo, la presión de la neblina cargada de humedad era muy grande. En su
consecuencia se endurecía el cuerpo denso, y otro de sus resultados fue el que las vibraciones
de los cuatro vehículos superiores que lo interpenetran quedaron considerablemente
retardadas. Esto fue especialmente cierto con el cuerpo vital, que se compone de éter, es
decir, un grado de materia perteneciente al mundo físico y sujeto a algunas leyes físicas. La
fuerza vital del Sol no penetraba la neblina densa en la misma abundancia como lo hace en la
clara atmósfera de ahora. Si añadimos a esto el hecho de que los cuerpos vitales de aquel
tiempo estaban casi enteramente compuestos de los dos éteres inferiores, que fomentan la
asimilación y la reproducción, comprenderemos que el progreso era entonces muy lento.
El hombre llevaba una existencia casi puramente vegetativa, y sus principales esfuerzos eran
la obtención de alimentos y la reproducción de su especie.
Si tal hombre hubiese sido trasplantado a nuestras condiciones atmosféricas, la falta de
presión exterior habría provocado una salida del cuerpo vital, lo que significa la muerte.
Gradualmente el cuerpo físico se hizo menos denso y el volumen de los dos éteres superiores
aumentó, de modo que el hombre se capacitó poco a poco para vivir en una atmósfera clara y
bajo una presión disminuida, tal como la que disfrutamos desde el Diluvio, cuando se
condensó la neblina. Desde aquella época hemos podido también asimilar más de la fuerza
vital del Sol. La mayor proporción de los dos éteres superiores que se encuentra ahora en
nuestros cuerpos vitales, nos capacita para expresar los más elevados atributos humanos que
son propios del desarrollo de esta época.
Las vibraciones del cuerpo vital bajo las presentes condiciones atmosféricas han capacitado
al espíritu para crear lo que llamamos la civilización, que consiste en progresos industriales y
artísticos, y en normas morales y espirituales. Hay que notar que los éxitos industriales y
morales están tan íntimamente relacionados y dependientes uno de otro, como las obras
artísticas dependen de un concepto espiritual. La industria tiene la misión de desarrollar la
parte moral de la naturaleza del hombre, y el arte la de dar nacimiento a la parte espiritual. De
este modo estamos ahora preparados para el próximo paso en nuestro desarrollo.
Es preciso recordar aquí que los requisitos necesarios para nuestra emancipación de las
condiciones prevalecientes en la Atlántida fueron en parte fisiológicos: teníamos que
desenvolver los pulmones para respirar el aire puro en el cual estamos sumergidos ahora y lo
cual permite al cuerpo vital vibrar con un ritmo más rápido que en la pesada humedad de la
Atlántida. Sabiendo todo esto comprenderemos fácilmente que el progreso futuro está en la
liberación completa del cuerpo vital de los cepos del cuerpo denso y en dejarle vibrar en un
aire absolutamente puro.
Esto es lo que sucedió en la sublime altitud exotéricamente conocida como el "Monte de la
Transfiguración". Hombres adelantados de varias épocas, tales como Moisés, Elías y Jesús (o
mejor dicho, el cuerpo de Jesús con el alma de Cristo) se aparecieron con la vestidura
luminosa del cuerpo del alma liberado, el que llevaremos todos en la Nueva Galilea, el Reino
de Cristo. "La carne y la sangre no pueden heredar el reino", porque esto estaría en oposición
con el progreso espiritual de aquel día; así, pues, cuando aparezca Cristo tendremos que estar
preparados con un cuerpo del alma, y por consiguiente debemos estar en condiciones de
abandonar nuestro cuerpo denso, para que sea posible que "podamos elevarnos y salir a Su
encuentro en el aire"
Los resultados de la investigación que forman la base del presente artículo pueden
facilitarnos una idea del método de transición, cuando se compara con la información dada
por la Biblia. Se dice que el Señor aparecerá con un poderoso sonido como la voz de un
Arcángel. Leemos de trompetas y truenos en relación con este acontecimiento. Un sonido es
una perturbación atmosférica, y puesto que el paso de un proyectil hecho por el hombre
puede arrastrar los cuerpos vitales de los soldados de sus cuerpos densos, no es preciso
ningún argumento para probar que el grito de una voz súper-humana podrá producir
resultados semejantes de un modo aún más eficaz y "en un abrir y cerrar de ojos".
"¿Cuándo acontecerán estas cosas?", preguntaron los discípulos. Se les dijo que lo sucedido
en los días de Noé (cuando la Época Aria estaba a punto de iniciarse) sucedería del mismo
modo en el Día de Cristo. Comían y bebían, se casaban y se daban en matrimonio. Pero
algunos que acaso no se diferenciaban de los demás, habían desarrollado los tan importantes
pulmones, de modo que cuando la atmósfera quedó limpia, ellos pudieron respirar aire puro,
mientras que los otros, que no tenían más que agallas, perecieron. El Día de Cristo cuando Su
voz articulará la Llamada, habrá algunos con un cuerpo del alma debidamente organizado, y
capaces de subir por encima de los desechados cuerpos densos, mientras que otros serán
como los soldados que encuentran la muerte por un "estallido de granada" en los campos de
batalla actuales.
Ojalá podamos todos estar preparados para aquel día por haber seguido Sus pasos.

del libro "Enseñanzas de un Iniciado", de Max Heindel

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