lunes, 22 de febrero de 2021

LA MISIÓN DE CRISTO Y EL PERDÓN DE LOS PECADOS - LECCIÓN 3 - del libro Filosofía Avanzada - Max Heindel - en you tube -

LECCIÓN III

LA MISIÓN DE CRISTO Y EL PERDÓN DE LOS PECADOS

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Cuando la Tierra era aún una parte del Sol, había un espíritu de grupo único, compuesto de todas las jerarquías creadoras que ejercían el control sobre toda la familia humana. Pero como existía la intención de que cada cuerpo fuese el templo e instrumento de un espíritu habitante en él, se hizo necesario hacer una división en el gobierno de los hombres. Jehová vino entonces con sus ángeles y arcángeles, operando la primera gran división en razas.

Cada raza fue puesta bajo las órdenes de un Espíritu de Raza, y cada grupo de raza tenía como jefe superior a un Espíritu de Tribu. Jehová encargó, además, a un ángel que actuara como guardián de cada Ego hasta que el espíritu individual se hubiera fortalecido bastante para estar plenamente emancipado de toda influencia exterior.

Cierto número de arcángeles (espíritus solares) fueron dados a Jehová como auxiliares para reflejar los impulsos espirituales del Sol sobre la humanidad terrestre en la forma de religiones Jehovísticas de raza. Todas estas religiones de raza eran religiones de ley, según las cuales el pecado era la desobediencia de su ley. El principio fundamental de una religión de raza es la separación, porque enseña que cada uno debe buscarse a si mismo a expensas de otros hombres y naciones. Si este principio fuese llevado a su última conclusión, tendría necesariamente una tendencia cada vez más destructiva, y finalmente frustraría la evolución, si no fuera seguido de otra religión más constructiva. Por esta razón las religiones separatistas del Espíritu Santo tienen que ceder el paso a la religión unificadora del Hijo.

Por esta razón se hizo necesaria la intervención del Cristo. Bajo el régimen de Jehová la unidad era imposible y por esto el Cristo, que posee como vehículo más inferior el unificador Espíritu de Vida, entró en el cuerpo denso de Jesús. Él apareció como hombre entre los hombres y moró en un cuerpo humano, porque solamente desde adentro es posible vencer a la religión de la raza que ejerce su influencia sobre el hombre desde afuera.

La expresión “la sangre purificadora de Cristo-Jesús” quiere decir que, cuando corría la sangre en el Calvario, llevó consigo al gran Espíritu del Sol, Cristo, quien por este medio aseguró la admisión de la Tierra, y desde aquel momento ha sido el Espíritu Planetario habitante dentro de la Tierra. Él difundió Su propio cuerpo de deseos a través de todo el planeta, purificándolo así de todas las influencias viles que fueron creadas bajo el régimen del espíritu de raza. Bajo la ley todos pecaron, porque no habían evolucionado al nivel desde donde podían obrar bien por amor. La naturaleza de deseos se había hecho tan fuerte que resultó ser una imposibilidad para ellos el dominarla del todo, y por este motivo sus deudas se habían amontonado en proporciones enormes.

La evolución se hubiera retrasado enormemente y muchos no hubieran podido seguir con nuestra oleada de vida, si no se hubiese procurado alguna ayuda. Es por esta razón que vino Cristo “para buscar y salvar a los que estaban perdidos”. Él quitó el pecado del mundo (no del individuo), por Su sangre purificadora; la cual le permitió la entrada a la Tierra y a su humanidad. El purifico el cuerpo de deseos de la Tierra, y a Él le debemos si hoy podemos recoger para nuestros cuerpos de deseos, un material más puro que antes.

Por esta razón, Cristo es, en el verdadero sentido de la palabra, el Salvador del Mundo, tal como la Iglesia lo sostiene; porque la humanidad había ido tan lejos cuando pudo ir sola, y estuvo a punto de retroceder en la época en que Él vino. Además, los rayos etéreos del Cristo como Espíritu Planetario habitando en la Tierra, que irradian hacia fuera constantemente a través del hombre desde el centro de la Tierra y son absorbidos por él, constituyen “el impulso interior” para afanes más elevados, que es el factor principal, el cual empuja en los tiempos actuales al hombre, en el camino de su evolución.

El perdón de los pecados por obra de Cristo, tal como se enseña en la religión cristiana ortodoxa, es un hecho actual, que se puede conseguir por el sincero arrepentimiento y modificación de la vida, lo que limpia al átomo-simiente en el corazón del recuerdo de pasadas malas acciones. Cuando este átomo-simiente se ha limpiado así, las imágenes de estas acciones se disuelven y no están presentes cuando abandonamos el cuerpo físico en el momento de la muerte, y así no nos causarán ya ningún sufrimiento en el purgatorio. Este perdón de los pecados, deja subsistir la necesidad de restituir lo que debemos a las personas que hemos perjudicado. Esta restitución puede hacerse directamente al individuo en cuestión, o en caso imposible, se puede hacer indirectamente en forma de servicios prestados a otros; es decir, sirviendo al universo.

Cristo es el factor principal en la cuestión de hacer posible que se nos perdonen los pecados, gracias al hecho de que Él nos da el impulso interior y deseo para llegar al arrepentimiento, y de que hace más fácil este proceso para nosotros por habernos procurado una materia de deseos más pura para nuestro cuerpo de deseos, como ya se había indicado en la primera parte de esta lección. La ayuda que Cristo de este modo nos presta diariamente por este impulso espiritual, nos da la posibilidad de reformar nuestros caracteres y borrar nuestros pecados. Así es que Cristo se convierte verdaderamente en nuestro salvador personal, y aunque Él personalmente no elimine nuestros pecados individuales, su influencia espiritual se deja sentir.

La ayuda de Cristo se da a costa de mucho sufrimiento para Él, por estar Él aprisionado en la atmósfera impura de la Tierra como un Espíritu habitante. Así la “expiación en sustitución”, o sea en lugar de nosotros, es un hecho actual, aunque su modo de efectuarse sea completamente distinto de aquel que se describe en la doctrina de la Iglesia. El resultado siempre es beneficioso.

La ayuda que recibimos de Cristo, nuestro Gran Hermano Mayor, constituye algo así como un préstamo cósmico. Este préstamo, sin embargo, no tiene carácter de un don; ha de ser devuelto, y los medios para el pago consisten en prestar un servicio a otros y también a las oleadas de vida que siguen a la nuestra, es decir, los reinos animal, vegetal y mineral.

Durante el régimen de Jehová, la iniciación era posible tan sólo para unos pocos escogidos, cuyos vehículos se habían preparado especialmente. La misión de Cristo, además de salvar a los perdidos, era la de hacer posible la iniciación para todos.

del libro, Filosofía Avanzada
Max Heindel

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