sábado, 24 de diciembre de 2016

La Misión del Cristo y el Festival de las Hadas



Capítulo III
LA MISIÓN DEL CRISTO Y EL FESTIVAL
DE LAS HADAS

Cada vez que nos enfrentamos con uno de los misterios de la Naturaleza que no podemos explicar, nos limitamos simplemente a agregar un nombre nuevo a nuestro vocabulario, que utilizamos en nuestras discusiones eruditas para ocultar nuestra supina ignorancia sobre esa materia. Así sucede con la palabra ampere, que usamos para medir el volumen de la corriente eléctrica; el voltio; con la que indicamos la fuerza de la corriente, y el ohm, que empleamos para indicar la resistencia que un determinado conductor ofrece al paso de la corriente. Y de esta manera, con mucho estudio de palabras y cifras, los maestros de la ciencia de la electricidad tratan de persuadirse a sí mismos y a los demás de que ya han aprendido los misterios de la fuerza evasiva que desempeña un papel tan importante en el trabajo del mundo. Pero una vez dicho todo, cuando se encuentran en un estado de ánimo comunicativo y confidencial, confiesan que el más reputado científico en electricidad sabe acerca de ésta poco más que el niño que va a la escuela y que empieza a hacer experimentos con sus pilas y acumuladores.

Similarmente ocurre con las demás ciencias. El mejor anatomista no es capaz de distinguir el embrión humano en su desarrollo durante mucho tiempo, y mientras el fisiólogo habla en forma erudita acerca del metabolismo, no puede dejar de admitir que los experimentos de laboratorio en los cuales trata de imitar nuestros procesos digestivos, son completamente diferentes de las transmutaciones que se producen en el laboratorio químico del cuerpo con los alimentos que ingerimos. No decimos esto para empequeñecer o desacreditar los maravillosos descubrimientos y realizaciones de la ciencia, sino meramente para destacar el hecho de que existen factores tras todas las manifestaciones de la Naturaleza –Inteligencias de variados grados de conciencia, constructores y destructores, que realizan funciones importantes en la economía de la Naturaleza– y hasta que se reconozcan y estudien esos agentes y su trabajo, nunca podremos tener una concepción adecuada de la forma en que operan las fuerzas de la Naturaleza y que llamamos calor, electricidad, gravedad, acción química, etcétera. Para los que han cultivado la clarividencia espiritual, es evidente que los que llamamos muertos emplean una parte de su tiempo en aprender a construir cuerpos bajo la dirección de ciertas jerarquías espirituales. Y ellas son los agentes de los procesos del metabolismo y del anabolismo; son los factores invisibles de la asimilación y resulta literalmente verdadero que nos sería imposible vivir salvo por la importante ayuda que nos prestan los que llamamos muertos.

En relación con las fuerzas de la Naturaleza hemos explicado cómo el calor del Sol provoca la evaporación del agua de los ríos y océanos, haciéndola así ascender a las zonas más frías del aire, donde se condensa formando las nubes, las que finalmente se encuentran tan saturadas por la humedad que vuelve a caer sobre la Tierra, en forma de lluvia, para rellenar ríos y océanos y repetir el proceso indefinidamente. Todo es perfectamente simple, un proceso o movimiento perpetuo y automático. Pero ¿es eso todo? ¿No existe en esa teoría un gran número de lagunas? Sabemos que las hay, aunque no podemos apartarnos mucho del tema para discutirlas. Una cosa hace falta para poderlo explicar todo plenamente: la acción semi-inteligente de los silfos, que elevan las diminutas partículas de agua vaporizada, preparadas por las ondinas, desde la superficie del mar y las llevan tan alto como pueden antes de que se produzca una condensación parcial y se formen las nubes. Ellos conservan esas partículas de agua hasta que las ondinas los fuerzan a soltarlas. Cuando hablamos de tormentas, se trata de batallas que tienen lugar en la superficie del mar y en el aire, en las cuales intervienen algunas veces las salamandras, que son las que encienden la antorcha resplandeciente del hidrógeno y del oxígeno separados, enviando sus zigzags atronadores por la negrura de la inmensidad con sus truenos, cuyas vibraciones reverberan y aclaran la atmósfera, mientras que las ondinas arrojan triunfalmente las rescatadas gotitas de agua hacia la Tierra, para que puedan ser restituidas y unidas a su elemento propio.

Los pequeños gnomos son necesarios para construir las plantas y las flores. Su tarea consiste en teñirlas con los innumerables matices coloreados que hacen la delicia de nuestros ojos. Son ellos también los que cortan los cristales en todos los minerales y forman las gemas preciosas que brillan en resplandecientes diademas. Sin ellos no existiría el hierro ni el oro con qué pagarlo. Se encuentran por todas partes y son más trabajadores que las mismas abejas. A la abeja, sin embargo, se le reconoce su trabajo, pero a los pequeños espíritus de la Naturaleza, que desempeñan un papel tan importante en el trabajo del Mundo, nadie los reconoce, excepto un pequeño número de esos a quienes llamamos soñadores.

En el Solsticio de Verano, las actividades físicas de la Naturaleza alcanzan su máximo o Cenit. Por eso es que esa noche, la Noche de San Juan (4).

Más tarde, en el Solsticio de Invierno, nos encontramos en el otro polo del ciclo anual, en el que los días son cortos y las noches largas. Físicamente hablando, las Tinieblas envuelven al Hemisferio Norte, pero la oleada de Luz y Vida Espirituales que constituirán la base del crecimiento y progreso del mismo año, se encuentran ahora en su máxima potencia y tensión. En la Noche de Navidad, durante el Solsticio de Invierno, cuando el signo celestial de la Virgen Inmaculada se eleva en el horizonte oriental a Medianoche, nace el Sol del nuevo año para salvar a la humanidad del frío y del hambre que se producirían de faltar su luz. En ese tiempo el Espíritu de Cristo nace en la Tierra y comienza a ejercer su acción, fertilizando los millones de simientes que los espíritus de la Naturaleza construyen y riegan para que haya alimento físico. Pero es el gran festival de las hadas y espíritus de la Naturaleza, que han estado trabajando para construir el Universo Material, alimentando a los ganados, formando los granos y que aclaman con alegría y gratitud a la oleada de energía que constituye un instrumento para modelar las flores con su admirable variedad de formas y colores, de acuerdo con sus respectivos arquetipos, tiñéndolas con infinitos matices que constituyen a la vez la delicia y la desesperación del artista. Y en ésta, la más grande de todas las noches de la Estación Estival, corren en alegres bandadas desde los pantanos y los bosques, desde las cañadas
y los prados, al Festival de las Hadas. Realmente preparan y condimentan sus alimentos etéreos y después danzan en un éxtasis de alegría y contento; la alegría y el contento de haber hecho su trabajo y realizado su importante papel en la economía de la Naturaleza.

Es un axioma de la ciencia que la Naturaleza no tolera nada inútil. Los parásitos y los zánganos son una abominación; el órgano que se torna superfluo se atrofia y lo mismo pasa con el miembro o el ojo que no se emplea más. La Naturaleza tiene su trabajo que hacer y exige a todos los que quieran justificar su existencia y continuar formando parte de Ella, que trabajen. Esto se aplica a todos: desde la planta al planeta, al hombre, al animal y a las hadas y demás espíritus de la Naturaleza. Tienen su tarea que realizar; son entidades muy ocupadas y sus actividades constituyen la solución de muchísimos de los innumerables misterios de la Naturaleza, ya explicados.

Más tarde, en el Solsticio de Invierno, nos encontramos en el otro polo del ciclo anual, en el que los días son cortos y las noches largas. Físicamente hablando, las Tinieblas envuelven al Hemisferio Norte, pero la oleada de Luz y Vida Espirituales que constituirán la base del crecimiento y progreso del mismo año, se encuentran ahora en su máxima potencia y tensión. En la Noche de Navidad, durante el Solsticio de Invierno, cuando el signo celestial de la Virgen Inmaculada se eleva en el horizonte oriental a Medianoche, nace el Sol del nuevo año para salvar a la humanidad del frío y del hambre que se producirían de faltar su luz. En ese tiempo el Espíritu de Cristo nace en la Tierra y comienza a ejercer su acción, fertilizando los millones de simientes que los espíritus de la Naturaleza construyen y riegan para que haya alimento físico. Pero “no sólo de pan vive el hombre”. Por más importante que sea el trabajo de dichosespíritus, se desvanece en la mayor insignificancia al compararlo con la misión del Cristo, que nos trae cada año el alimento espiritual necesario para hacernos adelantar en la senda del progreso, para que lleguemos a alcanzar la perfección del amor con todo lo que ello implica.

(4) En el Hemisferio Sur los lectores, donde en este capítulo se dice “Noche de San Juan”, deben leer “Noche de Navidad”, y donde se dice “Noche de Navidad” léase "Noche de San Juan”. (N. del T.)

del libro Temas Rosacruces UNO 
 publicado por Estudiantes de la Fraternidad Rosacruz de Max Heindel


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