jueves, 1 de diciembre de 2016

¿Cómo conoceremos a Cristo a su vuelta?




¿CÓMO CONOCEREMOS A CRISTO A SU VUELTA?(1)
(1)
Reportaje taquigrafiado de una conferencia pronunciada por Max Heindel en el Centro de Estudios de Los Ángeles de la Fraternidad Rosacruz, el día 18 de mayo de 1913

Existe en mi imaginación la fotografía de una escena, que vive hace años, y donde en algunas ocasiones, cuando he terminado el trabajo del día, al encerrarme en mi interior, miro en ese archivo y este cuadro aparece. Permítaseme que haga de él una pintura.

Retrocedamos en el tiempo cosa de dos mil años. La escena pasa en Palestina, las colinas están desiertas; sólo un pequeño grupo de hombres y cada rostro de aquel grupo refleja tristeza. Este grupo está afligido por Uno que, ellos pensaron, había venido a hacer grandes cosas; uno que, sin embargo, les había sido arrebatado por alevosas manos. Uno cuya vida parecía había sido aniquilada y se preguntaban los unos a los otros: ¿Es esto el final? Éste era un Ser que había sido muy caro a sus corazones. Él les había llamado amigos. Él les había dicho: “Vosotros sois mis amigos”, y ellos le lloraban como a un amigo. También les había dicho: “Si Yo me voy ahora, volveré otra vez”, y ellos discutían ansiosamente cuándo ocurriría tal advenimiento.

Esto fue el comienzo, pero desde entonces constituye una materia de sumo interés entre aquellos que se llaman a sí mismos, por Su gracia, amigos de Cristo. Ha sido considerado un tema de agudo y vital interés entre ellos el interrogante: ¿Cuándo volverá Él otra vez, y cómo Le conoceremos a su venida?

Él mismo les había dicho a los que le seguían en Palestina que vendrían muchos para defraudar; que si se les dijera que fueran al desierto o a este lugar o al otro para buscarle que no hicieran caso. Él les añadió que los ángeles del cielo no conocen el día que Él debe tornar y aún, que el Hijo no lo sabía, sino solamente el Padre. Como ya hemos dicho, se hallaban ansiosos discutiendo el día probable o aproximado de este advenimiento y especialmente el modo en que ellos podrían, positivamente, conocerle a su aparición.

Pretendientes –ha habido muchos desde aquel día– han proclamado que ellos eran el Cristo; algunos se han burlado a sí mismos y a los demás en la creencia de que eran aquel gran y Maestro. Hay otros también que deliberada y maliciosamente buscan usurpar Su lugar. Por lo tanto, el asunto, “¿Cómo Te conoceremos?” ha tenido un interés perenne.

Hace un año apareció en una revista inglesa un artículo titulado “Heraldos Ocultos”. En aquel trabajo se tratan sinopsis de las Enseñanzas de Misterios Occidentales, conforme pueden encontrarse en el Concepto Rosacruz del Cosmos, y del Ocultismo Oriental, representado por una sociedad que promulga esta doctrina.

Se comparan los directores de estas dos sociedades y sus actividades. Se expusieron semejanzas, pero el autor hacía notar con penetración grande, aquello que los estudiantes superficiales de las Enseñanzas de la Sabiduría Occidental no habían logrado percibir, a saber, la vital e irreconciliable diferencia de las dos enseñanzas en lo que concierne a Cristo y a Su venida. Se indicaba que con arreglo a la enseñanza Oriental, Cristo y Buda fueron hombres de vida común y ordinaria, mientras que en las enseñanzas de Misterios Occidentales se ha dicho clara y enfáticamente que el Cristo es una Jerarquía Divina distinta a nuestra evolución humana, “que vino aquí a la Tierra por los hombres” y que habiendo una vez arrojado el cuerpo denso, nunca volverá a aparecer en un vehículo físico.

Como quiera que esto es una de las cardinales diferencias entre las Sabidurías de las Enseñanzas Orientales y Occidentales acerca de uno de los mayores problemas del día, suponemos de necesidad primordial que todos los estudiantes de las Enseñanzas de la Sabiduría Occidental comprendan este asunto clara y totalmente.

Con el objeto de sistematizar nuestra discusión la dividiremos en cuatro partes, dedicando cada una de ellas a la consideración de una cuestión que tiene decidida relación sobre el asunto que nos ocupa:

1ª ¿Quién es Cristo?

2ª ¿Por qué vino la primera vez?

3ª ¿Por qué debe venir otra vez?

4ª ¿Cómo le conoceremos a su aparición?

De este modo será mucho más fácil para aquellos que no han estudiado las Enseñanzas de la Sabiduría Occidental el concebir nuestra idea.

1ª – ¿QUIÉN ES CRISTO?




El primer punto que debemos dejar bien sentado es la identidad de Cristo como es enseñada por la Escuela de Misterios Occidentales. Con arreglo al diagrama, “Los siete días de la Creación”, del Concepto Rosacruz del Cosmos, el hombre ha pasado por un lapso de involución que comprende los Períodos de Saturno, Solar y Lunar, así como una mitad del Período Terrestre. En este peregrinaje por medio de la materia ha reunido los vehículos que ahora posee.

Durante el Período de Saturno cuando era semejante al mineral, algunos seres eran humanos como nosotros lo somos hoy, pero eran de una oleada de evolución distinta. Desde aquella fecha han evolucionado para convertirse en los Señores de la Mente. El Iniciado más elevado de aquella evolución –de la oleada de Vida que entonces se hallaba en el estado humano –es llamado en el esoterismo, el Padre.

El Iniciado más elevado del Período Solar, cuando aquellos seres que ahora son arcángeles eran humanos, es llamado el Hijo y de otro modo el Cristo.

Los ángeles del día fueron humanos en el Período Lunar y el Iniciado más elevado a quien ahora llamamos Jehová, se le llama también el Espíritu Santo.

Aquí tenemos los estados de los tres grandes seres más activos como cabezas de la evolución. La humanidad del Período Solar no puede descender más abajo en el mar de la materia que hasta el Mundo del Deseo (véase la tabla); por lo tanto, su vehículo más bajo será el cuerpo de deseos, y como es una ley cósmica la de que ningún ser puede crear un vehículo que no haya aprendido a construir durante su evolución, era imposible para el Espíritu de Cristo el nacer en un cuerpo físico. Tampoco podía formar un vehículo semejante, ni aún un cuerpo vital, que está construido de éter.

También le faltaba la capacidad de funcionar en la última sustancia, porque nunca la había adquirido en Su evolución(2)
(2)
Desconocía el modo de manipular tales elementos. (N. Del T.)

Para facilitarle los vehículos necesarios a Cristo, Jesús, un hombre de nuestra evolución –un hombre nacido de un padre y una madre, ambos iniciados elevados qué hicieron el acto creador como un sacrificio y alcanzaron la inmaculada concepción sin pasión– dio sus cuerpos vital y denso en el momento del bautismo al Espíritu Solar, a Cristo, que entonces penetró en el mundo material y se convirtió en mediador, poseyendo de este modo todos los vehículos necesarios para funcionar entre Dios y el hombre. Jesucristo es, por consiguiente, absolutamente único, y la Biblia nos dice que no hay otro nombre por el cual podamos salvarnos, sino por el nombre de Jesucristo; siendo éste el único Credo Cristiano autorizado.

Habiendo explanado la identidad de Cristo y de Jesús, según se contiene en las Enseñanzas de la Sabiduría Occidental, nuestro problema inmediato se contrae a la parte:

2ª – ¿POR QUÉ VINO CRISTO A LA TIERRA POR PRIMERA VEZ?




En el Gólgota, el cuerpo físico de Jesús fue destruido al mismo tiempo que se manifestaba cierto fenómeno, el cual está contenido en la Biblia, y el Espíritu de Cristo se sumergió en la Tierra. Hasta aquel momento la Tierra había venido siendo gobernada desde afuera. Del mismo modo que los Espíritus-grupo de los animales guían a éstos desde afuera, así también la Tierra había sido guiada en su órbita y la humanidad había sido dirigida por el sendero de la evolución casi enteramente por Jehová, pero desde aquel preciso instante el Cristo se convirtió en el Espíritu interno de la Tierra. Él ahora guía nuestro planeta en su órbita y se está esforzando en reemplazar el régimen de guerra inaugurado por Jehová, por un lado, y los espíritus marcianos de Lucifer por otro, por un régimen de altruismo; un reino de universal hermandad. Oímos hablar mucho acerca de la fraternidad universal, pero no es necesario formar sociedades para proclamar que somos hermanos; cualquiera lo sabe y, por lo tanto, no hace falta llamar la atención hacia este extremo. Hay hermanos y hermanas que no son armoniosos, pero debemos serlo si queremos ser amigos, y debido a esto Cristo instituyó un ideal mucho más elevado cuando llamó a sus discípulos amigos: "Vosotros sois amigos míos siempre que hagáis lo que yo os he dicho."

3ª – ¿POR QUÉ DEBE VOLVER OTRA VEZ?




Aunque tenemos la terminante promesa de la vuelta de Cristo hay muchos cristianos que no creen en el Segundo Advenimiento, por lo cual no estará de más el que examinemos si hay alguna razón que reclame Su vuelta.

Para dilucidar este punto tomemos un pasaje iluminador de la obra Fausto.
Aunque escrito por Goethe, este drama no es una creación de su fantasía, toda vez que la leyenda de Fausto es más vieja que la historia; es uno de los mitos que detalla en términos fantásticos y pictóricos la historia de la búsqueda de luz por el alma. Estos cuentos fueron dados a la humanidad infantil con objeto de que ella pudiera plasmar subconscientemente los ideales que en épocas posteriores debía vivir. En efecto, nosotros usamos el mismo método de instrucción cuando damos a nuestros hijos libros ilustrados para inculcarles ideas que ellos son muy jóvenes para asimilar intelectualmente.

Fausto había estudiado “libros” durante toda su vida y gradualmente vino a concebir que nosotros conocemos únicamente aquello que vivimos –que aparte de su práctica aplicación en la vida ordinaria, el aprendizaje de los libros no es de ningún valor–. Cuando el alma despierta a esta realidad se halla en el umbral del verdadero conocimiento, en dirección hacia la Luz. Pero el camino se divide: un sendero es llano y fácil; en toda su longitud vemos guías serviciales y sonrientes, dispuestos a dar ánimo al viajero y ayudarle en cualquiera cosa que desea, pero al final de él está Lucifer, el portador de la luz, listo a dar honores mundanos a aquellos que adoran su altar.

El otro sendero es áspero, escabroso y lleno de peligros; algunas veces es muy oscuro; muchos corazones débiles lo recorren y a menudo se puede oír el grito de angustia: “¡Cuán largo oh, Señor, cuán largo!” Pero aunque el alma que lucha pueda suponerse solitaria, oye constantemente una voz interna, débil, suave y silenciosa, pero, sin embargo, de una claridad; inconfundible: “Venid a mí, vosotros los que estáis abrumados con la carga y la fatiga, que yo os daré el descanso”, y alguna vez la “Verdadera Luz”, Cristo, la meta de la busca del alma, se ve entre un resquicio de la tormentosa nube que debe atravesarse para alcanzar el pináculo del progreso; y de esta beatífica visión el alma investigadora reúne y junta nueva fuerza.

Sobre el sendero negro, Lucifer satisface todos nuestros apetitos sin reserva ni restricción. Mientras que el alma parece nadar con la corriente, todo va bien y el placer aparentemente nos espera tras de cada esquina, pero cuando por fin hemos llegado al final del río de la vida, en vez de pasar fácilmente a su destino natural se ve atraída por sus bajos apetitos que se clavan y se aferran a ella como la pulpa de la fruta sin madurar se agarra al hueso y de este modo esta pobre alma experimenta en una intensidad multiplicada mil veces la pena y el dolor incidental de desgajarse a sí misma de los grillos soldados por el pecado.

Tomás de Kempis insiste sobre el deseo de la mayoría de vivir una vida larga y cuán pocos se interesan por vivir una vida buena. Yo puedo parodiar esto exclamando:

“¡Oh, cuántos están deseosos de alcanzar poderes espirituales, pero cuán pocos se fuerzan en cultivar la espiritualidad!” La historia de “Fausto” nos da una visión de lo que podría ocurrir si nosotros exclamáramos con todo nuestro ser, como él lo hizo:

“¡Oh! Si hay espíritus que flotan cerniéndose en el aire ofreciendo dominio sobre el cielo y la tierra, descended aquí de vuestra áurea atmósfera y llevadme a ver las escenas de una vida nueva, de completo placer y regalo.”

“¡Si me fuera dable poseer un manto mágico que envuelto en él me transportase por el mundo como con alas invisibles, lo apreciaría más que a otra cualquiera terrestre vestidura, y no lo cambiaría aunque me ofreciese, en cambio, su manto el emperador!”

Por esta impaciencia y deseo de alcanzar algo a cambio de nada, de cosechar lo que no había sembrado, atrae hacia él un espíritu de naturaleza indeseable, porque debe tenerse por seguro que los habitantes del mundo invisible no son en ningún sentido diferentes de la gente de aquí. Aquí, en este mundo, no se encuentra un filántropo en cada esquina, ni tampoco en aquél encontramos un ángel a cada paso en el momento de cruzar la frontera, y la única salvaguardia es luchar para tener derecho a penetrar conscientemente en aquellos planos. Cuando hayamos reunido los requisitos necesarios, no tendremos por qué esperar.

No necesitamos aquí referirnos al contrato que a Fausto le propone Lucifer, quien siguió a su víctima propiciatoria hasta dentro de su estudio, pero cuando éste se volvió hacia la puerta y estaba para marcharse vio con desmayo una estrella de cinco puntas con dos de sus picos dirigidos a la puerta de salida y uno de ellos hacia él.

Entonces Lucifer dice a Fausto que quite la estrella de aquella dirección, pero habiendo sido interrogado estrechamente e invitado a salir por la ventana o la chimenea, confiesa por último que:

“Es una ley para los espíritus, la de abandonar una estancia por donde entraron en ella.”

Éste es un punto muy importante, pues al igual que Lucifer se ve obligado a salir del cuarto de estudio de Fausto por la misma puerta que había entrado, así, también, como Cristo entró en la Tierra por medio del cuerpo vital de Jesús, debe abandonarla por el mismo conducto después de su redención en la Tierra para regresar al Sol, su hogar celestial: Ningún otro vehículo puede servir para ello.

Pero hay mucho más de interés en aquella situación entre Fausto y Lucifer respecto a este asunto. La puerta está abierta, así, pues, ¿por qué debe impedir la estrella de cinco puntas la salida de Lucifer, especialmente, puesto que él había pasado sobre ella para penetrar en el estudio?

La estrella de cinco puntas es el emblema del hombre con piernas separadas y brazos extendidos en cruz. Entonces un pico está en la parte superior, representando la cabeza, que es la puerta natural del espíritu. Por allí penetra en su futuro cuerpo sobre los dieciocho días después de la concepción, por allí lo abandona durante el sueño y lo vuelve a invadir por la mañana al despertar. Para los Auxiliares Invisibles ésta es la entrada y la salida y, finalmente, cuando viene la muerte el espíritu se retira por la vía de la cabeza.

Por esta razón la estrella de cinco puntas con una de ellas hacia arriba, como está representada en el emblema de la Fraternidad Rosacruz, es el símbolo de la magia blanca, la cual trabaja por medios naturales en armonía con la ley de la evolución.

El discípulo de una Escuela de Misterios aprende a dirigir su fuerza creadora hacia el cerebro y trasmutarla en fuerza de alma por una vida de sacrificio, abnegación y castidad y esta fuerza de alma la usa para proyectarse en las esferas superiores por medio de la cabeza. El mago negro, incapaz de sacrificarse, obtiene la fuerza que necesita por el uso pervertido de la fuerza de la vida de sus víctimas, la cual le proyecta hacia abajo, por los pies, por los cuales debe penetrar otra vez en, su cuerpo. El cordón plateado entonces se desliza a través del órgano inferior. Así, pues, la estrella de cinco puntas con dos picos apuntando hacia arriba y uno hacia abajo es el símbolo de la magia negra. Fue facilísimo, por esta razón, a Lucifer el penetrar en el estudio de Fausto, toda vez que dos de las puntas de la estrella apuntaban hacia la parte de afuera de la habitación, pero cuando deseó abandonar la estancia y se confrontó con uno de los picos del símbolo, su negra alma fue repelida por el emblema de la pureza y del amor.

Por supuesto, no tenemos pruebas legales de que Cristo penetrase en la Tierra y de que se halle en ella confinado parcialmente al igual que nosotros estamos confinados en nuestros cuerpos físicos, pero hay de ello muchísimas evidencias místicas y por la ley de analogía está indicado claramente que Cristo pasa sus anuales días parcialmente dentro y parcialmente fuera de la Tierra.

Cáncer, gobernado por la Luna es el signo que rige la concepción. Los egipcios le dibujaban como un escarabajo y el escarabajo fue el símbolo del alma para ellos.

Cuando la Luz del Mundo, el Sol, entra en Cáncer en junio, la fuerza creadora del último ciclo que dio vida a la Tierra se ha extinguido, y con objeto de renovar esta vida, que de otro modo se aniquilaría, debe descender el Sol otra vez. En el equinoccio del otoño, el signo Libra, la balanza, y la fuerza germinadora entra en la Tierra alcanzando el centro de ésta por Navidad cuando el Sol está en su punto más bajo de declinación, el solsticio de invierno. Así, pues, la fuerza germinadora, el rayo de Cristo, irradia para fructificar la materia nuevamente y alcanza la periferia de la Tierra en la época en la que el Sol cruza el Ecuador celestial durante su estancia en Aries en el equinoccio invernal.

Entonces el Salvador, el Cordero de Dios, muere para el mundo, pero nace para las esferas superiores.

Así como nosotros estamos confinados en nuestros cuerpos densos de la mañana a la noche como consecuencia de nuestras actividades de la vida, así también, Cristo está confinado en la Tierra desde el equinoccio del otoño al del invierno, el cual es el período en el que las actividades físicas están en gran extensión adormecidas, pero cuando los esfuerzos espirituales traen los mejores resultados, y del mismo modo que nosotros nos libertamos de nuestros cuerpos durante la noche y penetramos en los mundos espirituales para recuperarnos de las condiciones dolorosas (para el espíritu) de la existencia física, así también Cristo se liberta temporalmente de la Tierra a la crucificación cuando vemos al Sol pasar o cruzar el Ecuador celestial y penetrar en los cielos. Éste es, por lo tanto, el tiempo propicio en el que sentimos los impulsos espirituales desaparecer y disminuir para dedicar nuestras energías a las actividades físicas para cultivar el terreno y hacer que nazcan dos hojas de hierba donde previamente no crecía más que una sola.

Con arreglo a la manera de ver el asunto comúnmente, Cristo terminó su sacrificio en el Gólgota, pero visto desde el punto de vista espiritual y oculto aquello fue precisamente el principio. Él todavía está limitado y constreñido a la Tierra como nosotros lo estamos anuestros cuerpos de muerte. Él sufre como sufrimos nosotros, únicamente con una intensidad que nosotros no podemos ni concebir. Él todavía está “gimiendo y viajando, aguardando por la manifestación de los Hijos de Dios”, es decir, nosotros, los hombres. Cuando un número suficiente haya experimentado el nacimiento de Cristo dentro de sí, de modo que sea capaz de llevar sobre sus hombros el fardo de sus hermanos y dar su vida como Cristo ahora la está dando para nosotros, entonces sonará la hora dé la liberación y Cristo podrá permanentemente volver al Sol. Pero como quiera que entró por la periferia de la Tierra cuando vino, también, y con arreglo a la misma ley que acabamos de explicar, debe salir por la superficie de ella y esto es precisamente lo que constituye el segundo advenimiento.

No encontramos en la Biblia consejo ni advertencia más enfática que la que Cristo nos dio contra los que se habían de proclamar ser Él. Declaró que muchos habían de mostrar indicios y maravillas capaces de alucinar a los más competentes, y nosotros no podemos explicarlo de mejor modo que copiando sus mismas palabras y con ellas dar comienzo a la última parte de nuestro tema.

4ª – ¿CÓMO CONOCEREMOS A CRISTO A SU APARICIÓN?




Cristo dijo: “Tened especial cuidado para que ningún hombre os engañe, pues muchos han de venir diciendo yo soy Cristo, y a muchos embaucarán; pero si cualquier hombre os dijera: “Aquí está Cristo” o que “está allí” no le creáis. Se erguirán falsos Cristos y falsos profetas y realizarán señales y maravillas para seducir, si ello fuera posible, a los más capacitados y a los más selectos..., pero entonces verán al Hijo del hombre venir de las nubes con grande poder y gloria... Él enviará a sus legiones de ángeles por los cuatro vientos para congregar y reunir a sus elegidos..., pero aquel día y aquella hora no la conocen los hombres, no; ni los ángeles que están en los cielos, ni tampoco el Hijo, sino únicamente el Padre.”

Por estos pasajes podemos ver cuán prevenidos debemos estar para no ser descarriados por los embaucadores, pero tenemos muchas luces para que por medio de ellas podamos caminar seguros y derechos y se nos han indicado varios medios por los que podemos, con toda seguridad, saber distinguir a Cristo de sus imitadores. El punto más concluyente que los impostores pueden presentar de su superchería, no importa lo bien presentado de su juego, es el de que se nos presentan envueltos en un cuerpo físico.
Hay muy buenas razones para que CRISTO NO VENGA EN CUERPO FÍSICO porque tal vehículo no podría resistir las tremendas vibraciones de tan gran Espíritu.

Debemos recordar de la lectura de las Sagradas Escrituras que Cristo se ausentaba frecuentemente de sus discípulos. En aquellas ocasiones Él entregaba Su cuerpo a los esenios, que eran hombres de nuestra misma evolución, pero médicos esotéricos expertísimos y que dominaban el conocimiento del cuidado del cuerpo. Ellos restauraban la nota y el tono y de este modo se logró que el cuerpo prestado por Jesús a Cristo se mantuviese unido durante tres años. Del Gólgota se llevó el cuerpo a la tumba y como su influencia cohesiva había dejado de funcionar, los átomos, simplemente, se esparcieron por los cuatro vientos y cuando la sepultura fue abierta, solamente se encontraron las vestiduras.

Para conseguir otro vehículo físico para la Segunda Venida en la misma manera en que se proveyó la primera vez, sería muy difícil, aunque, por supuesto, podría efectuarse. Bajo la ley, ya examinada, de que un espíritu debe salir por el mismo sitio por donde entró, únicamente aquel cuerpo de Jesús podría servir para el caso, pero como quiera que aquél fue destruido es imposible que Cristo pueda volver a aparecer en un vehículo físico. Así, pues, repetimos, la mera posesión de un cuerpo denso denuncia al pretendiente como un impostor.

Pero supongamos que esta “ley” es solamente una ilusión de la fantasía del autor y que la ley de analogía transcrita en apoyo suyo sea una simple coincidencia; nuestro argumento y aserto está aún apoyado por la Biblia sin echar mano a toda otra evidencia.

Cristo dijo: “Si os dijeran: Ved, Él está en el desierto, no vayáis. Ved, Él está en cámaras secretas, no les creáis.” Así, pues, Cristo no será encontrado en ningún plano físico. Pablo también declaró terminantemente que la “carne y la sangre” no pueden heredar el reino del cielo. Si nosotros tenemos que ser “revestidos con vehículos celestiales”, ¿cómo puede ser que el Caudillo de la Nueva Dispensación posea un vehículo físico?

Pero la Biblia no se contenta con decirnos en los sitios en que no debemos buscar a Cristo, pues nos dice claramente: “El Hijo del Hombre vendrá en las nubes.”

Cuando finalmente Cristo dejó a sus discípulos “Él fue llevado hacia arriba y una nube lo puso fuera de sus vistas, y mientras ellos miraban persistente e insistentemente hacia el cielo como Él desaparecía, dos hombres vinieron a su lado vestidos de blanco; quienes también les dijeron: “Él vendrá en la misma manera que vosotros le habéis visto marchar hacia el cielo” (Hch: 1:10-11).

Pablo dice: “El Señor, Él mismo, descenderá de los cielos... entonces nosotros... seremos elevados en las nubes para unirnos al Señor en el aire.” (1 Ts. 4:16-17). Juan vio el primer cielo y la Tierra aniquilarse, el mar seco totalmente y una ciudad santa descender del cielo, de la cual Cristo era el regente. Estas cosas evidentemente son imposibles físicamente. Un cuerpo de carne y sangre no puede ascender en el aire y Pablo enfáticamente asegura que la “carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios” [1 Co. 15:50]. Ahora bien, si nosotros no podemos entrar con tal vestidura, ¿cómo es posible que en un universo sujeto a leyes pueda Cristo, el director, usar un cuerpo físico?

Si nosotros podemos averiguar qué clase de vehículo usó, sabremos el modo de reconocerle, así como también cómo estaremos nosotros constituidos, pues “nosotros seremos como Él” según nos dice San Juan: “Ved, ahora nosotros somos los hijos de Dios y hasta ahora no se nos aparece aún el modo en que seremos, pero nosotros sabemos que cuando Él aparezca, nosotros seremos como Él.” (1 Jn, 3:2). Pablo, por su parte, nos dice: “Nuestra cosa pública (no conversación, como se ha traducido. La palabra griega es “politemna”, policía o cosa pública, y es empleada por el apóstol con referencia al nuevo cielo y a la nueva tierra, está en el cielo, de aquí que nosotros estemos esperando un Salvador, el Señor Jesucristo, quien cambiará nuestro cuerpo vil para que pueda ser dispuesto como Su cuerpo glorioso” (Flp. 3:20-21).

El cuerpo que Cristo usó después del suceso del Gólgota era capaz de penetrar en una habitación con las puertas cerradas, puesto que Él se apareció a los discípulos y permitió que Tomás le tocase. ¿Puede algún pseudo Cristo en un cuerpo físico hacer esto? Yo no lo creo.

Tal hecho requiere un vehículo mucho más útil que el físico y ningún sofisma puede evadir este argumento de que Cristo utilizará un vehículo mucho más sutil que el físico. La Biblia enseña que Cristo empleó un cuerpo etéreo después de su resurrección, que ascendió a los cielos con él, que Él volverá en el mismo cuerpo y que a nosotros se nos cambiará en un estado en el que seremos como Él en este respecto.

Ahora se nos presenta la pregunta final: ¿Nos enseña la Biblia en tal caso, definidamente, cuál vehículo fue aquél y existe alguna información por la que podamos obtener este conocimiento definida y completamente acerca de ese vehículo nuevo?

Para la contestación adecuada tomemos el inimitable capítulo XV de la Primera Epístola a los Corintios en la qué Pablo enseña la doctrina del Renacimiento por medio de átomos-simientes tan claramente como las Enseñanzas de la Sabiduría Occidental lo hacen hoy [1 Co. 15].

En la versión inglesa el versículo 44 dice: “Hay un cuerpo natural y también un cuerpo espiritual”(3), pero el Nuevo Testamento no fue escrito en inglés, y como los traductores de él no conocían nada de las Enseñanzas internas, no tenían idea de cómo traducir la palabra griega en este caso; para ellos les parecía sin sentido, así que ellos la tradujeron como la concebían. Sin embargo, yo permitiré que mis lectores la traduzcan por sí mismos, aunque ninguno de ellos sea un erudito del griego.

La palabra que hay usada allí y que se ha traducido como “cuerpo natural” es soma psuchicon. Soma es una palabra griega que todos están de acuerdo en reconocer significa cuerpo. No hay discusión acerca de este punto. Pero psuchicon –psuche– (psiguic) –el alma– o un cuerpo de alma es cosa que ellos nunca habían oído nombrar.

Probablemente les pareció locura y por lo tanto tradujeron la palabra como “cuerpo natural”. Es cierto que Pablo dice en su Primera a los de Tesalia, 5-23, que el hombre completo es espíritu, alma y cuerpo, pero probablemente los traductores también interpretaron como sinónimas las palabras alma y espíritu. Sin embargo, hay una vasta diferencia entre ellas, como se ha explanado en Los Misterios Rosacruces.

Este cuerpo de alma es el vehículo al que Pablo se refiere con el que nos reuniremos con Cristo. Está compuesto de éter y es, por esta razón, capaz de levitación y de pasar a través de una pared, pues toda la materia densa está rodeada de éter. Los Auxiliares Invisibles lo usan actualmente como Cristo lo usó.

(3)
1 Co. 15:42: “Así también sucede con la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. 43: Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. 44: Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal y hay cuerpo espiritual.
45: Así también está escrito: “Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente”; el postrer Adán, espíritu que da vida. 46: Pero lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. 47: El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. 48: Conforme al terrenal, así serán los terrenales; y conforme al celestial, así serán los celestiales. 49 Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.
50: Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. [Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.]

A primera vista parece muy extraño que encontremos al Señor “en el aire” y que tengamos que dejar la Tierra. Pero no lo es tanto cuando consideremos que el camino de la evolución ha seguido siempre de dentro hacia afuera; que hubo un tiempo en la Época de Lemuria en el que la Tierra estaba en un estado de fuego y en el que el hombre vivía en las cortezas que se iban formando junto al núcleo en ignición en un cuerpo que justamente empezaba a formarse; que asimismo vivió en la Epoca Atlántica en las cuencas de la Tierra bajo la neblina densa que se elevaba de la Tierra que empezaba a enfriarse como lo dice el Génesis. Entonces a la humanidad se la llamaba, de acuerdo a la leyenda popular alemana, “Niebelungen”. Niebel significa “niebla” y ungen “hijos”; es decir,Hijos de la Niebla. Nos cuenta la Biblia el relato de cómo eran guiados por sus maestros; cómo gradualmente esta nebulosa atmósfera de la Tierra se condensó al enfriarse el planeta y, finalmente, cómo las aguas cayeron desde el cielo en aquello que conocemos como el “Diluvio”.

Sabemos que entonces los hombres abandonaron las tierras bajas, las cuales fueron sumergidas por la niebla condensada, el mar, y entraron en una nueva era de desenvolvimiento con arreglo a las condiciones actuales; que entonces vieron el arco iris por primera vez cuando el Sol brilló por encima de las nubes y que entonces les dijeron que tanto cuanto tiempo permaneciese aquel signo, la sucesión de los cambios que conocemos como estaciones continuarían. Tanto tiempo como tengamos las condiciones atmosféricas actuales, esta era de alternancias continuará naturalmente.

Lenta, pero seguramente, estamos saltando las colinas de la Tierra, estamos buscando niveles más y más altos.

Cuanto más se eleva la evolución de la raza humana, más desea elevarse en el aire y gradualmente está dejando atrás las tierras bajas. Igual que pasó en los días de Noé, llegará el día en que ocurrirá un gran cambio cósmico, y Cristo se refiere a él al hablar de Su venida cuando dice: “Como fue en los días de Noé, así será en los días del Hijo del hombre.” Las gentes iban y venían al igual que era su hábito hacerlo. Se casaban y se daban en matrimonio; comían, bebían y vivían sus vidas cotidianas. Pero de repente el diluvio descendió sobre los atlantes y los vehículos que ellos poseían no les fueron de ninguna utilidad; necesitaban unos vehículos en los cuales hubieran podido acomodarse a las nuevas condiciones atmosféricas, al igual que el niño al nacer debe instantáneamente acomodarse de respirar bajo el agua a respirar en el aire. A menos que él pueda hacer esto perecerá, como fue el caso con los atlantes, quienes estaban acostumbrados a respirar en una atmósfera acuosa y nebulosa, y aquellos que no estaban adaptados físicamente para este cambio atmosférico se ahogaron.

Cristo dijo que una condición similar ocurrirá a Su venida. Aquellos que vivían en la Atlántida quizás no pudieron notar los desenvolvimientos físicos que se manifestaron en algunos de ellos, los cuales les capacitaron para cambiar la forma de respirar agua a respirar aire directamente por los pulmones. De igual modo hay un cambio en operación en la humanidad que no es observable para aquellos que no han cultivado la visión espiritual. Es un hecho el que un aura atmosférica rodea a todos los seres hermanos. Conocemos el caso que con frecuencia sentimos la presencia de una persona a quien no vemos, y nosotros sentimos esto sencillamente porque hay en ellos esa atmósfera externa alrededor de sus cuerpos densos. Esta aura está cambiando; gradualmente se está haciendo más amarilla en el Oeste. Cuanto más allá vamos paralelamente a la marcha del Sol, más aumenta este color amarillo –el color de Cristo y de los semejantes a Cristo, los santos, a quienes los pintores han añadido un halo sobre la cabeza–. Gradualmente nos estamos volviendo más parecidos a Él y este soma psuchicon, o cuerpo de alma, se está conformando y adaptándose para ser nuestro “manto nupcial”.

Un creciente número de personas se está capacitando para funcionar en este vehículo y por consecuencia de esto, más y más se están adaptando para el día de Cristo.

Este cambio no se efectúa por ningún proceso físico, sino por servicio, por amor, por lo que se conoce en el Mundo Occidental como altruismo, que está aumentando en la sociedad más y más. Nosotros nos estamos haciendo más humanos cada día; más semejantes a Cristo aunque distantes de ser perfectos. Aunque el día de la venida de Cristo no sea quizás en este siglo ni en el próximo, ni en el próximo millar de años, podemos, no obstante, observar un cambio espiritual en proceso sobre la humanidad y depende de nosotros mismos el acortar el día de Cristo, porque ya nos dejó dicho Él: “Aquel día no lo conoce el hombre”. No hay ningún hombre capaz de decir el día en que un número suficiente de entre la humanidad haya desarrollado el soma psuchicon a tal estado que este grupo pueda hacer el trabajo que ahora Cristo está haciendo por nosotros.

Hemos llegado al nadir de la materia y por nuestro bien fue necesario que Cristo entrara en la Tierra para ayudarnos a nosotros desde adentro. Por nuestro amor está ahora gimiendo y sufriendo, esperando la manifestación de los hijos de Dios y, repetimos, depende de nuestra conducta el precipitar o retardar el día de su liberación.

Cada acto nuestro tiene algún efecto en este sentido; cada uno de nosotros tiene su trabajo determinado para hacer en el mundo y cuanto antes lo aprendamos a hacer mejor será para nosotros mismos. No debemos ir a otra parte del globo para buscar a Cristo – porque a Cristo no le encontraremos allí–. Él mismo nos dejó dicho: “No vayáis en mi busca al desierto”. No debemos buscarle en semejantes lugares; Cristo debe formarse dentro de nosotros. Ese cuerpo de alma, el cual está gradualmente adaptándose para elevarse sobre las montañas y sobre las nubes, se está esforzando para alcanzar la conciencia interna de todo aspirante, aspirante a la vida superior. Como Fausto dice:

“Dos almas, ¡ay!, están albergadas dentro de mi pecho;
y luchan en él por un reino sin divisiones.
Una hacia la tierra con deseo pasional
y con órganos de cal, se adhiere todavía;
la otra sobre las brumas y con ardor sacro
aspira a más puras esferas.”

Amigos, en cada uno de nosotros se está llevando a cabo una lucha entre la naturaleza superior y la inferior. Pablo tuvo que soportar esta batalla y todos nosotros, al igual que él, debemos luchar. Pero no se imagine el lector que debe salir al mundo y combatir en él, para encontrarle, no. El caballero Launfal se marchó de su hogar en su juventud y gastó toda su vida buscando el Grial. Cuando volvió a su castillo otra vez encontró el mismo leproso a quien él había dejado con repugnancia a su partida y cuando hizo lo que era debido, cuando el espíritu de servicio entró en él, entonces se le manifestó Cristo.

“Partió en dos su único mendrugo,
rompió el hielo del arroyo, y
dio al leproso de comer y de beber.”

El Salvador transmutándose ante él, le dijo: “Éste es mi cuerpo y ésta es mi sangre”.

“La Santa Cena se celebra sin duda
cuando compartimos con otro sus necesidades.”

No es precisamente lo que damos, sino lo que compartimos lo que tiene verdadera importancia. Aquellos que dan solamente en la abundancia o de las cosas que no tienen necesidad de ellas –cosas que más bien constituyen un estorbo para ellos; cosas que no echan de menos absolutamente– no saben lo que es dar. “La caridad sin el dador es nula.” Esto es lo importante, a menos que nos demos a nosotros mismos nuestras dádivas serán estériles. “No tiene el hombre más grande amor que éste, que un hombre dé su vida por su amigo.” No es meramente el hecho de dar la vida por un amigo, sino el constante, el diario sacrificio propio. “Yo estaba hambriento y vosotros me disteis de comer; yo estaba sediento y vosotros me disteis de beber... y yo estaba enfermo y vosotros fuisteis a visitarme.” Éste es el único requisito. Que podamos aprenderlo, amigos míos. Tampoco necesitamos buscarlo lejos; lo tenemos a nuestro lado.

Nosotros todos hemos tenido ocasión de leer un pequeño poema que dice que permitamos brillar nuestra luz justamente donde estemos:

“No todos nosotros podemos ser una estrella, ni tampoco todos podemos brillar –no todos podemos ser caudillos, pero sí cada uno puede hacer un poquitín–, es decir, encender su propia lamparita y que la lucecita que ella emita, disperse algo de las tinieblas a su alrededor.”

Esto es todo lo que tenemos que hacer, y si nosotros hacemos todo esto, veremos que nuestra lamparita es una estrella esplendente que nos guía hacia el encuentro de Cristo y entonces estaremos seguros de conocerle porque nos lo dirá nuestro propio fuero interno. Se dice que nosotros le conoceremos porque nosotros seremos como Él y como quiera que no tiene cuerpo físico en que venir, debemos desenvolver el vehículo del alma, el soma psuchicon, para que cuando aparezca podamos unirnos a Él y estar revestidos por ese “manto dorado nupcial”.

del libro Temas Rosacruces UNO 
publicado por Estudiantes de la Fraternidad Rosacruz de Max Heindel


*

No hay comentarios:

Publicar un comentario