Capítulo IV
LAS CORRESPONDENCIAS BÍBLICAS
Y LA TEORÍA DE DARWIN
Hemos tocado ligeramente hasta aquí los puntos principales del sendero de evolución de la Tierra y del hombre en el presente período. Ahora veamos cómo se coordina con la doctrina y relato que se nos ha dado en la Biblia.
En el primer capítulo, segundo versículo del Génesis tenemos: “Y la Tierra era sin forma y vacía; y las tinieblas reinaban sobre los abismos.” ¡Qué bien describen estas pocas palabras las condiciones existentes en el oscuro Período de Saturno!
En el primer capítulo, tercer versículo del Génesis, se expresa: “Y Dios dijo:
Hágase la luz, y la luz fue hecha.” Esto, junto con los cinco versículos siguientes, se refiere al Período Solar como se ha descrito en el Concepto Rosacruz del Cosmos.
Dios reunió juntas las aguas e hizo el mar, separando la tierra del agua, en el período de la formación del mundo del que hablamos nosotros como Período Lunar.
Comparando estos diferentes días de la creación con las Épocas, el primer día, sin forma y oscuro, corresponde a la Época Polar. El hombre era aún semejante al mineral. Cuando Dios mandó a que la luz brillase y que creciese la vegetación, se formó el reino vegetal, lo cual ocurrió en la Época Hiperbórea. Dios dijo: “Que las aguas produzcan abundantemente seres vivientes que se mueven.” Esta parte de la descripción de la creación de la Biblia se refiere a la nebulosa ígnea de la Época Lemuriana, cuando el cuerpo del hombre empezó a endurecerse. Después tenemos la noche y la mañana del quinto día, cuando Dios permitió o dispuso que la Tierra produjese criaturas conforme a sus especies, ganado y reptiles. En el versículo 26 se recuerda que Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; y que él tenga dominio sobre los peces del mar, los pájaros del aire, y sobre los ganados, y sobre toda la Tierra y sobre todos los reptiles que se arrastran sobre la Tierra.” Y en el versículo 27: “Dios crió al hombre en su propia imagen; en la imagen de Dios le creó a él; varón y hembra Él los creó.” Aquí tenemos el día sexto. Estos versículos se refieren a la Época Atlántica.
Después de que el hombre se convirtió en un ser razonador, por tener una mente con la cual pensar, Dios le dio el dominio sobre los reinos inferiores. Después de que Dios hubo sujetado al hombre todos los reinos inferiores, Dios descansó, no como los ortodoxos de la religión lo creen, es decir, sentándose y dejando de trabajar con un hombre y una mujer para que le sirvieran a Él. Dios entonces estaba en la misma situación que una madre que ha criado a sus hijos e hijas hasta la edad de la pubertad, vigilándoles y cuidando de ellos hasta que tienen la edad propia para ser responsables de sus actos individuales. Del mismo modo Dios arrojó al hombre del jardín infantil del juego, del Jardín del Edén, y le hizo responsable. Dios entonces se relevó de la tarea de dirigir y guiar todas sus actividades. Sin embargo, si Él dejara realmente Su trabajo durante un sólo instante, todo el mundo se reduciría a añicos.
El séptimo día de la creación corresponde a la Época Aria, la época en la que estamos viviendo actualmente, y en la que el hombre ha asumido la responsabilidad de su propio futuro. Dios puso este trabajo sobre los hombros del hombre, pero el Creador no se puso a descansar. La formación del mundo continúa aún. Al hombre se le dio el trabajo de cuidar de sí mismo, trabajando y perfeccionando las condiciones de los reinos mineral, vegetal y animal.
Naturalmente, conforme el hombre trabaja con estas oleadas de vida inferiores, conforme extrae los metales y los productos combustibles de la Tierra, refinándolos y transformándolos, les ayuda a todos ellos en su evolución. Sus progresos y desarrollo de
las diversas especies del reino vegetal ayudan para el mejoramiento y la perfección de esta oleada de vida. Lutero Burbank es un verdadero dios para esta tercera oleada de vida, el reino vegetal. Este hombre ha fomentado y mejorado algunas de las especies más bajas, elevando sus vibraciones de modo que han sido transformadas cierta y extraordinariamente en tamaño y belleza. El hombre ha cultivado la menuda patata salvaje y ahora la produce de tal tamaño y sabor que se ha convertido en uno de los principales alimentos. Su trabajo con el reino animal también ha producido maravillas, aun cuando ha sido algunas veces un dueño cruel, que ha usado su poder sobre esta segunda oleada de vida para inferirle grandes sufrimientos y martirios. Aun así y todo, el hombre ha ayudado en mucho a los animales en su evolución. ¿Pero este trabajo cruel ha sido efectivo? ¿No podría haber sido ayudada esta oleada de vida en un grado mayor si hubiera tenido por ella mayor cariño? Se ha demostrado que el niño responde más rápidamente al amor que al palo. El jardinero que pone amor en su trabajo tiene mayores éxitos, ¿por qué, pues, no deberá responder el animal al amor y a la ternura más rápidamente que a la brutalidad?
No debemos pasar sin presenciar la exhibición de otro rollo de nuestra grandiosa película, y lo que constituye una prueba del sendero de la evolución que el hombre ha recorrido puede ser hallado en la vida del feto. Nosotros encontramos diseñados en esta diminuta forma los siete estados a través de los cuales hemos seguido el desarrollo del hombre desde el Período de Saturno, así como por medio de otros diversos períodos y épocas. Esta vida fetal corresponde también a la oleada de vida humana en su desenvolvimiento durante los siete días de la creación, como están descritos en los capítulos primero y segundo del Génesis.
Sigamos la formación del embrión humano y veamos cómo se compara la transformación que se opera en la maravillosa vida dentro del seno maternal con la evolución externa del hombre. El óvulo humano es una menudísima célula, la cual, cuando se fecunda, se convierte en una compacta bola que se divide en otras muchas células. Esto puede ser definido como el estado mineral o Período de Saturno de su existencia. Esta nueva vida a eso de la mitad de la cuarta semana asume la apariencia de una planta. Este estado es seguido por una fase como la del renacuajo, que después cambia su aspecto como de reptil. En uno de los primitivos estados del embrión éste tiene una forma como de saco o bolsa, semejante a la que tuvo la forma de cuerpo del hombre en el Período Lunar. Esta forma de aspecto como de saco se halla suspendida por el cordón umbilical. En el Período Lunar la cuerda era de naturaleza etérea. Max Heindel describe a los seres de la Luna en la página 90 de “El Velo del Destino” del modo siguiente: “Imagínese ahora en tal lejano período al firmamento como una inmensa placenta de la cual pendían millares de millones de cordones umbilicales cada uno con su apéndice fetal... Aquellos cordones umbilicales y apéndices fetales estaban formados de una materia de deseos húmeda por las emociones de los ángeles lunares.”
Durante la quinta semana el embrión empieza a echar una cola, que llega a la longitud de una sexta parte del largo total del cuerpo durante tal período. Entonces adopta decididamente la apariencia de reptil, semejante a la del lagarto, dotado también de aberturas de agallas. Esta forma del feto se halla también rodeada de agua. Entre las semanas séptima y octava cambia su forma de reptil. La cola se atrofia y la cabeza toma
una apariencia como la de un cachorro canino, con brazos y piernas cortas. Las manos y
los pies son garras y los dedos se están formando. Desde la décima semana en adelante
el feto empieza a tomar definidamente la forma humana. La nariz empieza a manifestarse. El hombre en formación en estos momentos sobrepasa en su progreso de conformación al animal y se hace todo humano, alcanzando su perfección a los siete meses. Aquí también podemos ver la perfección del trabajo de Dios. Al final del cósmico día sexto el hombre era un ser consciente, y se le requirió para que tomara a su cargo su propia acción en el séptimo día y le emancipó Dios de Su exclusivo cuidado sobre él.
Una escena más, la cual es de vital interés, es la de un diminuto átomo físico mencionado en el libro de la Revelación (Apocalipsis), en el capítulo 20, versículo 12, donde dice: “Y yo vi a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante Dios; y se abrieron los libros; y otro libro se abrió, el cual es el libro de la vida: y los muertos fueron juzgados con arreglo a las cosas que estaban escritas en aquel libro en concordancia con sus trabajos.” Este libro de la vida es un pequeñísimo átomo–simiente, que se halla dentro del cuerpo del hombre, el único átomo que es permanente. Se encuentra en el ápice del ventrículo izquierdo del corazón.
Se nos enseña en el Concepto Rosacruz del Cosmos que la sangre es el vehículo directo del espíritu y como es la más elevada expresión física del ego, está, naturalmente, en estrecho contacto con la Memoria de la Naturaleza. Conforme pasa la sangre por el corazón graba las escenas y visiones de la vida del hombre, hora tras hora, sobre este diminuto átomo, formando un perfecto registro y archivo de su vida. No solamente recuerda este átomo infinitesimal el registro de la vida presente, sino que tiene grabada sobre él las imágenes de todas las vidas pasadas del hombre.
Desde el momento en que el niño hace su primera respiración, cuando el foramen ovalado se cierra y la sangre pasa al corazón y a los pulmones, el aire que ha entrado en los pulmones imprime las imágenes de los alrededores sobre este átomo del corazón, de manera semejante a la que se efectúa la impresión en la película de la cámara. Esta impresión permanece durante toda la vida. La rotura de la conexión entre este permanente átomo simiente y el corazón hace que este último deje de latir terminando con la muerte.
Durante los tres días y medio que siguen a la muerte, es decir, a la ruptura de la conexión acabada de mencionar, todas las imágenes que han sido impresas sobre este átomo se graban por medio del cuerpo vital en el cuerpo de deseos. Estos momentos, entre paréntesis, son muy críticos para el ego, y es de la mayor importancia que durante ellos se deje al cuerpo completamente en paz y sin perturbaciones.
Cuando la vida del ego en el Mundo de Deseos termina, estas imágenes contienen la quintaesencia de todas las experiencias pasadas y se transfieren todavía a vehículos superiores, trayendo el ego, cuando vuelve a otra vida terrestre, este archivo inestimable con él. Y este átomo simiente físico es el que atrae hacia sí todos los átomos que constituyen el nuevo cuerpo físico.
Digamos aquí unas palabras acerca de la teoría de la evolución de Darwin y su correlación con la doctrina Rosacruz, para que veamos que se corresponden:
Darwin fue el primer hombre de ciencia que originó y desarrolló la teoría materialista de la evolución y al hacerlo demostró un gran genio y percepción interna.
Él trazó el sendero que otros científicos han seguido desde entonces en grado mayor o menor.
La teoría de Darwin se basó primeramente en el origen de las especies por “selección natural” y su desarrollo y desenvolvimiento por medio de la “supervivencia de los más aptos”. La selección natural es llamada por los Rosacruces, epigénesis, es decir, el poder del espíritu para originar nuevas causas. Darwin merece gran honor por el descubrimiento de este principio de la naturaleza, aunque el ocultista haya poseído y se haya hallado en posesión de este conocimiento desde luengos siglos ha.
La selección natural o epigénesis es la causa del mejoramiento gradual de los cuerpos en los cuales funciona el hombre, así como del progreso y mejoramiento del medio en que vive. La teoría de Darwin de la “supervivencia del más apto” es un hecho de la naturaleza evidente por sí mismo. Darwin, no obstante, dejó a un lado, es decir, no tuvo en cuenta el origen y la naturaleza espirituales del hombre, lo cual es, por consiguiente, el defecto más serio de su teoría.
Como hemos dicho en las páginas precedentes, el hombre es primordialmente una chispa de Dios, un espíritu triple efectuando un peregrinaje evolucionario a través de la materia con el propósito de conseguir su propia conciencia y la adición de nuevos poderes. Un mero conocimiento de este hecho por sí solo hace comprensible y racional la evolución. Darwin presentó los hechos materiales de la evolución de un modo que podía ser concebido y aceptado por la materialista época en la que él vivió. Al hacerlo así sirvió a gran propósito, pero es necesario que su trabajo sea suplementado por una consideración de los hechos espirituales relacionados con la evolución y esto es lo que hace la ciencia oculta.
¡Cuán apasionada y ciega es la lucha del hombre antievolucionista contra el ocultista científico, quien puede ver con los rayos X de su vista interna, quien tiene prueba positiva de la evolución, quien puede observar los rollos de la película de la Memoria de la Naturaleza tanto del microcosmos como del macrocosmos, y quien puede seguir los recuerdos del hombre a través de muchas vidas! ¡Cuán absurda es esta lucha para tal ser, con cuya lucha, unos cuantos hombres que tienen una visión limitada se están esforzando en restringir el pensamiento religioso en la libre América, y pretendiendo dictar al mundo lo que debe creer y lo que no debe creer!
Sin embargo, de esta lucha sobre la evolución, que se mantiene en los consejos de Dayton Tennessee, se derivará un gran beneficio:
Si los fundamentalistas tan solo pudieran ver el efecto que con su lucha contra la evolución acarrean a la humanidad, ellos verían que son usados como instrumentos por los Grandes Seres que nos están guiando desde los bastidores, para hacer que se levante un interés nacional acerca de la evolución. Las gentes están ahora leyendo a Darwin y comparando sus teorías con el libro del Génesis en la Biblia; aquellas personas que nunca pensaron en este asunto anteriormente, están indagando y estudiando cualquier otro libro que trata de este asunto. Y el resultado de todo ello será que muchos se convertirán a las mismas doctrinas que los fundamentalistas están atentando al excomulgar y prohibir por la ley.
Así, pues, podemos ver que la lucha antievolucionista, que ha levantado tan gran interés en todo el mundo, es ciertamente una nube que tiene su resplandor de luz.
del libro Temas Rosacruces UNO
publicado por Estudiantes de la Fraternidad Rosacruz de Max Heindel
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