EL MENSAJE DE
PASCUA DE MAX HEINDEL
Del domingo de
Pascua de 1911
No
creamos que esta fiesta de Pascua concierne exclusivamente a una vida. Es este un gran evento cósmico y su
significado es muchísimo más profundo de lo que podría parecernos si nos
contentásemos con una visión superficial de los hechos.
Demos una mirada retrospectiva hacia los albores de nuestra era, cuando
no existía la celebración que hoy llamamos Pascua. Veremos entonces al Sol surgiendo del caos en
medio de la oscuridad, de la cual brota una nieve ígnea, la ardiente nebulosa
posteriormente dividida en planetas.
Gradualmente se produjo en el sistema solar una condensación que fue
haciéndose cada vez más densa hasta el advenimiento de la época atlántica, en
la que toda la materia se cristalizó alcanzando una dureza que no concebimos en
nuestra condición actual.
En
aquella época el espíritu fue descendiendo y penetrando la materia, aumentando
su cristalización. No había energía
externa y todo era encauzado hacia lo interno.
Las grandes jerarquías creadoras trabajaron, sin conciencia de ello, en
nosotros, ayudándonos a desenvolver nuestra propia conciencia, en sucesivas
etapas, hacia el mundo exterior, pese a que nuestros ojos aún no estaban
abiertos. Es entonces cuando tiene su
punto de partida nuestro proceso de evolución y pudimos llegar a tener una
festividad santa como la Pascua.
Cuando
nosotros contemplamos este magno impulso espiritual, de tal potencia sobre la
tierra, comprendemos que llega en una corriente periódica, tal como se suceden
los ciclos alternativos de la noche y el día, del verano y del invierno, del
flujo y reflujo de la marea. Hay también
un impulso espiritual emanando del Sol que, periódicamente, tropieza con los
planetas con cierto grado de trabajo, según el estado de cada planeta. Si un
planeta se encuentra en una condición de gran densidad se hace más difícil la
tarea de penetrar la masa cristalizada; sin embargo, en el transcurso del
tiempo, la impresión será cada vez mayor hasta que en lugar de ser repelido,
como a mediados de la época Atlántica cuando dicha penetración resultó casi
imposible, vaya siendo absorbido por los planetas cada vez en mayor medida.
Este
impulso espiritual que se inicia en el equinoccio de otoño se acrecienta paso a
paso hasta la época navideña, cuando logra ese poder supremo sobre todo el
orbe, que nosotros llamamos el nacimiento místico, ese nacimiento que
finalmente nos salvará. Este Salvador, o
sagrado impulso, nace en ese momento y se intensifica dándonos un enérgico
estímulo para nuestra evolución. Debido
a que nosotros hemos proseguido desarrollándonos desde la época atlante, la
Tierra se ha tornado menos sólida y más porosa y, por lo tanto, con mayor
capacidad para recibir los impactos de la sublime voz que desciende desde el
cielo y luego, en forma gradual, se sumerge en ella; es en tiempo de Pascua
cuando el proceso alcanza su culminación y la Tierra empieza a restituir lo que
le fue incorporado.
La
vida divina llega a nuestro planeta en tres colores que podemos ver si miramos
al Sol con la visión del clarividente.
Así como el hombre es un ser compuesto, poseyendo un cuerpo físico y un
cuerpo espiritual y siendo él mismo espíritu, también existe un Sol físico y un
Sol formado con la materia más sutil, y aún otra influencia detrás de este
último, que se presenta en tres colores: el azul, irradiando por el impulso
espiritual más elevado, vehículo del Padre; el rayo amarillo, irradiado por el
Sol central, que recibe el nombre de vehículo del Hijo; y el rayo rojo, al cual
denominaremos vida del espíritu Santo, irradiado por el Sol físico.
Estos tres rayos son gradualmente introducidos en la Tierra. El rayo azul tiene la más honda penetración y
los científicos han descubierto a raíz de experimentos que es particularmente
conducente a la germinación.
El
rayo amarillo representa la nutrición y allí tenemos el pan de vida que proviene
del cielo. Y, por último, tenemos la
vida del Espíritu Santo, que constituye el impulso energizante en la
naturaleza. Esta inmensa in-fundición
espiritual triple ingresa en la Tierra y aflora en el tiempo de la maduración
del grano y de la vid.
El
espíritu que vino a nacer en Navidad principia a asomar en Pascua hasta la ascensión,
cuando se comunica al Hijo que debe remontarse hasta la morada celestial para
allí ocupar el trono del Padre.
Nuevamente se desvanece el impulso espiritual, alcanzando su mayor
debilidad, cuando el Sol del verano tiene el mayor esplendor y las actividades
físicas están en su apogeo. Luego se
vigoriza una vez más hacia el equinoccio de otoño y presenciaremos, año tras
año, este constante flujo y reflujo.
No
hay tiempo suficiente cuando no hay un elemento transformador en la labor
física y espiritual del mundo, pero si apelamos a la voluntad y perseveramos
cosecharemos abundantes beneficios. Cada
año Pascua se convierte en un factor de mayor eficacia. Cada año la divina in-fundición se torna más
entrañable y fecunda; y llegará el día en que celebraremos Pascua en una muy
diferente manera.
Pasemos ahora a considerar aquel acontecimiento de hace dos mil años. Si en aquel entonces alguien hubiera podido
situarse en otro planeta desplegando una visión espiritual habría advertido que
la Tierra no estaba en condiciones de dar acogida a un impulso de tal elevación
y altruismo. Los hombres pensaban en sí
mismos antes que en ninguna otra cosa, y el reinado de la Ley fue instaurado
para proteger al débil de la tiranía y la opresión que pudieran ser ejercidas
por el fuerte. Pero, hoy en día, el
reinado del amor está extendiendo sus bastiones. En todas partes se organizan instituciones
filantrópicas y los seres humanos estamos abandonando nuestro egotismo y procurando
engrandecer nuestro interés por el bien en toda expresión de vida. Esto no podía suceder en aquellos lejanos
días porque el planeta no era apto para percibir la sagrada corriente que traía
la venida de nuestro Señor Jesucristo.
Fue entonces cuando el rayo del Cristo Cósmico tuvo acceso al interior
de la Tierra, desde el cuerpo de Jesús, y allí aguarda, tal como lo señalara
San Pablo, el día de su liberación.
La
Tierra es ahora vitalizada por el espíritu de Cristo y depende de todos
nosotros el ponerle trabas o el auxiliarle.
En esta semana santa nos ha llegado el momento propicio para determinar qué
haremos para continuar a la libertad de ese gran Espíritu, dado que sólo cuando
lo liberemos en nosotros mismos seremos capaces de liberarlo de su cautiverio de
los confines de la Tierra.
Dijo
Angelus Silesius: “Aunque Cristo naciere
mil veces en Belén,
Si
no nace en ti mismo, tu alma será perdida.
Mirarás en vano la cruz del Gólgota
Hasta que no se levante en ti mismo”.
Cada
uno de nosotros lleva latente el germen de un Cristo dentro de sí; recordemos
que Él nos dijo: “Las cosas que Yo hago vosotros haréis”.
San
Pablo también nos habla del Cristo que está formándose en nuestro interior;
comenzaremos, siendo así, a vibrar en armonía con la excelsitud de sus ideales,
y la Tierra se hará más etérea.
Propongámonos vivir cada día de nuestra vida intentando imprimir mayor
celeridad a estas etapas que conforman
nuestra evolución.
Otros sabios conceptos proferidos por el apóstol fueron: “La ciencia hincha, y el amor edifica”, y que, no importa cuanta sea nuestra erudición, sólo seremos como “un bronce o címbalo zumbante” hasta que posemos el amor del Cristo en nuestras almas. Cuando más lo arraigamos en nuestra comunidad, no a través de la prédica sino de nuestra acción cotidiana, con mayores merecimientos llegaremos a constituir auténticos ejemplos de vida. Los que nos rodean percibirán que algo superior anima nuestros actos si vivimos cada día de nuestra existencia como si fuera un domingo de resurrección. Aún cuando suframos caídas y eventuales fracasos, siempre estaremos aproximándonos a la victoria. Cada uno de nosotros es capaz de convertirse en un ser ejemplar de hacer los sinceros intentos por lograrlo; de no proceder así, sólo conseguiremos que sean objetos de escarnio las verdades que hemos proclamado.
Abriguemos la convicción de que, no importa cuán
limitada pueda ser el medio en el que nos desenvolvemos, cuán estrecho nuestro
ambiente familiar, cuán escaso el tiempo de que disponemos, siempre podremos llegar
a dar ejemplo en virtud a nuestras obras, desde la más visible hasta la más
recóndita, tal como está expresado en estos versos:
“Concédenos el no malgastar nuestro tiempo
anhelando cosas brillantes pero imposibles.
Concédenos el no permanecer indolentemente
sentados
Aguardando que nos broten alas de ángeles.
No permitas que desdeñemos tener el débil resplandor
de una vela,
no todos podemos fulgurar como estrellas.
Pero concédenos el cumplir nuestra misión
alumbrando allí donde nos encontramos.
Es tan necesaria la llama más tenue
como el espléndido Sol;
Y el más humilde de nuestros actos es
ennoblecido
cuando es realizado con dignidad.
Quizás nunca seamos llamados
a iluminar
remotas y sombrías regiones,
pero concédenos el cumplir nuestra misión
alumbrando allí donde nos encontramos”.
Trascrito de Artículos de RAYOS de la Rosa Cruz
- De Febrero de 1984 –
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