lunes, 23 de diciembre de 2013

EL CRISTO RECIÉN NACIDO



EL CRISTO RECIÉN NACIDO
Max Heindel

Se ha dicho a menudo en nuestra literatura que el sacrificio de Cristo no fue un suceso que empezó en el Gólgota y que fue realizado en unas cuantas horas y de una vez para siempre, sino que los nacimientos y muertes místicos del Redentor son ocurrencias cósmicas continuas. Podemos, pues, convenir que este
sacrificio es necesario para nuestra evolución física y espiritual durante la actual fase de nuestro desarrollo. Como quiera que el nacimiento del Niño Cristo se está acercando, nos ofrece otra vez un tema siempre nuevo y siempre oportuno de meditación, por el cual podamos aprovecharnos ponderándolo con ánimo de
devoción y de oración, para que pueda crear en nuestros corazones una nueva luz que nos guíe sobre el sendero de la regeneración.
El apóstol nos dio una definición maravillosa de la Deidad cuando dijo que “Dios es luz” y, por lo tanto, la Luz ha venido siendo empleada para ilustrar la naturaleza de la divinidad en las Enseñanzas Rosacruces, especialmente del misterio de la Trinidad en la Unidad. Se enseña claramente en las Sagradas
Escrituras de todos los tiempos que Dios es uno e indivisible. Al mismo tiempo vemos que como la luz blanca que es una, está refractada en los tres colores primarios, rojo, amarillo y azul, así Dios aparece en un aspecto triple durante la manifestación, por el ejercicio de las tres divinas funciones de Creación,
Preservación y Disolución.
Cuando Dios ejerce el atributo de la Creación, Dios se nos aparece como Jehová, el Espíritu Santo; entonces es el Señor de la ley y de la generación y proyecta la fecundidad solar indirectamente a través de los satélites lunares de todos los planetas, donde es necesario el facilitar cuerpos para los seres evolucionantes en ellos.
Cuando Dios ejerce el atributo de la Preservación, con el propósito de sustentar los cuerpos generados por Jehová bajo las leyes de la naturaleza, Dios se nos aparece como el Redentor, Cristo, e irradia los principios de Amor y de generación directamente sobre cualquier planeta donde las criaturas de Jehová
requieren esta ayuda para desenmarañarse de las mallas de la mortalidad y del egoísmo, con objeto de alcanzar el altruismo y una vida sin fin.
Cuando Dios ejerce la actitud divina de la Disolución, se nos aparece como el Padre que nos llama hacia nuestro hogar celestial para asimilar los frutos de la experiencia y del desarrollo del alma almacenados por nosotros durante el día de manifestación. Este Solvente Universal, el rayo del Padre, emana entonces
desde el Sol Espiritual invisible.
Estos procesos divinos de creación y nacimiento, de preservación y de vida y de disolución, de muerte y de retorno hacia el autor de nuestro ser, nosotros podemos verlo por todas partes a nuestro alrededor y podemos reconocer el hecho de que todo ello son actividades del Dios Triuno en manifestación. ¿Pero
hemos comprendido alguna vez que en el mundo espiritual no hay
acontecimientos definidos ni condiciones estáticas, sino que el principio y el fin de todas las aventuras y de todas las edades están presentes en un eterno ahora?
Desde el regazo del Padre hay una eterna irradiación de las semillas de las cosas y de los acontecimientos que penetran en el plano del “tiempo” y del “espacio”.
Aquí se cristaliza gradualmente y se hace inerte, necesitándose la disolución para que pueda haber espacio para otras cosas y otros acontecimientos.
No existe escapatoria para esta ley cósmica, y se aplica a todas las cosas en el reino del “tiempo” y del “espacio”; el rayo de Cristo inclusive. Así como el lago se vacía en el océano por la evaporación y se vuelve a llenar cuando el agua que lo ha abandonado se condensa volviendo a él en forma de lluvia, para fluir otra vez incesantemente hacia el mar, así el Espíritu del Amor nace eternamente del Padre, días tras días, horas tras horas, fluyendo eternamente en el Universo Solar para redimirnos del mundo de la materia que nos aherroja con su cepo mortal. Ola sobre ola es impelido externamente desde el Sol hacia todos los
planetas, dando un anhelo rítmico a las criaturas que en ellos evolucionan.
Y de este modo, esto es, en el sentido más exacto y literal de la palabra, un Cristo recién nacido que nosotros aclamamos al acercarse la fiesta de Nochebuena, y, por lo tanto, Navidad es el acontecimiento más vital del año para toda la humanidad, tanto si nosotros lo comprendemos y concebimos, como si no.
Esta fiesta no es meramente una conmemoración del nacimiento de nuestro amantísimo Hermano Mayor, Jesús, sino que es el advenimiento del rejuvenecimiento del Amor y Vida de nuestro Padre Celestial enviado por Él para redimir al mundo del helado invierno. Sin esta nueva infusión de la Vida y energía
divinas nosotros pronto pereceríamos físicamente y se frustraría nuestro progreso sucesivo, por lo menos en lo que respecta a nuestras líneas actuales de desarrollo. Éste es un punto que nosotros nos debemos esforzar en comprender completamente con objeto de que podamos apreciar debidamente el significado de Navidad, y nosotros podemos aprender una lección en este respecto así como
en otros muchos por nuestros hijos o por reminiscencias de nuestra propia infancia.
¡Cuán vehementes eran nuestros sueños y nuestros anhelos al aproximarse esta fiesta! ¡Cuán ardientemente nosotros aguardábamos la hora en la que debíamos recibir los regalos que sabíamos nos traerían los Reyes Magos, estos misteriosos bienhechores universales que traen los juguetes a los niños todos los
años! ¿Qué hubiera pasado por nosotros si nuestros padres nos hubieran vuelto a dar las muñecas desmembradas y los tambores destemplados del año anterior?.
Seguramente que hubiera caído sobre nosotros una sensación dominadora de desgracia y desconsuelo, que hubiera dejado en nuestros corazones un sentido profundo de desconfianza en nuestros padres, el cual, ni aún el tiempo, hubiera podido cicatrizar. Sin embargo, todo esto no tendría ninguna comparación con la
calamidad cósmica que caería sobre la humanidad si nuestro Padre Celestial dejase de concedernos el nacimiento de un nuevo Cristo regalo cósmico de Navidad. El Cristo del año que entonces termina no nos podría salvar del hambre física, así como tampoco la lluvia del año pasado no podría remojar el suelo otra
vez y fecundar los millones de semillas enterradas en la Tierra y despertar las actividades germinales de la vida del Padre para empezar su crecimiento; el Cristo del año que termina no podría tampoco encender de nuevo en nuestros corazones
las aspiraciones espirituales que nos impelen hacia delante en nuestra encuesta, así como tampoco el calor del último verano nos podría volver a calentar. El Cristo del año que termina nos dio Su Amor y Su Vida hasta el último suspiro sin medida ni límite; cuando nació en la Tierra por la Navidad anterior infundió la vida a las
semillas durmientes que crecieron y llenaron nuestros graneros con abundancia para poder sacar de ellas la nutrición física; Cristo difundió sobre nosotros el Amor que Él recibió del Padre, y cuando una vez hubo agotado toda su vida murió en la época de la Pascua de Resurrección para ascender de nuevo al Padre, así como
el río, por evaporación, se eleva al cielo.
Pero eternamente y sin fin mana y se exterioriza el Amor divino, y así como nosotros compadecemos a nuestros hijos, asimismo nuestro Padre celestial se compadece de nosotros, porque Él sabe y conoce nuestra fragilidad física y espiritual. Por lo tanto, nosotros aguardamos confiadamente el nacimiento mística de Cristo todos los años cargado con nueva Vida y Amor que el Padre nos envía,
para socorrernos del hambre y necesidad física y espiritual que acabaría con nosotros sino fuera por este ofrecimiento de Amor anual.
Las almas jóvenes encuentran generalmente difícil el separar en sus
mentes la personalidad de Dios, de la de Cristo y de la del Espíritu Santo, y algunos pueden amar únicamente a Jesús, el hombre. De este modo olvidan a Cristo, el Gran Espíritu, que nos dio una nueva era en la cual las naciones establecidas bajo el régimen de Jehová se romperán en pedazos para que esa sublime manifestación de la Fraternidad Universal pueda asentarse y construirse sobre sus ruinas. Con el tiempo todo el mundo concebirá que “Dios” es un espíritu y que debe ser adorado en Espíritu y en Verdad. Está bien que amemos a Jesús y que le imitemos; nosotros no conocemos ideal más noble, y ninguno es de más valor. Si hubiera sido posible hallar un ser más noble, Jesús no hubiese sido elegido para ser el vehículo de Aquél gran ser, Cristo, en quien mora la Cabeza
Divina. Por lo tanto, nosotros haremos muy bien en seguir sus pasos. Al mismo tiempo debemos exaltar a Dios en nuestras propias conciencias, creyendo la palabra de la Biblia que nos dice que Él es un Espíritu y que no debemos hacer ninguna imagen suya ni en estatua ni en cuadro, porque Él no tiene figura parecida ni en los Cielos ni en la Tierra.
Nosotros podemos ver los vehículos físico de Jehová circulando como satélites alrededor de los planetas; nosotros podemos ver también el Sol, el cual es el vehículo visible del Cristo, pero el Sol invisible, el cual es el vehículo del Padre y el origen de todo, aparece y se representa a los videntes humanos de mayor evolución, como la octava superior de la fotosfera del Sol, un anillo de luminosidad azul violácea detrás del Sol. Pero nosotros no necesitamos ver; nosotros podemos sentir Su Amor y este sentimiento nunca es tan grande como en la época de Navidad, cuando Él nos da el mayor de todos los regalos: el Cristo
del Nuevo Año.

*

LA MISION DE CRISTO Y EL FESTIVAL DE LAS HADAS


LA MISIÓN DE CRISTO Y EL FESTIVAL DE LAS HADAS
Max Heindel

Siempre que nosotros nos confrontamos con unos de los misterios de la naturaleza, el cual no somos capaces de explicarnos, simplemente añadimos un nuevo nombre a nuestro vocabulario, el cual entonces surte el efecto de un juego malabar o de ocultar nuestra ignorancia del asunto. Tal es la palabra “amperio”
que nosotros utilizamos para medir el volumen de la corriente eléctrica, el “voltio” que nosotros empleamos para medir la fortaleza de la corriente y el “ohmio” que empleamos para señalar la resistencia que un conductor dado ofrece al paso de la
corriente. De este modo, después de mucho estudio, de palabras y figuras, las mentes maestras de la ciencia eléctrica intentan persuadirse así mismas y a las de los demás de que ellos han sondeado el misterio de esa fuerza evasiva que juega un papel tan importante en el trabajo del mundo actualmente. Pero cuando todo se ha dicho y estos hombres eminentes están en talante confidencial admiten que las lumbreras más brillantes de la ciencia eléctrica no conocen sino un poquito más que el niño de la escuela primaria cuando acaba de empezar el estudio de pilas y baterías.
De igual modo pasa en otras ciencias; los anatómicos no pueden distinguir el embrión canino del humano durante un largo tiempo, y mientras el fisiólogo habla con suficiencia acerca del metabolismo, no puede dejar de admitir que los experimentos de laboratorio por los cuales se esfuerza en imitar nuestro proceso digestivo, deben ser y son extensamente diferentes de las transmutaciones que se
operan en el laboratorio químico del cuerpo por el proceso de la nutrición.
Esto no lo decimos para desacreditar o menospreciarlos maravillosos descubrimientos de la ciencia, sino para hacer patente el hecho de que hay factores detrás de todas las manifestaciones de la naturaleza -inteligencias de diversos grados de conciencia constructiva y destructivas, las cuales desempeñan
funciones importantes en la economía de la naturaleza- y hasta que estas agencias sean conocidas y su trabajo estudiado, nosotros nunca podremos tener un concepto adecuado del modo en que actúan estas fuerzas de la naturaleza, que nosotros llamamos calor, electricidad, gravedad, acción química, etc. Para
que aquéllos que han cultivado la vista espiritual es evidente que los llamados muertos emplean parte de su tiempo en aprender la construcción de cuerpo bajo la guía de ciertas jerarquías espirituales. Estas jerarquías son los agentes de los procesos metabólicos y anabólicos; son los factores invisibles de la asimilación y es, por lo tanto, literalmente cierto que nosotros seríamos incapaces de vivir salvo por la ayuda importante que recibimos de aquéllos que llamamos muertos.
Para abarcar o concebir la idea del modo en que estas agencias actúan y su relación con nosotros, nos permitiremos repetir un ejemplo que hemos empleado nuestra obra Concepto Rosacruz del Cosmos: supongamos que un carpintero está haciendo una mesa, y un perro, el cual es un espíritu evolucionante que pertenece a otra oleada de vida posterior, está atentamente vigilándole. Entonces verá el proceso de cortar los tableros y verá que gradualmente se va formando la mesa de distintos materiales y que, por último,
queda terminada. Pero aunque el perro ha estado vigilante y atento al trabajo del hombre, no tiene un concepto claro del modo en que ha sido hecha, ni tampoco del uso ulterior de la mesa. Supongamos aún más que el perro estuviese dotado solamente de una limitada visión e incapaz de percibir al artesano y sus instrumentos; entonces el perro habría visto que los tableros se movían de un
punto a otro, después quedaban unidos y acoplados de otro modo, hasta que la forma de la mesa quedara terminada. En este caso habría visto el proceso de la formación y el objeto terminado, pero no tendría idea del hecho de que fue necesaria una agencia activa, un operario para transformar la madera en una mesa. Si este animal pudiera hablar explicaría el origen de la mesa del modo en
que Topsy dijo de sí mismo: “sencillamente creciendo”.
Nuestra relación con las fuerzas de la naturaleza es semejante a la del perro en el caso de que el operario le fuera invisible, y, por lo tanto, nosotros somos tan capaces de explicar los misterios de la naturaleza como lo era Topsy.
Nosotros eruditamente decimos al niño que el calor del Sol evapora el agua de los ríos y de los mares, ocasionando que este vapor ascienda a las regiones más frías del aire donde se condensa en forma de nubes, las cuales finalmente quedan tan
saturadas de humedad que gravitan hacia la Tierra en forma de lluvia para rellenar los mares y ríos y volver a evaporarse otra vez. Todo esto es perfectamente simple; un bonito proceso automático, de movimiento continuo pero, ¿es solo esto únicamente? ¿No hay en esta teoría una serie de vacíos y lagunas? Nosotros sabemos que sí, aunque no podemos separarnos mucho de nuestro asunto para
discutirlo. Falta explicar totalmente una cosa, o sea, la acción semi-inteligente de las sílfides que levantan las partículas finísimas de agua divididas en vapor que ha sido preparado por las ondinas, desde la superficie del mar y las han llevado tan alto como ellas han podido antes de que tome lugar la condensación parcial y se
formen las nubes. Estas partículas de agua son conservadas por ellas hasta que las obligan las ondinas a liberarlas. Cuando decimos que hay tormenta se libran batallas en la superficie del mar y del aire, algunas veces con ayuda de las salamandras, para encender la antorcha del relámpago del separado hidrogeno y
oxigeno, y enviar su atemorizante zigzag a través de la densa oscuridad, seguido por el estrépito soberbio del trueno que repercute en la atmósfera, mientras que las ondinas triunfalmente lanzan las gotas de aguas rescatadas otra vez a la Tierra
para que vuelvan a unirse con su elemento maternal.
Los pequeños gnomos son necesarios para fabricar las plantas y las flores; su trabajo consiste en darnos las tintas con los matices innumerables de color que deleitan nuestros ojos. También cortan los cristales de todos los minerales y forman las gemas valiosísimas que brillan y cuelgan de las diademas de joyería.
Sin ellos no habría hierro para nuestra maquinaria, ni tampoco oro para pagar su precio. Estos seres están en todas partes y la proverbial abeja no es tan laboriosa ni tan diligente. No obstante, a la abeja se le conoce el crédito por el trabajo que hace, mientras que los diminutos espíritu de la naturaleza que juegan una parte
tan inmensamente mayor en el trabajo del mundo, son ignorados salvo para unos cuantos “soñadores y locos”.
En el solsticio de verano las actividades físicas de la naturaleza están en su apogeo; por lo tanto, en las noches de la mitad del verano se celebran los grandes festivales de las hadas que han trabajado para construir el universo material, nutriendo el ganado, cultivando el grano, y en tales momentos están saludando
con alegría y alborozo y dando las gracias a la oleada de fuerza que es su instrumento para moldear las flores en la asombrosa variedad de matices delicado, requeridos por sus arquetipos y dándoles las tintas de colores infinitos que son el deleite del artista y del desespero al mismo tiempo.
En la noche más grande de la alegre estación del verano, estos espíritus de la naturaleza se congregan y saltan de los pantanos y de la floresta, de las cañadas y de los valles al festival de las hadas. Realmente estos seres cuecen y elaboran sus alimentos etéricos y después del banquete danzan en éxtasis de alegría -la alegría de haber puesto su trabajo y haber desempeñado su importante papel en la economía de la naturaleza.
Es un axioma científico en que la naturaleza no tolera nada que no sea útil; los parásitos y los zánganos son una abominación; el órgano que se ha hecho superfluo se atrofia y de igual modo pasa con la pierna o el ojo que no se usa. La naturaleza tiene un trabajo que hacer y requiere la cooperación de todo lo que
quiera justificar su existencia y continuar formando parte de ella. Esto se aplica a la hierba y al planeta, al hombre y a la bestia y también a las hadas. Estos seres tienen su trabajo que hacer; son huestes activas, y sus actividades son la solución de muchos misterios de la naturaleza, como ya hemos explicado.
Ahora nos encontramos en el otro polo del ciclo anual, cuando los días son cortos y las noches largas. Hablando físicamente, las tinieblas gravitan sobre el hemisferio septentrional, pero la oleada de vida y luz espiritual que será la base del desarrollo y progreso del nuevo año, se halla ahora en su máximo poder y altura. En la noche de Navidad, en el solsticio de invierno, cuando el signo
celestial de la Virgen Inmaculada está en el horizonte oriental a la medianoche, el Sol, del nuevo año nace para salvar a la humanidad del frío y del hambre que seguirían si se suprimiera o contuviera la manifestación de esta luz. En el momento en que nace el Espíritu de Cristo en la Tierra y comienza a fermentar y fecundar los millones de semillas que las hadas fabrican y riegan para que los
hombres y animales puedan tener alimento físico. Pero el “hombre no vive de pan solamente”. Importante como es el trabajo de las hadas queda pálido por su insignificancia cuando se le compara con la misión de Cristo, que nos brinda cada año el alimento espiritual necesario para avanzar en el sendero del progreso, para
que podamos alcanzar la perfección en el amor, con todo lo que ello implica.
Es el advenimiento de este amor y luz de maravilla que nosotros
simbolizamos por las lámparas encendidas en el altar y el tañido de las campanas por Navidad que cada año nos anuncia las alegres nuevas del nacimiento del Salvador, pues para el sentido espiritual, la luz y el sonido son inseparables, la luz es coloreada y el sonido está modificado con arreglo a su nota vibratoria. La luz de
Navidad que brilla en la Tierra es áurea, induciendo los sentimientos de altruismo, alegría y paz, los cuales ni aún la gran guerra puede anular completamente.
La guerra ha pasado y como quiera que los hombres siempre dan más valor a las cosas cuando las han perdido, es de esperar que toda la humanidad se unirá ésta Navidad de todo corazón para el canto de los cantos: “Paz en la Tierra y buena voluntad entre los hombres”.

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EL SOL MÍSTICO DE MEDIANOCHE


EL SOL MÍSTICO DE MEDIANOCHE
Max Heindel

El Sol ha venido siendo adorado exotéricamente como el dador de la vida desde tiempo inmemorial, debido a que la multitud fue incapaz de mirar más allá del símbolo material de esta gran verdad espiritual. Pero además de aquéllos que adoraron la órbita celestial que es vista con el ojo físico, ha habido siempre y aún
todavía es una pequeña, pero creciente minoría, un sacerdocio consagrado por convencimientos más que por ritos, quienes vieron y ven las verdades espirituales eternas entre las formas temporales y pasajeras; quienes envolvieron estas verdades en atavíos cambiantes de ceremonial, con arreglo a las épocas y a los
pueblos a quienes fueron dadas originalmente. Para ello la estrella legendaria de Belén brilla cada año como un Sol Místico de Medianoche, el cual penetra en nuestro planeta durante el solsticio de invierno y entonces comienza a irradiar desde el centro de nuestro globo Vida, Luz y Amor, los tres atributos divinos. Estos
rayos de esplendor y fuerza espiritual llenan nuestro globo con una luz suprema que circunda a cada uno de los seres de la Tierra desde el más pequeño al más grande, sin ninguna exclusión.
Pero no todos pueden participar de esta maravillosa dádiva en el mismo grado; algunos consiguen más y otros menos y algunos, ¡ay! parece que no tienen participación en la gran oferta de amor que nuestro Padre ha preparado para nosotros en Su Hijo Unigénito, debido a que éstos no han desarrollado aún el magneto espiritual, el Niño Cristo interno, que únicamente nos puede guiar a
nosotros hacia el Sendero, la Verdad y la Vida.
“¿De qué aprovechará que el Sol brille si yo no tengo ojos para verlo?
¿Cómo podré yo conocer que Cristo es mío, salvo que Cristo esté dentro de mí?
Esa voz callada dentro de mi corazón es una realidad del pacto entre Cristo y yo;
Esta voz imparte a la fe la fuerza de un hecho”.
Ésta es una experiencia mística que, sin duda, ha sido experimentada por muchos de nuestros estudiantes, porque es tan cierto, literalmente hablando, como que la noche sigue al día y el invierno al verano. A menos que nosotros tengamos a Cristo dentro de nosotros mismos, a menos que el maravilloso pacto
de sangre de la fraternidad haya sido consumado, nosotros no podemos tener parte en el Salvador, y por lo menos en lo que a nosotros concierne no importará que las campanas de Navidad suenen una y otra vez; pero cuando el Cristo ha
sido formado dentro de nosotros mismos, cuando la Inmaculada Concepción ha sido una realidad en nuestros propios corazones, cuando nosotros hemos asistido al nacimiento del Niño Cristo y le hemos ofrecido nuestros regalos, dedicando la naturaleza inferior al servicio de nuestro Yo Superior, entonces y solo entonces la
fiesta de Navidad es una fiesta a la que nosotros asistimos un año y otro año. Y cuanto más ardientemente nosotros laboremos en la viña del Señor, tanto más clara y distintamente oiremos aquella voz callada y muda que dentro de nuestros corazones nos ofrece la invitación: “Venid a mí todos aquéllos que estáis agobiados con vuestra carga, que yo os daré descanso. Tomad mi yugo,
porque mi yugo es blando y mi carga ligera”. Entonces nosotros oiremos una nueva nota en las campanas de Navidad, tal como nunca antes la hemos oído, porque en todos los días del año no hay día tan alegre como el día en que el Cristo nace de nuevo en la Tierra, trayendo con Él regalos y dádivas al hijo del
hombre -dádivas que significan la continuación de la vida física- porque si no fuera por esta influencia vitalizante y enérgica del Espíritu de Cristo, la Tierra permanecería fría y desolada; no habría en ella un nuevo canto de primavera, ni tampoco los admirables coristas del bosque para alegrar nuestros corazones al
aproximarse el verano, sino que el helado cepo de los polos mantendría a la Tierra encadenada y muda para siempre, haciendo imposible para nosotros el continuar nuestra evolución material que es absolutamente necesaria para enseñarnos el uso del poder del pensamiento en debida forma.
El Espíritu de Navidad es, pues, una realidad viviente para todos aquéllos que han desarrollado en su interior el Cristo. La generalidad de los hombres lo sienten únicamente alrededor de los días santos, pero el místico iluminado lo ve y lo siente meses antes y meses después del punto culminante de Nochebuena.
En septiembre hay un cambio en la atmósfera de la Tierra, empezando a resplandecer una luz en los cielos, y parece que envuelve todo el universo; gradualmente se hace más intensa y parece que envuelve a nuestro globo, para después penetrar en la superficie de nuestro planeta y gradualmente concentrarse
en el centro de la Tierra, donde los Espíritus-grupo de las plantas tienen su hogar.
En el momento de la Noche Buena alcanza su tamaño lumínico superior y su máxima brillantez. Entonces empieza a irradiar la luz concentrada y a dar nueva vida a la Tierra para que este impulso pueda responder a las actividades de la Naturaleza durante el año venidero.
Éste es el principio del gran cósmico drama “De la Cima a la Cruz” que se representa anualmente durante los meses de invierno.
Cósmicamente el Sol nace en la noche más larga y obscura del año cuando Virgo, la Virgen Celestial, está en el horizonte oriental a la media noche para alumbrar al niño inmaculado. Durante los meses siguientes el Sol pasa por el signo violento de Cáncer donde, místicamente, todas las fuerzas de las tinieblas están concentradas en un esfuerzo decidido para matar al portador de luz; una
fase del drama solar que se relata en la leyenda del rey Herodes y la huida a Egipto para escapar a la muerte.
Cuando el Sol entra en el signo Acuario, el Aguador, en febrero, tenemos la época de las lluvias y de las tormentas, y como el bautismo consagra místicamente al Salvador para su servicio y ministerio, así también los torrentes de humedad que descienden sobre la Tierra la suaviza y ablandan, para que pueda
producir los frutos que necesitan para su sostenimiento las vidas que moran en ella.
Entonces llega el pasaje del Sol a través del signo Piscis, los Peces. En esta época las existencias del año precedente se han consumido casi totalmente y los víveres del hombre son muy escasos. Por lo tanto tenemos el largo ayuno de la Cuaresma que representa místicamente para el aspirante el mismo ideal que
aquél cósmicamente representado por el Sol. Al principio de esta época tenemos el carnaval, que es el adiós a la carne, pues todo aquél que aspira a la vida superior debe alguna vez dar la despedida a la naturaleza inferior con todos sus deseos y prepararse a sí mismo para la Pascua que está muy próximo.
En abril, cuando el Sol cruza el Ecuador celestial y penetra en el signo Aries, el Cordero, la cruz se nos presenta como un símbolo místico del hecho que el candidato a la vida superior debe aprender a dejar a un lado el instrumento mortal y empezar a ascender al Gólgota, el lugar del cráneo y de aquí cruzar el
umbral para penetrar en el mundo invisible. Finalmente, en imitación del ascenso del Sol por los cielos del Norte, debe aprender que su lugar es al lado del Padre y que últimamente debe también el ascender a lugar tan exaltado, además, como el
Sol no permanece en tal alto grado de declinación, sino que cíclicamente desciende otra vez hacía el equinoccio del otoño y el solsticio de invierno, para completar su circulo una y o través en beneficio de la humanidad, así también todo aquél que aspira a convertirse en un Carácter Cósmico, en un salvador de la
humanidad, debe prepararse para ofrecerse a sí mismo como un sacrificio una y otra vez en beneficio de sus semejantes.
Éste es el gran destino que tenemos delante de cada uno de nosotros; cada uno somos un Cristo en formación, si el individuo lo quiere así, pues como Cristo dijo a sus discípulos: “Aquél que cree en mi, las obras que yo hago hará también y aún mayores obras hará”. Además con arreglo a la máxima “la
necesidad del hombre es la oportunidad de Dios” no habrá nunca una oportunidad tan grande para imitar a Cristo y hacer los trabajos que Él hizo, como la que existe actualmente en todo el continente de Europa bajo la agonía de una guerra mundial, y el villancico más grande de todos los de Navidad: “Paz en la Tierra y
buena voluntad entre los hombres” parece que está más lejos de convertirse en realidad que nunca. Nosotros tenemos el poder dentro de nosotros mismos de acercar el día de la paz mediante hablar, creer y vivir en PAZ, pues la acción
concertada de millares y millares de personas produce una impresión en el Espíritu de Raza cuando está enviada directamente, especialmente cuando la Luna está en Cáncer, Escorpión o Piscis, que son los tres grandes signos psíquicos más adecuados para un trabajo oculto de esta naturaleza.
Por lo tanto, durante los dos días y medio que la Luna está en cada uno de estos signos sería conveniente, con el propósito de meditar sobre la Paz, que tuviéramos presente en nuestra conciencia el villancico que cantaron los ángeles al nacimiento de Cristo: “Paz en la Tierra y buena voluntad entre los hombres”.
Pero al obrar de este modo tengamos bien presente que no nos debemos inclinar hacia ninguno de los dos lados, en favor o en contra de alguna de las naciones combatientes, y en cambio recordemos en todos los momentos que todos y cada
uno de lo que pelean son nuestros hermanos. Cada uno de ellos tienen tanto derecho a nuestro cariño y amor como el otro. No alejemos de nuestro pensamiento la idea de que lo que nosotros necesitamos es ver la Fraternidad Universal sobre la Tierra, es decir, “Paz en la Tierra y buena voluntad entre los hombres” sin importarnos nada el punto en el que los combatientes nacieron, la
línea imaginaria trazada en el mapa del planeta Tierra, ni tampoco la lengua que ellos hablan, ni los demás rasgos que nos separan aparentemente. Roguemos, pues, por que la paz se haga o través en la Tierra; una “Paz eterna y buena voluntad para todos los hombres” sin consideración ninguna a esas diferencias de
raza, credo, color o religión. En el grado que nosotros consigamos manifestar con nuestros corazones, no con los labios solamente esta oración impersonal por la Paz, en tal grado podremos apresurar y promover El Reinado de Cristo, porque debemos recordar que eventualmente para este reinado es precisamente para lo que estamos reunidos -el reino de los cielos- donde Cristo es “Rey de reyes y Señor de señores”.

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EL SACRIFICIO ANUAL DE CRISTO


EL SACRIFICIO ANUAL DE CRISTO
Max Heindel

¿Se ha encontrado alguna vez el lector al lado del lecho de un amigo o pariente que se encontrase moribundo y pasando al más allá?. A muchos de nosotros nos ha tocado ser participe de estas escenas, porque ¿Cual es la casa en la que no ha entrado la muerte? Tampoco son desconocidas las fases siguientes de la agonía hacia la cual quiero llamar particularmente la atención. La persona que está para morir, muy a menudo cae en un estupor; entonces
despierta y ve, no solamente este mundo, sino el mundo en el cual está para entrar; y es muy significativo que entonces el moribundo vea seres que fueron sus amigos o parientes durante la primera parte de su vida -hijos, esposa, y algunos otros seres queridos para él- que están alrededor de su lecho en espera que cruce
la frontera. La madre estrechará amorosa entre sus brazos al hijo que murió mucho antes y le dirá palabras que parecerán incoherentes a los que las escuchen que estén todavía en cuerpo físico, pero que son perfectamente justificada para
ella y de igual modo reconocerá a uno y a otro de los que pasaron antes al más allá. Todos estos seres queridos están reunidos a lado de su cama esperando a que se reúna con ellos, impulsado por el mismo sentimiento que se apodera de los vivos aquí cuando un niño está para nacer en nuestro mundo, haciéndoles
sentirse gozosos a su arribo debido a que sienten instintivamente que él que se acerca es un buen amigo que viene a ellos.
Así, también las personas que han pasado antes al más allá se reúnen cuando un amigo está para cruzar la línea fronteriza y para unirse con ellos en la otra parte del velo. De este modo vemos que el nacimiento en un mundo es la muerte desde el punto de vista del otro; el niño que viene a nosotros ha muerto para el mundo espiritual y la persona que muere y desaparece de nuestro lado
para penetrar en el más allá, nace en un nuevo mundo y se reúne a los amigos de allí.
“Como arriba, así es abajo”; la ley de analogía, que es la misma para el microcosmos que para el Macrocosmos, nos dice que lo que pasa a los seres humanos, bajo unas condiciones dadas, debe aplicarse también a lo suprahumano bajo circunstancias análogas. Ahora nos estamos acercando al solsticio de
invierno; los días más obscuros del año; la época en que la luz del Sol está casi deslumbrada; cuando nuestro hemisferio septentrional está frío y triste. Pero en la noche más larga y más obscura el Sol vira en su sendero hacía arriba; la luz de Cristo ha nacido otra vez para la Tierra y ante su brillo el mundo se regocija. Por
los términos de nuestra analogía, sin embargo, cuando el Cristo nace en la Tierra muere para los Cielos. Al igual que el espíritu libre está en el momento de nacer
final y firmemente incrustado en el velo de la carne que lo aprisiona durante toda la vida, así también el Espíritu de Cristo está aprisionado y encadenado cada vez que Él nace en la Tierra. Este gran sacrificio anual empieza cuando las campanas
de Navidad están sonando; cuando nuestros cánticos gozosos de oración y agradecimiento ascienden al cielo. Cristo queda aprisionado en el sentido más literal de la palabra desde Navidad a Semana Santa.
Los hombres pueden burlarse de la idea de que hay un influjo de vida y luz espiritual en esta época del año; sin embargo, el hecho existe y es verdad tanto si lo creemos como si no. Todos y cada uno en el mundo, en esta época, nos sentimos más ligeros; sentimos como si un peso se hubiera arrojado de nuestros hombros. El espíritu de “paz sobre la Tierra y buena voluntad entre los hombres” prevalece; el espíritu de que nosotros debemos dar algo se expresa también en los regalos de Navidad. Este espíritu no debe ser negado, pues es patente para cualquiera que sea un poco observador, y esto es en sí un reflejo de la gran oleada divina de dádiva. Dios ama de tal modo al mundo que le dio Su Hijo
Unigénito. Navidad es la época de las dádivas, aunque no se consuma hasta Pascua de Resurrección; éste es el cruce, el punto de vuelta, el lugar donde nosotros sentimos que algo ha sucedido que nos asegura la prosperidad y la
continuación del mundo.
¡Cuán diferente es el sentimiento de Navidad de aquél que se manifiesta por la Semana Santa! En esta última época hay un deseo, una exuberancia de energía que se expresa en amor sexual, con un deseo de la perpetuación de la especie como nota característica, y, por lo tanto, vemos cuan diferente es esta sensación del otro amor que se expresa en el espíritu de dádiva que notamos por
Navidad, en preferencia al espíritu de recibir.
Y ahora observemos las iglesias y veremos que nunca las velas arden en ellas tan brillantemente como en los días más cortos y más obscuros del año.
Tampoco nunca las campanas suenan tan alegre y con un ton tan festivo como cuando están cantando su mensaje al mundo que espera al que le dicen: “¡Cristo ha nacido!”
“Dios es Luz” dijo el apóstol inspirado, y no hay otra descripción capaz de encerrar de un modo tan completo la naturaleza de Dios como estas tres cortas palabras. La invisible luz que está encerrada en la llama que arde en el altar, es una representación adecuada de Dios, el Padre. En las campanas tenemos un símbolo magnifico del Cristo, la Palabra, porque sus lenguas de metal proclaman
el mensaje del Evangelio de paz y buena voluntad, así como el incienso nos brinda un fervor mayor espiritual representando la fuerza del Espíritu Santo. La Trinidad es, pues, simbólicamente, parte de la celebración que hace de Navidad la época espiritual más gozosa del año, desde el punto de vista de la raza humana
que está ahora incorporada y actuando en el mundo físico.
Pero no debe olvidarse, como hemos dicho en el primer párrafo de este capítulo, que el nacimiento de Cristo sobre la Tierra representa la muerte de Él para la gloria del Cielo; que en el momento en que nosotros nos regocijamos de su venida anual, queda vestido o través con el pesado manto físico que nosotros hemos cristalizado a nuestro alrededor y que es nuestro punto de morada: la
Tierra. En este pesado cuerpo queda entonces incrustado y aguarda
ansiosamente por el día de la final liberación. El lector sabe, por supuesto, que hay días y noches para los espíritus más grandes, así como los hay para los seres humanos; que al igual que nosotros vivimos en nuestro cuerpo durante las horas del día, trabajando y liquidando el destino que hemos creado por nosotros mismos
en el mundo físico y que al llegar a la noche quedamos en libertad en el mundo superior para restaurar nuestros desgastes, así también tiene su flujo y reflujo el Espíritu de Cristo. Mora dentro de nuestra Tierra una parte del año y al acabar ésta asciende a los mundos superiores; así, pues, Navidad es para Cristo el comienzo de un día de vida física; el principio de un período de restricción.
Entonces, ¿cuál debe ser la aspiración del devoto y del místico iluminado que concibe la grandeza de sus sacrificios, la grandeza de la dádiva de Dios, que desciende sobre la humanidad en esta época del año, que comprende este gran sacrificio de Cristo por nuestra gracia dándose a sí mismo, sujetándose a una muerte virtual para que nosotros podamos vivir este prodigioso amor que cae
sobre nuestra Tierra en esta época, repetimos, ¿Cuál debe ser su aspiración?
¿Cuál si no, imitar, aunque nada más sea en una medida ínfima, los trabajos maravillosos de Dios? El aspirante a una vida espiritual debe anhelar hacerse más sirviente de la Cruz que antes, debe seguir más cercanamente a Cristo en todas sus cosas haciendo el sacrificio de sí mismo por sus semejantes, procurando
elevar a la humanidad dentro de su inmediata esfera de acción para apresurar y llegar el día de la liberación por el cual el Espíritu de Cristo está aguardando, gimiendo y afanándose. Con esta liberación significamos la liberación permanente, el día y la vuelta de Cristo.
Para concebir esta aspiración en su totalidad, procuremos durante el año venidero seguir sus enseñanzas con una fe y confianza más completas. Si hasta este momento hemos dudado de nuestra capacidad para trabajar por Cristo, hagamos que esta duda desaparezca recordando lo que Él nos dijo: “Trabajos
mayores que éstos que yo hago, haréis vosotros también”. ¿Cómo Aquél que era la personificación de la verdad pudiera haber dicho estas cosas si no hubiera sido posible el que se realizasen? Todas estas cosas son posibles para aquéllos que aman a Dios. Si nosotros deseamos trabajar realmente en nuestro limitado radio
de acción sin que aspiremos a hacer cosas extraordinarias y llamativas hasta que hayamos hecho las que se pongan al alcance de nuestra mano, entonces nos veremos dotados de un maravilloso crecimiento del alma, por el cual podamos alcanzar el hacer obras de más consideración, de modo que las personas que nos
rodean a nosotros vean algo lo cual no son capaces de definir pero, sin embargo, sea patente para ellos -esto será la luz de Navidad-; verán en nosotros la luz de Cristo recién nacido, brillando dentro de nuestra esfera de acción.
Esto puede ser hecho; depende únicamente de nosotros mismos el que confiemos en las palabras de Cristo para que comprendamos este mandamiento;
“Sed, pues, vosotros tan perfectos, como vuestro Padre en los Cielos es perfecto”.
La perfección puede parecernos que está muy lejos de nosotros, puede que nosotros supongamos muy certeramente que nuestros ideales son muy elevados para vivirlos en toda su integridad; de todos modos esforzándonos para vivirlos diariamente, a cada hora, lo alcanzaremos al final, haciendo cada día un pequeño
progreso, y comportándonos de este modo, haremos que nuestra luz brille de cierta manera de modo que los hombres vean en nosotros como una luz, un faro un fanal, en las tinieblas del mundo. Que Dios nos ayude, durante el año venidero para alcanzar una mayor medida de la semejanza de Cristo, que la que hemos
alcanzado hasta aquí. Que podamos vivir tales vidas, que cuando otro año se aproxime y veamos brillar nuevamente las luces de Navidad y oigamos las campanas que nos llaman a la misa de gallo de aquella Santa Noche, la Nochebuena, que sintamos entonces que aquel año no ha sido vivido en vano por nosotros.
Cada vez que nos damos a nosotros mismos haciendo algo en beneficio de los demás, añadimos algo al lustre de nuestros cuerpos de alma, los cuales están construidos de éter. Éste es el éter de Cristo que flota ahora en nuestra esfera, y no olvidemos que si deseamos trabajar por su liberación, debemos
desarrollar nuestro cuerpo del alma, hasta el punto en que puedan sostener en vilo la Tierra un número suficientemente grande de personas, y de este modo podamos echar su peso sobre nosotros y ahorrarle a Cristo el dolor de pasar existencias físicas.

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LA LUZ ESPIRITUAL, EL NUEVO ELEMENTO Y LA NUEVA SUSTANCIA


LA LUZ ESPIRITUAL, EL NUEVO ELEMENTO
Y LA NUEVA SUSTANCIA
Max Heindel

El curso por correspondencia del año último en Cristianismo Místico lo iniciamos con una lección sobre la Navidad bajo el punto de vista cósmico. Se explicó allí que los solsticios de verano y de invierno, junto con los equinoccios de primavera y de otoño, forman puntos turnantes o de viraje en la vida del Gran
Espíritu de la Tierra, de la misma manera que la CONCEPCIÓN marca el comienzo del descenso del espíritu humano al cuerpo terrenal, de lo que resulta un NACIMIENTO que inaugura el período de desarrollo hasta que la madurez se alcanza. Al llegar este punto una época de fructificación y de madurez se inicia, en
unión de una declinación de las energías físicas que terminan con la MUERTE.
Este acontecimiento libra al hombre de las trabas de la materia manifestándose entonces una época de metabolismo espiritual, por cuyo conducto nuestra cosecha de experiencias terrenales se transforma en poder de alma, en talentos y
tendencias, para ser puestas a rédito en vidas futuras, para que podamos prosperar y hacernos más ricos en tales tesoros, hasta hacernos merecedores del título de “FIELES ADMINISTRADORES” que nos hará ocupar mayores y mejores
puestos entre los sirvientes de la Casa del Señor.
Este ejemplo descansa sobre la segura base de la gran ley de analogía, tan fielmente expresada por el axioma hermético: “Como es arriba, así es abajo”.
Sobre este axioma, que es la llave maestra de todos los problemas espirituales, debemos también depender como de un “ábrete-sésamo” para aplicarlo a nuestra lección sobre la Navidad de este año, la cual esperamos que corrija, confirme o complete puntos de vista previos de nuestros estudiantes, como cada uno de ellos
lo requiera.
Los cuerpos originariamente cristalizados en la terrible temperatura de Lemuria, estaban excesivamente calientes para contener la suficiente humedad para permitir al espíritu acceso libre y sin traba alguna a todas las partes de aquella anatomía, como lo tiene actualmente por medio de la sangre circulante.
Más tarde, durante los atlantes primitivos, tuvo el hombre sangre,
verdaderamente, pero se movía con dificultad y se hubiera secado rápidamente a causa de la alta temperatura interna, a no ser por el hecho de la abundante humedad aportada por la atmósfera acuosa que entonces prevalecía. La inhalación de este disolvente disminuyó gradualmente el calor y dulcificó el cuerpo
hasta que pudo ser retenido en el interior de un grado de humedad debida para que hiciera posible la respiración en la atmósfera relativamente seca que se presentó más tarde.

Los cuerpos de los primitivos atlantes estaban compuestos de una
sustancia granulosa y acordonada no muy diferente de nuestros tendones actuales y semejante a la madera, pero con el tiempo y gracias a su dieta de carne, permitió al hombre asimilar albúmina en suficiente cantidad para construir el tejido elástico necesario para la formación de los pulmones y arterias, para permitir
así la circulación de la sangre sin restricciones, como lo obtiene en la actualidad el sistema humano. Al tiempo que tenían lugar estos cambios, interior y exteriormente, apareció en el firmamento cargado de lluvia el grande y glorioso arco-iris, para señalar el advenimiento del Reinado del hombre, en el cual las condiciones venían a ser tan variadas como los matices con que la atmósfera
reflejaba la unitaria luz del sol. Así fue como la primera aparición del arco-iris en las nubes señaló el comienzo de la edad de Noé, con sus estaciones y períodos alternos, de los que Navidad es uno de ellos.
Las condiciones que dominan en esta edad no son, no obstante,
permanentes, ni más ni menos que las de las edades precedentes. El proceso de condensación que transformó el fuego de la niebla de Lemuria por la atmósfera de densa humedad de los atlantes y que más tarde convirtió esta humedad en el agua que inundó las cavidades de la tierra con el Diluvio y empujó al hombre a las
alturas de las tierras, continúa todavía. Tanto la atmósfera como nuestras propias condiciones fisiológicas van cambiando, sirviendo de heraldos para el ojo vidente y para la mente comprensiva del alba de un nuevo día sobre el horizonte del tiempo;
una edad de unificación que la Biblia llama el Reinado de Dios.
Ninguna duda nos deja la Biblia respecto a los cambios. Cristo dijo que lo que fue en los días de Noé así sería en los días a venir. La ciencia y la inventiva encuentran condiciones desconocidas anteriormente. Es un hecho científico el de que se está consumiendo el oxígeno de una manera alarmante para la
alimentación de los fuegos de la industria; así como también los incendios de los bosques merman considerablemente nuestra existencia de este importantísimo elemento, al par que contribuyen al proceso de desecación que soporta la atmósfera naturalmente. Eminentes científicos han señalado que llegará el día en
que nuestro globo no podrá sostener la vida que dependa del agua y del aire para su existencia. Sus ideas no han excitado mucha ansiedad a causa de la lejanía de la fecha que para el futuro han señalado, pero por lejano que sea este día, el
destino de la raza ariana es tan inevitable como lo fue el de los atlantes inundados.
Si un atlante pudiera ser transferido a nuestra atmósfera, se asfixiaría como el pez que se le arrebata a su elemento nativo. Las escenas que se conservan en la Memoria de la Naturaleza prueban que los aviadores primeros de aquella fecha se desvanecieron instantáneamente al encontrarse con una de las corrientes de
aire que descendían gradualmente sobre la Tierra que ellos habitaban, y sus experiencias provocaron vivos comentarios e hipótesis. Nuestros actuales aviadores encuentran, asimismo, a un nuevo elemento y experimentan la asfixia igual que sus precursores atlánticos, y por idénticas razones se han hallado frente
a un nuevo elemento que viene de arriba para reemplazar el oxígeno de nuestra atmósfera.
Existe también una nueva sustancia que se está introduciendo en el
cuerpo humano para reemplazar la albúmina. Por esto, y así como los aviadores de los antiguos atlantes se desvanecían y se veían imposibilitados de penetrar en la época ariana, la Tierra prometida, prematuramente, a causa de las corrientes de aires descendentes; el nuevo elemento impedirá a los aviadores de la actualidad
y a la raza humana en general subir más arriba hasta haber aprendido a asimilar sus aspectos materiales. Y de la misma manera que los atlantes cuyos pulmones no estaban desarrollados perecieron en el Diluvio, así también la edad nueva encontrará a algunos sin el “vestido de bodas” e incapacitados, por consiguiente,
para entrar en ella hasta que se hayan preparado a tal objeto en tiempos sucesivos. Es por consecuencia, de la máxima importancia para todos, saber tanto como sea posible acerca del nuevo elemento y de la nueva sustancia. La Biblia y la ciencia combinadas nos facilitan una amplía información acerca del asunto.
Hemos dicho antes que en la antigua Grecia la religión y la ciencia se enseñaban en los centros de misterios junto con las bellas artes y oficios, como una doctrina unida de la vida y del ser, pero este método ha sido sustituido temporalmente para facilitar ciertas fases de nuestro desarrollo. La unidad de las religiones y el lenguaje científico de la antigua Grecia hacían estas materias
relativamente muy fáciles de comprensión, pero actualmente las complicaciones impuestas obedecen al hecho de que la religión ha traducido y la ciencia ha transferido simplemente sus términos del griego original, lo que a producido muchos desacuerdos aparentes y la pérdida del eslabón entre los descubrimientos de la ciencia y las enseñanzas de la religión.
Para llegar al deseado conocimiento acerca de los cambios fisiológicos que está sufriendo nuestro organismo, nosotros podemos recordar las enseñanzas de la ciencia de que los lóbulos frontales del cerebro son unos de los más recientes
desarrollos del esqueleto del cuerpo humano y hacen a este órgano del hombre enormemente mucho mayor en proporción con el de otro ser cualquiera. Ahora preguntémonos a nosotros mismos: ¿hay en el cerebro alguna sustancia peculiar de tal órgano, y si es así cual puede ser su significado?.
La primera parte de la pregunta puede contestarse tomando cualquier libro de texto científico que trate de la cuestión, pero nuestro Concepto Rosacruz del Cosmos en la página 246 1 nos da más detalles, los cuales podemos detallar aquí
como sigue:
“El cerebro está construido de la misma sustancia que el de las otras partes del cuerpo, pero con la adición de fósforo, lo cual es exclusivo del cerebro solamente. La conclusión lógica, pues, es que el fósforo es el elemento particular por cuyo medio el Ego puede expresar el pensamiento. La proporción y variación
de esta sustancia es correspondiente al estado de la inteligencia del individuo. Los idiotas tienen muy poco fósforos y los pensadores profundos tienen mucho. Es, por lo tanto, de gran importancia que el aspirante que usa su cuerpo para un trabajo mental y espiritual, suministre a su cerebro esta sustancia necesaria con
este propósito”.
La religiosidad indiscutible de los católicos es parcialmente debida a su práctica de comer pescado los viernes durante la cuaresma, cuyo producto es rico en fósforo. Aunque el pescado es una especie baja de vida, el Concepto Rosacruz del Cosmos no aprueba que se le mate, sino que indica al estudiante ciertos vegetales como medios de obtener físicamente una abundancia de esta sustancia valiosa y deseable. Hay otros y mejores medios no mencionados en el
Concepto Rosacruz del Cosmos, pero que hubiera sido una digresión detallarlo allí.
No fue, ciertamente, por coincidencia, que los maestros de las Escuelas de Misterios griegas nombraran a esta luminosa sustancia del modo en que la conocemos, es decir, fósforo. Para ellos era patente que Dios es Luz -la palabra griega es phos-. Por lo tanto, llamaron de la manera más apropiada a la sustancia
del cerebro, el cual es la avenida de ingreso al impulso divino, phos-phorus, o sea, literalmente, “portador de luz”. En la proporción de que nosotros seamos capaces de asimilar esta sustancia podemos llenarnos y saturarnos de luz y comenzar a brillar desde adentro, con un halo circular a nuestro alrededor que es la marca de la santidad. El fósforo, no obstante, es solamente un medio físico que
permite que la luz espiritual se exprese por medio del cerebro físico, pero la luz en sí es un producto del desarrollo del alma. Pero el desarrollo del alma permite al cerebro que asimile una cantidad creciente de fósforo, de aquí que el método de adquirir esta sustancia en mayor cantidad no es por un metabolismo químico, sino por un proceso alquímico de desarrollo del alma, explanado completamente por Cristo en su discurso a Nicodemo:
“Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo. Aquél que ha creído en Él no será condenado, pero aquél que no ha creído en Él está condenado ya. Y ésta es la condenación que la luz está viniendo al mundo, y los hombres han preferido la obscuridad, antes bien que a la luz. Pues todo aquél que hace mal odia la luz, y tampoco viene hacia la luz, y, por lo tanto, sus hechos
serán reprobados. Pero aquél que hace verdad va hacia la luz, y sus obras serán hechas manifiestas y ellas están forjadas por Dios”. (San Juan, 3:17-21.)
Navidad es la estación de mayor luz espiritual. Durante esta época de ciclos alternantes, hay un flujo y reflujo de luz espiritual igual al de las aguas del océano.
La iglesia primitiva cristiana señaló la Concepción en el otoño del año y actualmente este acontecimiento está celebrado por la Iglesia Católica cuando la gran ola de vida y luz espiritual comienza su descenso en la Tierra. El punto culminante de este descenso llega por Navidad, que es, por lo tanto, ciertamente, la estación santa del año, el momento cuando esta luz espiritual se toca más
fácilmente y se asimila por el aspirante por medio de hechos de misericordia, bondad y amor. Estas oportunidades no faltan ni aún al más pobre, pues como a menudo hemos recalcado en las Enseñanzas Rosacruces, el servir tiene más importancia que las dádivas de dinero que pueden llegar a ser un perjuicio para el
que las recibe. Sin embargo, de aquéllos a quienes mucho se ha dado se les exigirá mucho también, y si alguno ha sido bendecido con una abundancia grande de bienes terrenales, una distribución cuidadosa de los mismos debe acompañar a cualquier servicio físico que pueda rendir. Recordemos, además, las palabras de
Cristo: “Tanto como cualquiera de vosotros haya hecho por uno de los últimos de estos mis hermanos, todo eso lo ha hecho por mí”. De este modo nosotros le seguiremos a Él como luces ardientes y brillantes, indicando el camino de la Nueva Era.

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