Esas vibraciones sonoras invisibles tienen gran poder sobre la materia concreta. Pueden destruir o crear. Si se coloca una pequeña cantidad de polvo finísimo sobre una placa de cristal plana y se pasa un arco de violín por un borde de la misma, las vibraciones producidas harán que el polvo asuma hermosas formas geométricas. La voz humana es también capaz de producir esas figuras y siempre la misma figura para el mismo tono.
Si se toma una nota después de otra en un instrumento musical - un piano o preferiblemente un violín, pues en éste pueden obtenerse más gradaciones de tonos-, se encontrará finalmente una tonalidad que producirá en el escuchante una vibración clara y distinta en la parte inferior de la cabeza. Cada vez que se toque esa nota, será sentida en tal parte la misma vibración. Esa nota o tono es la "nota-clave" de la persona a quien afecta. Si se toca lenta y dulcemente descansa y reposa al cuerpo, tonifica los nervios y restaura la salud. Si por otro lado se toca fuertemente y se prolonga más y más, matará a la persona con la misma seguridad que un pistoletazo.
Si recordamos ahora lo que ya se dijo sobre la música y el sonido con referencia al problema de cómo se despierta esa fuerza interna fortificándola, quizá podamos comprender el asunto mejor.
En primer lugar, nótese particularmente que los dos diapasones templados eran del mismo tono. Si no hubiera sido así, podríamos haber golpeado uno de ellos hasta romperlo, pero el otro hubiera permanecido mudo. Comprendamos esto claramente: la vibración puede ser inducida en otro diapasón por uno del mismo tono únicamente. Asimismo, cualquiera cosa, o ser, sólo puede ser afectado, como dejamos dicho, por la nota-clave que le es peculiar.
Sabemos que esa fuerza Altruista existe. Sabemos también que es menos pronunciada en un pueblo no civilizado que entre gente en un elevado nivel social, y casi falta en las razas inferiores.
La conclusión lógica es que hubo un tiempo en que faltaba por completo. Consecuentemente con esta conclusión, surge la naturalísima pregunta: ¿quién o qué la indujo?
La personalidad material no tiene nada que ver, seguramente, con ello; en realidad, esa parte de la naturaleza humana está mucho más confortable sin ella que lo que está o ha estado después que se despertó. El hombre ha de haber tenido esa fuerza del Altruismo latente y dentro, pues de otra manera no pudo haberse despertado. Aún más: debe haber sido despertada por una fuerza de la misma clase - una fuerza similar que ya estuviera activa - a medida que el segundo diapasón empezó a vibrar inducido por el primero, después que éste fue tañido.
Hemos visto también que las vibraciones del segundo diapasón se hacían cada vez más fuertes bajo los continuos golpes que se daban al primero, y que la caja de cristal no era obstáculo alguno a la inducción del sonido. Bajo continuados impactos de una fuerza similar a la que tenía dentro, el Amor de Dios al hombre ha despertado esta fuerza del Altruismo y está aumentando continuamente su potencia.
Es, por lo tanto, razonable y lógico convenir que, primeramente, fue necesario dar al hombre una religión apropiada a su ignorancia. Hubiera sido inútil haberle hablado en ese estado de un Dios que era todo amor y ternura. Desde su punto de vista, esos atributos eran de debilidad y no se habría podido esperar que reverenciaran a un Dios que poseía cualidades para ellos despreciables. El Dios a Quien el hombre de entonces reverenciaría sería a un Dios fuerte, a un Dios temible, a un Dios que tuviera en su poder el rayo y el trueno para fulminar.
De esta manera el hombre se vio impelido primeramente a temer a Dios, y se le dieron religiones de una naturaleza tal como para su bienestar espiritual bajo el látigo del miedo.
El segundo grado fue inducirle a cierta clase de desinterés, obligándole a dar parte de sus mejores bienes en sacrificio. Esto fue conseguido dándole el Dios de Raza o Tribu, que era un Dios celoso, que exigía la más estricta reverencia y sometimiento y el sacrificio de la fortuna, que el hombre naciente valuaba en mucho. Pero, a su vez, este Dios de Raza era un amigo todopoderoso que ayudaba a los hombres en sus batallas devolviéndoles multiplicados los carneros y granos que le sacrificaban. El hombre no había llegado aún al estado en el que le sería posible comprender que todas las criaturas son semejantes; pero el Dios de la Tribu le enseñó a tratar benévolamente a sus hermanos de tribu y dictar leyes equitativas y amplias para los hombres de la misma raza.
No debemos imaginarnos que estos pasos sucesivos se dieron fácilmente, sin rebeliones o desobediencias del hombre primitivo. El egoísmo está arraigado en la naturaleza inferior, aun en nuestros días, y debe haber habido muchos fracasos y retrocesos. En la Biblia Judía podemos encontrar buenos ejemplos de cómo el hombre olvidó sus deberes , y de cómo el Espíritu de Tribu tuvo que encaminarlo paciente y persistentemente una y otra vez. Únicamente los largos sufrimientos del Espíritu de Raza fueron suficientes para encaminarlos a la ley, esa ley que tan poca gente ha aprendido a conocer y obedecer.
Hay siempre, sin embargo, avanzados que necesitan algo más elevado. Cuando son suficientemente numerosos, se da un nuevo paso en la evolución, así que siempre existen varias gradaciones. Llegó un tiempo, unos dos mil años hace, cuando los más avanzados de la humanidad estaban prontos para dar un paso más y aprender la religión de vivir una buena vida para asegurarse una recompensa futura en un estado de existencia, en el que debían tener fe.
Este fue un paso largo y trabajoso. Era comparativamente fácil llevar una oveja o un novillo al tiempo para ofrecerlo como sacrificio. Si un hombre llevaba a sacrificar los primeros frutos de sus graneros, de sus viñas, de sus huertas, sabía que tendría aún más y sabía, también que el Dios de la Tribu volveríale a llenar sus almacenes abundantemente a su vez. Pero en este nuevo paso ya no se hacía cuestión sacrificar los bienes. Se le pidió que se sacrificara el mismo. Ya no era un solo sacrificio que debía hacerse en el supremo esfuerzo de resistir el martirio; eso hubiera sido comparativamente fácil. En vez, se le pedía que día a día, desde la mañana hasta la noche, debía obrar misericordiosamente con todos. Debía desprenderse del egoísmo, y amar a su prójimo, como se había estado amando a sí mismo. Además, no se prometía ninguna recompensa visible e inmediata, sino que se debía tener fe en una felicidad futura.
¿Es raro que el pueblo encuentre difícil realizar este elevado ideal de obrar bien continuadamente, cosa doblemente difícil por el hecho de que hay que relegar completamente el interés propio? Se pide sacrificio sin aseguramiento alguno positivo de recompensa. Seguramente es mucho crédito para la humanidad el que se practique tanto el altruismo y el que éste , esté siempre aumentando. La sabiduría de los Guías, conociendo las fragilidades del espíritu y su tendencia a unirse con los egoístas instintos del cuerpo y los peligros del despotismo frente a tal forma de conducta, dieron, además , otro impulso beneficioso cuando incorporaron a la nueva religión la doctrina del perdón de los pecados.
Esta doctrina es rechazada por algunos filósofos muy avanzados que colocan a la ley de "Consecuencia" como suprema ley. Si sucediera que el lector estuviera de acuerdo con ellos, le rogamos que espere la explicación que aquí se dará, demostrando que ambas forman parte del esquema de mejoramiento o perfeccionamiento. Baste decir, por el momento, que esta doctrina de reconciliación da a tantas almas fervorosas la fuerza necesaria para luchar, a pesar de los repetidos fracasos, por conseguir la subyugación de la naturaleza inferior. Recordamos que, por las razones ya indicadas, cuando hemos discutido las leyes del Renacimiento y de Consecuencia, la humanidad occidental no conocía nada prácticamente de esas leyes. Con un ideal tan grande ante ella como el de Cristo, y creyendo que no tenía más que un corto número de años para realizar tan elevado grado de desenvolvimiento, ¿no hubiera sido la mayor crueldad imaginable dejar la humanidad sin esa ayuda? Por lo tanto, el gran sacrificio del Calvario si bien ha servido para otros propósitos que se indicarán - se convirtió ciertamente en el áncora de la Esperanza para todas las almas fervorosas que luchaban para realizar lo imposible: para efectuar en una sola y corta vida le perfección exigida por la religión Cristiana.