Auxiliares invisibles
Nuestro sistema de sanar no es completamente una cuestión puramente espiritual. Utilizamos medios físicos cada vez que ello es posible. A veces enviamos a nuestros pacientes a ver al médico para que obtengan pronto alivio mediante cierto tratamiento que no podríamos proporcionar por otros medios. Además, la dieta de los pacientes merece nuestra mayor atención, porque como el cuerpo está formado por substancias físicas, en realidad le estamos dando medicinas cuando emplearnos los alimentos adecuados. Pero, además, el trabajo de sanar lo llevan a cabo los Hermanos Mayores por intermedio de un grupo de auxiliares invisibles a quienes están enseñando.
Estos auxiliares invisibles son los probacionistas, quienes, durante el día, se esfuerzan por vivir una existencia de bondad y servicio, preparándose así para alcanzar el privilegio de ser utilizados como instrumentos por los Hermanos Mayores durante la noche. A estos probacionistas se los reúne en grupos de acuerdo con sus temperamentos y capacidades, siendo discípulos de otros probacionistas que son médicos, trabajando todos ellos bajo la dirección de los Hermanos Mayores, quienes son, naturalmente, los espíritus que animan a toda la obra.
La manera de formar y organizar un grupo de Auxiliares Invisibles se realiza mediante el empleo de los efluvios de sus cuerpos vitales. El primero de estos se obtiene cuando el probacionista contrae el compromiso y se renueva diariamente al hacer sus anotaciones en el formulario correspondiente. Mientras se mantenga fiel y lleve una vida de pureza y servicio, constituirá un eslabón irrompible entre el mismo y los Hermanos Mayores. Cada grupo de probacionistas generalmente se compone de doce probacionistas, además de su instructor, y generalmente se los elige en la misma localidad, porque entonces es de noche al mismo tiempo para todos ellos. No seria factible agrupar a uno que viva en Australia con otro que resida en Alaska, porque mientras uno estuviera dedicado a su trabajo cotidiano de día, el otro estaría durmiendo de noche. Pero las personas residentes en cualquier parte de la América del Norte y del Sur casi tienen las mismas horas de reposo, y a estos probacionistas se los puede agrupar de acuerdo con sus Ascendentes, de manera que formen un circulo completo.
Con respecto al sistema que se emplea para encontrar a aquellos que han escrito a esta Sede Central pidiendo ayuda, se emplea el mismo método que para descubrir a los probacionistas. A las que solicitan ayuda se les pide que escriban una carta con pluma y tinta. De esta manera el papel queda impregnado con una parte de su cuerpo vital, el cual toman los Hermanos Mayores extrayéndolo de la carta. Esto proporciona un índice exacto del estado del individuo de quien procede y sirve de "Sésamo Ábrete" para los auxiliares que tienen a su cargo ese caso. Gracias a ello, tienen libre acceso a su cuerpo, y un número muy considerable de pacientes que han solicitado nuestro auxilio nos han escrito que sentían a los Auxiliares Invisibles trabajando en el interior y exterior de sus cuerpos. Conforme va cambiando el estado del paciente, cambia igualmente el registro. De ahí que se pida a éstos que escriban con pluma y tinta unas cuantas palabras todas las semanas, remitiéndolas a la Sede Central. De esta manera los Hermanos Mayores están en contacto continuo con su estado y pueden dirigir inteligentemente el trabajo de restaurar su salud.
Este trabajo no cesa jamás. Continúa ininterrumpidamente, porque el Sol siempre está ausente de alguna parte del globo y los probacionistas de esa parte se hallan dedicados a su trabajo curativo y prestando otros servicios durante las horas de reposo del cuerpo. Anatómicamente, el hombre pertenece a los mamíferos, cuyos corpúsculos sanguíneos no están nucleados. Los núcleos que se encuentran en la sangre de los animales inferiores son el punto de asidero de los espíritus colectivos, pero los animales superiores se encuentran tan adelantados en el camino de su individualización, que su sangre está libre de esta influencia. En el feto, en el cual la madre actúa como espíritu colectivo en las primeras semanas, ella nuclea la sangre; pero tan pronto como el Ego comienza a operar directamente ninguno de esos corpúsculos quedará ya, y en el momento de la vivificación no resta absolutamente ningún corpúsculo de esa clase. El Ego es dueño de su vehículo, herencia que nadie puede disputarle bajo ningún pretexto. Hacerlo, seria magia negra, lo sepa la persona o no, y aunque una intención bondadosa pudiera ciertamente ejercer un efecto mitigador en otra dirección, el hecho subsiste, sin embargo, de que uno se coloca en terreno peligroso cuando trata de entrometerse en la sangre de cualquiera que no lo desee y que no haya solicitado semejante auxilio.
Sólo hay una excepción a esta regla. Los niños hasta la edad de la pubertad son, por decirlo así, parte de sus padres, porque todavía tienen almacenada en la glándula tímica una esencia sanguínea paterna que el niño emplea para fabricar su propia sangre durante esos años, mientras el cuerpo de deseos se va gestando. Conforme transcurre el tiempo, el suministro de la glándula tímica se va haciendo cada vez menor, y el niño alcanza la realización de su propia individualidad. Cuando dicha glándula desaparece, el cuerpo de deseos ha alcanzado ya suficiente madurez como para permitirle tomar parte en la alquimia de transmutar el esqueleto Saturnino en el vehículo de Júpiter, que así incorpora la esencia del presente cuerpo físico. Toda interferencia con la sangre paraliza este proceso. De ahí que solamente hasta el momento de la pubertad el padre pueda actuar en nombre del niño, para suministrar el éter que admita el Auxiliar Invisible.
El mayor inconveniente con que tropezamos en nuestra obra curativa procede de la negligencia de los padres. Nuestros requerimientos son muy simples. Sólo les pedimos que nos escriban una vez por semana, con pluma y tinta, de manera que los efluvios que proceden de la mano al escribir puedan proveer a los Auxiliares Invisibles de una llave de admisión al organismo del paciente. Pero, por sencilla que sea esta regla, son muchos los que dejan de cumplirla. Tenemos aquí el caso de una persona que durante muchos años había tenido una vértebra desplazada, que fue curada con nuestro tratamiento, aunque había habido muchos osteópatas, quirópatas y otros que habían tratado en vano de restituirla a su debido lugar. Este pobre hombre se pasaba la vida en su lecho de dolor, totalmente incapacitado de trabajar. El tratamiento de nuestros Auxiliares Invisibles ajustó su vértebra, y el paciente está sano. El hombre pudo volver a su trabajo y la vida le pareció maravillosa. Pero estaba tan entusiasmado con la idea de que ya estaba libre de su dolencia, que descuidó el pedido de escribirnos todas las semanas, de manera que nuestros Auxiliares Invisibles tuvieran oportunidad de mantener la vértebra en su debido lugar un tiempo lo bastante largo como para que quedara definitivamente en su sitio. Más tarde recibirnos una carta que demostraba que nosotros teníamos razón al pedirle que escribiera regularmente. En dicha carta nos decía. "Hace algún tiempo os escribí que ya me sentía curado y que dejaría de escribirles semanalmente; pero ahora veo que cometí un gran error.
Desde que suspendí las cartas mi espalda me ha estado doliendo casi todo el tiempo y vuelvo a tener los hombros mal, aunque la vértebra misma se encuentra en el lugar en que estaba. Me parece que os estoy pidiendo demasiado al rogares nuevamente que os ocupéis de mí, pero no me daba cuenta de la influencia de los Auxiliares Invisibles y de cuánto dependía de ellos."
del libro "Principios Ocultos de la Salud y la Curación", de Max Heindel
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