SIETE RAZONES POR LAS QUE CREO EN DIOS
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https://www.youtube.com/watch?v=r8EMlz3K7CE&feature=youtu.be
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Muy estimados amigos:
A continuación transcribo un importante escrito de un gran científico (1) que expuso hace muchos años muy claramente las razones por las que creía en Dios, que hoy se mantienen vigentes y que realmente representan un claro testimonio para los escépticos que no creen en la existencia de un Supremo Creador.
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Estamos todavía en la aurora de la edad de la ciencia y a medida que se va iluminando más el horizonte, se pone más de manifiesto la obra de un Creador Inteligente. En los muchos años que han transcurrido desde los días de Darwin, hemos hecho portentosos descubrimientos. Con espíritu de humildad científica y de fe cimentada en un saber positivo, nos damos cada vez más y más cuenta de la existencia de Dios, Por lo que a mí respecta, he aquí las siete razones que abonan mi fe:
Primera: Mediante leyes matemáticas de axiomática exactitud, podemos demostrar que nuestro universo fue proyectado y ejecutado por una Gran Inteligencia Constructora. Suponga usted que se echa en el bolsillo diez monedas de a centavo, numeradas de uno al diez y que la mezcla y revuelve un buen rato. Trate, entonces, de sacarlas en ese mismo orden, del uno al diez, metiendo cada una de ellas otra vez en el bolsillo y revolviéndolas de nuevo. Con arreglo a las leyes matemáticas, sabemos que tiene usted una sola probabilidad de entre diez de sacar, primero, el número uno; una sola probabilidad en cien, de sacar el uno y a continuación el dos; una entre mil de sacar en orden numérico el uno, el dos y el tres y así sucesivamente. La probabilidad de sacar los diez números en sucesión, sería una en diez mil millones.
Siguiendo el mismo razonamiento, se llegó a la inevitable conclusión de que son necesarias tantas y tan imprescindibles condiciones para la conservación de la vida en nuestro planeta, que no podían existir y guardar entre sí las debidas relaciones por mera obra del azar. La tierra gira alrededor de su eje a razón de mil seiscientos kilómetros por hora. Si girase a razón de ciento sesenta kilómetros por hora, los días y las noches serían diez veces más largos y el calor el sol abrasaría nuestra vegetación durante un día tan largo y las cuatro briznas de hierba que se librasen de perecer por tanto calor, se helarían sin remedio en la interminable noche siguiente.
Hay más: el Sol, manantial de nuestra vida, tiene en su superficie una temperatura de 6650 grados centígrados y nuestro planeta está justa y previsoramente a una distancia tan hábilmente calculada de esa “hoguera eterna”, que ésta nos calienta lo preciso y nada más. Si el Sol produjese solamente la mitad de su irradiación, nos helaríamos y si por el contrario produjese el doble nos abrasaría.
A la inclinación del eje de la tierra, respecto de su órbita, inclinación que es de 23°, debemos las estaciones. Si no existiera esa oblicuidad, la evaporación del océano, trasladándose hacia el Norte y hacia el Sur, formaría dilatados continentes de hielo. Si la distancia en que se encuentra la Luna fuese, digamos, de ochenta mil kilómetros nada más y no lo que en realidad es, tendríamos una mareas tan enormes, que todos los continentes quedarían sumergidos dos veces al día y hasta las montañas desaparecerían gastadas por la erosión. Si la corteza terrestre fuese tres metros más gruesa, no habría oxígeno, sin el cual hasta el último vestigio de vida animal se extinguiría. Si el océano tuviese unos cuantos metros más de profundidad, habría absorbido el ácido carbónico y el oxígeno, por lo que no existiría la vida vegetal. O si la atmósfera fuese mucho más delgada, algunos de los meteoros que todos los días arden ahora en el espacio, caerían en múltiples lugares de nuestro globo, produciendo incendios por doquier. Estos y otros incontables ejemplos prueban que es apenas concebible que la vida sea un mero accidente en nuestro planeta.
Segunda: La variedad inagotable de recursos de que se vale la vida para realizar sus fines es manifestación evidente de una Inteligencia que preside todo lo creado. Lo que la vida es en sí, nadie lo ha podido saber jamás. (2) No tiene peso ni dimensiones, pero si fuerza. Una raíz agrieta una peña. La vida se ha enseñoreado del agua, de la tierra y del aire, ejerce su imperio obligándolos a disolverse y a modificar sus combinaciones.
Infatigable escultor, la vida modela a todos los seres; artista prolijo, dibuja el contorno de toda hoja de árbol y colorea toda flor; compositor inspirado, enseña a las aves cantoras a modular sus trinos armoniosos, sus gorjeos de amor y a los insectos a llamarse con variadísimos sonidos. La vida es químico sublime que da sabor al fruto y a la especia, también fragancia a la rosa; que transmuta el ácido carbónico y el agua en azúcar y que al hacerlo pone en libertad el oxígeno que los animales necesitan para respirar.
Contemplad una gota casi invisible de protoplasma, transparente, gelatinosa, capaz de moverse, que saca su energía de los rayos solares. Esta sola célula, esa gotita transparente, esférula diminuta de niebla, encierra en su seno el germen de la vida y posee la facultad de comunicar esa vida a todo lo que existe, sea grande o pequeño. El poder de esa gotita es mayor que el que encierran, juntos, cuantos hombres, animales y plantas que hay sobre la tierra, porque toda la vida procede de ella. La Naturaleza no creo la vida. Ni las rocas de origen ígneo, ni el mar sin sal contenían los elementos para ello. ¿Quién, pues, las ha hecho brotar y aparecer en nuestro planeta?
Tercera: La sabiduría de los animales proclama con irrefutable lógica, la existencia de un Creador bondadoso que dotó de instintos a pequeños seres que, sin ellos, perecerían irremisiblemente. El salmón joven, luego de pasar varios años en el mar, vuelve a su río y remonta su corriente siguiendo la margen por la que afluye el tributario donde nació. ¿Qué lo hace regresar a su punto de partida con esa infalible precisión? Si se le transporta a otro tributario, se dará cuenta inmediatamente de que se ha apartado de su camino natural, por lo que se esforzará por bajar de nuevo el curso de ese afluente hasta llegar al río principal y entrar en aquel donde han de cumplirse sus destinos.
Todavía de más difícil solución es el enigma de las anguilas. Estos portentosos animales emigran de ríos y charcas y afluyen desde todos los puntos cardinales a las mismas abismales profundidades marinas que hay cerca de las Bermudas. Las que proceden de Europa tienen que cruzar miles de kilómetros de mar. En esas hoyas insondables desovan y mueren. Las crías perdidas y desorientadas, al parecer, en aquella vastedad de agua, emprenden, sin embargo, el viaje a las regiones de donde vinieron sus progenitores y guiados por certero instinto, retornan a los ríos, lagos y charcas, de donde resulta que se encuentran anguilas en todas esas masas de agua. No se ha recogido nunca una anguila americana en aguas europeas, ni una anguila europea en aguas americanas. La naturaleza ha tenido la precaución de demorar todo un año o más, para desarrollar la madurez de la anguila europea para compensar la longitud de la travesía que tiene que hacer. ¿De donde proviene ese impulso orientador?
Una avispa vence en cruda contienda a un saltamonte, luego cava un hoyo en la tierra y le hunde el aguijón a su víctima en un lugar preciso para que no muera, sino que se mantenga consciente y conservado como si fuera carne en lata. Entonces, la avispa pone sus huevos de suerte que cuando la cría nazca, pueda nutrirse sin acabar de matar al insecto que le sirve de sustento. La carne de un cadáver les haría un daño mortal. La madre se marcha y muere. No ve nunca a su prole. No hay duda alguna de que las avispas han estado haciendo lo mismo desde que su especie existe. De lo contrario, se habrían extinguido. Tales misteriosos procedimientos no pueden explicarse por las leyes de la adaptación: son dones recibidos de alguien.
Cuarta: El hombre posee algo más que el instinto animal, es un ser dotado de razón. No se sabe de animal alguno que haya podido contar hasta diez, ni siquiera conocer el significado de diez. Por lo que el instinto viene a ser como la nota única de una flauta, hermosa pero limitada, más, el cerebro humano contiene todas las notas de todos los instrumentos de una orquesta. Es innecesario detenerse en este cuarto punto. Gracias a la razón humana, nos damos cuenta de que somos lo que somos, porque hemos recibido un destello de la Inteligencia Universal.
Quinta: Fenómenos cuya naturaleza y mecanismo conocemos hoy, pero que Darwin ignoraba, tales como la maravillosa acción de los genes, comprueban la sabia previsión conque está asegurada la perpetuidad de la vida. Tan inverosímilmente pequeños son los genes, que, si se reuniesen todos los seres humanos que pueblan hoy la Tierra, no alcanzarían a llenar un dedal. A pesar de ello, esos ultramicroscópicos genes y sus compañeros, los cromosomas, se encuentran en todas y cada una de las células vivas, siendo la clave de todas las características humanas, animales y vegetales. ¿Verdad que parece harto pequeño un dedal para alojar en su interior todas las características individuales de los miles de millones de seres humanos? Pero los hechos hablan y contra su innegable realidad no cabe argumento alguno. Mas ahora nos preguntamos: ¿Cómo pueden los genes contener todos los factores que constituyen la herencia normal de una multitud de antepasados y conservar los rasgos psicológicos de cada uno en un espacio tan infinitamente pequeño?
Aquí es donde empieza, en realidad, la evolución: en la célula, la entidad que contiene y transmite los genes. El que unos cuantos millones de átomos
encerrados en un gene ultramicroscópico, puedan gobernar de un modo absoluto todas las manifestaciones de la vida en la tierra, es una prueba de previsión e ingenio tan admirable que solo puede atribuirse a una Inteligencia Creadora. Ninguna otra hipótesis sería admisible.
Sexta: La propia economía de la Naturaleza nos obliga a confesar que solo a una Sabiduría Infinita es dable proveer el desenvolvimiento equilibrado de las especies vivas con tan admirable maestría. Hace muchos años se importó y plantó en Australia cierta variedad de cacto destinado a servir de seto. Por no haber encontrado ninguna raza enemiga de insecto, el cacto se extendió prodigiosamente, hasta el punto de activar la alarma en el país. Invadiendo campos y poblaciones, obligó a labradores y vecinos a que abandonen sus moradas y tierras. Los entomólogos exploraron todos los rincones del globo en busca de un insecto que se opusiera al avance asolador del cacto. Por fin, dieron con uno que se nutría exclusivamente del cacto, no tenía enemigos en Australia y se multiplicaba rápidamente. Ante la acometida de los voraces insectos, los cactos se batieron en retirada, dejando de constituir una amenaza para el país. De los insectos vencedores quedó a modo de guardia vigilante, el número estrictamente necesario para mantener a raya a los cactos.
En todas partes obran esos factores de equilibrio. ¿Por qué no han dominado ya la Tierra los insectos que de manera tan vertiginosa se multiplican? Pues, sencillamente porque carecen de pulmones como los del hombre. Respiran por medio de tubos. Cuando los insectos crecen de tamaño, los tubos no crecen en la misma proporción que el cuerpo. De ahí que no pueda haber insectos de gran tamaño. Si no se hubiese creado esa cortapisa física, el hombre no podría existir. ¡Imagínese lo que sería una avispa del tamaño de un león!
Séptima: El hecho de que el hombre puede concebir la idea de Dios, ofrece en sí mismo una prueba única. La concepción de Dios nace de una divina facultad que posee el hombre, de la que carecen el resto de los seres creados: la imaginación. Por obra del poder de la imaginación, el hombre y solo el hombre llega a tener evidencia de las cosas que no puede ver. Las perspectivas que abre esa facultad no tienen frontera ni límite. La imaginación del hombre perfeccionada y depurada, se hace espiritual realidad y le permite columbrar en todas las manifestaciones que revelan la existencia de una causa primera y un propósito inteligente – la Creación – la grande y soberana verdad de que los cielos han infundido su hálito vivificador en todas las cosas, de que Dios está en todas partes, aunque en ninguna tan cerca de nosotros como en nuestros propios corazones.
CONCLUSIÓN: Es una doble y solemne verdad, científica e imaginativa, la que cantó el Salmista en el versículo inmortal: “Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento anuncia la grandeza de las obras de sus manos.”
(1) El nombre del científico es A. Cressy Morrison.
(2) El significado de la vida fue explicado muy claramente en la obra de Max Heindel: Concepto Rosacruz del Cosmos.
FRATERNIDAD ROSACRUZ MAX HEINDEL
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E-mail: cristianosmisticos@gmail.com
Agradecemos al Sr. Raúl Sasia, por este aporte
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