CAPÍTULO V
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
Habiendo estudiado el significado de nuestras festividades cristianas, tales como la Navidad y la Pascua y habiendo hecho lo mismo con la doctrina de la inmaculada Concepción, bueno será que dediquemos nuestra atención al significado interno de los sacramentos de la Iglesia, que se administran individualmente en todas las tierras cristianas, desde la cuna a la tumba y que le acompañan en todos los momentos interesantes de su viaje terrestre.
Tan pronto como comienza la jornada de su vida, la Iglesia le admite en su rebaño por medio del rito del Bautismo que le es conferido cuando es todavía irresponsable por sí mismo; más tarde, cuando su mentalidad se ha desarrollado algún tanto, ratifica aquel contrato y es admitido a la Comunión, donde el pan es partido y el vino escanciado en memoria del Fundador de nuestra fe. Todavía más adelante en su existencia llega el sacramento del Matrimonio y finalmente, al terminar su carrera y volver el espíritu a Dios que se lo dio, el cuerpo es consignado al polvo, su origen, acompañado de las bendiciones de la Iglesia.
En nuestros tiempos Protestantes, el espíritu de protesta es excesivo en extremo y los disidentes en todas partes levantan sus voces en rebelión contra la fantástica arrogancia del clero y califican a los sacramentos como de mera mojiganga. A causa de esta actitud del espíritu, estas funciones han llegado a ser de poco o ningún efecto en la vida de la comunidad; las disensiones han aparecido aún entre los mismos eclesiásticos y secta tras secta se han divorciado de la original congregación apostólica.
A pesar de todas estas protestas las varias doctrinas y sacramentos de la Iglesia son, no obstante, las piedras angulares del arco de la evolución, pues inculcan una moral de la más elevada naturaleza; e incluso materialistas científicos, tales como Huxley, han admitido que mientras que la propia protección trae la "supervivencia de los más aptos" en el reino animal y es, en consecuencia, la base de la evolución animal, el "sacrificio de sí mismo" es el principio en que se nutre el progreso humano. Si éste es el caso entre mortales, podemos creer muy bien que será así, en mucha mayor extensión, en el Autor Divino de nuestro ser.
Entre animales la fuerza es un derecho, pero nosotros reconocemos que los débiles tienen derecho a la protección de los fuertes. La mariposa pone sus huevos en el lado inferior de una hoja verde y desaparece sin otro cuidado por su bienestar. En los mamíferos el sentimiento de la madre se desarrolla fuertemente y así vemos a la leona cuidando de sus cachorros, pronta a defenderlos con su propia vida; pero hasta que no se alcanza el reino humano no vemos que el padre comience a compartir enteramente la responsabilidad como padre. Entre los salvajes el cuidado de los jóvenes termina de hecho al alcanzar éstos la capacidad física necesaria para cuidar de sí mismos. Pero cuanto más ascendemos en la civilización, más y más reciben los jóvenes los cuidados de sus padres y más y más diligencia se pone en su educación mental para que, al alcanzar la madurez, puedan ganar la batalla de la vida con la mente más bien que con un punto físico de ventaja; pues a medida que avanzamos en nuestro camino del desarrollo, experimentamos y experimentaremos mayormente el poder de la mente sobre la materia. Por el sacrificio de los padres, más y más prolongado, la raza alcanza mayor delicadeza y lo que perdemos en rudeza material lo ganamos en percepción espiritual.
A medida que esta facultad crece fuerte y se desarrolla más, el anhelo del espíritu aprisionado en su envoltorio terreno, grita más fuertemente en demanda de comprensión del lado espiritual de su desarrollo. Wallace y Darwin, Huxley y Spencer dejaron señalado como se cumplimenta y lleva a cabo la evolución de la forma en la naturaleza; Hernesto Haeckel pretendió aclarar el enigma del universo, pero ninguno de ellos pudo explicar satisfactoriamente al Autor Divino de lo que vemos. La gran diosa, la selección natural, es olvidada y abandonada por uno y otro de sus devotos a medida que los años pasan y hasta Haeckel, el eminente materialista, mostró en sus últimos días una ansiedad del todo histérica para hacerle un sitio a Dios en su sistema y no está lejano el día en que la ciencia llegará a ser tan completamente religiosa como la religión misma. La iglesia, por otra parte, aunque todavía extremadamente conservadora, abandona poco a poco su dogmatismo autocrático y consigue ser más científica en sus explicaciones.
Así veremos con el tiempo la unión de la ciencia y la religión como existió en los antiguos templos de misterios y cuando este punto sea alcanzado, las doctrinas y sacramentos de la Iglesia mostrarán que descansan sobre leyes cósmicas inmutables, de no menor importancia que la ley de la gravedad, que mantiene las órbitas en su marcha en su respectivo sitio alrededor del Sol, y así como los puntos de los equinoccios y solsticios son puntos turnantes en el camino cíclico de un planeta, marcados por festividades tales como Navidad y Pascua, así también el nacimiento en el mundo físico, la admisión en la iglesia, el estado del matrimonio y finalmente la salida de la vida física, son puntos en el camino cíclico del espíritu humano alrededor de su origen central, Dios, los cuales quedan marcados por los sacramentos del Bautismo, Comunión, Matrimonio y Extremaunción.
Pasemos ahora a considerar el rito del bautismo. Mucho se ha dicho por los disidentes contra la práctica de llevar un niño a la iglesia y prometer en su nombre una vida religiosa. Calurosos argumentos concernientes a la rociada contra la zambullida han traído grandes divisiones en las iglesias. Si queremos obtener una verdadera idea del Bautismo, debemos retroceder a la primitiva historia de la raza humana, según está señalado en la Memoria de la Naturaleza. Todo lo que ha ocurrido está indeleblemente escrito en el éter, como una escena cinematográfica queda impresa sobre una película sensitiva y cuya fotografía puede ser reproducida sobre una pantalla en cualquier momento. Las imágenes de la Memoria de la Naturaleza pueden ser vistas y estudiadas por los seres vivientes especializados, aunque millones de años hayan transcurrido desde que las escenas allí estampadas tuvieron lugar en la vida.
Cuando consultamos este imperecedero recuerdo, encontramos que hubo un tiempo en que, lo que ahora es nuestra Tierra, salió del caos, oscura y disforme, como lo relata la Biblia. Las corrientes desarrolladas por agentes espirituales en esta nebulosa masa, generaron calor y la masa fue puesta en ignición en el tiempo en que se nos dice que Dios pronunció su: "Hágase la luz". El calor de la ígnea masa y el espacio frío que la rodeaba generaron la humedad; el fuego nebuloso quedó rodeado de agua hirviente y el vapor fue proyectado a la atmósfera y, de este modo, "Dios dividió el agua....de las aguas..." el agua densa que estaba cerca del fuego nebuloso separada del vapor (que es agua en suspensión), como lo explica la Biblia.
Cuando el agua que contiene sedimentos hierve, deposita más cantidad de
posos y, similarmente, el agua que rodeaba nuestro planeta formó por último una corteza alrededor de su centro en ignición. La Biblia, además, nos informa de que una nebulosa se levantó del suelo y es fácil concebir como la humedad se evaporó gradualmente de nuestro planeta en aquellos lejanos días.
Los viejos mitos son mirados generalmente como supersticiones en nuestros días, pero en realidad cada uno de ellos contiene una gran verdad espiritual en imágenes simbólicas. Estas historias fantásticas fueron proporcionadas a la humanidad en su infancia para enseñarle lecciones de moral que sus intelectos recién nacidos no estaban en sazón de recibir.
Se les enseñó por mitos ( de forma muy parecida a como enseñamos a nuestros niños por medio de libros con grabados y con fábulas) lecciones que estaban más allá de su comprensión espiritual.
Una de las más grandes de estas historias mitológicas es "El anillo del nibelungo" que nos habla de un maravilloso tesoro escondido bajo las aguas del Rhin. Era una masa de oro en su estado natural. Colocada sobre una alta roca iluminaba enteramente todo el paisaje submarino, en donde las ninfas correteaban inocentemente en alegres juegos. Pero uno de los nibelungos, llevado de la codicia, robó el tesoro, lo extrajo de las aguas y huyó. Le fue
imposible, sin embargo, darle forma hasta que hubo adjurado al amor.
Entonces le dio la forma de un anillo que le daba poder sobre todos los tesoros de la tierra, pero al mismo tiempo inauguró la era de las disensiones y de las batallas. Por su posesión, el amigo traicionó al amigo, el hermano mató al hermano y por todas partes causó opresiones, pesares, pecados y muertes hasta que fue, por fin, restituído al líquido elemento y la tierra se consumió en llamas. Pero más tarde se levantó, como el nuevo fénix de las cenizas del viejo pájaro, un nuevo paraíso y una nueva tierra donde la rectitud fue restablecida.
Esta vieja historia popular contiene una maravillosa descripción de la evolución humana. El nombre nibelungo deriva de las palabras alemanas "nebel" (que significa niebla) y "ungen" (que significa hijos). Así es que la palabra nibelungo significa hijo de la niebla y se refiere a la edad en que la humanidad vivía en la atmósfera brumosa que rodeaba nuestra tierra en el punto de su desarrollo previamente mencionado. Allí la humanidad infantil vivía en una vasta fraternidad, inocente de todo pecado, como los niños de hoy, iluminada por el Espíritu Universal simbolizado por el Oro del Rhin que proyectaba su luz sobre las ninfas marinas de nuestra historia. Pero en su día la tierra se enfrió más y más, la niebla se condensó y causó depresiones sobre la superficie de la tierra con sus aguas, la atmósfera se esclareció, los ojos del hombre se abrieron y percibióse a sí mismo como un "ego" separado.
Entonces el Espíritu universal de amor y solidaridad fue reemplazado por el egoísmo y el cuidado del propio interés.
Este fue el robo del Oro del Rhin y el pesar, el pecado, la disputa, la traición y el asesinato, tomaron el sitio de aquél amor infantil que existía entre la humanidad durante aquel primitivo estado, cuando residía en la atmósfera acuosa desde hacía tanto tiempo.
Gradualmente esta tendencia se hace más y más marcada y el curso del egoísmo más y más aparente. "La inhumanidad del hombre para con el hombre" pesa como un paño funerario sobre la tierra y ha de traer inevitablemente la destrucción de las condiciones existentes. Toda la creación gime y se afana en espera del día de la redención y la Religión occidental da la nota tónica del camino para obtenerla, al exhortarnos a querer a nuestros semejantes como a nosotros mismos; pues entonces el egoísmo será abrogado por la fraternidad universal y por el amor.
Consecuentemente, cuando una persona es admitida en el seno de la Iglesia, que no es más que una institución espiritual, donde el amor y la fraternidad son los resortes principales de la acción, es muy apropiado llevarle a recibir las aguas del bautismo, simbolizando la hermosa condición de inocencia infantil y amor que prevalecía en los tiempos en que la raza humana habitaba bajo la niebla de aquel lejano período. En aquellos días los ojos del hombre infantil no se habían abierto aún a las ventajas materiales de este mundo. El niño que se lleva a la iglesia no se ha percatado todavía de los espejismos de la vida tampoco y los demás se obligan ellos mismos a guiarle hacia una santa vida, poniendo sus mayores esfuerzos para lograrlo, pues la experiencia adquirida desde el Diluvio nos ha demostrado que el camino ancho de la vida está sembrado de dolores, pesares y desengaños, y que solamente siguiendo el camino recto y estrecho podemos escapar de la muerte y entrar a la vida eterna.
Así es como vemos que existe una significación mística, maravillosamente profunda, detrás del sacramento del bautismo; que esto es, para recordarnos de las bendiciones que caen sobre los miembros de una fraternidad en la que el propio interés es dejado a un lado y en la que el servicio a los demás es la nota fundamental y el resorte único de la acción. Mientras permanecemos en el mundo, el que con éxito domina a los demás, es el más grande. En la Iglesia tenemos la definición de Cristo: "El que sea el más grande entre vosotros, dejad que sea el sirviente de todos los demás".
del libro "Recolecciones de un Místico", de Max Heindel
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