CAPÍTULO VIII
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
El flujo y reflujo periódico que experimentan las fuerzas materiales y espirituales que circundan la tierra, son las causas invisibles de la actividad física, moral y mental de nuestro globo.
De acuerdo con el hermético axioma: "Como es abajo así es arriba", una actividad semejante debe concurrrir en el hombre, que no es más que una edición reducida de la Madre Naturaleza.
Los animales tienen veintiocho pares de nervios espinales y están ahora en su período lunar, perfectamente a tono con los veinticinco días en que la luna rodea al zodíaco. En su estado salvaje el espíritu-grupo regula su apareamiento. Como consecuencia no existe el exceso de flujo en ellos. El hombre, por otra parte, está en un período de transición; ha progresado demasiado para que le influencien las vibraciones lunares, pues tiene treinta y un pares de nervios espinales. Pero no está todavía sincronizado con el mes solar de treinta y un días y se aparea en todas las épocas del año; de aquí el flujo periódico en las mujeres, el cual bajo las debidas condiciones es utilizado para formar parte del cuerpo de un niño más perfecto que el de su progenitor. De un modo similar, el flujo periódico en la raza humana viene a ser el nervio y esqueleto del avance racial, y el flujo periódico de las fuerzas espirituales de la Tierra que ocurre por Navidad, da como resultado el nacimiento de Salvadores, quienes de vez en cuando dan ímpetu renovado al progreso espiritual de la raza humana.
Nuestra Biblia tiene dos partes: el Antiguo y el Nuevo Testamento. Después de explicar brevemente como vio la luz el mundo, aquél nos cuenta la historia de la "Caída". En vista de todo lo que ha sido escrito en nuestra literatura rosacruz, se entiende que la Caída ha sido ocasionada por el uso impulsivo e ignorante que el hombre dio a las fuerzas sexuales en los tiempos en que los rayos interplanetarios eran hostiles a la concepción de vehículos más puros y mejores. Así el hombre fue aprisionado gradualmente en un cuerpo denso, cristalizado por la pasión pecadora y consecuentemente un vehículo imperfecto, sujeto al dolor y a la muerte.
Entonces comenzó el peregrinaje a través de la materia y por milenios hemos vivido en este duro y cruel envoltorio del cuerpo, que oscurece la luz del paraíso al espíritu que encierra.
El espíritu es como un diamante en su primitivo estado y los lapidarios celestiales, los Ángeles del Destino, se esfuerzan constantemente en limpiarlo a fin de que el espíritu brille a través del vehículo que lo aprisiona.
Cuando el lapidario mantiene el diamante contra la muela, éste emite un chillido parecido a un grito de dolor a medida que la cubierta opaca que lo envuelve va desapareciendo; pero gradualmente y por sucesivas aplicaciones contra la muela, el diamante tosco puede llegar a ser una piedra preciosa de trascendental hermosura y pureza. De igual modo, los seres celestiales a cuyo cargo está nuestra evolución, nos mantienen fuertemente contra la muela de la experiencia. De ello resultan el dolor y el sufrimiento que despiertan el espíritu que dormita dentro de nosotros. El hombre que se contentaba hasta entonces con propósitos materiales, indulgente con sus sentidos y el sexo, queda imbuido de un divino descontento que le impulsa a buscar una vida más elevada.
La consecución de esta aspiración, sin embargo, no llega usualmente sin una dura batalla contra la parte baja de la naturaleza. Fue mientras así luchaba que Pablo exclamó con toda la angustia de un devoto y aspirante corazón: "¡Oh, qué infeliz soy...! El bien que quisiera hacer, no lo hago y el mal que no quisiera hacer, es lo que hago... Me deleito en la ley de Dios si sigo mi interior; pero veo otra ley en mis miembros luchando contra la ley de mi imaginación y veo también que consigue reducirla a cautividad bajo la ley del pecado que está en mis miembros..." (Rom. 7:19-24.)
Si se prensa una flor, su fragancia queda en libertad y llena todo su alrededor con su grato perfume, deleitando a los que son lo bastante afortunados para encontrarse cerca. Los golpes aplastantes del destino pueden vencer a un hombre o a una mujer que haya alcanzado el punto de la eflorescencia, pero sirven únicamente para hacer sentir la dulzura de la naturaleza y elevar la hermosura del alma hasta brillar con un efluvio que señala a su poseedor como con un halo. Entonces es cuando está en el sendero de la Iniciación.
Se le enseña cómo el uso desenfrenado del sexo, sin respeto por los rayos estelares, le ha aprisionado en el cuerpo, y como éste le encadena y como, por medio de un uso apropiado de aquella misma fuerza en armonía con las estrellas, puede gradualmente mejorar y espiritualizar su cuerpo y obtener finalmente la liberación de la existencia concreta.
Un constructor de buques no puede construir uno de sólido roble empleando tablones de abeto, por ejemplo. El "hombre no recoge uvas de espinos". Lo igual produce siempre algo semejante y un expectante "ego" de naturaleza apasionada es atraído hacia padres de naturaleza semejante, donde su cuerpo es concebido bajo el impulso del momento en una ráfaga de pasión.
El alma que ha gustado la copa del dolor producido por el abuso de la fuerza creadora y ha bebido hasta las heces de la amargura allí acumulada, buscará gradualmente padres de menos y menos apasionada naturaleza hasta que obtenga al fin la Iniciación.
Habiendo sido mostrado en el proceso de la Iniciación la influencia de los rayos estelares sobre el parto, el cuerpo próximo que se le facilite será generado por padres Iniciados, sin pasión, bajo la constelación más favorable al trabajo que el "ego" contempla. Consecuentemente los Evangelios (que son fórmulas de Iniciación) comienzan por el relato de la Inmaculada Concepción y terminan con la Crucifixión, ideas ambas maravillosas y a las que llegaremos algún día, pues cada uno de nosotros es un Cristo en formación y pasará algún día por el nacimiento místico y la mística muerte insinuados en los Evangelios. Por medio del conocimiento podemos adelantar el día, cooperando inteligentemente, en vez de frustrar estúpidamente, como ahora por ignorancia, los fines del desarrollo espiritual.
En relación con la Inmaculada Concepción, erróneas interpretaciones prevalecen todavía en cada punto; la virginidad perpetua de la madre aún después de dar a luz a otros hijos; la baja posición de José, el supuesto padre adoptivo, etcétera. Mirémoslos brevemente a la luz de los hechos que se hallan registrados en la Memoria de la Naturaleza.
En algunos sitios de Europa las altas clases son llamadas, "bien nacidas" e incluso "altamente bien nacidas", significando que son los retoños de padres de elevada posición social. Tales personas, usualmente, miran despectivamente a aquellos situados en más modestas posiciones. Nada podemos decir en contra de la expresión "bien nacidos"; nosotros quisiéramos que todos los hijos fuesen bien nacidos, de padres de alta condición moral, sin importarnos su posición social. Hay una virginidad del alma que es independiente del estado del cuerpo; una pureza de imaginación que hará pasar a su poseedor a través del acto de la generación, sin mancharse con la pasión y permitirá a la madre llevar a su hijo, en gestación, bajo su corazón con amor independiente del sexo.
Antes de los tiempos de Cristo esto hubiese sido imposible. En los primitivos tiempos de la carrera del hombre sobre la tierra, la cantidad era preferida sobre la calidad y de aquí el mandamiento que le fue dado: "Caminad, sed fructíferos y multiplicaos". Además, era necesario que el hombre olvidara temporalmente su naturaleza espiritual y concentrase sus energías sobre asuntos materiales. La indulgencia por la pasión del sexo estimula aquel objeto y a la naturaleza del deseo se le dieron muchas alas. Floreció la poligamia, y cuando mayor fue el número de los hijos, más se honró al hombre y a la mujer, mientras que la esterilidad fue considerada como la mayor aflicción posible.
En otras direcciones, la naturaleza del deseo iba siendo reprimida por leyes dadas por Dios y la obediencia a las disposiciones divinas fue impuesta con castigos fulminantes caídos sobre el transgresor, tales como guerras, pestes y hambres. Una recompensa para los observadores cuidadosos de los mandatos de la ley no era necesaria; los hijos de los justos y sus ganados y cosechas eran numerosos; vencían también a sus enemigos y la copa de su felicidad rebosaba.
Más tarde, cuando la tierra, después del Diluvio atlante, quedó suficientemente poblada, la poligamia fue considerándose cada día más anticuada, resultando de ello que la calidad de los cuerpos mejoró y en la época de Cristo la naturaleza del deseo había llegado a ser tan dispuesta al control y al dominio, por los individuos más adelantados de la humanidad, que el acto de la generación podía ser llevado a cabo sin pasión, impreso con amor puro, de manera que el hijo podía ser concebido inmaculadamente.
Tal fue el caso con los padres de Jesús. Se ha dicho de José que era carpintero; pero no era un trabajador en madera. Era un "constructor" en el más alto sentido. Dios es el Gran Arquitecto del Universo. Por debajo de Él hay muchos constructores de variados grados de esplendor espiritual, más bajos incluso que aquellos que conocemos con el nombre de francmasones. Todos se esfuerzan en construir un templo sin "ruidos de martillo" y José no era ninguna excepción.
Se pregunta algunas veces por qué los Iniciados son siempre hombres. No es así; en los grados más bajos hay muchas mujeres, pero cuando un iniciado es capaz de escoger el sexo, toma usualmente el cuerpo positivo masculino, puesto que la vida que le llevó a la Iniciación ha espiritualizado su cuerpo vital y le ha lecho positivo en todas las condiciones y tiene así entonces un instrumento de la más alta eficacia.
Existen casos, sin embargo, en que las exigencias de un caso particular requiere un cuerpo femenino tales, por ejemplo, para generar un cuerpo de excelente tipo para recibir un "ego" de alto grado superlativo. Entonces un alto Iniciado puede tomar un cuerpo femenino y atravesar de nuevo las sensaciones de la maternidad, después acaso de haberla desconocido durante varias vidas, tal como fue el caso con el hermoso carácter que conocemos por María de Belén.
En conclusión, recapitulemos los puntos estudiados, o sea que todos somos Cristos en formación; que alguna vez debemos cultivar caracteres tan sin mancha alguna que nos hagan dignos de residir en cuerpos que sean inmaculadamente concebidos y que cuanto más pronto comencemos a purificar nuestras mentes de los pensamientos apasionados, más pronto llegaremos a ello. En un análisis final solamente depende de la sinceridad de nuestro propósito y de la fuerza de nuestra voluntad. Son tales las condiciones actuales que podemos vivir puras existencias tanto si estamos casados como si somos solteros, pero no son necesarias de ningún modo las frías relaciones de hermanos, en cuanto al punto de vista de la castidad y pureza.
¿Está la vida de pureza absoluta, fuera del alcance de alguno de nosotros...?
No nos descorazonemos por ello. No se construyó Roma en un día, ni se ganó Zamora en una hora. Conservémonos en esta aspiración aunque fracasemos una y otra vez, pues el único y definitivo fracaso consiste en cesar de aspirar o de dejar de intentarlo.
Que pueda Dios robustecer nuestras aspiraciones a la pureza.
del libro "Recolecciones de un Místico", de Max Heindel
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