Capítulo V
LA MISIÓN DE CRISTO Y EL FESTIVAL
DE LAS HADAS
Siempre que nosotros nos confrontamos con uno de los misterios de la naturaleza, el cual no somos capaces de explicarnos, simplemente añadimos un nuevo nombre a nuestro vocabulario, el cual entonces surte el efecto de un juego de malabar o de ocultar nuestra ignorancia del asunto. Tal es la palabra “amperio” que nosotros utilizamos para medir el volumen de la corriente eléctrica, el “voltio” que nosotros empleamos para medir la fortaleza de la corriente y el “ohmio” que empleamos para señalar la resistencia que un conductor dado ofrece al paso de la corriente. De este modo, después de mucho estudio, de palabras y figuras, las mentes maestras de la ciencia eléctrica intentan persuadirse a sí mismas y a los demás de que ellos han sondeado el misterio de esa fuerza evasiva que juega un papel tan importante en el trabajo del mundo actualmente. Pero cuando todo se ha dicho y estos hombres eminentes están en talante confidencial admiten que las lumbreras más brillantes de la ciencia eléctrica no conocen sino un poquito más que el niño de la escuela primaria cuando acaba de empezar el estudio de pilas y baterías.
De igual modo pasa en otras ciencias; los anatómicos no pueden distinguir el embrión canino del humano durante un largo tiempo, y mientras el fisiólogo habla con suficiencia acerca del metabolismo, no puede dejar de admitir que los experimentos de laboratorio por los cuales se esfuerza en imitar nuestro proceso digestivo, deben ser y son extensamente diferentes de las transmutaciones que se operan en el laboratorio químico del cuerpo por el proceso de la nutrición.
Esto no lo decimos para desacreditar o menospreciar los maravillosos descubrimientos de la ciencia, sino para hacer patente el hecho de que hay factores detrás de todas las manifestaciones de la naturaleza –inteligencias de diversos grados de conciencia, constructivas y destructivas, las cuales desempeñan funciones importantes en la economía de la naturaleza– y hasta que estas agencias sean conocidas y su trabajo estudiado, nosotros nunca podremos tener un concepto adecuado del modo en que actúan estas fuerzas de la naturaleza, que nosotros llamamos calor, electricidad, gravedad, acción química, etc. Para aquellos que han cultivado la vista espiritual es evidente que los llamados muertos emplean parte de su tiempo en aprender la construcción de cuerpos bajo la guía de ciertas jerarquías espirituales. Estas jerarquías son los agentes de los procesos metabólicos y anabólicos; son los factores invisibles de la asimilación y es, por lo tanto, literalmente cierto que nosotros seríamos incapaces de vivir salvo por la ayuda importante que recibimos de aquellos que llamamos muertos.
Para abarcar o concebir la idea del modo en que estas agencias actúan y su relación con nosotros, nos permitiremos repetir un ejemplo que hemos empleado en nuestra obra Concepto Rosacruz del Cosmos: Supongamos que un carpintero está haciendo una mesa, y un perro, el cual es un espíritu evolucionante que pertenece a otra oleada de vida posterior, está atentamente vigilándole. Entonces verá el proceso de cortar los tableros y verá que gradualmente se va formando la mesa de distintos materiales y que, por último, queda terminada. Pero aunque el perro ha estado vigilante y atento al trabajo del hombre, no tiene un concepto claro del modo en que ha sido hecha, ni tampoco del uso ulterior de la mesa. Supongamos aún más; que el perro estuviese dotado solamente de una limitada visión e incapaz de percibir al artesano y sus instrumentos; entonces el perro habría visto que los tableros se movían de un punto a otro, después quedaban unidos y acoplados de otro modo, hasta que la forma de la mesa quedara terminada. En este caso habría visto el proceso de la formación y el objeto terminado, pero no tendría idea del hecho de que fue necesaria una agencia activa, un operario para transformar la madera en una mesa. Si este animal pudiera hablar explicaría el origen de la mesa del modo en que Topsy dijo de sí mismo: “sencillamente
creciendo”.
Nuestra relación con las fuerzas de la naturaleza es semejante a la del perro en el caso de que el operario le fuera invisible, y, por lo tanto, nosotros somos tan capaces de explicar los misterios de la naturaleza como lo era Topsy. Nosotros eruditamente decimos al niño que el calor del Sol evapora el agua de los ríos y de los mares, ocasionando que este vapor ascienda a las regiones más frías del aire donde se condensa en forma de nubes, las cuales finalmente quedan tan saturadas de humedad que gravitan hacia la Tierra en forma de lluvia para rellenar los mares y ríos y volver a evaporarse otra vez. Todo esto es perfectamente simple; un bonito proceso automático, de movimiento continuo. Pero, ¿es sólo esto únicamente? ¿No hay en esta teoría una serie de vacíos y lagunas? Nosotros sabemos que sí, aunque no podemos separarnos mucho de nuestro asunto para discutirlo. Falta explicar totalmente una cosa, o sea la acción semi-inteligente de las sílfides que levantan las partículas finísimas de agua divididas en vapor que ha sido preparado por las ondinas, desde la superficie del mar y las han llevado tan alto como ellas han podido antes de que tome lugar la condensación parcial y se formen las nubes. Estas partículas de agua son conservadas por ellas hasta que las obligan las ondinas a liberarlas. Cuando decimos que hay tormenta se libran batallas en la superficie del mar y del aire, algunas veces con ayuda de las salamandras, para encender la antorcha del relámpago del separado hidrógeno y oxígeno, y enviar su atemorizante zigzag a través de la densa oscuridad, seguido por el estrépito soberbio del trueno que repercute en la atmósfera, mientras que las ondinas triunfalmente lanzan las gotas de aguas rescatadas otra vez a la Tierra para que vuelvan a unirse con su elemento maternal.
Los pequeños gnomos son necesarios para fabricar las plantas y las flores; su trabajo consiste en darnos las tintas con los matices innumerables de color que deleitan nuestros ojos. También cortan los cristales de todos los minerales y forman las gemas valiosísimas que brillan y cuelgan de las diademas de joyería. Sin ellos no habría hierro para nuestra maquinaria, ni tampoco oro para pagar su precio. Estos seres están en todas partes y la proverbial abeja no es tan laboriosa ni tan diligente. No obstante, a la abeja se le concede el crédito por el trabajo que hace, mientras que los diminutos espíritus de la naturaleza que juegan una parte tan inmensamente mayor en el trabajo del mundo, son ignorados salvo para unos cuantos “soñadores y locos”.
En el solsticio de verano las actividades físicas de la naturaleza están en su apogeo; por lo tanto, en las noches de la mitad del verano se celebran los grandes festivales de las hadas que han trabajado para construir el universo material, nutriendo el ganado, cultivando el grano, y en tales momentos están saludando con alegría y alborozo y dando las gracias a la oleada de fuerza que es su instrumento para moldear las flores en la asombrosa variedad de matices delicados, requeridos por sus arquetipos y dándoles las tintas de colores infinitos que son el deleite del artista y el desespero al mismo tiempo.
En la noche más grande de la alegre estación del verano, estos espíritus de la naturaleza se congregan y saltan de los pantanos y de la floresta, de las cañadas y de los valles al festival de las hadas. Realmente estos seres cuecen y elaboran sus alimentos etéricos y después del banquete danzan en éxtasis de alegría –la alegría de haber puesto su trabajo y haber desempeñado su importante papel en la economía de la naturaleza.
Es un axioma científico e1 que la naturaleza no tolera nada que no sea útil; los parásitos y los zánganos son una abominación; el órgano que se ha hecho superfluo se atrofia y de igual moda pasa con la pierna o el ojo que no se usa. La naturaleza tiene un trabajo que hacer y requiere la cooperación de todo lo que quiera justificar su existencia y continuar formando parte de ella. Esto se aplica a la hierba y al planeta, al hombre y a la bestia y también a las hadas. Estos seres tienen su trabajo que hacer; son huestes activas, y sus actividades son la solución de muchos misterios de la naturaleza, como ya hemos explicado.
Ahora nos encontramos en el otro polo del ciclo anual, cuando los días son cortos y las noches largas. Hablando físicamente, las tinieblas gravitan sobre el hemisferio septentrional, pero la oleada de vida y luz espiritual que será la base del desarrollo y progreso del nuevo año, se halla ahora en su máximo poder y altura. En la noche de Navidad, en el solsticio de invierno, cuando el signo celestial de la Virgen Inmaculada está en el horizonte oriental a la medianoche, el Sol del nuevo año nace para salvar a la humanidad del frío y del hambre que seguirían si se suprimiera o contuviera la manifestación de esta luz. En el momento en que nace el Espíritu de Cristo en la Tierra y comienza a fermentar y fecundar los millones de semillas que las hadas fabrican y riegan para que los hombres y animales puedan tener alimento físico. Pero el “hombre no vive de pan solamente”. Importante como es el trabajo de las hadas queda pálido por su insignificancia cuando se le compara con la misión de Cristo, que nos brinda cada año el alimento espiritual necesario para avanzar en el sendero del progreso, para que podamos alcanzar la perfección en el amor, con todo lo que ello implica.
Es el advenimiento de este amor y luz de maravilla que nosotros simbolizamos por las lámparas encendidas en el altar y el tañido de las campanas por Navidad que cada año nos anuncia las alegres nuevas del nacimiento del Salvador, pues para el sentido espiritual, la luz y el sonido son inseparables, la luz es coloreada y el sonido está modificado con arreglo a su nota vibratoria. La luz de Navidad que brilla en la Tierra es áurea, induciendo los sentimientos de altruismo, alegría y paz, los cuales ni aun la gran guerra puede anular completamente.
La guerra ha pasado y como quiera que los hombres siempre dan más valor a las cosas cuando las han perdido, es de esperar que toda la humanidad se unirá esta Navidad de todo corazón para el canto de los cantos: “Paz en la Tierra y buena voluntad entre los hombres”
del libro Temas Rosacruces UNO - publicado por Estudiantes de la Fraternidad Rosacruz de Max Heindel
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