LOS CIELOS
PROCLAMAN LA GLORIA DE DIOS
Última conferencia dada por Max Heindel en
Pro-Eclessia, una tarde dominical de Enero de 1919.
en you tube, desde aquí
https://www.youtube.com/watch?v=vPR8d70J6bU&feature=youtu.be
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Los
cielos declaran la Gloria de Dios, y el firmamento muestra su maravillosa
creación día a día pronunciando palabras, y noche a noche mostrando Sabiduría;
no hay lenguaje donde Su voz no se escuche.
Su línea va a través de toda la Tierra y Sus palabras hasta el fin del
mundo. En ellas tiene, Él, situado un
tabernáculo para el Sol, que es como un novio que sale de su cámara, y se
regocija como un fuerte hombre para correr una carrera.
En
todo lugar vemos el glorioso amanecer, la salida del Sol, que trae la Luz y
Vida para todos; luego la estrella diurna se remonta a lo alto de los cielos,
para, posteriormente, declinar hacia el horizonte occidental, en un glorioso
estallido de fuego mientras se sumerge en el océano, dejando un resplandor
crepuscular indescriptible; abigarradas tintas colorean los cielos como un
líquido de fuego de los más tiernos y maravillosos matices que el pincel del
pintor nunca puede lograr a la perfección.
Entonces la Luna, la esfera nocturna, se levanta sobre las cumbres
orientales, llevando a las estrellas y constelaciones hacia arriba en su
tránsito al cenit, y siguiendo al Sol en su danza circular, la escritura
estelar describe así en el mapa de los cielos el pasado del hombre, su presente
y la evolución futura, entre las siempre cambiantes condiciones del mundo
concreto, sin descanso mientras el tiempo dura.
En este siempre cambiante caleidoscopio celeste, hay una sola estrella,
y solamente una, que permanece comparativamente estacionaria; la que desde el
punto de vista de nuestra efímera vida de sesenta o cien años, se mantiene en
un punto fijo: la estrella Polar. Cuando
el marino zarpa siente con absoluta fe que mientras navega bajo el signo de
esta estrella, alcanzará el destino deseado.
No se perturba el marino cuando las nubes oscurecen su luz que le guía,
porque él tiene un compás magnetizado por un misterioso poder, de modo que a través
de la esplendorosa luz solar, la lluvia o la tormenta, apunte inexorablemente
hacia aquella estacionaria estrella y esto lo capacita para navegar en su barco
tan seguramente como si realmente lo viera.
En verdad los cielos proclaman la Gloria de Dios.
Y
así como sucede en el macrocosmos, así también sucede con nosotros el
microcosmos. Al nacer, el Sol de la vida
comienza a levantarse y ascendemos a través de los años de la niñez y juventud,
hacia el cenit de la madurez. El siempre
cambiante mundo que forma nuestro medio ambiente –padres, madres, hermanos y
hermanas- nos rodea ante amigos, familiares y enemigos, enfrentamos la batalla
de la vida con la fortaleza que podemos haber adquirido en nuestras anteriores
vidas, para pagar las deudas contraídas, para llevar la carga en esta vida, tal
vez para hacerla más o menos liviana de acuerdo a nuestra sabiduría. Pero entre todas las cambiantes
circunstancias y vicisitudes de existencia, hay una gran guía, que como la
estrella Polar, nunca nos falla, una guía que siempre está lista como segura
estrella en los cielos, para ayudarnos a navegar en el océano de la vida:
DIOS.-
Es
significativo leer en la Biblia que los hombres sabios en su búsqueda de
Cristo, nuestro Gran Maestro Espiritual, siguieron la estrella que los llevó a
esta Gran Luz Espiritual. ¿Qué
pensaríamos del capitán de un barco que suelta el timón y deja su máquina a la
deriva, expuesta a los cambios del viento?
¿Nos sorprendería que el barco naufragara y él perdiera su vida sobre
las rocas? Seguramente no. El milagro sería si el alcanzara la
costa. Una gran alegría está escrita con
caracteres cósmicos en los cielos. Está
también escrita en nuestras vidas y nos advierte que debemos dejar la vida de
la materia y buscar la vida eterna de Dios.
Nosotros no somos dejados sin guía, aún cuando el velo de la carne, el
orgullo y la codicia nos cieguen por un tiempo.
Porque como la brújula magnética apunta a la estrella guía, así el
espíritu nos atrae a su fuente y se hace sentir con tal ansia y anhelo que no
importa cuán profundamente estemos sumergidos en la materia. Mucha gente en el presente va a tientas,
intentando calmar aquella inquietud interna; alguna cosa parece urgir, aunque
no entienden bien lo que es, algo los trae y los lleva a buscar la Luz
Espiritual, algo interior: Nuestro Padre
en los Cielos. David dijo: “Si yo
asciendo a los cielos, allí estás tú; si hago mi lecho en la tierra, Tú allí
estás; Tu diestra me guiará y me sostendrá”.
En el Salmo octavo él dice: “Yo contemplo tus cielos, obra de tus manos,
la Luna y las estrellas que Tú creaste: ¿Que es el hombre para que te acuerdes
de él? ¿O que es el hijo del hombre para
que vengas a visitarle? Le hiciste un poco inferior a los Ángeles, coronástele
de Gloria y Honor y le diste mando sobre
las obras de tus manos”. “Todas ellas
las pusiste a sus pies”. Esto no es nada
nuevo para aquellos que están buscando la Luz quienes han estado haciendo lo
mejor para vivir la vida; pero el peligro yace en que se pueden volver indiferentes,
pueden volverse espiritualmente triviales.
Por esto, es de la mayor importancia que así como el timón está
constantemente vigilante y observando la brújula que lo guía, así debemos
nosotros continuamente desesperarnos, para no dormirnos, no sea que el barco de
nuestra vida salga fuera de su curso.
Coloquemos nuestros rostros firmemente hacia esa estrella de esperanza,
esa Gran Luz Espiritual, la real y única cosa digna: LA VIDA DE DIOS……..
Trascrito de Artículos de RAYOS de la Rosa
Cruz
De Marzo de 1983
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