Ama a tu prójimo
como a ti mismo
Por Ricardo
Camacho Rodríguez
en you tube, desde aquí
https://www.youtube.com/watch?v=6SC_l-40O9s&feature=youtu.be
en you tube, desde aquí
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En
San Marcos 12, versículos 30 y 31, leemos. “Amarás el Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas; éste es el
principal mandamiento. Y el segundo es
éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo.
No hay otro mandamiento mayor que éstos”. Todos conocemos bien estos mandamientos y
cada uno de nosotros, a nuestra manera, hacemos lo mejor que podemos por
adherirnos a ellos. Lo que no interesa
no es que la mayoría trate de amor a nuestros prójimos con variables grados de
éxito, sino cuántos consideran alguna vez la importancia de amar ”a tu prójimo como a ti mismo”. Al analizar este mandamiento, especialmente a
la luz de sus dos palabras finales, parece estar implicado que tenemos un
sentimiento positivo y bondadoso hacia nosotros mismos. ¿No indica ello que únicamente podemos amar verdaderamente
a nuestro prójimo y, consecuentemente, manifestar ese amor en forma
constructiva, si pensamos lo suficientemente bien de nosotros mismos antes de
que comencemos?
Parece ciertamente razonable que cualquiera, atormentado con la duda de
sí mismo o el auto-aborrecimiento, no tenga una alta opinión de sí mismo. Consecuentemente. Si vamos a tomar la
fraseología de este mandamiento literalmente, por lo menos, no podemos tener
una alta opinión de nuestro prójimo tampoco.
No podemos amar a nuestro prójimo puesto que no nos amamos a nosotros
mismos, sino que, muy probablemente, miraremos a nuestro prójimo con duda o
también repugnancia. Si alguno halla motivo
para decir “yo me odio a mí mismo”, ¿puede decir cualquier cosa mejor acerca de
su prójimo? Si él, consciente o
inconscientemente, se considera ineficaz, inconsecuente, indigno, inferior, inadecuado,
inartístico, sin talento o cualquiera de docenas de otras características o
atributos negativos, ¿puede él salir del atolladero de la desesperanza, repugnancia
y semejante bajo amor propio, como para que tales sentimiento engendren
suficientes pensamientos de verdadero amor a su prójimo? Parece difícilmente probable.
Puede, por supuesto, y probablemente lo haga a menudo suficientemente,
ver a su prójimo o a alguna otra persona conocida como el resumen de todo lo
que siente que él no es y, en consecuencia, mirarlo, o como algo rayano en la
admiración, o con envidia. En ningún
caso están sus sentimientos a tono con la característica del verdadero amor fraternal. La envidia, por supuesto, genera pensamientos
negativos de toda clase y, obviamente, no conduce al amor. Mirar a otra persona con reverencia es
atribuirle cualidades que pertenecen al triple Ser Supremo. Tarde o temprano la ilusión está sujeta a
hacerse añicos y el individuo que se encuentre bajo la ilusión estará más
desanimado que antes de comenzar a venerar a su amigo. De nuevo, el amor fraternal no puede resultar
de tal condición.
Además,
¿puede una persona envuelta en una nube de duda de sí misma y de
autorrepugnancia, ver cualquier cosa con la adecuada perspectiva, sea otra
persona o cualquier manifestación material o espiritual? Su deformado concepto de sí mismo no puede
sino deformar su concepto de toda otra cosa de alrededor, y existe en un
pantano de desconfianza y de negación, que se ensancha continuamente, que le
hace ser cada vez más incapaz de reconocer la belleza y la bondad cuando las
encuentre. En tal situación sería que el
amor a su prójimo se desarrolle en su corazón.
Lo
que hoy en día se denomina “baja autoestima”, o sea, tener de uno una pobre o baja opinión, es automáticamente
negar la Divina Chispa Interna y verse uno con una falsa luz. Por supuesto, es posible y bueno que una
persona deteste el mal o los pensamientos y hechos negativos que haya cometido
o traído a la existencia. Pero, una vez que estos males hayan sido reconocidos,
despreciados y rechazados, viene rápidamente el tiempo de procurar la restitución
y dejar que los males queden atrás, prometiendo no permitirles tomar forma de
nuevo. Pensar en ellos y en lo que
algunos de nosotros somos propensos a considerar nuestra “indignidad”, con gran
frecuencia, no puede causar sino daño.
Es, además, importante reconocer y recordar las cosas malas que podamos
cometer y el Ego o Espíritu, que es nuestro verdadero “Yo”, son dos cosas
diferentes. Nada que nosotros o
cualquier ser o circunstancia puede crear puede cambiar la innata divinidad que está dentro de cada uno de
nosotros, y no importa a qué profundidad puedan hundirse nuestros
pensamientos y acciones, el verdadero Espíritu Interno permanece puro y, con el
tiempo, alcanzará su divino destino.
Esforcémonos siempre por remediar nuestras faltas, pero en forma
positiva, seguros de que con esfuerzo, persistencia y oración, nuestras
inmanentes naturalezas divinas se
convertirán, cada vez más, en señores de nuestra, así llamada, “naturaleza
inferior”. Si desperdiciamos el tiempo
encenagándonos en la humillación de nosotros mismos, pasará mucho tiempo antes de
que la Divinidad Interna se manifieste.
El
otro extremo, el exagerado amor propio, por supuesto, no es conducente a crear
una atmósfera en la cual pueda manifestarse el amor fraternal. La afectación y la arrogancia también crean
una falsa opinión de los alrededores y compañías de uno: nadie es tan “bueno” o
“talentoso” o “virtuoso” como la persona misma; nadie más puede practicar tan
completamente como él, ni puede proporcionar las respuestas correctas, o tener
tan completa adherencia a cualquier situación. En resumen: sólo él está
completamente calificado para tratar con cualquier demanda que se le haga. Desde esta
cumbre de auto-admiración, la más próxima cosa para “amar” que pudiera
resultar es un tipo de superior condescendencia, que permitirá a la persona
llevar a cabo “actos de caridad” u otros servicio para su prójimo, no del todo
con espíritu de servicio como es definido en las Enseñanzas Rosacruces, sino de
una manera patrocinante, que hace demasiado claro para el recipiente, que el
donante le cree incapaz de funcionar sin su propia asistencia superior. Esto, es nuevo, no es ciertamente amor
fraternal, el cual presupone auto-sacrificio
y compasión.
La
autoadmiración injustificada y exagerada es tan improductiva y negativa como la
humillación de sí mismo. Esta vez no es
tanto una cuestión de negar la Chispa Divina, como de exagerar el mérito de
ciertas características personales, y de verlas como alguna clase de rasgos
sublimes, lo que no son. El individuo
con el Ego hinchado tiene tal desproporcionado sentido de su propio mérito, que
no ve los defectos (por regla general muchos) que le desfiguran, a pesar de lo
que él considera sus buenos puntos. Puede,
ciertamente, a menudo, tener la mente de un genio o la capacidad de hacer una
cosa o un sinnúmero de cosas mejor que sus semejantes, pero con seguridad
podremos decir que también tiene un sinnúmero de rasgos muy desagradables para
aquellos que encuentra. El orgullo,
indudablemente, está a la cabeza de la lista.
La persona que es sinceramente espiritual no puede, por definición, ser
arrogante. Las mismas personas que
pudieran tener razón de considerar que están a la vanguardia de sus semejantes,
están entre las más humildes, enviando diariamente pensamientos y creando, en
verdad, una atmósfera de amor, compasión y gratitud.
¿Qué
se requiere, entonces, para “amar al prójimo como a uno mismo” de una manera
efectiva? Tal vez, más que ninguna otra
cosa, comprensión. ¿Por qué hace el prójimo cosas que parecen
extrañas? ¿Por qué dijo lo que dijo? Y,
realmente, ¿quiso decir lo que dijo? ¿Por qué es tan colérico o aparenta ser
tan “humilde”? No podemos formular respuestas para tales
preguntas a menos que primero, tengamos una comprensión satisfactoria de
nosotros mismos y de nuestras propias naturalezas inferiores. Reconocer nuestras propias faltas e
imperfecciones es el primer paso para volverse tolerante de las faltas de los
demás. Después de eso será mucho más fácil tener consciencia de la “Divina
Esencia Interna” que está tras de “los aspectos a veces poco atrayentes de
nuestro prójimo”.
Debido a nuestra creencia en las razones ocultas o espirituales que nos
hacen ser lo que somos, estamos mejor equipados para llegar a tener una
comprensión de nosotros mismos y, de este modo, considerar las “peculiaridades”
de nuestro prójimo con más comprensión y consecuente tolerancia, que lo son las
personas no familiarizadas con estos asuntos.
Así podemos decir que el segundo requerimiento es la compasión, el sentimiento de empatía
generado por la genuina comprensión y la tolerancia. “Allí por la gracia de Dios voy”. Si no hemos
sido lo suficientemente afortunados como para aprender esas particulares
lecciones algún tiempo en el pasado, también nosotros podríamos estar en su
pellejo ahora. Nosotros somos tan
humanos como él es, y tan propensos a errar, si no en la dirección de sus
errores, entonces en algunos otros.
Debemos, ciertamente, recordar que no somos perfectos – de hecho,
tenemos un largo camino que recorrer – pero también nunca debemos perder de
vista el hecho de que lo divino, lo bueno y lo perfecto existen dentro de
nosotros. Lo potencial está allí y,
algún día, con persistencia y paciencia, será manifestado. Y la misma cosa es cierta, por supuesto, de
nuestros hermanos. Parece lo
suficientemente claro que lo que sentimos de nosotros mismos determina nuestros
sentimientos hacia los demás y, una vez que nos miremos a nosotros mismos con
la luz positiva, alentadora y esperanzadora, estaremos aparejados para considerar
a nuestros prójimos de parecida manera.
Lo que debemos sentir para nosotros mismos, entonces, no es ni auto-admiración
ni auto-humillación, sino una comprensión positiva de nuestras propias
características y naturalezas internas, y un miramiento nacido del conocimiento
de que somos Hijos de Dios, y que lo Divino mora en nosotros y nosotros en
Él, y que nosotros también estamos destinados a llegar a ser semejantes a Dios,
por muy lejanos que parezcamos estar actualmente de ese glorioso estado.
Trascrito de Boletín Interno Nº 32 – Año 1999
– Tercer Trimestre (Julio-Setiembre)
Fraternidad Rosacruz Max Heindel (Madrid)
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