sábado, 11 de mayo de 2013

EL SONIDO, EL SILENCIO Y EL DESARROLLO DEL ALMA.



CAPÍTULO XVI

EL SONIDO, EL SILENCIO Y EL DESARROLLO DEL ALMA.


Los estudiantes sinceros de la ciencia del alma se sienten naturalmente
ansiosos de desarrollar su gracia a fin de cooperar mejor en el Gran Trabajo de la elevación del Género Humano. Siendo modestos y humildes experimentan, sin embargo, en demasía la amplitud de sus defectos y frecuentemente, mientras meditan acerca de los medios de facilitar el progreso, se preguntan:


¿Qué es lo que lo impide? Algunos de ellos, especialmente en tiempos
pasados, cuando la existencia no era tan intensamente vivida como lo es en estos días, observaban que la vida ordinaria entre la humanidad de aquel entonces tenía sus inconvenientes. Para vencerlos y adelantar su desarrollo anímico se retiraban de la comunidad a un monasterio o a las montañas donde podían entregarse sin estorbo alguno a su existencia espiritual.
Sabemos, no obstante, que no es este el camino. Está demasiado bien
establecido en las mentes de nuestros aspirantes que si huimos hoy de una
experiencia, mañana se nos enfrentará nuevamente, y que la palma de la
victoria se gana conquistando al mundo, pero nunca huyendo de él. El
ambiente en que hemos sido colocados por los Ángeles del Destino fue
escogido por nosotros mismos en la vuelta del ciclo de nuestra vida en el
Tercer Cielo, siendo entonces espíritus puros, no oscurecidos por la materia que nubla ahora nuestra visión. De aquí que este ambiente sea indudablemente el que puede proporcionarnos las lecciones que necesitamos y cometeríamos una seria equivocación tratando de escapar a sus pruebas.
Pero hemos recibido una mente con un propósito determinado, el de razonar acerca de las cosas y condiciones, de manera que podamos discernir entre lo esencial y lo no esencial, entre aquello que tiene la misión de estorbar con el propósito de enseñarnos una virtud, venciéndolo, y aquello otro que es un obstáculo invencible que hace vibrar nuestra sensibilidad y arruina nuestro sistema nervioso sin ganancia alguna espiritual, en compensación.
Nos será altamente beneficioso aprender a diferenciar estos motivos para la conservación de nuestras fuerzas aceptando solamente aquello que debamos soportar o vencer para la seguridad de nuestro bienestar espiritual.
Ahorraremos, entonces, incontable energía y experimentaremos mayor deleite en seguir métodos más provechosos que los que ahora seguimos. Los detalles de este problema difieren en cada existencia; sin embargo, existen ciertos principios generales que aprovechará a todos nosotros comprender y aplicarlos a nuestras vidas, y entre ellos está el efecto del silencio y del sonido en el desarrollo anímico.
A primera vista podrá sorprendernos la afirmación hecha de que el sonido y el silencio son factores muy importantes en el desarrollo del alma, pero
examinando atentamente el asunto veremos prontamente que no es ningún pensamiento descabellado. Consideremos primeramente la gráfica expresión,
"la guerra es el infierno" y procuremos imaginarnos una escena guerrera.
La visión es aterradora y mucho más para aquellos que ven con clara mirada espiritual, que para los que se limitan a su mirada física, porque éstos pueden cerrar sus ojos a aquel espectáculo si así lo quieren, pero todo el horror del cuadro pesa fuertemente sobre el corazón del Auxiliar Invisible que no solamente oye y ve, sino que siente en su propio ser la angustia y el dolor de todos los que a su vera sufren, como Parsifal sentía en su corazón la herida de Amfortas, el rey herido del Grial. En efecto, sin este íntimo e intenso sentimiento de unidad con el que está sufriendo, no puede haber curación ni existe ayuda, ni socorro algunos.
Pero hay una cosa a la que no se puede escapar, la terrible expansión de las granadas, el ronco rugido del cañón, el violento traqueteo de las
ametralladoras, las quejas de los heridos y los juramentos y blasfemias de
cierta clase de los actores. No creemos necesario insistir más para sentar la afirmación de que éste es realmente un "ruido infernal" y tan subversivo para el desarrollo anímico como pueda ser imaginado. El campo de batalla es el último lugar que puede escoger cualquiera que esté en su cabal juicio para desarrollar su alma, aunque no debe olvidarse que muchos resultados excelentes se han obtenido por medio de sacrificios nobles en ella realizados; pero estos resultados se han obtenido "a pesar" de aquella condición y no "a consecuencia " de ella.
Por otra parte, imaginamos un templo colmado de acordes de un canto
Gregoriano o una oratoria Handeliana, sobre la cual las oraciones del alma aspirante vuelan en su camino hacia el Autor de nuestro Ser. Aquella música puede ciertamente ser llamada "paradisíaca" y la Iglesia mencionada ofrece una condición ideal para el desarrollo del alma, pero si permaneciésemos en
ella constantemente, olvidando nuestros deberes, fracasaríamos, "a pesar" de esta condición ideal.
Nos queda, por consiguiente, un solo método, es decir, detenernos entre el
estrépito del campo de batalla de este mundo esforzándonos en extraer de las peores condiciones el material del desarrollo anímico, por medio de servicios llenos de desprendimiento y al mismo tiempo construir en nuestro más remoto interior un santuario lleno de esta música silente que suena en el alma servicial como un manantial de elevación por encima de todas las vicisitudes de la existencia terrena. Poseyendo esta "Iglesia viviente" en nuestro interior, siendo, de hecho, por esta condición "templos vivientes", podemos entrar en cualquier momento, cuando nuestra atención no esté legítimamente aplicada a
asuntos temporales, a este edificio espiritual en cuya construcción no han
intervenido manos algunas y bañarnos en su armonía. Podemos hacer esto muchas veces al día, restaurando así y continuamente la armonía que haya sido perturbada por las discordias del vivir cotidiano.
¿Cómo edificaremos, entonces, este templo y cómo lo llenaremos con la
celestial música que tanto deseamos...? ¿Qué nos ayudará y qué nos será un estorbo...? He aquí las preguntas que requieren una solución práctica y hemos de esforzarnos en buscar en nuestras respuestas la llaneza y la práctica posible puesto que se trata de un asunto de interés vital. Las cosas "más insignificantes" son especialmente importantes, pues el neófito necesita tomar en consideración hasta las más sutiles cosas.
Si encendemos un fósforo en medio de un fuerte viento se apagará
seguramente, aunque la llama haya prendido con toda facilidad; pero si la
acercamos a un matorral y le permitimos que se encienda con una relativa
calma, un viento fuerte que pudiera sobrevenir aumentaría la llama en vez de extinguirla. Los Adeptos o las Almas Grandes, pueden permanecer serenos bajo condiciones que serían subversivas para aspirantes ordinarios y de aquí que deban siempre usar del discernimiento y no exponerse innecesariamente a condiciones subversivas para el desarrollo del alma; lo que más que nada necesitan éstos es equilibrio y nada es tan antianímico a aquella condición como el ruido.
Es innegable que nuestras comunidades son "manicomios" y que tenemos un legítimo derecho a escapar a algunos ruidos, si nos es posible, tales como el chirrido que causan los tranvías al dar las curvas. No es necesario que vivamos en una esquina tal, con detrimento para nuestros nervios o que nos estorba para la concentración; pero si tenemos un niño enfermo, llorando, que reclama nuestra atención día y noche, no importa en la forma que afecte a nuestros nervios, no tenemos derecho, a la vista de Dios ni de los hombres, de escapar de atenderle o de olvidarnos de él con la idea de concentrarnos. Estas cosas son perfectamente claras y causan un asentimiento instantáneo, pero lo que más ayuda o impide son, como queda dicho, las cosas que son insignificantes, que escapan enteramente a nuestra atención. Si fuéramos a enumerarlas, quizá provocarían una sonrisa de incredulidad, pero si se ponderan y se practican
conquistarán pronto el asentimiento, pues juzgadas por la fórmula de que "por sus frutos les conoceréis" ellas producirán tales resultados que rehabilitarán nuestra afirmación de que "el silencio es una de las mayores ayudas para el desarrollo del alma" y debe ser practicado, por lo tanto, por el aspirante en su casa, en su conducta personal, en sus paseos, en sus hábitos, y, por paradójico que parezca, hasta en su conversación.
Es una prueba del beneficio de la religión el que da la felicidad a la gente, pero la mayor dicha es usualmente demasiado profunda para una expresión externa.
Llena todo nuestro ser tan enteramente que llega a parecer pavoroso, y una conducta ruidosa y extemporánea nunca puede aliarse con aquella felicidad cierta, puesto que es un signo de la mayor superficialidad. La voz alta, la risa grosera, las maneras ruidosas, los taconazos ruidosos que suenan como martillos, los portazos y el ruido de la vajilla son atributos del grosero y vulgar, pues ama el ruido, cuanto más alegre mejor, ya que excita su cuerpo de deseos. Para su gusto la música sacra es una anatema; una ruidosa orquesta con "jazz-band" le es preferible a cualquier otro entretenimiento y cuanto más salvaje y grotesca resulte la danza, mejor. Pero es bien diferente, o debe serlo,
para el aspirante a la vida superior.
Cuando el Niño Jesús fue perseguido por Herodes con criminales intentos, su seguridad se basó en la huida y su poder para desarrollarse y cumplir su
misión. Similarmente cuando Cristo nace dentro de un aspirante puede
preservar mejor su vida espiritual huyendo del ambiente de los degenerados en el cual estos casos inconvenientes se practican y buscando un sitio entre otros de ideales semejantes, siempre que tenga libertad para obrar así; pero si ocupa un puesto en una familia colocada bajo su responsabilidad, es su deber el luchar para alterar las condiciones y mejorarlas por medio del ejemplo y del precepto, particularmente por el ejemplo, con el objeto de que llegue un día en que reine por toda su casa aquella refinada atmósfera que respire armonía y fortaleza. No es esencial para el bienestar de los niños el permitirles que griten hasta desgañitarse o que corran desaforados por toda la casa, dando portazos y
estropeando el mobiliario en su loca carrera; por el contrario, esto es
verdaderamente detrimental, pues les enseña a no tener en cuenta los
sentimientos ajenos por su propia satisfacción. Les será mucho más
beneficioso que la madre procure que tengan en el calzado tacones de goma y les enseñe a dejar su algarabía para el campo, para cuando jueguen al aire libre, y que en la casa lo hagan tranquila y silenciosamente, cerrando las puertas con delicadeza y hablando en un moderado tono de voz como justamente lo hacen o deben hacerlo los padres.
Durante nuestra niñez es cuando empezamos a arruinar nuestro sistema
nervioso, que después en años ulteriores, nos atormenta e irrita, y de este
modo si enseñamos a nuestros hijos la lección indicada más arriba, les
ahorraremos muchas molestias y sinsabores en la vida, al mismo tiempo que facilitamos el crecimiento de nuestra misma alma. Quizá sean necesarios años para reformar una familia de tales, a primera vista, faltas triviales y lograr un ambiente que conduzca al desarrollo anímico, especialmente si los niños se encuentran ya en edad adulta y se resisten a reformas de esta naturaleza, pero es sumamente importante el intento. Nosotros podemos y, "debemos", en último término, cultivar la virtud del silencio en nosotros mismos o de lo contrario nuestra elevación de alma no será muy grande. Acaso si miramos el asunto desde un punto de vista oculto en relación con este importante vehículo, el "cuerpo vital", el objeto perseguido se aclarará mucho por necesidad.
Sabemos que el cuerpo vital se halla siempre almacenando fuerza en el cuerpo físico que debe ser utilizada en esta "escuela de experiencia" y que durante el día el cuerpo de deseos está constantemente disipando esta energía en acciones que constituyen la experiencia que eventualmente se transmuta en desarrollo del alma. Hasta aquí santo y muy bueno, pero el cuerpo de deseos tiene una tendencia a excederse si no se le contiene con fuerte rienda. Se revela en un movimiento sin restricciones, cuanto más locuras tanto mejor para él y si no se le contiene hará al cuerpo silbar, cantar, saltar, danzar y un sin número de cosas innecesarias e indignas que son muy perjudiciales para el desarrollo del alma.
Mientras se halla en tal estado de desarmonía y discordia, la persona está ciega para las ocasiones espirituales del mundo físico y por la noche, cuando abandona su cuerpo, el proceso de la restauración del cuerpo de deseos consume casi todo el tiempo del sueño, dejando muy poco, si deja alguno, para el trabajo allí, aun cuando la persona tenga la inclinación y piense seriamente en hacer este trabajo.
Por lo tanto, debemos por todos los medios volar de los ruidos que no
tengamos necesidad de oír y cultivar personalmente el silencio y caritativo
ademán, la voz moderada, la marcha silenciosa, la presencia oportuna y todas las demás virtudes que contribuyen a la armonía, pues entonces el proceso de restauración se efectúa rápidamente y quedamos libres la mayor parte de la noche para trabajar en los mundos invisibles y ganar un poder de alma grande.
Recordemos que en este intento de progreso y purificación, no nos debemos desalentar por nuestros fracasos momentáneos y ocasionales, pensando en la admonición de San Pablo para continuar con persistente paciencia en el bien obrar.

del libro "Recolecciones de un Místico", de Max Heindel

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