jueves, 15 de diciembre de 2016

De los ejercicios del buen religioso


CAPITULO 19: DE LOS EJERCICIOS DEL BUEN RELIGIOSO

1. La vida del buen religioso debe resplandecer en toda virtud; que sea tal en lo interior cual parece de fuera.
Y con razón debe ser mucho más lo interior que lo que se mira exteriormente, porque nos mira nuestro Dios, a quien debemos suma reverencia dondequiera que estuviésemos, y debemos andar en su presencia tan puros como los ángeles.
Cada. día debemos renovar nuestro propósito y excitarnos a mayor fervor, como si hoy fuese el primer día de nuestra conversión, y decir: Señor, Dios mío, ayúdame en mi buen intento y en tu santo servicio, y dame gracia para que comience hoy perfectamente, porque no es nada cuanto hice hasta aquí.

2. Según es nuestro propósito, así es nuestro aprovechamiento; y quien .quiere aprovecharse bien, ha menester ser muy diligente.
Si el que propone firmemente falta muchas veces, ¿qué será el que tarde o nunca propone?
Acaece de diversos modos el. dejar nuestro ' propósito; y faltar de ligero en los ejercicios acostumbrados no pasa sin algún daño. El propósito de los justos más pende de la gracia de Dios que del saber propio; en el confían siempre y en cualquier cosa que comienzan. Porque el hombre propone, pero Dios dispone; y no está en mano del hombre su camino (Prov., I6, 9; Jer., 10, 23).

3. Si por caridad y por provecho del prójimo se deja alguna vez el ejercicio acostumbrado, después se puede reparar fácilmente.
Mas, si por fastidio del corazón o por negligencia ligeramente se deja; muy culpable es y resultará muy dañoso.
Esforcémonos cuanto pudiéremos, que aun así, en muchas faltas caeremos fácilmente.
Pero alguna cosa determinada debemos siempre proponernos, y principalmente contra las faltas que mas nos estorban.
Debemos examinar y ordenar todas nuestras cosas exteriores e interiores, porque todo conviene para el aprovechamiento espiritual.

4. Si no puedes recogerte de continuo, hazlo de cuando en cuando y, por lo menos, una vez al día, por la mañana o por la noche.
Por la mañana, propón; a la noche, examina tus obras; cuál has sido este día en palabras, obras y pensamientos; porque puede ser que hayas ofendido en esto a Dios y al prójimo muchas veces.
Ármate como varón contra las malicias del demonio; refrena la gula y fácilmente refrenarás toda inclinación de la carne.
Nunca estés del todo ocioso, sino lee, o escribe, o reza, o medita, o haz algo de provecho para la comunidad.
Pero los ejercicios corporales se deben tornar con discreción, porque no son igualmente convenientes para todos.

5. Los ejercicios particulares no se deben hacer públicamente, porque con más seguridad se ejercitan en secreto.
Guárdate, empero, no seas perezoso para lo común, y pronto para lo particular, sino cumplido muy bien lo que debes y te está encomendado; si tienes lugar, éntrate dentro de ti como desea tu devoción.
No todos podemos ejercitar una misma cosa; unas convienen más a unos y otras a otros. También, según el tiempo, te serán más a propósito diversos ejercicios; porque unos son me ores para las fiestas, otros par a los días de trabajo.
Necesitamos de unos para el tiempo de la tentación, y de otros para el de la paz y sosiego. En unas cosas es bien pensar cuando estamos tristes, y en otras, cuando alegres en el Señor.

6. En las fiestas principales debemos renovar nuestros buenos ejercicios, e invocar con mayor fervor la intercesión de los Santos.
De una fiesta para otra debemos proponer algo, como si entonces hubiésemos de salir de este mundo y llegar a la eterna festividad.
Por eso debemos prevenirnos con cuidado en los tiempos devotos y conversar con mayor devoción y guardar toda observancia más estrechamente, como quien ha de recibir en breve de Dios el premio de sus trabajos.

7. Y si se dilatare, creamos que no estamos preparados, y que aún somos indignos de tanta gloria corno se declarara en nosotros (Rom, 8, 18) acabado el tiempo de la vida, y estudiemos en prepararnos mejor para morir: Bienaventurado el siervo (dice el evangelista San Lucas) a quien, cuando viniere el Señor, le hallare velando; en verdad os digo que Le constituirá sobre todos sus bienes (Lc, 12, 43).

del libro "Imitación de Cristo", de Tomás de Kempis


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